La Jornada Semanal,   domingo 2 de febrero del 2003        núm. 413
Un espíritu
rabiosamente rebelde

Germaine Gómez Haro

Germaine Gómez Haro nos recuerda una opinión de Magritte sobre Matta: “es un joven que viene de América del Sur. Hace unas pinturas mil veces más interesantes que las de Miró. Tiene cantidad de ideas”. Tal vez este sea el dato fundamental de la vida y la obra del maestro chileno: una eclosión constante de ideas y una huida sistemática de las “novedades nuevas” y de los lugares comunes manoseados ad nauseam por los mercachifles del arte. Breton dijo que Matta era un “surrealista nato” y Germaine precisa que en el “universo mattiano se fusionan el cosmos, la naturaleza, el hombre, la tierra y el infinito”. Roberto Matta, esté donde esté, seguirá siendo un genial outsider, un “encantado observador de estrellas”.

Roberto Sebastián Matta Echaurrén, fallecido en noviembre de 2002 a los 91 años de edad, fue una de las personalidades más originales e influyentes del panorama artístico del siglo xx. Guerrero incansable hasta el último día, su campo de batalla fue la pintura y su legado, una pléyade de lienzos enormes tanto en formato como en contenido. Telas cargadas de fuerzas telúricas y cósmicas, torbellinos de líneas y luces fulgurantes que revelan su necesidad de expresar lo inefable, los misterios insondables del ser interior y su proyección hacia el infinito. Arquitecto de formación, físico y matemático por pasión, pintor-poeta considerado el último representante de la primera generación de surrealistas europeos, y piedra de toque del expresionismo abstracto estadunidense, Roberto Matta es referencia obligada en la historia del arte moderno universal.

Matta nació en Santiago de Chile en 1911 en el seno de una familia burguesa de origen vasco-francés. Se formó en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de su ciudad natal, pero muy pronto su espíritu liberal y rebelde lo llevó a romper con su familia y con su país, y en 1933 decidió viajar a Europa e instalarse en París. Al poco tiempo consiguió trabajo en el taller del prestigiado arquitecto Le Corbusier. Pasó la Navidad del ’34 en Madrid, donde conoció a Federico García Lorca, quien le ofreció una carta de presentación para su amigo Salvador Dalí. En 1936 se instaló unos meses en Londres y trabajó para Gropius y Moholy-Nagy. Ahí conoció también a Henry Moore, a Roland Penrose y a Magritte. El pintor belga quedó gratamente impresionado por el chileno, de quien más tarde expresaría: "Matta es un joven que viene de América del Sur. Hace unas pinturas mil veces más interesantes que las de Miró. Tiene cantidad de ideas".* Sin duda, además de su genio creativo, Matta siempre tuvo un talante cautivador.

Años después, el pintor lamentaría que su "falta de experiencia e ignorancia" no le permitieran, en su momento, aquilatar la importancia de todos los personajes que tuvo la oportunidad de conocer. Sin embargo, sostenía que la experiencia fundamental que lo marcó en esos años fue el descubrimiento de Marcel Duchamp y de Man Ray en la revista Cahiers d´Art: "Esa fue la revelación: era posible, pues, pintar el momento del cambio." Con esto se refería a la posibilidad de captar lo trepidante y fugaz del tiempo y del espacio, la realización de una pintura "sensible", antirracional, que fue su leitmotiv a lo largo de toda su creación.

Tras el impacto producido por el fusilamiento de García Lorca, Matta decidió romper definitivamente con la arquitectura para dedicarse de lleno a la pintura. De regreso a París, en 1937, se presentó a Dalí con la nota que le había dejado el poeta granadino. El surrealista español lo remitió con André Breton, quien, a su vez, quedó seducido por la personalidad del chileno y por la frescura de sus dibujos, y lo reconoció como un "surrealista nato". A partir de ese momento, Matta ingresó en las filas del surrealismo y se convirtió en el más joven y dinámico integrante que llegó a insuflar aires nuevos al movimiento que atravesaba por un periodo de estancamiento.

Al año siguiente, 1938, participó con cuatro dibujos en la célebre Exposición Internacional del Surrealismo, organizada por Breton, Eluard, Duchamp y Man Ray. Sus primeros dibujos, realizados con grafito y lápices de crayón, barruntan el complejo universo mattiano que fusiona el cosmos, la naturaleza, el hombre, la tierra y el infinito. Son paisajes de formas vegetales y orgánicas, donde se adivinan siluetas humanas amalgamadas en las masas de volúmenes difuminados; nalgas, senos, manos u ojos se asoman entre las líneas voluptuosas y los escarabajeos aparentemente caóticos. Son obras sugerentes y misteriosas que contienen una alta carga sensorial y erótica.

Hasta entonces, su exploración plástica se había limitado al trabajo dibujístico, pero ese mismo año, durante una estancia en Bretaña con Gordon Onslow Ford, lo incitó a lanzarse al campo de la pintura. Así comenzó a elaborar la concepción de sus Morfologías psicológicas que serián la piedra de toque de su devenir pictórico. Durante ese año y el siguiente se dedicó a perfeccionar la técnica y llevó a cabo una decena de estas Morfologías –también conocidas como Inscapes-, metáforas poéticas de paisajes interiores que, a mi parecer, son de sus obras más originales, tanto por el efecto formal como por el misterioso entramado de símbolos que encierran. Así lo expresa el artista: "El mundo de la morfología psicológica da forma a nuestros pensamientos más desenfrenados. Es un Infierno-Paraíso donde todo es posible. Ahí el deseo más recóndito se puede hacer realidad como por acto de magia. Los detalles de la estrella más lejana pueden volverse tan aparentes como las líneas de la palma de la mano. Los objetos encuentran una proyección en el tiempo. Aquí se revelan todos los objetos que no serían percibidos más que a través de un microscopio…"

Al inicio de la segunda guerra mundial en 1939, a instancias de Marcel Duchamp, Matta emigró a Nueva York, donde se encontró con sus compañeros surrealistas Ernst, Masson, Tanguy, Dalí y Breton. Entre otros exiliados europeos estaban Chagall, Léger, Lipchitz, Mondrian, Seligmann y Zadkine. Los desastres de la guerra harían de Nueva York la nueva capital internacional del arte.

NUEVA YORK: EL CRUCE DE CAMINOS

A su llegada a Nueva York en 1940, Matta encontró un ámbito artístico un tanto estancado. Prevalecía el Realismo Social y la pintura regionalista, pero la tensión generada por la guerra sacudió a las jóvenes generaciones que buscaban nuevos caminos para expresar sus tribulaciones. La personalidad extrovertida y audaz de Matta, además del hecho de estar casado con una norteamericana y hablar perfectamente el inglés, propició su acceso e incorporación al medio artístico neoyorquino; sus contemporáneos se sintieron, de inmediato, seducidos por el sofisticado y extravagante artista sudamericano e imantados por la fuerza de su creación. Matta se relacionó con críticos e historiadores del arte como Meyer Shapiro y Lionel Abel, y entabló amistad con los futuros expresionistas abstractos: Gorky, Baziotes, Pollock, Kamrovsky, Busa y Motherwell. Este último lo define así: "El entusiasmo de Matta creó el efecto de un cataclismo en medio de la depresión morosa que prevalecía entre los artistas americanos […] Fue el más enérgico, el más poético, el más encantador y el más brillante de los jóvenes artistas que haya conocido."

La necesidad de encontrar nuevos temas y formas de expresión los condujo, bajo la égida de Matta, a revalorar los fundamentos del surrealismo que, para entonces, ya había caído en ciertos convencionalismos. Matta consiguió por un tiempo el liderazgo de este grupo y promovió entre ellos la exploración del lenguaje no figurativo por la vía del automatismo, para expresar, sin limitaciones conceptuales, los claroscuros y las ambigüedades del mundo interior. Otro punto de encuentro entre Matta y los jóvenes norteamericanos fue su interés por el arte primitivo. Matta fue un profundo admirador y coleccionista del arte aborigen americano, al que hace alusión en numerosas obras durante la década de los cuarenta, como la conocida pintura extrañamente titulada Here Sir Fire, Eat!, que evoca sutilmente un ritual antiguo.

En 1940, Matta participó en la Exposición Internacional del Surrealismo organizada por Wolfgang Paalen y César Moro en la Galería de Arte Mexicano de Inés Amor. El año siguiente viajó a México con Robert Motherwell, experiencia fundamental que marcó el devenir de ambos artistas. Para Motherwell, en tres meses hizo "el aprendizaje de diez años de surrealismo", mientras que Matta "toma conciencia del poder aterrador de la Tierra", sensación que inspirará toda una serie de obras que define como "caoscósmicas". En la pintura Be Grave, a Fool is Coming, aparece un personaje en la sección izquierda que remite a las máscaras monstruosas del dios maya Chac. A partir de entonces, el chileno incorporó a su creación elementos de las culturas precolombinas, africanas y de Oceanía.

En un lúcido ensayo de Octavio Paz que se publicó en el catálogo de la exposición retrospectiva de Matta en el Centre Georges Pompidou, el poeta señala que 1942 fue una fecha axial para el artista chileno, para la pintura norteamericana y para el arte de la segunda mitad del siglo xx. Los jóvenes pintores norteamericanos, ávidos de nuevas imágenes y experiencias, encontraron en Matta la fuente de inspiración anhelada. Aunque ahora parezca intrascendente, hay que señalar que la utilización de los formatos monumentales que caracterizan a los expresionistas abstractos también se debe a la influencia del chileno, quien promovió entre ellos la gestualidad libre en esas superficies extensas, antes inéditas.

En el año de 1944, Matta realizó dos de sus pinturas más reconocidas: El ónix de Electra y El vértigo de Eros. Desde mi punto de vista, el signo más innovador de estas obras es que inauguran la creación de un nuevo espacio a través de una perspectiva lineal muy compleja, un laberinto inasible de líneas que evocan, simultáneamente, la inmensidad del universo y las profundidades inabarcables de la psique. William Rubin, quien fuera director del Museo de Arte Moderno de Nueva York, equipara en importancia esta novedosa perspectiva espacial a la del pintor metafísico Giorgio de Chirico.

Los horrores de la segunda guerra mundial marcaron un tour de force en el proceso creativo de artista chileno. En el afán de expresar sus cuitas en torno al dolor y al sufrimiento de la humanidad –especialmente en lo referente a los campos de concentración– Matta introduce en su pintura la figuración y abandona la exploración del subconsciente en favor de una visión humanista y objetiva. Este viraje ocasiona un cisma dentro del movimiento surrealista: Matta es considerado un traidor y es excluido del grupo. Sin embargo, en mi opinión, aunque con el tiempo su obra se volvió cada vez más intelectual y compleja, conservó hasta el final la esencia de ese espíritu surrealista que le permitió desplegar sin límites su imaginería desbordante.

En 1948, Matta decidió regresar a Europa. Vivió un tiempo en Roma y en Londres, viajó por todo el mundo y, finalmente, en 1954, se instaló en París. A partir de entonces, se interna en la exploración de las más variados técnicas y medios. Para él, todo elemento es terreno fértil, llámese tela, papel, arcilla, bronce, plata, video… Sobre ellos, escribe, pinta, dibuja, esculpe, modela, compone. Subversivo, sagaz, mordaz, irónico, amante del humor negro y de la transgresión, Matta nunca se cansó de discutir, denunciar, blasfemar en contra de la violencia, de la injusticia social y de la deshumanización, que fueron sus tribulaciones más intensas.

Su repertorio temático incluyó, cada vez con mayor vehemencia, hechos que afectan al ser humano en su contexto histórico-social, revelando su acendrada postura ética. Aparecen en su pintura los "personajes-totem", inspirados en las llamadas culturas primitivas que admiraba profundamente, y surgen seres descarnados, violentados, con las entrañas abiertas. Como reflejo de los avances tecnológicos y su impacto sobre la humanidad, sus personajes se robotizan, en respuesta crítica a la ciencia ficción y al desmedido culto del hombre a la tecnología.

EL METEORO MATTA

Tras recorrer a vuelapluma la larga trayectoria de Roberto Matta –sesenta y cinco años de pródiga creación– se palpa la armoniosa interacción entre ciencia, naturaleza y humanismo que fue el eje cardinal de su quehacer artístico. Su fascinación por el estudio de los ciclos biológicos, la actividad de los microorganismos, la geología, la física, y su desmedida curiosidad por los enigmas del espacio sideral, se enlazan con sus cavilaciones existenciales en torno a la condición humana. Como un meteoro fulgurante que surcó más de medio siglo de historia, Matta dejó impresas en sus telas huellas insondables de campos magnéticos, en los que enjambres de líneas caprichosas electrizan el espacio para evocar la Ley de la Relatividad de Einstein, la Cuarta Dimensión o las geometrías no euclidianas. La noción de tridimensionalidad y la indagación del ámbito espacial fueron una constante en su lenguaje plástico. La incorporación de sus preocupaciones filosóficas a su imaginería fantástica, a través de la representación de un universo ambiguo que fusiona la ciencia ficción con el mundo orgánico terrenal y el arcano universo galáctico, son la esencia de su arquitectura pictórica. Su pintura es un campo infinito de experimentación donde se enlazan las nociones de espacio-tiempo-materia. Asimismo, su obra revela una profunda nostalgia del Cosmos, de lo inaprensible del Universo.

Para Matta, el hombre está hecho con los mismos átomos que las estrellas y de ahí su anhelo de unión: "Así como la experiencia del universo es individual –escribe– la experiencia de ser individuo es universal." Su pintura es a un tiempo mística e intelectual, telúrica y etérea, sublime y perturbadora, frágil y violenta. Mirar la noche y alimentarse del universo; aprehender la inasible mezcla de materia y energía, el Mysterium Magnum de que hablaba Paracelso: elasticidad, impulsión, gravitación, actividad eléctrica y magnética de sustancias corpóreas casi invisibles, en combinación con paisajes interiores, psicológicos, que nos hablan de la angustia y desasosiego del hombre ante el caos de la modernidad y el impacto de los medios electrónicos y tecnológicos sobre la humanidad.

En los últimos tiempos, Matta solía definirse como un outsider. En el mundo actual globalizado, cada vez más proclive a la homogeneización, ser un outsider es un atributo. Matta recorrió el siglo xx como un meteoro solitario que fue dejando a su paso destellos de lo que significó el objetivo final de su creación artística: la contemplación atónita del hombre ante el infinito.
 

*Todas las citas fueron extraídas del catalogo Matta, Centre Georges Pompidou, París, Francia, 1985.