|
舠Mujer
ideal舡/empleada doméstica: el conflicto de un binomio indisoluble
Ximena Bedregal - La trabajadora doméstica con
características similares a las actuales: una persona -casi siempre
mujer- perteneciente a los sectores pobres, que realiza en el espacio
de lo privado y a cambio de una remuneración económica menor,
muchas de las labores domésticas y cotidianas para mantenimiento
y reproducción de la familia, nace en Europa en el siglo XVIII
y lo hace absolutamente ligada a los nuevos roles que el sistema patriarcal
de la naciente burguesía pre y post revolucionaria le asignaría
a las mujeres: madres, amas de casa, guardianas del patrimonio del padre
en el espacio absoluto de lo privado, el cual, en ese siglo, se separaría
radicalmente del mundo de lo público asignado a los varones.
La importancia asignada a la familia por la revolución francesa,
paradójicamente construida sobre la hiper valorización de
lo público (el espacio de la transparencia, del servicio al Estado,
del control para el orden y de la producción) y la desvalorización
de lo privado ( el lugar de lo faccionario, del secreto, del interés
particular, de la conspiración, del ocio y el descanso) implicó
cambios radicales en la vida cotidiana.
La creciente segregación de las funciones y del espacio no sólo
se daba entre las ciudades y el campo, entre las tareas y los espacios
de la casa y del trabajo, también se fue marcando al interior de
las propias viviendas. Si en una casa de mediados del S. XVIII era imposible
diferenciar los espacios más allá de aquel donde dormía
la familia y aquel donde se hacía todo lo demás, para principios
del XIX la idea de que los niños tuvieran cuartos independientes
o de separar la zona donde se comía de aquella donde se cocinaba,
era algo ya no tan novedoso. Si en el 1750 en la casa se producía
y reproducía, para 1800 la casa concebida exclusivamente para la
vida doméstica era ya una realidad, relacionada ésta con
el concepto de espacios diferenciados para que los hombres realizaran
su trabajo y luego se reconstituyeran para volver a su papel público.
Esta expansión de las casas de la nueva burguesía y la redefinición
del rol de las mujeres hacia los integrantes de la familia, al cual que
se le sumó el deber de darle al varón la mayor cantidad
de hijos posibles, implicó un sustancial aumento de las tareas
que debía cumplir esa ideal mujer ama de casa. Esto, a la vez que
la imagen sublime de la feminidad burguesa, implicaba una mujer frágil,
delicada, angelical, en vivencia plena de su domesticidad. Cumplir todos
estos mandatos amplios y contradictorios, implicaba la necesidad de apoyo
de otras mujeres.
La otra cara del nacimiento y fortalecimiento de la burguesía era
el crecimiento de la clase obrera: mal pagada, explotada y necesitada
de ingresos extra generados por sus hijos y mujeres. La forma de vida
popular supone también a la mujer 舠en el hogar舡 pero
esto no significa para ellos 舠dentro del hogar舡, tanto porque
la indigencia de sus habitaciones hace del domicilio un lugar de reunión
más que una residencia, como porque el ama de casa popular debe
esforzarse por aportar a la familia un salario complementario procedente
sobre todo de servicios, que busca fuera de casa, en los espacios privados
de otras familias más adineradas.
La servidumbre doméstica como parte del servicio gratuito que el
siervo de la tierra y toda su familia le debía a su amo y señor
había terminado. El primer salario para mujeres por realizar tareas
domésticas (y único hasta el día de hoy) había
nacido, se les llamó sirvientas, servidumbre del hogar, criadas
y en sus jerarquías más altas, doncellas, institutrices
y amas de llaves.
舠Tener criadas舡, marca el ascenso a una casta superior, en
particular del varón de la familia: la de las gentes servidas que
tienen los recursos para que el tiempo libre de sus mujeres se dedique
a la representación de la feminidad en boga y a las tareas de ostentación
del poder económico del marido. Dentro de las mujeres de servicio
hay un mundo jerarquizado que va desde las institutrices: mujeres educadas,
de 舠buenas familias venidas a menos舡 a quienes se les dan
ciertos 舠privilegios舡 pero se les exige un rígido comportamiento
dentro de todos los estereotipos 舠morales舡 de la época,
hasta las 舠criadas subalternas舡, altamente explotadas e invisibles,
habitantes de las cocinas, traspatios y buhardillas, sin nombre propio,
sin vida personal.
Para finales del S. XIX, con una clase media urbana ya extendida y deseosa
de tener quién la sirva, aumenta la demanda inaugurándose
las 舠oficinas de colocaciones舡 y se inicia también
la 舠empleada única para todo servicio舡, sistema que
durará hasta la segunda guerra mundial, cuando la economía
de posguerra imponga la familia nuclear, con solo dos hijos, la vuelta
de la mujer a las tareas del hogar y la tecnología hogareña
con máquinas para 舠facilitar舡 los quehaceres de la
casa y reemplazar a la empleada.
En las áreas urbanas de nuestro continente se siguió, en
general, el mismo esquema, aunque la servidumbre gratuita (feudal) duró
-especialmente en pueblos y áreas rurales- hasta las revoluciones
agrarias o 舑allí donde no las hubo- se mezcló con
el servicio asalariado hasta bastante entrada la 舠modernidad舡
del S. XX.
Mientras en Europa y Estados Unidos este hogar tecnologizado y sin empleada
se mantiene en general hasta hoy día (salvo en los hogares de altos
ingresos donde se sigue utilizando el servicio doméstico, ahora
compuesto por migrantes de los países pobres) en nuestros países
la crisis del campo, la migración masiva de mano de obra barata
a las ciudades, la incorporación de las mujeres a la educación
y por tanto a los espacios laborales con sus nuevas jornadas extra de
trabajo femenino, han permitido mantener la oferta y la demanda de 舠empleada
única para todo servicio舡.
La extensión de las ideas de igualdad y de derechos humanos va
produciendo un cierto cuestionamiento sobre este estatus arcaico que representa
la 舠empleada doméstica舡. Para cada vez más mujeres
y en especial para las feministas el 舠hacerse servir舡 y en
particular el 舠hacerse servir por otra mujer舡 -aunque se le
pague con justicia y se respeten sus derechos laborales con rigor- presenta
dificultades particulares, conflicto que difícilmente se resolverá
si no se retoman los cuestionamientos a la gratuidad del trabajo doméstico
para todas las mujeres y se desarrolla una cultura del valor que representan
y generan estas actividades y tareas y que tanto la familia como la sociedad
se corresponsabilicen de su cumplimiento. Mientras tanto, hasta la más
radical feminista seguirá diciendo ¿qué haría
yo si no tengo una trabajadora doméstica que me ayude?.

|