La Jornada Semanal,   domingo 19 de enero del 2003        núm. 411
Poemas
(de Agenda)

José Hierro


Viejo San Juan

A Ricardo Gullón, que vivió aquellos espacios
Junio se acerca, paso a paso de oro.
Llama con su aldabón de lluvia cálida.
Alguien deja en la mesa la copa de aguardiente
y la sombra de una manzana.
Pero no hay mano que la tome,
cuchillo que la parta para extraer de ella
una ventana abierta sobre aquel otro puerto,
sobre las calles de piedras azules,
sobre los cuerpos próximos,
sobre lo irrepetible e imposible.

¿Dónde estará la mano, la gaviota
que llegaba volando sobre el mar,
la boca con su zumo de quenepa,
las ojeras felices
que devolvían la felicidad?

El aguardiente tiene sabor a lágrima,
a sonrisa oxidada por la lejanía.
La manzana de sombra se disuelve
en la sombra del puerto –¿éste, aquél? quién lo sabe–.
El aguardiente tiene sabor a nunca más.

Lope. La noche. Marta

He abierto la ventana. Entra sin hacer ruido
(afuera deja sus constelaciones).
"Buenas noches, Noche."
Pasa las páginas de sombra
en las que todo está ya escrito.
Viene a pedirme cuentas.

"Salí al rayar el alba –digo–.
Lamía el sol las paredes leprosas.
Olía a vino, a miel, a jara."
(Deslumbrada por tanta claridad
ha entornado los ojos.)
La llevan mis palabras por calles, ascuas, no lo sé:
oye la plata de las campanadas.
Ante la puerta de la iglesia
me callo, me detengo –entraría conmigo
si yo no me callase, si no me detuviera–;
yo sé bien lo que quiere la Noche;
lo de todas las noches;
si no, por qué habría venido.

Ya mi memoria no es lo que era. En la misa del alba
no dije Agnus Dei qui tollis pecata mundi,
sino que dije Marta Dei (ella es también cordero de Dios
que quita mis pecados del mundo).
La Noche no podría comprenderlo,
y qué decirle, y cómo, para que lo entendiese.

No me pregunta nada la Noche,
no me pregunta nada. Ella lo sabe todo
antes que yo lo diga, antes que yo lo sepa.
Ella ha oído esos versos
Que se escupen de boca en boca, versos
de un malaleche del Andalucía
–al que otro malaleche de solar montañés
llamara "capellán del rey de bastos"–
en los que se hace mofa de mí y de Marta,
amor mío, resumen de todos mis amores:
                   Dicho me han por una carta
                   Que es tu cómica persona
                   sobre los manteles, mona
                   y entre las sábanas, Marta.

qué sabrá ese tahúr, ese amargado
lo que es amor.
La Noche trae entre los pliegues de su toga
un polvillo de música, como el del ala de la mariposa.
Una música hilada en la vihuela
del maestro de danzar, nuestro vecino.
En la cocina la estará escuchando Marta;
danzará, mientras barre el suelo que no ve,
manchado de ceniza, de aroma, de trigo candeal,
de jazmines, de estrellas, de papeles rompidos.
Danza y barre Marta.

Pido a la Noche que se vaya. Hasta mañana, Noche.
Déjame que descanse. Cuando amanezca regaré el jardín,
saldré después a decir misa
–Deus meus, Deus meus, quare tristis est anima mea–
luego volveré a casa, terminaré una epístola en tercetos,
escribiré unas hojas
de la comedia que encargaron unos representantes.
Que las cosas no marchan bien en el teatro,
y uno no puede dormirse en los laureles.

Hasta mañana, Noche.
Tengo que dar la cena a Marta,
asearla, peinarla (ella no vive ya en el mundo nuestro),
cuidar que no alborote mis papeles,
que no apuñale las paredes con mis plumas
–mis bien cortadas plumas–,
tengo que confesarla. "Padre, vivo en pecado"
(no sabe que el pecado es de los dos),
y dirá luego: "Lope, quiero morirme"
(y qué sucedería si yo muriese antes que ella).
Ego te absolvo.

Y luego, sosegada, le contaré, para dormirla,
aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos marinos,
de lugares vividos y soñados: de lo que fue
y que no fue y que pudo ser mi vida.

Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar.
 


Dibujo de José Hierro, 2001
Colección de Miguel Ángel Muñoz
Prólogo con libélulas y gusanos de seda

Es cosa de libélulas,
de caballitos del diablo: aletean eléctricos,
vibran como cuerdas de una guitarra
que alguien acaba de pulsar,
zigzaguean como relámpagos,
rubrican la mañana azul.

Cosa también de cazadores de libélulas:
nos dejan en los dedos un grumillo de muerte,
un residuo viscoso, una turbiedad amarilla.

A veces se realiza el milagro:
el cazador cobra su pieza intacta y viva.
Comienza entonces la tarea primorosa del entomólogo:
le clava un alfiler para que muera poco a poco
a fin de que conserve intacta su belleza,
su perfección, su apariencia de vida
(porque de eso se trata).
Es cosa de entomólogos, es cosa de poetas,
maquilladores y embalsamadores de cadáveres.

Es cosa de gusanos de seda:
segregan tenues hilos de oro
con los que van edificando
su alcázar, cárcel, túmulo,
su oscuridad definitiva;
se desangran en oro, resignados
a no ver desde fuera nunca jamás su obra concluída.

Un día algo despierta en el recinto silencioso
–resurrección o transfiguración–:
ya no es el tejedor apresurado de la saliva de oro
sino una mariposa, torpe y gorda,
que ni siquiera lo recuerda
(igual que el cuerpo no recuerda
al alma que era suya antes de que él naciera).
La nueva criatura nace a cambio
de destruir lo que fue la razón de vivir y de morir
de alguien que fue ella misma
y que es ahora nada más que un hueco.

Se trata ahora de un hueco donde ocurrió el prodigio,
de una sombra en la entraña de la seda,
de una sombra y un hueco en el que suena
un motor de automóvil.

Escucho ese motor desesperadamente
para saber que no estoy sordo.
Segrego seda para probar que sigo vivo,
para encerrar conmigo el automóvil
y no dejar jamás de oír su música
(yo, como Marinetti, creo ahora
que un automóvil es más bello
que la Victoria de Samotracia).

A los 65 años de mi vida
cambié mi viejo coche.
Y ahora, a los 67, escucho al nuevo
sonar por penúltima vez.
No queda tiempo ya.
Yo he sido para él su amor primero
como él para mí el último.

Y me abandonará dentro de nada
(como al amante viejo la amada joven),
cuando no pueda acariciarlo.
Si él fuese un perro me daría compañía
y se dejaría morir cuando muriese yo.
Pero es únicamente un artilugio mecánico
–metal, cristal, plástico, goma–,
esclavo dócil que obedecerá
mientras mi mano sea firme.

Quiero pensar, lo necesito, que me recordará
desde algún cementerio de automóviles
cuando yo esté en mi camposanto de cipreses y cruces
(o, mejor, cuando sea cenizas diluidas
en la palpitación de la mar).

Entro en la seda del poema roto
donde alguien, que fui yo, murió más de una vez.
No hay nadie, nada: tan sólo un automóvil.
Pongo el motor en marcha: le hablo de libélulas,
de gusanos de seda.
                                Le pregunto
qué será lo que yo quería decir.


Cronología de 
José Hierro

1922. Nace el 3 de abril en Madrid. Sus padres fueron Joaquín Hierro, empleado de telégrafos y madrileño de origen, y Esperanza Real, natural de Santander. Tuvo una hermana, Isabel.

1924. A los dos años se traslada toda la familia a Santander.

1928-1936. Estudios primarios y luego en la Escuela de Industrias, donde estudia peritaje eléctrico-mecánico que no termina por causa de la guerra.

1934. Recibe un premio de cuento infantil en el Ateneo de Santander.

1936. Conoce a José Luis Hidalgo, de quien será amigo hasta la muerte de éste.

1936-1939. Aparecen publicados sus primeros poemas en un periódico de Gijón y en el Romancero general de la guerra de España. Vive la guerra en Santander con su familia. Joaquín Hierro es encarcelado hasta 1941.

1939. En septiembre ingresa en prisión acusado de pertenecer a una red clandestina de ayuda y socorro a los presos, y recorre las cárceles de Santander, Comendadoras (Madrid), Palencia, de nuevo Santander, Porlier y Torrijos (Madrid), Segovia y Alcalá de Henares. Es procesado dos veces y, finalmente, se le condena a doce años y un día de reclusión, pero abandona la cárcel en enero de 1944. A los pocos días muere su padre.

1942. Nace en Valencia, a partir de una tertulia que se celebra en el Bar Galicia, animada por Ricardo Blasco, Jorge Campos y Pedro Caba, la revista Corcel, en la que colaborará José Luis Hidalgo.

1944. En enero, José Hierro sale de la prisión de Alcalá de Henares. Aparece en abril de este año el primer número de la revista Proel.

1946-1952. Vive en Valencia y en Santander y trabaja en la revista Proel. En el ’52 se traslada a Madrid y trabaja en Radio Nacional hasta 1987, año de su jubilación.

1947. Recibe el Premio Adonáis y publica los poemarios Alegría, Tierra sin nosotros y Con las piedras, con el viento. Se casa con María de los Ángeles Torres en 1949.

1953-1957. Publica Quinta del 42, Antología poética, Estatuas yacentes y Cuanto sé de mí. En el ’57 recibe el Premio de la Crítica y el Premio March.

1960. Durante la década de los sesenta dirige la tertulia en el Ateneo de Madrid. La policía franquista la censura y los tertulianos se refugian en la librería Abril.

1978. Acompañando al artículo de Aurora de Albornoz "Aproximación a la obra poética de José Hierro (1947-1977)", aparecen los primeros poemas de Agenda, con el título de "Compasivamente en la noche" en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 341, en el mes de noviembre.

1980. Aurora de Albornoz publica una extensa Antología de la obra de José Hierro.

1981. Recibe el Premio Príncipe de Asturias.

1982. Aurora de Albornoz publica, en la colección "Los poetas" de la Editorial Júcar, una antología precedida de un extenso prólogo, con el título de José Hierro.

1987. Se jubila de su trabajo en Radio Nacional.

1990. Se concluye la redacción de Agenda. Obtiene el Premio de las Letras en su convocatoria de ese año.

1995. Recibe el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

1998. Recibe el Premio Cervantes.

1999. Recibe el Premio Nacional de Poesía Española.

2002. Muere en Madrid, a los ochenta años de edad.


Poema

José Hierro

Dibujo de José Hierro, 1998
Colección de Hugo Gutiérrez Vega

Con un lápiz portugués
y flores de Portugal
dibujé, aunque lo hago mal,
este rostro balinés.
¡Hombre!, ya sé que no es
–la vanidad no me ciega–
digno de que lo ficiera
estirpe cual la de vos
(nuevo ripio:) ¡vive Dios!
don Hugo Gutiérrez Vega

 
                               Pepe
                               Lisboa, 1998