La Jornada Semanal,  domingo 2 de febrero  de 2003         413
(h)ojeadas
PARA SOBRELLEVAR LA DESDICHA

JOSÉ GORDON

Marco Antonio Campos,
Las ciudades de los desdichados,
FCE,
México, 2002.

Las ciudades de los desdichados es una continuación natural de la búsqueda de Marco Antonio Campos: un oído siempre atento para registrar tonos que son la piedra de inicio para convocar un mundo, en este caso el de figuras de grandes artistas e intelectuales que admira profundamente y tienen como rasgo común, no la fascinación tan de moda por los creadores malditos y perversos, sino la compasión y fraternidad con los desdichados y marginados.

Uno de estos personajes, Vincent Van Gogh, creyó que "los artistas aún los felices estaban moldeados en la materia de la desdicha". Esta idea se reitera de diversas formas a lo largo de la obra. Marco Antonio cita un verso lapidario de Manuel Machado: "Y ser feliz y artista, no lo permite Dios." Sin embargo, Marco Antonio sabe bien que al hermanarse con los autores que describe, al buscar las claves de sus vidas –por más que las historias sean trágicas– aparece el sentido. Así, la interpretación se vuelve una manera –la única manera, diría Canetti– de sobrellevar la desdicha.

La verdad de una vida, se ha señalado, está a la espera del escritor que le encuentra sentido. En la experiencia cotidiana el sentido tal vez se adquiere con la reflexión que se da con el paso del tiempo, con la distancia; en el arte, en la belleza de una buena narración, el sentido se revela instantáneamente.

Las historias que nos cuenta Marco Antonio le permiten entrar en sus personajes, acompañarlos, ver lo que ellos ven y al mismo tiempo se da la posibilidad de atar cabos. El propio autor explica este proceso de empatía: "En casi todas esas vidas, o tal vez en todas, hay momentos que me pareció haberlos vivido, y que analizándolos e interpretándolos, me hicieron menos desoladas las horas."

Marco Antonio convive con estos creadores. Al subir y bajar las escaleras de los edificios pequeños que visita para conocer el entorno de sus "amigos" admirados escucha las conversaciones fantasmales de Ramón López Velarde; le llega de pronto el olor de los crisantemos del día de la boda de Saturnino Herrán; vemos a Marco Antonio en Austria visitar y revisitar una estación de trenes sólo para imaginar a Egon Schiele (Marco le llama el amigo) que podía llegar en uno de los vagones; Marco "entrevista" a los amigos de sus amigos en esta conjunción de ensayo, biografía, investigación minuciosamente documentada pero también cuento.

Así, César Vallejo le presta dos libros, Los Heraldos negros y Trilce (eso es lo que de por sí hace un autor: prestar sus libros a los amigos desconocidos), y Marco Antonio los lee en la misma semana en que se los dio Vallejo, con curiosidad, con ternura, con admiración. "En ellos –nos dice– creí hallar una alianza íntima de audacia verbal y los sollozos y reclamos de un alma herida".

Se delinean las pasiones intensas de los creadores, tantas veces no correspondidas; nos habla de nuestras señoras de las ilusiones, de las pasiones trágicas como la de la mujer que se suicida ante la muerte de Modigliani, Jeanne, esa mujer pelirroja, suave, tímida y frágil que Modigliani pintó y dibujó veinticinco veces con trazos curvos elegantes y elementos quietos. Se trazan las penurias de la soledad, de la pobreza, de la enfermedad, de la indiferencia, al tiempo que brilla intermitente la nostalgia de paraísos perdidos, de amistades entrañables tragadas por el tiempo.

Aparecen retratos hablados, retratos dibujados con palabras que nos revelan los rostros y mundos de sus personajes. Dice por ejemplo de Schiele: "Un rostro de forma triangular, de pájaro en vuelo, los ojos con una mirada donde dejaba percibir que veía todas las cosas a su alrededor."

En estas descripciones encontramos la gran intuición poética que es llevada hasta sus últimas consecuencias en este libro: la correspondencia entre el mundo interno y el mundo externo, entre el alma y un cuerpo que se extiende más allá de la piel pegada al hueso; se trata de otra capa de la piel que pasa por los rostros de los amigos, por las calles que multiplican el laberinto de nuestra identidad, por las ciudades que tenemos tatuadas en el ser.

Si esto es así, hablar de esas ciudades, de los paisajes que son parte fundamental del artista, permite registrar tonos que son vitales para interpretar, para entender desde adentro la mirada, el espíritu que impregna su singular percepción. Por eso Marco Antonio tiene la intención de que las ciudades hablen, que generen imágenes que delineen el retrato humano y artístico. Y en efecto, en este libro hablan las calles, las librerías, los cafés, los parques, las ciudades que Marco Antonio visita para conocer el ropaje exterior que dice tanto de sus personajes.

En este acucioso ejercicio podemos imaginarnos –paseando junto con el autor, ya que este es un libro sobre la compañía– cómo vivió César Vallejo las callejas oscuras y los hoteles pobres del primer distrito de París, y qué importancia tuvieron en su alma esas avenidas caminadas tantas veces; nos encontramos con el horror de Rimbaud ante una Charleville que detestaba por estrecha, oscura y pequeñoburguesa, en contraste con el anhelo de sol y olas de mar; al visitar esta ciudad, en días que le advierten que serán grises, Marco Antonio rastrea la melancolía feroz del adolescente marcada por la lluvia, la humedad y el frío. Al terminar ese viaje, por supuesto llueve y Marco Antonio anota una sensación de tristísimo sosiego.

Si el paisaje cifra al poeta, también el poeta sostiene el mundo externo a través de una extraordinaria precisión verbal. Marco Antonio nos habla de las palabras de Trakl sobre Salzburgo. Esa ciudad era justamente como él la describía: calma, silencio, decadencia, lenta rutina. Acota Marco Antonio: "Cuando más tarde leí sus poemas comprendí que nadie, hasta él, había recobrado el paisaje y la ciudad con esa exactitud de milagro."

En esta exploración que realiza Campos hay dos momentos de la correspondencia entre mundo interno y externo que me parecen particularmente notables, uno referido a Van Gogh, el otro a López Velarde. Marco Antonio nos recuerda que Van Gogh vivió en Arles solamente durante quince meses, aunque pareciera que ahí moró toda la vida. En el aire de Arles se sentía más cerca de un mundo de tonalidades finas que le daban la ilusión de estar en el Extremo Oriente. Escribe Marco: "Van Gogh no habría sido Van Gogh sin el sol de Provenza. Cierto: en París había comenzado a forzar el color o el color a forzarlo a él, pero es en el sur donde el color estalla. Con el color expresa y el color lo expresa." El paisaje le habla a este poeta del color. Van Gogh decía que "el murmullo de los olivos tiene algo inmensamente viejo".

Otra correspondencia deslumbrante entre mundo exterior e interior, entre el sonido y el color de afuera y el murmullo que percibe el poeta, es la de López Velarde y el paisaje de Jerez, tal como lo registra el fino oído de Marco Antonio cuando describe la Casa del Poeta y la correlación con sus versos:

En las tapias estallan en flor las bugambilias moradas. Imagino que en la pared de los cuartos de los hermanos es donde salta el saltapared que dibuja en el poema. La tipografía de los versos crea toda la sensación del pájaro en la tapia. Los hexasílabos son con rima asonantada y acento agudo: bien, saltapared, fue, después, fiel, ajedrez, rey, es, cordel... Brincos y picoteos. En aquel entonces, corredores y patios de casas jerezanas eran un permanente coro de pájaros. En las jaulas repartidas cantaban y revoloteaban canarios y verdines, calandrias y zenzontles, gorriones y palomas habaneras. El poeta cuenta que cuando volvió una vez a casa a medianoche lo acogió "un canto como de vena de agua que solloza". Era el zenzontle prisionero cuya lengua es comparable a las "lenguas arpadas" que escribieron musicalmente los clásicos.
Para despejar toda duda de que los poetas pueden apreciar la música común presente en el paisaje interno y el paisaje externo, Marco Antonio nos regala una imagen fascinante: "Jerez tenía reputación por sus sabrosos dulces y debía ser para el poeta el ejemplo señalado del paraíso de compotas. En su libro sobre el lapso lopezvelardeano, Eugenio del Hoyo enlista numerosos dulces que hacían las jerezanas con manos inventivas. Entre muchos: biznagas, rompemuelas, chilacayotes, jamoncillos, melcochas, alfajores, pepitorias. En panaderías y casas se horneaban variados panes de huevo, panes de manteca y panes de polvo. Curioso: a Pablo Neruda sin haber leído a Del Hoyo y sin haber estado nunca en Jerez, le parecía la poesía de López Velarde ‘comestible, como turrón o mazapán o dulces de aldea, preparados con misteriosa pulcritud y cuya delicia cruje en nuestros dientes golosos.’"

Si hacemos el ejercicio de Neruda con las palabras del libro de Marco Antonio, tal vez lo podríamos ver caminando por las calles del barrio de San Cosme en donde imagina al poeta José Martí que a su vez imagina que acompaña al poeta Manuel Acuña caminando por las calles del barrio de San Cosme. Marco Antonio camina por las calles de diversas ciudades y escucha voces y conversa fraternalmente con sus amigos del pasado y del presente, los acompaña. Entre esas estampas entrañables celebro una en la que caminamos juntos. Marco Antonio ríe abiertamente, sobrelleva desdichas, comenta, intepreta, me habla del misterio de la poesía y el arte en el momento en que la luz se hace más intensa justo antes de que anochezca en las calles de Coyoacán que lo cifran •