GERMAINE
GÓMEZ
HARO
TRASLACIONES IBERO-MEXICANAS
Con
motivo del vigesimoquinto aniversario del restablecimiento de las relaciones
diplomáticas entre México y España se organizó
la exposición Traslaciones, España-México, pintura
y escultura, 1977-2002, inaugurada el pasado mes de julio en el Círculo
de Bellas Artes de Madrid, y actualmente en exhibición en el Palacio
de Correos de nuestra capital. La muestra, comisariada por Miguel Cervantes,
reúne el trabajo de trece artistas de ambos países, cuya
obra ha sobresalido durante el pasado cuarto de siglo. El primer acierto
a señalar en esta exposición es la acuciosa selección
de los participantes, tomando en cuenta la prolijidad de creadores reconocidos
que destellan en ambas latitudes. Miguel Cervantes demuestra, una vez más,
sus magníficas dotes de curador y museógrafo, derivadas de
su amplísima cultura visual. Lejos de ser un despliegue megalómano,
como a veces resultan los eventos oficiales, esta muestra se caracteriza
por su armonía, sobriedad y atinada elección de obras.
A
decir de Miguel Cervantes, Traslaciones "propone recrear similitudes
y diferencias" entre los artistas mexicanos y españoles, pero, más
que una confrontación de estilos y lenguajes, la obra aquí
reunida plantea la existencia de una red de concomitancias que el espectador
va descubriendo a través de un guión museográfico
basado, principalmente, en las calidades plásticas de las piezas.
El recorrido da inicio con unas espléndidas pinturas de Miró
que propician un diálogo lúdico con las esculturas de Juan
Soriano, especialmente La luna (2002), obra misteriosa que se emparienta
por azares de la creación con una pintura en blanco y negro (Sin
título, 1976-78) del mallorquín. De Rufino Tamayo llama
fuertemente la atención El reloj olvidado (1986), obra misteriosa
y poco conocida que remite directamente a su trabajo realizado en la década
de los treinta. Las cuatro piezas del oaxaqueño confirman la originalidad
de su creación dentro del panorama tanto nacional como internacional.
Dos artistas que destellan como estrellas que se apartan de la constelación
son el realista español Antonio López García y la
última representante del surrealismo europeo en México, Leonora
Carrington. De Antonio López me emociona ver por vez primera su
multirreproducida obra La Gran Vía, impresionante lienzo
que está acompañado por un finísimo dibujo a lápiz
titulado Membrillero de poniente 3, que hace recordar la inolvidable
película de Víctor Erice El sol del membrillo en
la que el pintor español muestra magistralmente los entresijos de
su apasionante poética pictórica.
La sala dedicada a la pintura abstracta
da cuenta de la frescura que estos artistas, iniciados en los años
cincuenta, han conservado a lo largo de las décadas siguientes.
Aquí convive el español Pablo Palazuelo con Vicente Rojo,
Manuel Felguérez y Gunther Gerszo. Si bien estas pinturas se hilvanan
por su carácter no figurativo, se hace patente que el lenguaje abstracto,
ya sea geométrico o informal, posibilita un sinfín de exploraciones
plásticas que estos representantes han llevado a sus últimas
consecuencias.
Dos
salas, en particular, me parecieron de una exquisitez sublime: la que reúne
a Tápies, Chillida y Toledo, y en la que se presentan José
Luis Cuevas y Antonio Saura. La primera es un homenaje al gusto por la
materia, ejemplificado por los tres collages monumentales del catalán
miden más de dos metros de superficie colocados al lado de La
cangrejera, el portentoso lienzo realizado por nuestro maestro oaxaqueño
para el Club de Industriales. Es una oportunidad poder admirar esta pintura
fuera de su ubicación permanente donde, a mi parecer, no se consigue
apreciar el derroche de detalles, esgrafiados y calidades cromáticas
y matéricas que la conforman. A un costado de esta apabullante pintura,
Cervantes colocó estratégicamente otra obra de Toledo que
se antoja como su contraparte. Se trata de una pieza de pequeño
formato, ejecutada sobre papel recortado, finamente dibujado al gouache
y decorado con aplicaciones de mica, que da la idea de un mosaico sutilmente
ensamblado, y es ejemplo de las infinitas exploraciones técnicas
y matéricas que sigue llevando a cabo el polémico oaxaqueño.
En el centro de la sala, cuatro esculturas de Chillida realizadas en diferentes
materiales alabastro, tierra cocida y acero muestran, en su elegancia
y sobriedad, otro aspecto de la pasión por la materia.
Cuevas y Saura comparten el gusto por los
mundos soterrados y los une su admiración a Goya y a todo ese universo
umbrío conocido como el tenebrismo español. Su creación
coincide en la utilización de grises y negros, colores asociados
a la melancolía, como vía idónea para representar
a los seres marginados y dolientes que pueblan sus universos pictóricos.
La
sala de mayores dimensiones reúne al resto de los artistas, y su
distribución museográfica probablemente significó
un dolor de cabeza para el curador. Sin embargo, el reto se resolvió
favorablemente. El recorrido se percibe como una cadena formada por eslabones
aparentemente disímbolos que se van enlazando sutilmente hasta formar
un rico compendio de diversidades. Aquí destacan las asociaciones
libres: el humor negro y transgresor de creadores rebeldes como Gironella,
Eduardo Arroyo y Julio Galán se contrapone a la poética posmoderna
de Boris Viskin y al lenguaje de reminiscencia neomexicanista de Rocío
Maldonado. Una figura aislada es el catalán Miquel Barceló,
cuyos fenomenales lienzos son, a mi juicio, de las piezas más atractivas
e imponentes del conjunto. Las abstracciones de José Manuel Broto
y Luis Gordillo entablan un diálogo entre sí, en tanto que
Frederic Amat, notable pintor que fusiona brillos y opacidades, en superficies
tersas y texturas ásperas, convive con las esculturas postconceptuales
de Juan Muñoz y Cristina Iglesias, que se enlazan con las creaciones
lúdicas y poéticas del más joven y célebre
participante mexicano: Gabriel Orozco.
Además de brindarnos la oportunidad
de ver en nuestro país obras maestras muy selectas, algunas de ellas
provenientes de colecciones particulares, una exhibición heterogénea
como Traslaciones muestra que el denominador común en el
lenguaje pictórico y escultórico de los últimos veinticinco
años es, ante todo, la pluralidad. |