NOÊ
MORALES
MUÑOZ.
.LOS
JUSTOS (I
DE II)
A Claudio,
mi hermano, con dos pelotas
Como suele suceder con
muchas de las opciones editoriales académicas en nuestro país,
la revista Investigación Teatral tardó ocho años,
nada más, en editar su más reciente número, en circulación
desde el pasado noviembre. En él se incluye el ensayo "Teatro y
Conocimiento", de Elka Fediuk, directora de la Facultad de Teatro de la
Universidad Veracruzana, un conciso repaso por las distintas etapas de
evolución del ejercicio teatral. En uno de sus apartados, Fediuk
llama "teatro de interpretación" a la etapa de finales del siglo
xix y principios del xx, cuando el surgimiento del director de escena,
con Stanislavski como paradigma, habría de marcar una profunda transformación
en la manera de leer el texto dramático. Será a partir de
entonces que la labor del director no se limitará a poner en movimiento
el universo del dramaturgo, sino que entrañará una verdadera
traslación escénica, con su inherente dosis de aportación
individual, de la obra dramática.
Fediuk hace una clara distinción
entre las dos vetas principales de exploración del director de escena
hacia el texto dramático:
El teatro de
interpretación puede fundarse en el principio de la traducción
literal, y se orientará a un proceso deductivo (traducción
del lenguaje escénico al lenguaje escrito), puede tomar la ruta
de la traducción crítica y establecer una dialéctica
entre la "obra" (texto escrito) y el "espectáculo", tomando un cariz
ideológico y puede adquirir la ruta de la versión libre,
utilizando la obra (texto escrito) como "materia prima" para una creación
independiente de la cual el director de escena será el autor/creador.
La
cita anterior se antoja idónea para abordar un análisis de
la versión que Ludwik Margules hace de Los justos, de Albert
Camus, en el Foro Teatro Contemporáneo. Ubicable formalmente dentro
de la segunda corriente señalada por Fediuk, la de la versión
libre, la adaptación presenta ambivalencias que la hacen pisar de
igual manera el territorio de la traducción crítica. No se
puede hablar de una abierta independencia entre las propuestas de Margules
y Camus en tanto las modificaciones del director polaco no pretenden utilizar
la obra como mero pretexto para una creación autónoma en
esencia, sino que se constituyen como una refinada paráfrasis que,
lejos de disociar ambos planteamientos, termina convocándolos en
un mismo punto de aterrizaje. Si en su momento Camus se sirve de la historia
de los revolucionarios rusos para ahondar en su búsqueda, de indisoluble
congruencia humanística, hacia una renovación moral del ser
de su época, Margules, en tiempos en los que se está mucho
más vacunado contra la esperanza, se inclina por mostrarnos cómo
esta pureza ideológica, amén de sus intenciones esenciales,
puede devenir fundamentalismo con tan sólo un imperceptible giro
de tuerca. Hermanadas ambas en la denuncia de los dispositivos primigenios
de la violencia, las propuestas de autor y director escénico no
se contraponen, sino que se complementan inexorablemente, así aborden
la fábula desde perspectivas divergentes: si en Camus es evidente
que la trayectoria de Kaliáyev habrá de catapultarlo a la
categoría de héroe trágico y denunciante del oprobio
de la realeza rusa, en Margules es el mismo protagonista, con sus contradicciones
y flaquezas, quien se erige como involuntario profeta de las atrocidades
que, en nombre del comunismo, habría de perpetrar el régimen
soviético. Se trata, pues, más de un episodio dialéctico
entre ambos autores, retomando lo dicho por Fediuk, que de una abierta
"traición", en todos sentidos, al original.
Hablando de las formas, Margules se circunscribe
a "peinar" escasamente el texto, agregando una primera escena con Shkurátov
y condensando la acción en un solo ámbito indefinido, con
lo que aprovecha la indudable carga narrativa de Camus para convertir su
versión en un muy logrado ejercicio dramatúrgico, mucho más
próximo a otros autores que al propio Nobel francés. Los
justos de Margules recuerda por momentos, por la predominancia de la
anécdota en los parlamentos y la importancia que tienen los sucesos
de la extra-escena dentro de la estructura dramática, a la tradición
renovadora del drama contemporáneo iniciada hace más de un
siglo por Chéjov en alguna buhardilla de Moscú.
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