Jornada Semanal, domingo 9  de febrero de 2003         núm. 414
Placeres permitidos
EVODIO ESCALANTE.

LA SIGNIFICACIÓN DEL SILENCIO 

Los que sabían lo dijeron desde la antigüedad clásica: el asombro es la posibilidad misma del pensamiento, la actitud originaria a partir de la cual puede darse la tarea del pensar. Lo extraordinario, lo milagroso, lo insólito, lo portentoso, aquello que rebasa toda medida y excede con creces la prevención inteligente, es también el punto de arranque de la poesía. El parentesco entre los filósofos y los poetas está dado de suyo por esta experiencia originaria que, sin embargo, muy poco se ha explorado entre nosotros. Una excepción notable me obliga a tomar de los estantes un viejo libro del que quizás ahora pocos se recuerdan, y que el paso del tiempo ha ubicado de manera sin duda injusta entre las antiguallas. No lo es de ninguna manera, pese a que su autor haya transitado después por los arduos caminos de la filosofía analítica, superando o dejando atrás, si es que esto es posible, aquellos textos que corresponden a la etapa germánica de su formación (Dilthey, Husserl, Heidegger). Me refiero al ensayo "La significación del silencio" que publicó Luis Villoro hacia 1960 y que recogió de nuevo en el volumen titulado Páginas filosóficas (Xalapa, Universidad Veracruzana, 1962). Prehistórico desde un punto de vista, enormemente vigente desde otro, el texto de Villoro es interesante entre otras cosas porque documenta un momento estelar del magisterio de José Gaos, aquél en el que el filósofo transterrado impulsó en nuestro país la formación del grupo Hiperión al tiempo que daba a conocer en español las primicias del difícil tratado de Martin Heidegger que tanto polvo iba a levantar, El ser y el tiempo, publicado por el fce a principios de los años cincuenta.

Las nociones heideggerianas acerca del lenguaje, en efecto, se transparentan desde las primeras líneas en este texto de Villoro. Después de la consabida definición formulada por los griegos del hombre no como un "animal racional", según una interpretación intelectualista muy difundida, sino como un "animal provisto de la palabra", lo que aparece son sendas citas del filósofo alemán. Previas a las palabras, están las significaciones. "A las significaciones les brotan palabras, lejos de que a esas cosas que se llaman palabras se las provea de significaciones." Al comentar la pertinente cita, Villoro agrega de su parte: "El lenguaje discursivo es sólo una de las actualizaciones de una actitud significativa previa que Heidegger llama el ‘habla’. La mímica y la danza, la música, el canto y la poesía son modos del habla; y, como veremos, también lo es el silencio."

¿Cómo es posible que el silencio signifique? Si no me equivoco, ya en otra época Baltasar Gracián en su Agudeza y arte del ingenio se había ocupado del asunto, aunque sin reparar en el meollo problemático del tema. Villoro comienza estableciendo una distinción entre lo que él llama el lenguaje discursivo (de raigambre científica) y el lenguaje paradójico de la poesía. Mientras que el primero debería estar "constituido de significaciones invariables y objetivas" (en un lenguaje discursivo perfecto, según esto, "no cabría la menor ambigüedad, el menor equívoco"), el lenguaje de la poesía sería el de lo inesperado y singular, el de lo insólito y asombroso. El primero describiría el mundo tal y como es "en sí"; el segundo, tal y como es "para nosotros." Lo crucial es que en su tarea de decir la experiencia del asombro, el poeta se verá obligado a recurrir a dos formas de la negatividad: la metáfora y el silencio. Una negatividad determinada, que necesita remontar la impetuosa corriente del lenguaje discursivo y contraponerse a su afán de objetivación. De tal suerte, la poesía está obligada a significar dando un rodeo: mostrando de qué modo las significaciones convencionales son incapaces de significar cabalmente lo vivido. Dice Villoro: "Nacerá entonces un lenguaje paradójico basado en la ruptura, en la destrucción de los significados habituales del discurso." (Subrayado mío.) Para ilustrar lo anterior, Villoro citará los versos iniciales de "Himno entre ruinas", uno de los poemas más famosos de Paz. Insólito y fugaz encuentro entre nosotros de la poesía y la filosofía que en algo recuerda los prolongados abordajes de la poesía de Hölderlin intentados por Heidegger. 

La propuesta sustancial de Villoro se encuentra aquí. La palabra poética más que decir lo que es, alude a lo que no es. Está erizada de negatividad y su sentido es intraducible a la significación objetiva. "Brota de la contraposición de significaciones que se rechazan recíprocamente y queda constituido por esa negación recíproca." Toda metáfora, en este sentido "es ya un principio de negación de la palabra". Esto la vincula íntimamente al silencio, pues una negación extremada conduce por necesidad a la imposibilidad de toda articulación discursiva. "Tal vez desde esta perspectiva –añade Villoro–, la poesía podría verse como un habla en tensión permanente entre la palabra y su negación, el silencio."

El silencio adquiere así una significación que pone en crisis la existencia misma de las palabras. Que prolonga y contradice de otro modo la sombra de significados que arrojan en su correr habitual las palabras, denunciando sus límites, explorando sus insuficiencias. Al negar la palabra convencional, continúa Villoro, "muestra el hiato que separa la realidad vivida, del lenguaje que intenta representarla. El silencio es la significatividad negativa en cuanto tal: dice lo que no son las cosas vividas; dice que no son cabalmente reducibles a lenguaje".

Pero la serpiente está obligada a morderse la cola: lo que tiene que decir el silencio está llamado a decirlo "desde el seno mismo del lenguaje". Me gustaría que esta memoración fuese un motivo para regresar de nuevo a este luminoso ensayo de Luis Villoro.