Jornada Semanal, domingo 19 de enero del 2003        núm. 411

ALGO SOBRE “EL MALESTAR DE LA CULTURA” (II)

Freud, nos recuerda Marcuse, hablaba de “la excesiva severidad del superego” que aumenta su intolerancia frente a “cada nuevo abandono de la gratificación”. Además, “cada impulso de agresión que dejamos de gratificar es asumido por el superego que aumenta su agresividad contra el ego”. El avance de la derecha en el mundo, y particularmente en México y en España, el reciente triunfo del fundamentalismo republicano en Estados Unidos y el violento y rudimentario discurso del señor Bush, vuelven enormemente actuales los estudios de Marcuse sobre El malestar de la cultura, pues la lucha de Eros sobre el instinto de muerte sigue siendo el principal combate de la historia humana. Así, podemos decir que el padre terrible sigue esgrimiendo el látigo y, convertido en autoridad sociopolítica o en poder fáctico, insiste en su proyecto de restricción del principio de placer. Más que la gratificación, representada por el goce de vivir, el cumplimiento del deseo y la creación artística, al sistema neoliberal le interesan la acumulación y el ejercicio del poder. Por lo mismo, hace patente esa violencia característica de la fijación en la etapa sádico-anal.

Otra idea de Freud que, según Marcuse, resultó al final exagerada y, por lo tanto, inexacta, indica que la cultura exige una continua sublimación que tiene como consecuencia el debilitamiento del Eros, considerado desde el principio de los tiempos, como el principal constructor de la cultura. La desexualización, al debilitar al Eros, desata los impulsos destructivos. En este esquema, el instinto de muerte gana ascendencia sobre los instintos de vida y los fundamentalismos crecen y conspiran contra los valores de la convivencia civilizada. Por estas razones, los ciudadanos y los gobiernos deberían pensar que la utilización social de los instintos agresivos es un trabajo al servicio de Eros, pues hay en ella la idea de la organización de la convivencia humana. La creación artística, por su parte, produce una intensa satisfacción libidinal que mejora la vida en sociedad y las vidas individuales. Marcuse, Adorno, Freud y Reich nos entregan argumentos suficientes para considerar el carácter de artículo de primera necesidad a la cultura artística, mientras que Ortega y Gasset y Canetti nos proporcionan las nociones de masa y de hombre-masa.

No resultaría útil, después de tantas y tantas divagaciones sobre la cultura, la sociedad y la política, llegar a conclusiones o establecer una línea programática. Los gobiernos neoliberales de Salinas, Zedillo y Fox han mostrado un escaso interés en el verdadero desarrollo de las culturas académica, artística y científica, así como una creciente animadversión por la universidad pública y la educación laica y gratuita. Esto nos obliga a insistir en la defensa de esos valores y a reafirmar la idea de que el Estado tiene un papel rector y coordinador en las tareas del desarrollo cultural, así como una responsabilidad que lo obliga a patrocinar sin tratar de controlar (esta es una paráfrasis de Federico de Prusia) las tareas del arte y de la cultura en general, evitando los excesos de la censura, la manipulación, la prohibición o el castigo a los creadores que no se ajusten a sus pautas ideológicas y, por lo mismo, cumplan el deber provocador que caracteriza a la cultura artística, la función crítica de la cultura académica y la constante vigilancia de sus propósitos y de su matizada neutralidad que son deberes morales de la cultura científica.

Tal vez podamos decir que, frente a las nociones conservadoras sobre la civilización, la noción de la cultura occidental cristiana, los valores de la familia y otros revisables estereotipos, se levanta la idea de los individuos vivos, concretos y oprimidos por la sociedad injusta. La cultura debe propiciar la sublimación libre y el predominio de lo sensual; en pocas palabras, el triunfo del instinto de vida. Lo demás es, como decía Machado, “soledad de soledades/ vanidad de vanidades/ que dijo El Eclesiastés”.

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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