MICHELLE
SOLANO
TITUS
ANDRONICUS
A Manuel
Barragán, por el don de la paciencia
Gran parte de los conflictos
de la tragedia tienen su origen en la lucha del hombre contra el poder
divino. La presencia del azar o del destino son constantes en el devenir
de las situaciones que los personajes encaran y son determinantes también
en la construcción de las peripecias y en la forma en que éstas
afectan a la trama central de la obra. En el mundo contemporáneo
la humanidad se debate entre la aceptación de un dios y la realidad
que se empeña en rechazar la idea de que existe una fuerza divina
que procura el orden natural del universo. Quizá por todo lo anterior,
la tragedia clásica encarne el mayor desafío posible para
un dramaturgo y un director contemporáneos.
Si enfrentarse a una tragedia supone un
reto, éste crece considerablemente cuando se trata de una de las
obras más complejas de Shakespeare. Contemporizar un clásico,
acercarse a él, supone un trabajo profundo, un análisis de
revaloración de todo aquello que la obra pudiese significar en estos
tiempos, no por lo que le toca en cuanto a acervo cultural, sino en tanto
es capaz de significar algo más que otro montaje de Shakespeare
para el espectador. Alfonso Cárcamo ha hecho una espléndida
versión de Titus Andronicus y Ana Francis Mor ha dotado a
ese texto de una plasticidad digna de aplauso.
La reinvención de un texto tan peculiar
sólo puede entenderse a partir de un discurso que ha retomado la
materia prima que el dramaturgo inglés planteó, pero visto
desde los ojos del presente y no para dar respuestas, sino para plantear
preguntas a una sociedad que se muestra cada vez más propensa a
la indiferencia ante la traición, la guerra y la muerte. Quizá
el acierto más grande de esta versión de Titus sea
que no hace las concesiones típicas del teatro de la época,
sino que la dirección ha preferido evitar obviedades y lugares comunes.
Sólo teatro, actores y una música estupenda a cargo de Jacobo
Lieberman y Leonardo Heiblum. Podría decirse que Titus Andronicus
es el primer musical posmoderno que se hace en el teatro mexicano. No se
trata de que todo el texto se haya transformado en las letras de las canciones,
no; aquí no hubo que reconstruir el texto en versitos o coplas que
se ciñeran al corsé de la música. Cada cual ostenta
su objetivo y es muy claro: contar una historia sustrayendo del texto original
la médula que nutra la visión particular que de la venganza
y la condición animal del hombre tienen Cárcamo y Mor. El
resultado es una propuesta inteligente, ácida y harto profunda.
Pocas veces se tiene oportunidad de ver
elencos tan armónicos y funcionales, y esta puesta en escena se
caracteriza por ello. Tito Vasconcelos entrega una de sus mejores interpretaciones,
y para todos aquellos que lo tenían encasillado como un actor únicamente
capaz de resolver a través del registro cómico, su actuación
como Titus es la muestra palpable de que es hora de dejar de llamar a los
mismos actores de siempre, aquellos que ya se han ganado más por
fama que por trabajo el mote de Primeros Actores. Destaca también
la brillante actuación de Ángel Enciso, que además
de poseer dotes histriónicas es un cantante muy sólido),
Julio Bracho, Alejandro Reza, Moisés Arizmendi, Miguel Rodarte (quien
se demuestra capaz de algo mucho más elaborado que El Tigre de
Santa Julia), Humberto Busto, Andrés Weiss, Constantino Morán,
Tizoc Arroyo, Mauricio Isaac y Juan Manuel Bernal (estos dos últimos
tienen en sus manos los dos personajes femeninos de la obra); todos ellos
dirigidos por una mano precisa y atinada que ya había dado luces
acerca de su talento y que en su anterior montaje, Bellas atroces,
no había plasmado todo de cuanto es capaz.
Otro elemento a mencionar es el trabajo
técnico detrás del montaje. La cronista no recuerda haber
visto una solución tan pertinente y efectiva para la sonorización
de una puesta en escena: la utilización de pequeños micrófonos
camuflados en el maquillaje y el vestuario (que merecen además un
reconocimiento aparte a sus creadores Álvaro Muédano y Cordelia
Dvorak, respectivamente) permite no nada más que el espectador no
pierda detalle de cada palabra o susurro, sino que el trabajo de los actores
sea más cómodo y eficaz. Por cierto, está disponible
el cd con la música y es una obra de arte por sí misma.
Titus Andronicus es un montaje ambicioso,
pero alejado de las pretensiones propias de las vacas sagradas, pues aunque
es una producción que a simple vista se antoja costosa, ha valido
la pena a juzgar por los resultados. Si se hace teatro costoso pero que
renueve la escena teatral del país, ¿dónde está
el presupuesto para el próximo montaje de Teatro del farfullero?
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