La Jornada Semanal, 9  de febrero del 2003        414

 E N S A Y O


MASIFICACIÓN DE LA ASFIXIA

 
LEO MENDOZA

Michel Houellebecq,
Plataforma,
Anagrama,
España, 2002.

Con Plataforma, Michel Houellebecq cierra un ciclo en torno al vacío vital que se vive en las sociedades desarrolladas. Este brutal y, por momentos, tierno retrato de una sociedad que se aferra a la sexualidad para afirmar su existencia desató, debido a las afirmaciones en torno al Islam hechas tanto por algunos personajes menores como del propio protagonista de la novela, un verdadero avispero que concluyó con una demanda judicial contra el autor. Estos brotes de intolerancia y oscurantismo –que algunos justificarán en nombre de la diversidad cultural– parecen los de un público ingenuo que reacciona contra los personajes de ficción cual si fueran reales; tal y como los primeros espectadores del cinematógrafo huían ante el arribo del tren filmado por los hermanos Lumiere. Sucedió así con El crimen del padre Amaro y lo mismo con Plataforma.

¿Qué tan fuerte es la novela con la comunidad islámica? Mucho quizá, y quizá también es provocadora, pero aun cuando la novela refleje a pie juntillas el pensamiento del autor –cosa que no creo– sabemos que la autenticidad de una obra, su valor, en muchas ocasiones depende no del hecho de estar de acuerdo con su tiempo, sino en la forma como lo subvierte y nos provoca.

La escritura de Houellebecq cubre perfectamente este requisito: lo que provoca es su desesperanza y el hecho de que retrata esta sociedad abandonada de sí misma, indiferente, apática y desesperanzadora. Por si fuera poco, Houellebecq ha mantenido esta visión, con absoluta coherencia, en las tres novelas donde una y otra vez aparecen sus temas y obsesiones: el vacío de la existencia, la búsqueda de placer y de satisfacción sexual. Ampliación del campo de batalla y Las partículas elementales –ambas traducidas en Anagrama, al igual que El mundo como supermercado y Lanzarote– siguen el camino que conduce, casi necesariamente, a Plataforma, una historia de amor marcada por estos tiempos donde ni siquiera el sida ha logrado evitar que el sexo sea una vía de escape aunque, finalmente, esté condenada también al fracaso. Como toda escritura lúcida, la de Houellebecq es profundamente descarnada, por momentos amarga e inquietante.

Michel –que tal es el nombre del protagonista de la novela–, un funcionario cuarentón del Ministerio de Cultura, encargado de dictaminar en torno a los apoyos económicos destinados a las artes plásticas, sobre todo en el terreno experimental, recibe un buen día la noticia de que su padre ha sido asesinado: la indiferencia que él manifiesta ante este hecho –que en otro tiempo bien podría llevarlo a la muerte, como ocurre en El extranjero de Camus– parece por momentos un ajuste de cuentas con un autor que Houellebecq desprecia profundamente.

Como heredero más o menos afortunado, Michel decide pagarse unas vacaciones en Tailandia para celebrar el fin de año. Sus compañeros del tour, de alguna manera también representativos de la Francia actual, se comportan tal y como lo pronostican los manuales que Michel lee: forman grupos y crean estructuras jerárquicas e, incluso, practican la búsqueda del exotismo y la aventura que el turismo ha llevado, en los últimos años, a sus más descabellados extremos y que en ocasiones ha permitido el nacimiento de un floreciente turismo sexual, de manera especial en países latinoamericanos y asiáticos.

En el viaje, Michel conoce a Valérie, quien trabaja para una operadora de viajes, y aun cuando se siente atraído por ella, jamás logran ir más allá de una simple charla. Tras un viaje más o menos convencional, la pareja se reencuentra en París y se descubren enamorados. Valérie y su jefe son contratados para hacerse cargo de una cadena hotelera que se encuentra en manos de la primera compañía turística del mundo. Entre mucho sexo, amor, algunas exposiciones, visitas a clubes sadomasoquistas, sexo compartido y un viaje de exploración de los clubes turísticos, Michel le propone a Valérie hacer de aquellos aburridos centros turísticos lugares destinados al placer, y surge así el concepto de los Eldorado Afrodita destinados a cubrir las necesidades sexuales de los turistas. Por supuesto que la idea tiene éxito, pero no tardan en aparecer las complicaciones; de manera especial la amenaza de los terroristas musulmanes, convencidos de que estos centros son un insulto a sus creencias. Un atentado terrorista en uno de los complejos turísticos en Tailandia acaba con el sueño, con la vida de Valérie y con la de otros cientos de turistas tal y como sucedió en Bali; y Michel, cuya vida de otra manera se halla tan vacía como al principio, antes de que conociera a aquella mujer excepcionalmente dotada para el placer, decide retornar al país asiático tan sólo para arrastrarse hacia la muerte. La conclusión no puede ser más trágica: el sistema en el que vivimos es inhabitable y, sin embargo, se exporta y se copia, se masifica.

Aun cuando Plataforma es sin duda la novela más polémica de Michel Houellebecq, también es una narración dolorosa y desesperanzadora en torno a la imposibilidad del amor y al concepto que tenemos de este sentimiento en Occidente. No se trata de una educación sentimental al estilo de Flaubert, sino de una pesimista visión de una sociedad que se dirige hacia la violencia y la muerte. El hecho de que sea el propio Michel –el narrador, no el autor– quien cuente su historia y la mezcle –gracias a la capacidad proteica que el género tiene- con conceptos sociológicos, citas de Comte y aun situaciones muy específicas de la cultura de masas francesa, hace que la novela se vea como un reflejo de este límite. Sin lugar a dudas, Houellebecq, por su visión descarnada y nada complaciente, merece un sitio de honor entre los apocalípticos de este siglo que apenas comienza •