Jornada Semanal, domingo 12 de enero del 2003                núm. 410

LUISTOVAR

ASÍ NO BAILA M’IJA
CON EL SEÑOR

No es fácil encontrar en la filmografía mexicana actual una película tan elocuentemente fallida como Acosada, como tampoco lo es hablar de ella a partir de la máxima según la cual hasta el peor de los filmes tiene algo rescatable. Tras una larguísima espera, y después de haber sido exhibida en los foros restringidos del Festival de Cine Francés en Acapulco y la Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara, la más reciente obra de Marcela Fernández Violante llegó a la cartelera comercial solamente para fungir como ejemplo de lo que no se debe hacer, o bien como muestra de que hay un tipo de cine nacional pobre, desmañado y elemental que se niega a morir y que, increíblemente, todavía es capaz de encontrar espacios, así sea con más de un año de retraso (mientras, una cinta propositiva e interesante como Cuento de hadas para dormir cocodrilos, gran ganadora en la más reciente entrega de Arieles, continúa enlatada).

Demostrando que sencillamente no sabe actuar en cine, la otrora estrella televisiva y ocasional defensora de causas justas Ana Colchero, es incapaz de dar personalidad o siquiera un poco de volumen a Eugenia, protagonista de una historia tan plana, lineal y sin matices como la propia dentista que vuelve a casa y se da cuenta de que se han colado a su departamento para robarle televisión, tocadiscos, licuadora, etcétera, además de un álbum fotográfico que ella apreciaba mucho. Esto detona lo que veremos después, consistente en la denuncia del robo, el encarcelamiento del "zorrero" que dio el soplo a los ladrones, las amenazas de la banda delictuosa contra Eugenia para que retire los cargos, idas y venidas al reclusorio, el perdón de la dentista gracias a la insistencia de un abogado defensor y, finalmente, un saldar las cuentas a medio camino entre el ojo por ojo y muerto el perro.

En Acosada el anquilosamiento formal va de la mano con la limitación conceptual. Desde las primeras escenas (es difícil hablar aquí de secuencias, dado el artero trabajo de edición) Fernández Violante establece una arritmia narrativa con la que llegará hasta el final: los personajes entran a escena, dicen sus parlamentos, terminan de decirlos y acaba la escena. Para ello se vale casi exclusivamente de la técnica del plano-contraplano hasta convertirlo en un recurso al mismo tiempo aburrido e irritante, y cuando abandona este método es sólo para evidenciar una impericia sorprendente. Una secuencia en particular: Eugenia llega a casa en su auto; un sujeto se acerca, le dice que alguien más tiene un telegrama para ella pero no se atreve a dárselo y se ofrece a llevarla con aquél; ella le pide una identificación, el sujeto huye; ella corre tras él, que escapa; ella le pide a un policía que atrape a un hombre "que quiso secuestrarla" y éste le dice que no, por "los derechos humanos"; ella vuelve a su auto. Entonces uno se da cuenta de que el auto se quedó abierto con las llaves y el bolso de Eugenia adentro, que en la Ciudad de México nadie persigue a un supuesto secuestrador, que éste jamás sería así de torpe, que el auto no seguiría allí al volver Eugenia... Con ser un claro ejemplo de cómo filmar sin ingenio alguno, este fragmento no es lo peor: hay al menos un par de secuencias completas, tan mal concebidas y ejecutadas como aquélla, que no funcionan siquiera como subtramas y nada tienen que ver con el tema principal (decidir cuál será éste es otra dificultad). Una: Eugenia y Lirio (María Bernal, a quien usted debe recordar fotografiada en las piernas de Raúl Salinas de Gortari) meten maletas en un elevador. Lirio se va de viaje pero no se va porque es golpeada y violada en el taxi que la llevaría al aeropuerto; va a casa de Eugenia sólo para llorar su desventura y avisar que le pedirá refugio al embajador español, "donde se siente más segura". Dos: Eugenia habla con dos policías judiciales (los muy desperdiciados José Sefami y Ernesto Yáñez) que le proponen servir de carnada para atrapar a la banda ladrona; se niega y los corre de su casa cuando su madre le llama por teléfono. Si usted vio o piensa ver la película y averiguó para qué sirve todo esto, tendrá mi más rendida admiración.

Aun si Acosada no adoleciera de fallas como las referidas, faltaría limpiarla del rosario de frases chocantes, hueras, rimbombantes y solemnes con las que se expresan los personajes, y que acaban de dar al traste con lo que seguramente fueron buenas intenciones, sólo que plagadas de moralina y, en infinidad de ocasiones, de un antimasculinismo que se pretende antimachismo: "es el egoísmo de la época", "quien perdona a los malos hace daño a los buenos", el verso principal de la canción tema de la película: "si eres mujer, te la dejan caer", o, como si fuera poco, esta joya de la ironía: "A este puto país ya se lo llevó la chingada", dicho nada menos que por Lirio, el personaje interpretado por Bernal, cómplice innegable de la familia De Gortari, una de las principales responsables de que, en efecto, a este país se lo esté llevando la chingada...

Anticlimática en su raquitismo emocional, racista en su caracterización de los "buenos" y los "malos", clasista y maniquea cuando quiere dividir el mundo en víctimas y victimarios (aquí las víctimas siempre son mujeres y siempre son pudientes), y portadora de un feminismo panfletario, Acosada le da la razón a quienes quieren seguir pensando mal de un cine al que, evidentemente, no nada más le hace falta un peso por boleto.