La Jornada Semanal,   domingo 12 de enero del 2003        núm. 410
Poema

Ricardo Yáñez

A aquel hombre lo procuraban, y cuánto, los pájaros,
el hombre que limpiaba las ventanas de vidrio,
el hombre que pintaba las paredes de blanco.
Aquel hombre, siendo la ruina de su propia vida, no era una ruina,
sino era un hombre,
un hombre al que los pájaros procuraban.
Se le sentía de cerro y cielo,
se le sabía de música y palomas.
Era un hombre tirando a ser el hombre,
era un hombre tirando a ser lo limpio de las ventanas
y la brocha borrando lo gris de las paredes.
Era un hombre cantando, era un hombre bailando
cuando reía.
Era un hombre que había sufrido mucho,
más que yo mismo.
Era un hombre que no tuvo pasteles
y no podía entender, de niño,
cómo es que había pasteles para los cumpleaños de su hermano,
su medio hermano, año tras año.
Era un hombre viviendo detrás del mostrador, entre costales de
frijoles
y botellas de ruido hecho licor.
Era un hombre que amaba, tanto, la vida
como la aman los árboles
y que era amado
por los pájaros
como si fuera un árbol, el bosque de ese árbol, las nubes de ese
bosque,
la solución de todo el canto.
Ese hombre se ha muerto
para nosotros, no por nosotros.
Pidió antes de morir: –No quiero que me carguen, quiero que me
acompañen–, y no lo acompañamos, y miren,
ya se acercan, como son, como nada, los pájaros.