La Jornada Semanal,   domingo 19 de enero del 2003        núm. 411
Semblanza de Iván Illich

Braulio Hornedo

Con todos los pronósticos en contra desde el momento mismo de su nacimiento, Iván Illich, austriaco de nacimiento aunque universal por convicción, anduvo por todas partes –Europa, el Lejano Oriente, Estados Unidos, Puerto Rico, México...–, lo estudió casi todo –historia, filosofía, teología, sociología, diplomacia...–, fue y dejó de ser sacerdote, y escribió una serie de libros que constituyen buena parte de eso que suele denominarse como pensamiento moderno: La sociedad desescolarizada, La convivencialidad, El género vernáculo, El trabajo fantasma y muchos más, varios de ellos generados en el CIDOC, centro de estudios que Illich fundó y clausuró en Cuernavaca. La muerte alcanzó a Illich el pasado mes de noviembre.

A don José Luis Martínez
en sus ochenta y cinco años
El muy difícil primer embarazo de Helena llevó a su esposo, el ingeniero civil Iván Peter, a tomar la decisión de trasladarse a Viena, la capital de Austria, en donde esperaban encontrar el apoyo de los mejores médicos disponibles para intentar resolver un previsible parto complicado. Los doctores no creían que el producto pudiera sobrevivir y lo desahuciaron apenas nacido, aquel sábado 4 de septiembre de 1926.

El recién nacido superó milagrosamente los pronósticos. Antes de cumplir tres meses emprendió el primer viaje por su patria, primero en tren y después en barco, para ser llevado bajo el cuidado de una enfermera hacia la costa de Dalmacia, tierra de sus ancestros, a fin de ser bendecido por su abuelo como el primogénito que era.

En una conferencia titulada "Silence is a commons" presentada en Tokio el 21 de marzo de 1982, Iván Illich rememora aquellos días: "después de mi nacimiento fui puesto en un tren, después en un barco y llevado a la Isla Brac. Allí, en un pueblo de la costa dálmata, mi abuelo me bendijo. El abuelo vivió en la casa donde había vivido mi familia desde la época en que Muromachi gobernó Kyoto. Desde entonces muchos gobernantes llegaron y partieron de la costa dálmata; los duques de Venecia, los sultanes de Estambul, los corsarios de Dalmacia, los emperadores de Austria y los reyes de Yugoslavia. Pero estos múltiples cambios en el uniforme y el idioma de los gobernantes cambiaron poco de la vida cotidiana de estos quinientos años. Los mismos postes de madera de olivo sostenían la casa del abuelo. El agua seguía recolectándose en las mismas losas de piedra sobre el techo.

"Mi abuelo recibía noticias dos veces al mes. Entonces llegaban en tres días transportadas en vapor; anteriormente llegaban en barcazas, tardaban cinco días en llegar. Cuando yo nací, para la gente que vivía en los costados de los caminos principales la vida transcurría pausada y cambiaba imperceptiblemente. La mayor parte del ambiente seguía siendo del dominio común, parte de los commons. La gente vivía en casas hechas por ellos mismos, transitaba por calles apisonadas por sus animales, era autónoma para conseguir y usar el agua, podía disponer de su voz para hablar. Todo esto cambió con mi llegada a Brac.

"En el mismo barco en el que llegué a la isla, en 1926, se transportó el primer altavoz. Pocos habían oído hablar de tal cosa. Hasta ese día todos los hombres y mujeres habían hablado en un volumen de voz más o menos igual. De ahí en adelante todo cambiaría; el acceso al micrófono determinaría cuáles voces serían amplificadas. El silencio dejó de ser parte de los commons; se convirtió en un recurso por el que compiten los altavoces. El idioma mismo dejó de ser parte de los commons para convertirse en un recurso nacional para la comunicación. Del mismo modo que los cercos de los lores aumentaron la productividad nacional al negar al campesino la posibilidad de tener unas cuantas ovejas."

El pequeño creció itinerante. Pasaba una parte del año con su abuelo en Dalmacia, otra parte con su otro abuelo en Viena, y otra más viajando con sus padres. De 1936 a 1941 residió principalmente en la casa de su abuelo de Viena, estudiando en el Piaristengymnasium, donde fue marcado como medio-ario, con protección diplomática obtenida gracias a su padre. Dicha protección sirvió también para proteger a su abuelo judío del nazismo. Las tropas alemanas tomaron Austria y en su avance crearon un nuevo entorno; cercaban lo que alguna vez fueron ámbitos de comunidad o commons y lo convertían en campos de concentración de prisioneros. Tiempo después, al final de la segunda guerra mundial y con el ascenso de Estados Unidos como principal potencia occidental, surgiría el concepto de desarrollo como discurso legitimador de un nuevo tipo de guerra hegemónica y global, de baja, media o alta intensidad según se necesite, y que terminaría por modificar la condición humana misma. El desarrollo como religión surgió como una creencia global.

En 1941 Illich comenzó a ser considerado por las leyes nazis como medio-judío, y tuvo que salir furtivamente del territorio que en ese momento era considerado alemán. A los quince años llegó a Italia, en donde pasó el resto de su juventud, radicando en Florencia primero y posteriormente en Roma.

Los años de su juventud en Italia son marcados por la necesidad de trabajar para ayudar a la manutención de su madre y sus dos hermanos mellizos más pequeños (su padre había fallecido recientemente). El joven Iván cursa la preparatoria en Florencia, en el Liceo Científico Leonardo da Vinci, en 1942. Decide estudiar ciencias naturales con especialidad en química inorgánica y cristalografía en la Universidad de Florencia (1942-1945) y en la Universidad de Roma (1945-1947). Lo acompañó el estigma de "diferente" en esos años de estudiante, por la descalificación permanente de muchos de sus maestros, que, como los doctores en su nacimiento, no le daban muchas esperanzas para sobrevivir en la vida académica. Sin embargo lo logró en un acto de justicia poética que lo convirtió en un lector voraz, independiente y crítico, con una insólita memoria histórica y una precisa y preciosa lucidez crítica.

A la vuelta del tiempo ese joven lector independiente se matriculó no tanto para obtener una credencial de estudiante con una identidad falsa a manera de salvoconducto ante la persecución del régimen fascista, como para estudiar "seriamente". Y a pesar de los equívocos pronósticos de doctores y maestros, logró graduarse en lo que hoy llamamos física del estado sólido antes de cumplir los veinte años.

Hacia el final de la segunda guerra mundial estudió apasionadamente: de 1944 a 1947, filosofía, obteniendo una mención summa cum laude, y de 1947 a 1951, teología (cum laude) en la Universidad Gregoriana en Roma. Posteriormente obtuvo un doctorado en historia (magna cum laude) en la Universidad de Salzburgo, donde quedó fascinado por dos de sus profesores: Albert Auer y Michel Muechlin, quienes se convirtieron en sus más grandes maestros de método histórico y de interpretación de textos antiguos. El profesor Auer asesoró su tesis doctoral, que versó sobre las dependencias filosóficas y metodológicas de Arnold Toynbee. Poco después comenzó un posdoctorado o "habilitación" con Auer en la Universidad de Princeton, sobre el macro-micro cosmos en Alberto Magno y sus discípulos.

Al iniciar los cincuenta ingresó a la Iglesia católica, al parecer destinado en principio a la carrera diplomática en El Vaticano por su desbordante talento; sin embargo, de 1951 a 1956 se fue a Estados Unidos como sacerdote asistente en la Iglesia de la Encarnación en Nueva York. El propio Iván establece las razones de su traslado a Estados Unidos en la entrevista realizada por David Cayley: "Quería alejarme de Roma. No quería integrarme a la burocracia papal y pensé hacer una tesis posdoctoral, algo que las universidades alemanas llaman habilitación, sobre alquimia, acerca del trabajo de Alberto el Grande. Sobre este tema hay documentos muy importantes en la Universidad de Princeton y fui invitado a ella. Pero luego, durante mi primer día en Nueva York, literalmente en mi primera tarde, con unos amigos de mi abuelo, oí acerca de los puertorriqueños y su arribo. Pasé los siguientes dos días en el barrio sobre la Calle 112 y la Quinta Avenida, la 112 y Park Avenue, debajo de los rastros de la Central de Nueva York, en donde los puertorriqueños tenían su mercado. Inmediatamente fui a la oficina del Cardenal Spellman y le pedí un sitio en la parroquia de Puerto Rico. Y fue así como me quedé en Nueva York."

En Manhattan se hizo cargo de un centro en donde se atendía a inmigrantes puertorriqueños. Esto llevó a Illich a encarar una fuerte disputa en contra de migrantes italianos, irlandeses y judíos, que rechazaban cruelmente a los nuevos inmigrantes puertorriqueños. Las absurdas demandas de los viejos inmigrantes fueron desafiadas por Illich cuando decidió aceptar como parroquianos de la Iglesia católica a los puertorriqueños que así lo solicitaban. Para él, la labor de aceptación de los puertorriqueños en Estados Unidos terminó en 1956 cuando el cardenal Spellman e Iván, en presencia de treinta mil puertorriqueños reunidos en el campus de la Universidad de Fordham, festejaron a San Juan, el santo patrono de Puerto Rico.

En 1956 fue enviado a Puerto Rico. Su destino era la Universidad Católica de Santa María en Ponce, donde se le nombró vicerrector. Su tarea principal consistió en enseñar a los religiosos de Estados Unidos y Canadá a hablar el español y acercarse a la cultura hispana para poder hacerse entender en sus países de origen con los millones de inmigrantes hispanoparlantes. También fue miembro del Consejo Superior de Enseñanza en la Universidad (estatal) de Puerto Rico. Fue "alejado" de la isla por su oposición a las amenazas del obispo de Ponce en contra de los fieles que votaran por el gobernador Luis Muñoz Marín, quien se declaró partidario de una política de control de la natalidad auspiciada por el Estado.

A finales de la década de los cincuenta, Illich fundó en la Universidad Fordham, en Nueva York, el Centro de Formación Intercultural (CIF) mientras trabajaba como investigador y profesor del Departamento de Sociología, impartiendo seminarios intensivos dos veces al año. El propósito del CIF era capacitar a los misioneros norteamericanos no sólo para hablar español, sino sobre todo para entender y respetar las culturas de los países latinoamericanos, no desde la perspectiva de una cultura dominante que piadosamente les lleva la salvación, sino propiciando un diálogo intercultural entre semejantes.

En 1961 Illich decidió trasladar a Cuernavaca, México, el centro de operaciones donde continuar las labores del CIF. Rentó el viejo hotel Chulavista, para ese entonces abandonado. Acondicionó el espacio y se puso a trabajar en medio de aquella "tibieza vegetal donde se hamaca/ el ser en filosófica mesura", como escribió Reyes en su Homero en Cuernavaca. Poco después el CIF se mudó al actual barrio de San Jerónimo.

La perspicaz agudeza crítica de Iván le permitió identificar en el llamado del papa Juan XXIII para que los obispos norteamericanos enviaran al menos diez por ciento de sus monjas y sacerdotes como misioneros para ayudar a modernizar la iglesia en Latinoamérica, una trampa en la que la Iglesia católica contribuía a la expansión hegemónica del imperialismo económico norteamericano, sustentado en lo que se conocía como Doctrina Truman, esto es, la idea del desarrollo económico como un fin deseable y alcanzable por todos, instrumentada con bombo y platillo como una Alianza para el Progreso por la administración Kennedy.

El modo de vida norteamericano se convirtió en el modelo del "desarrollo deseable para todas las naciones", así como en bandera y divisa de las políticas económicas de los países del área de influencia de Estados Unidos. Esa doctrina se esparció con tal fuerza en América Latina que los años de educación escolar obligatoria se incrementaban progresivamente como indicadores del "desarrollo" de un país. Las élites de tales naciones predicaban que el camino más corto para salir del subdesarrollo era la escolarización. Sin embargo, y esto lo demostró elocuentemente Illich, la escuela, para los países latinoamericanos, no significaba la salida del tercer mundo sino una nueva fuente de injusticias y de control social por parte de los verdaderos beneficiarios de ese desarrollo.

DESDE 1958, a partir de sus conversaciones con Everett Reimer, Illich, entonces vicerrector de la Universidad Católica de Ponce, en Puerto Rico, empezó a percatarse de que para la mayoría de los seres humanos el derecho a aprender se ve restringido por la obligación a asistir a la escuela. A lo largo de los años sesenta, Illich y Reimer mantuvieron vivo el diálogo sobre el tema, que se hizo cada vez más sistemático en los dos seminarios anuales que desde 1966 organizó en Cuernavaca, Valentina Borremans, cofundadora y directora del Centro Intercultural de Documentación. Buena parte de los frutos de las discusiones, en que participaron centenares de personas, aparecieron en las publicaciones del CIDOC. (Opciones núm. 10, suplemento de El Nacional, México, 10/vii/1992.)

EL CENTRO INTERCULTURAL DE Documentación (CIDOC) fue la continuación del CIF. Fundado con la colaboración de Valentina Borremans, Feodora Stancioff y Gerry Morris entre otros, en él no sólo se enseñaba español, sino que se discutía sobre la misión que la Iglesia estaba llevando a cabo en Latinoamérica. A Illich le parecía evidente que la alianza entre la Iglesia y el naciente culto al desarrollo era una trampa. El mismo desarrollo le pareció una calamidad que provocaba un daño creciente a millones de personas en todo el mundo.

En 1966, con el CIDOC se abrió un controvertido espacio de reflexión, en el cual se realizaban intensas discusiones respecto de Latinoamérica y el desarrollo. En los jardines era posible encontrar, en los recesos de los seminarios, tomando un café o caminando bajo las sombras de las jacarandas y los tulipanes, a intelectuales de la talla de Paul Goodman, Erich Fromm, Peter Berger, Paulo Freire, Sergio Méndez Arceo y otras destacadas personalidades de los cinco continentes. De las discusiones que se llevaron a cabo en esos años surgieron los Cuadernos deCIDOC, pequeños volúmenes editados, impresos y encuadernados internamente, con inaudita velocidad e independencia para la tecnología editorial de la época (sin fotocopiadoras económicas y rápidas, ni mucho menos computadoras o impresoras láser). A mediados de la década de los sesenta, un libro como los Cuadernos de CIDOCtardaba semanas en producirse comercialmente, mientras que en CIDOC se lograban producir en días. De esos Cuadernos provienen los primeros libros o "panfletos" publicados por Iván en español durante la década de los setenta: La sociedad desescolarizada, La convivencialidad, Energía y equidad, Desempleo creador, etcétera. Durante esos años, Illich hizo severas críticas a la Iglesia católica; en una conferencia incluso la comparó con la Ford Motor Company. Acusó a la Iglesia de no ser más que otra burocracia que promovía ese veneno llamado modernidad o desarrollo.

En el geométrico rango de las ideologías políticas, ni la derecha ni la izquierda de la Iglesia católica soportaron las críticas de Illich. Incluso el jesuita Dan Berrigan lo acusó de violencia intelectual. Ya en 1967, la Iglesia censuró al CIDOC y poco después, Illich abandonó esa enorme burocracia llamada Iglesia católica. El CIDOC se mantuvo hasta 1976, cuando Illich decidió, voluntariamente, cerrarlo. El CIDOC funcionó exactamente un decenio. Pero que sea el propio Iván Illich, en la entrevista con David Cayley, quien precise esta historia:

–¿Por qué estableciste el CIDOC?

–De las cosas que hice en Puerto Rico había una que deseaba continuar: la cruzada contra el desarrollo. El objetivo del CIDOC era ése, en parte, y en otra era atenuar el mal causado por los cuerpos de paz. [...] Sabía que los voluntarios eran un modelo de demostración para los altos niveles de consumo en servicios cuando eran mandados a Latinoamérica [...]. A través de la imagen de los voluntarios pronto llegó la idea, no sólo por parte de los periodistas sino también por parte de la gente que decía que los voluntarios podían hablar con mucho mayor conocimiento acerca de las situaciones locales; con esto quedaba justificada la idea de que la gente necesitaba la ayuda.

–El propósito delCIDOC era subversivo, explícitamente subversivo desde el principio.

–Hice un lugar con el propósito institucional de proveer en aquel momento el más intensivo, el mejor entrenamiento para hablar español disponible, a cualquier precio, en una atmósfera de reflexión dada durante el curso de cuatro meses; la gente debía reflexionar sobre la realidad cultural del país al que iba a ir. [...] En fin, en principio en el CIDOC se trataba de atenuar los efectos negativos que provocaba el envío de voluntarios. A la vez que quería evidenciar la locura ilusoria que significaba el programa de voluntarios; al volverlos reflexivos sobre la realidad de América Latina, esperé a que escribieran sus reportes hacia Estados Unidos, proveyendo un entendimiento mayor a sus superiores, de la situación latinoamericana.

–¿Cómo fue la transición que te llevó de la Universidad Católica alCIDOC?

–En 1959 sentía que había hecho más o menos todo lo que tenía que hacer en Puerto Rico.

–No terminaste muy bien con la Iglesia y otras agencias.

–Creo que fue un escándalo. Y estuve muy solo en un principio.

–¿Por qué suspendiste por completo tu trabajo como sacerdote?

–En 1967 recibí documentos formales de la Curia Romana, que supe habían sido guardados como reportes de la cia y que habían salido de la Mirada Santa. Le dije entonces a la Iglesia: "hiciste un escándalo de mí, nunca más volveré, de ninguna manera, a verme envuelto en ninguna acción que la Iglesia Católica Romana considere propia de un sacerdote. Rechazo mis privilegios y cualquier deber dentro del sistema litúrgico de la Iglesia Romana y de su estructura clerical. Me mantendré alejado. El destino me ha empujado a esta situación en la cual yo no tengo otra alternativa."

–¿Te referías a esa acusación levantada en contra tuya, por parte de la Iglesia?

–Sí, algunos tontos intereses romanos, pero todo eso había pasado. Mi posición, por supuesto, no podía ser entendida, porque la gente siempre creía que yo hablaba como eclesiástico. Pero, desde 1960, me negué a hablar como eclesiástico.

–¿Cuándo y por qué cerró el CIDOC?

–En 1973 llegué a la conclusión de que todo aquello que deseaba hacer al crear el centro, en 1966, estaba hecho desde 1970. Además decidí cerrarlo debido a la curiosa imagen creada por él, y a que no tenía el poder suficiente para responsabilizarme del peligro físico que corrían mis colaboradores –acuérdate de lo que pasaba en aquel entonces en América Latina. Ulteriormente me di cuenta de que el lugar no podría salvarse de una institucionalización como la de la universidad. Vi que cierto peligro se avecinaba en las políticas del gobierno mexicano al sostener el peso. Confié en mi instinto financiero lo suficiente en 1973 como para convencerme de que el boom petrolero no podría sostener la tasa de crecimiento proyectada por las instituciones de planeación mexicanas. Y predije que el soporte del peso llevaría a una terrible quiebra e insolvencia. Mientras tanto la vida en México se volvería cada vez más cara. Nunca tomé dinero de subvenciones, ni regalos; con excepción de un poco para cosas pequeñas, rechazaría hasta una galleta. La independencia del CIDOC se basaba en la diferencia de salarios entre Estados Unidos y México. Ofrecíamos instrucciones intensivas de lenguaje, cinco horas durante cuatro meses en grupos de tres. Pagábamos salarios mexicanos a los maestros, mejores de los que les ofrecía cualquier universidad en Cuernavaca, y cargábamos los gastos en precios norteamericanos que eran altísimos para México pero muy bajos para un estadunidense. Así fue como logramos establecer una biblioteca importante y cursos avanzados en el CIDOC. En 1973 vi que nuestra posibilidad de hacer esto estaba en peligro. A través de las nuevas políticas mexicanas la diferencia entre los precios mexicanos y norteamericanos se iba a reducir bastante. En 1973 llamé a los administradores del CIDOC –nunca tuve ningún trabajo, nunca ejercí ningún poder, nunca firmé ningún documento durante esos años en México, siempre actúe bajo mi incuestionada influencia, pero no a través de ningún poder administrativo–, les pedí que se reunieran y les di un seminario de tres días sobre economía internacional. Les propuse que durante los dos años siguientes todo el dinero que obtuviera el CIDOC no se gastara ni en boletos de avión, ni en libros, sino que se fuera a un fondo. Cuando el fondo alcanzó uno y medio el salario masivo de un año, sería dividido en sesenta y tres partes iguales, la gente se iría a casa, y cerraríamos la institución. Lo hicimos justo en el décimo aniversario del centro, el primero de abril de 1976, con una gran fiesta en la que cientos de personas del pueblo estuvieron presentes. Algunos de los profesores de lenguas dividieron la escuela en diversos centros, la biblioteca fue donada a la más responsable de las bibliotecas cercanas, la del Colegio de México, y de un día para otro, todo se terminó.

LAS INVESTIGACIONES DE ILLICH en los años setenta, tras cerrar el CIDOC, comenzaron a resultar más tratados que panfletos –así llamaba Illich a La convivencialidad, La sociedad desescolarizada, Energía y equidad, Alternativas, El desempleo creador y otros que publicó el CIDOC. El primer tratado de Illich es Némesis médica, compilación crítica de cientos de estudios y publicaciones que documentan la existencia de la iatrogénesis (enfermedades producidas por los propios médicos). En este libro ya no sólo se esbozan ideas para reaccionar ante el sometimiento de las instituciones modernas, administradas y operadas por universitarios, sino que también se trazan las líneas para ampliar investigaciones sobre diversos temas que han sido poco explorados en la actualidad; entre otros, la proliferación de profesionales de la salud que reduce de manera inversamente proporcional la capacidad de la gente para mantener y recuperar la salud propia.

R. Olvera y J. Márquez apuntan que "a fines de los setenta vienen El trabajo fantasma y El género vernáculo. Libros en los cuales Illich va hasta la raíz de algunas de nuestras certidumbres más arraigadas. Allí analiza ideas como la de lengua madre, algunos tipos de aprendizaje, lo vernáculo, etcétera. Asimismo, polemiza respecto a ciertas metas que busca la modernidad, como la igualdad entre el hombre y la mujer.

En los ochenta y los noventa, Illich continuó realizando estudios acerca de las certezas sobre las que estamos anclados en la actualidad; hizo análisis críticos y evaluó qué tan convenientes son dichas certidumbres. De estos años destacan libros como El h2o y las aguas del olvido, en el que realiza una historia del agua y critica la conversión del líquido vital en h2o, y En el viñedo del texto, donde muestra cómo se crearon las certezas de esa mentalidad que algunos han llamado libresca o cultura escrita lega.

Con el paso del tiempo, esta cultura de los ilustrados da como resultado la universalización de las "necesidades" (salud, educación, vivienda, seguridad), que sólo pueden ser satisfechas por profesionales universitarios (los más escolarizados entre los escolarizados) encargados de promover y divulgar la buena nueva del desarrollo económico entre los pueblos subdesarrollados; la necesidad primera de todas las necesidades; la fe globalizadora que une a los creyentes y a los agnósticos, a los capitalistas y los socialistas, a los industriales y los ecologistas, a los militares, los conservadores y los liberales, e incluso a muchos de los rebeldes: la creencia global en el desarrollo. Devota profesión de fe en la modernidad y el progreso, destructores por igual de la naturaleza y la diversidad de las culturas vernáculas que habitamos en nuestra madre, la Tierra.

Creer que las carreteras y los aeropuertos, las escuelas y los hospitales obligatorios y universales son una necesidad indispensable para todos, es muestra inequívoca de pertenencia a esa feligresía, con sectas protestantes que hablan de desarrollo sustentable o con rostro humano, pero que siguen profesando su ciega fe en el desarrollo. Creer en el desarrollo es evidencia contundente de que ya se tiene, o al menos se desea tener, un título universitario y, sobre todo, que se aspira a un modo de vida moderno, materialista y despilfarrador. La tribu invisible, la llamó Gabriel Zaid (lector atento de Illich), quien nos señala en su Progreso improductivo que no hay progreso más urgente que cuestionar nuestra fe ciega en el progreso, cuestionando a su vez a la tribu de los profesionales universitarios en el poder a lo largo y lo ancho del mundo, núcleo central y promotores principales de la religión universal del desarrollo.

Iván Illich murió el 2 de diciembre de 2002 en la Universidad de Bremen, Alemania, mientras dormía. Nos abandona la persona física, no el ejemplo indeleble de su obra. Era un hombre intensamente bueno, pero implacablemente crítico de las instituciones y creencias que socavan la libertad y la convivencia pacífica de los hombres que luchan cotidianamente por su libertad y cultura. Era un rebelde, como lo son los niños y los poetas en el juego creador de hacer el mundo más habitable. Pero también era un viejo sabio de la tribu que supo ver en el espejo del pasado la decadencia del presente, así como visualizar alternativas para un futuro en tránsito a la libertad por los caminos de la paz.