Jornada Semanal, domingo 9  de febrero de 2003           núm. 414

MICHELLE SOLANO

TITUS ANDRONICUS


 
A Manuel Barragán, por el don de la paciencia


Gran parte de los conflictos de la tragedia tienen su origen en la lucha del hombre contra el poder divino. La presencia del azar o del destino son constantes en el devenir de las situaciones que los personajes encaran y son determinantes también en la construcción de las peripecias y en la forma en que éstas afectan a la trama central de la obra. En el mundo contemporáneo la humanidad se debate entre la aceptación de un dios y la realidad que se empeña en rechazar la idea de que existe una fuerza divina que procura el orden natural del universo. Quizá por todo lo anterior, la tragedia clásica encarne el mayor desafío posible para un dramaturgo y un director contemporáneos.

Si enfrentarse a una tragedia supone un reto, éste crece considerablemente cuando se trata de una de las obras más complejas de Shakespeare. Contemporizar un clásico, acercarse a él, supone un trabajo profundo, un análisis de revaloración de todo aquello que la obra pudiese significar en estos tiempos, no por lo que le toca en cuanto a acervo cultural, sino en tanto es capaz de significar algo más que otro montaje de Shakespeare para el espectador. Alfonso Cárcamo ha hecho una espléndida versión de Titus Andronicus y Ana Francis Mor ha dotado a ese texto de una plasticidad digna de aplauso.

La reinvención de un texto tan peculiar sólo puede entenderse a partir de un discurso que ha retomado la materia prima que el dramaturgo inglés planteó, pero visto desde los ojos del presente y no para dar respuestas, sino para plantear preguntas a una sociedad que se muestra cada vez más propensa a la indiferencia ante la traición, la guerra y la muerte. Quizá el acierto más grande de esta versión de Titus sea que no hace las concesiones típicas del teatro de la época, sino que la dirección ha preferido evitar obviedades y lugares comunes. Sólo teatro, actores y una música estupenda a cargo de Jacobo Lieberman y Leonardo Heiblum. Podría decirse que Titus Andronicus es el primer musical posmoderno que se hace en el teatro mexicano. No se trata de que todo el texto se haya transformado en las letras de las canciones, no; aquí no hubo que reconstruir el texto en versitos o coplas que se ciñeran al corsé de la música. Cada cual ostenta su objetivo y es muy claro: contar una historia sustrayendo del texto original la médula que nutra la visión particular que de la venganza y la condición animal del hombre tienen Cárcamo y Mor. El resultado es una propuesta inteligente, ácida y harto profunda.

Pocas veces se tiene oportunidad de ver elencos tan armónicos y funcionales, y esta puesta en escena se caracteriza por ello. Tito Vasconcelos entrega una de sus mejores interpretaciones, y para todos aquellos que lo tenían encasillado como un actor únicamente capaz de resolver a través del registro cómico, su actuación como Titus es la muestra palpable de que es hora de dejar de llamar a los mismos actores de siempre, aquellos que ya se han ganado –más por fama que por trabajo– el mote de Primeros Actores. Destaca también la brillante actuación de Ángel Enciso, que además de poseer dotes histriónicas es un cantante muy sólido), Julio Bracho, Alejandro Reza, Moisés Arizmendi, Miguel Rodarte (quien se demuestra capaz de algo mucho más elaborado que El Tigre de Santa Julia), Humberto Busto, Andrés Weiss, Constantino Morán, Tizoc Arroyo, Mauricio Isaac y Juan Manuel Bernal (estos dos últimos tienen en sus manos los dos personajes femeninos de la obra); todos ellos dirigidos por una mano precisa y atinada que ya había dado luces acerca de su talento y que en su anterior montaje, Bellas atroces, no había plasmado todo de cuanto es capaz.

Otro elemento a mencionar es el trabajo técnico detrás del montaje. La cronista no recuerda haber visto una solución tan pertinente y efectiva para la sonorización de una puesta en escena: la utilización de pequeños micrófonos camuflados en el maquillaje y el vestuario (que merecen además un reconocimiento aparte a sus creadores Álvaro Muédano y Cordelia Dvorak, respectivamente) permite no nada más que el espectador no pierda detalle de cada palabra o susurro, sino que el trabajo de los actores sea más cómodo y eficaz. Por cierto, está disponible el cd con la música y es una obra de arte por sí misma.

Titus Andronicus es un montaje ambicioso, pero alejado de las pretensiones propias de las vacas sagradas, pues aunque es una producción que a simple vista se antoja costosa, ha valido la pena a juzgar por los resultados. Si se hace teatro costoso pero que renueve la escena teatral del país, ¿dónde está el presupuesto para el próximo montaje de Teatro del farfullero?
 

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