Con los ojos mojados Ligia Donají Ramos Soto
Me perdí en la tersa manía de inmiscuirme en tus cercanías, de inhalarte a través de mis ojos, de poseer de ti las postales instantáneas que la tarde me regalaba, estando tú arrellanado en la lejanía de tus párpados clausurados. Dormido, en los brazos de un espacio en suspenso, tu espalda era mapa de murmullos, pequeño cielo surcado de claroscuros. Todo tú, ángel perverso de mágicas alas oscuras. Animal selvático que trituraba mis pensamientos con caricias afiladas, que despertó dentro de mis entrañas con rugidos eternos, que lamió con cauteloso afán mis paredes internas para marcar su territorio y después invernar, invernar en paz, con la profunda certeza de haberse arraigado en mí de por vida. Observé cómo un dulce esfuerzo yacía desmayado sobre tu boca entreabierta, cómo tus garras eran laxos brazos que descansaban lejos de mi humedad... y observé... cómo sumido en la inconsciencia podía dejarte atrás con todo y la influencia malsana de tu boca sobre cada uno de mis actos... cómo era de fácil exiliarme en la fuga, para librar la sensatez de los erróneos consejos que la pasión me incrustaba en las sienes, dejándome siempre al extremo contrario del amor... Y observé de qué manera las
manías de tu cuerpo anestesiaban la voluntad de mi cordura, que
prefirió esperar hasta que despertaras.
Etérea Ligia Donají Ramos Soto
Dubitativo, sentía las patadas desesperadas que la urgencia por acortar distancia asestaba certera en su bajo vientre. Dos tequilas de a hidalgo y una cerveza pasada con prisa amarraron el salto. Cierto, a pocos metros la volátil imagen parecía desdibujarse con el roce del aire. Estáticamente bella, le aguardaba en la distancia. La ruta hacia donde ella se hallaba, con todo y sus pantalones de cuero negro untadísimos, se acortaba con desmesura mientras él trataba de ahuyentar los espasmos de su cuerpo por el nerviosismo, entregando la sobriedad a la Noche Buena que con la mano izquierda vaciaba con urgencia en su garganta. Su perfil no desmentía, nariz pequeña sin ser diminuta, cabello al rape dejando asomar la frágil delgadez de la nuca, Robert Smith al fondo como broche de oro para el excelso cuadro, perfecto juego de ángulos salientes sus finas facciones, que ahora ya más de cerca perdían delicadeza, si se tomaba en cuenta el pequeño asomo de bigote sobre los pálidos labios... La criatura voltea y dirige despacio su
darketa mirada de andrógino adolescente hacia él,
que después de una última patada en el bajo vientre, se dirige
con prisa a la barra a conseguir otra chela.
Fin de los tiempos Enrique Bravo
Tocaron a la puerta y abriste. Ahí estaban un par de señoras, ellas sí con el rostro radiante, ufanándose de haber tenido la razón, que si era el "Fin de los Tiempos" que habían predicho, que si el Señor... ¿Cuál señor? Aquí no vive y cerraste la puerta. Y te diste cuenta que algo ocurría en las calles y no tenías la menor idea. Desde la ventana buscaste al periodiquero de la esquina pero, tal vez por la hora o la oscuridad o por todas esas cosas que sucedían, y que no sabías, no lo encontraste. Total que el fin del mundo y tú desconectada. ¿Estarán diciendo algo por la radio? ¿Querrá Dios que alguno de los artefactos del demonio funcione? Sí quiso. Por las bocinas de un pequeño aparatito de pilas, de ésos que a veces funcionan como alarma (a veces ni eso), sonaba la voz de un lector de noticias que agradecía la preferencia del público por seguir escuchando su estación favorita, aún en estos momentos... sollozó, nombró a su madre, esposa, hijos y rompió a llorar, qué falta de profesionalismo. Así que buscaste de nuevo en la sintonía. Ni modo que el fin del mundo no sea noticia. Y ahí estaba, una voz femenina, con garra, hablando del fenómeno que ocurría en el planeta entero y que no podía explicar la comunidad científica internacional, pero exhortaba al amable radioauditorio a no desconectarse ya que, a lo largo de la transmisión le estaremos llevando, minuto a minuto, el resultado de las investigaciones que ya se llevan a cabo. Luego, en noticias de interés local, comentó algo sobre los fragmentos de un extraño material que habían aparecido en la orilla de la playa, seguramente producto de un derrame de hidrocarburos, lo cual traería graves daños para la industria pesquera, y esas cosas que seguían sin decirte nada y que te obligaron a dejar la seguridad de tu hogar. Caminaste por las muchas cuadras, vacías todas, que te separaban del bulevar, para encontrarte, como habías calculado desde el inicio de tu caminar, con los habituales trasnochados que aprovechaban el inesperado alargamiento de la noche para continuar con la juerga. También estaban ahí los ultramarinos de veinticuatro horas los trescientos sesenta y cinco días del año, iluminados pobremente (o románticamente según tu parecer), por la luz de las veladoras. ¿Qué está pasando?, preguntaste al encargado que te vendió una caguama abierta, más cara de lo normal. No sé, acaba de comenzar mi turno. Así que, aún sin saber lo que ocurría, pero tranquila de saber que todo seguía de la misma manera que la noche anterior, jalaste con tu chela hasta la barda del bulevar, la franqueaste con un brinco para caminar hasta la orilla de la playa, en donde efectivamente se encontraban aquellas lajas de misterioso material. Hojas oscuras de ligerísimo peso, como comprobaste al levantar una de gran tamaño con facilidad, como queriendo encontrar debajo ese secreto que todo mundo comentaba. Frunciste el ceño extrañada y te sentaste en la arena, junto a tu caguama. Volteaste al firmamento y no lo encontraste, hasta entonces supiste lo que estaba ocurriendo. El cielo se había caído. ¡Carajo! Un fin del mundo sin estrellas. |