Jornada Semanal,  domingo 12 de enero de 2003           núm. 410 

JAVIER SICILIA

LA CORRUPCIÓN DE LA FE

En la primera película de su magnífico Decálogo, Krzysztov Kieslowski plantea una de las más temibles realidades del hombre contemporáneo: la pérdida de la fe o, mejor, la corrupción de su misterio.

La película, que se basa en el primer mandamiento de las tablas mosáicas: "Amarás a Dios sobre todas las cosas", nos narra, con el fulgurante minimalismo kieslowskiano, la historia de un niño que en pleno invierno polaco quiere ir a patinar sobre un pequeño lago que está cerca del barrio de Stowki, en la periferia de Varsovia, en donde vive. Su padre, un ingeniero, va a ver el lago, lo examina, tiene sus dudas. Finalmente, ingeniero tecnologizado, se instala frente a su computadora, la alimenta con los datos necesarios: la masa de agua, la profundidad del hielo, la temperatura externa, etcétera y aguarda. El resultado de la computadora es positivo: la condición del lago es susceptible de utilizarse para patinar. Da permiso al niño. En la noche, al regresar a su casa del trabajo, escucha las sirenas de la ambulancia que llegan por el niño que se hundió en el lago.

Lo que Kieslowski nos muestra es el desplazamiento de la fe, de la confianza en Dios, al terreno de la máquina y de su aparente poder de control sobre lo imponderable. La duda razonable que al principio tiene el ingeniero es substituida por el poder técnico. Sobre su intuición que, en el orden del ser, es llamado de Dios, el ingeniero pone su confianza en el poder de la máquina. Lo terrible de este acto no es sólo el deslazamiento del mandato de Dios al ídolo tecnológico, sino la creencia en que la técnica nos pone en posesión de un control absoluto de la realidad.

En la antigüedad, cuando el poder de la tecnología no irrumpía en nuestras vidas, el hombre vivía bajo la eudemonia, es decir, bajo la alegría de la confianza en la virtud del bien. El mundo, más allá de nosotros, estaba sostenido por un misterio del que dependía toda nuestra existencia: Dios estaba al principio y al final de todo. Es la palabra de santa Teresita: "¿A dónde puedo caer que no estés Tú?" Era un mundo abierto a la fe, a la confianza en la aventura de la vida; la aceptación humana, dice Raymundo Panikkar, de que hay un orden justo y bueno, "un nomos, rita, dharma, tao, torah, una ley, una trascendencia, un Dios que está por encima nuestro y al cual los hombres tenemos acceso si seguimos y reconocemos ese mismo orden".

Con el desarrollo tecnológico esta experiencia se fue desplazando para dejar paso, primero, al poder del control racional; luego, al poder de la tecnología que no es otra cosa que el poder de la razón científica aplicado a la máquina.

Este cambio de óptica, este desalojo de Dios de la vida humana, esta desproporción, ha derivado no sólo en un constreñimiento de la vida, sino en la sumisión del hombre a la ilusión de que a través de sus máquinas puede controlar todo lo real. Ya no reconoce ninguna medida exterior a sí mismo que no pase por su razón y por su aparente control. El mundo, sin Dios y sin trascendencia, se le presenta como una realidad inhóspita que debe dominar. Toda su moral se vuelve entonces un reto de medición, de cálculo, de fe en los desarrollos tecnológicos de su razón. Nada que no pase por el control de la medición es digno de confianza para el hombre contemporáneo.

Sin embargo, como sucede en la película de Kieslowski, lo real, es decir, aquello, que está sometido al misterio de Dios y de sus límites, constantemente se brinca nuestra aparente ilusión de control e irrumpe en nuestras vidas para desafiar nuestra conciencia.

Frente a esta realidad del hombre de hoy ¿qué se puede oponer? Creo que la humildad del huésped.

Un huésped es quien pone su confianza en otro y en consecuencia obedece, sabe escuchar a alguien que le trasmite un conocimiento. En el caso que nos ocupa, es aprender de nuevo a prescindir del control de la máquina, volver a escuchar lo que habita en los pliegues de nuestra intuición y abandonarnos a su confianza.

No se trata de detener el progreso, sino de no abandonar el espacio de lo humano, de cruzar el umbral en donde podamos habitar de nuevo el espacio en el que somos interpelados y acogidos por el misterio.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de san Andrés, liberar a todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva.