Jornada Semanal, domingo 26  de enero  de 2003           núm. 412

NMORALES MUÑOZ.
 .LOS JUSTOS (I DE II)
A Claudio, mi hermano, con dos pelotas


 Como suele suceder con muchas de las opciones editoriales académicas en nuestro país, la revista Investigación Teatral tardó ocho años, nada más, en editar su más reciente número, en circulación desde el pasado noviembre. En él se incluye el ensayo "Teatro y Conocimiento", de Elka Fediuk, directora de la Facultad de Teatro de la Universidad Veracruzana, un conciso repaso por las distintas etapas de evolución del ejercicio teatral. En uno de sus apartados, Fediuk llama "teatro de interpretación" a la etapa de finales del siglo xix y principios del xx, cuando el surgimiento del director de escena, con Stanislavski como paradigma, habría de marcar una profunda transformación en la manera de leer el texto dramático. Será a partir de entonces que la labor del director no se limitará a poner en movimiento el universo del dramaturgo, sino que entrañará una verdadera traslación escénica, con su inherente dosis de aportación individual, de la obra dramática.

Fediuk hace una clara distinción entre las dos vetas principales de exploración del director de escena hacia el texto dramático:

El teatro de interpretación puede fundarse en el principio de la traducción literal, y se orientará a un proceso deductivo (traducción del lenguaje escénico al lenguaje escrito), puede tomar la ruta de la traducción crítica y establecer una dialéctica entre la "obra" (texto escrito) y el "espectáculo", tomando un cariz ideológico y puede adquirir la ruta de la versión libre, utilizando la obra (texto escrito) como "materia prima" para una creación independiente de la cual el director de escena será el autor/creador.
La cita anterior se antoja idónea para abordar un análisis de la versión que Ludwik Margules hace de Los justos, de Albert Camus, en el Foro Teatro Contemporáneo. Ubicable formalmente dentro de la segunda corriente señalada por Fediuk, la de la versión libre, la adaptación presenta ambivalencias que la hacen pisar de igual manera el territorio de la traducción crítica. No se puede hablar de una abierta independencia entre las propuestas de Margules y Camus en tanto las modificaciones del director polaco no pretenden utilizar la obra como mero pretexto para una creación autónoma en esencia, sino que se constituyen como una refinada paráfrasis que, lejos de disociar ambos planteamientos, termina convocándolos en un mismo punto de aterrizaje. Si en su momento Camus se sirve de la historia de los revolucionarios rusos para ahondar en su búsqueda, de indisoluble congruencia humanística, hacia una renovación moral del ser de su época, Margules, en tiempos en los que se está mucho más vacunado contra la esperanza, se inclina por mostrarnos cómo esta pureza ideológica, amén de sus intenciones esenciales, puede devenir fundamentalismo con tan sólo un imperceptible giro de tuerca. Hermanadas ambas en la denuncia de los dispositivos primigenios de la violencia, las propuestas de autor y director escénico no se contraponen, sino que se complementan inexorablemente, así aborden la fábula desde perspectivas divergentes: si en Camus es evidente que la trayectoria de Kaliáyev habrá de catapultarlo a la categoría de héroe trágico y denunciante del oprobio de la realeza rusa, en Margules es el mismo protagonista, con sus contradicciones y flaquezas, quien se erige como involuntario profeta de las atrocidades que, en nombre del comunismo, habría de perpetrar el régimen soviético. Se trata, pues, más de un episodio dialéctico entre ambos autores, retomando lo dicho por Fediuk, que de una abierta "traición", en todos sentidos, al original.

Hablando de las formas, Margules se circunscribe a "peinar" escasamente el texto, agregando una primera escena con Shkurátov y condensando la acción en un solo ámbito indefinido, con lo que aprovecha la indudable carga narrativa de Camus para convertir su versión en un muy logrado ejercicio dramatúrgico, mucho más próximo a otros autores que al propio Nobel francés. Los justos de Margules recuerda por momentos, por la predominancia de la anécdota en los parlamentos y la importancia que tienen los sucesos de la extra-escena dentro de la estructura dramática, a la tradición renovadora del drama contemporáneo iniciada hace más de un siglo por Chéjov en alguna buhardilla de Moscú.

(Continuará)