NOÊ MORALES MUÑOZ. Quizás les sorprenda a aquellos empecinados en menoscabar la valía de la escritura dramática frente a otras ramas de la literatura el hecho de que hayan sido precisamente las primeras agrupaciones de escritores escénicos el embrión de la actual Sociedad General de Escritores de México dirigida por Víctor Hugo Rascón Banda, abogado y dramaturgo que no escatima un ápice de su tiempo a la hora de contrarrestar cuanta medida intimidatoria emane de los escritorios de la Secretaría de Hacienda o de las curules de San Lázaro cuya combatividad ha dado la cara desde la llegada al poder de los merchachifles neoliberales, incapaces de convocar el número de neuronas suficiente para considerar, ya no admitir, la importancia histórica de los bienes culturales nacionales. Y también muy seguramente se deba a la extracción de Rascón Banda que el teatro haya ocupado un lugar preponderante durante la celebración del centenario de la sogem, específicamente en lo concerniente a la elaboración del CD-ROM Cien años de teatro mexicano, compilado por Tomás Urtusástegui y patrocinado por la institución de marras. La tarea de recopilar la producción
dramatúrgica nacional del siglo xx se supone titánica tanto
por su abundancia como por la dispersión de archivos, especialmente
de las obras gestadas durante las primeras dos décadas de la pasada
centuria. A la escasez de material documental debe atribuirse la exclusión
de textos de aquel periodo, durante el que convivieron los géneros
de indudable raigambre popular, como la zarzuela y el vodevil, con la experimentación
de algunos outsiders de inclinación europeizante, consagrados
a la mexicanización de las corrientes artísticas de vanguardia
(Germán Cueto entre ellos). Quien quisiera ahondar más debe
circunscribirse a la consulta de los escritos que los cronistas especializados
nos han legado: desde Olavarría y Ferrari, pasando por De María
y Campos y Reyes de la Maza, con una visión de los hechos generalmente
de tipo "impresionista", hasta quien puede considerarse como el precursor
de una gimnasia periodística de corte crítico, mucho más
próxima a la que conocemos actualmente: Antonio Magaña Esquivel.
El prefacio de Armando Partida proporciona un completo recuento de la evolución
del quehacer teatral, siempre a la par de los sucesos que marcaron la transformación
del país; de cómo el teatro, de ser una manifestación
plenamente identificada con los estratos populares, pasó paulatinamente,
a constituirse como espectáculo propio de la clase media ilustrada
y de los círculos intelectuales universitarios. Estas carencias,
en modo alguno atribuibles a los compiladores, no deben obstar para que
algunos imberbes e iletrados "revolucionarios" del teatro mexicano contemporáneo
se precipiten de inmediato a adquirir el referido cidí. La
pedantería propia de la adolescencia (no cronológica sino
mental) encontrará menos pretextos para sus arrebatos verbales tras
la revisión de las más de trescientas obras contenidas en
el disco. Desde Rodolfo Usigli, cuya estafeta supieron recoger y potenciar
Emilio Carballido, Luisa Josefina Hernández y Sergio Magaña;
pasando por Hugo Argüelles y Vicente Leñero, en cuyos talleres
se formaron el propio Rascón Banda, Sabina Berman y González
Dávila, hasta quienes descollaron a partir de finales de los ochenta
y principios de la década siguiente (Luis Mario Moncada, David Olguín,
Jaime Chabaud) y la novísima generación sucesora (Carmina
Narro, Elena Guiochins, Jorge Kuri, Edgar Chías), el compacto ofrece
un variopinto e indispensable panorama del teatro mexicano. Más
allá del infaltable extrañamiento ante ciertos criterios
de selección, como la poca presencia de plumas femeninas recientes
(Ximena Escalante, Maribel Carrasco, Alejandra Trigueros), la exclusión
casi total de autores no nacidos en México (Carlos Solórzano,
José Enrique Gorlero) e inclusiones que rozan la puntada surrealista
(como don Roberto Gómez Bolaños, nuestro inefable Shakespeare
a escala), la labor de Tomás Urtasástegui merece, más
allá de fundamentalismos chauvinistas, el reconocimiento propio
de quienes motivan la reflexión histórica, tan perentoria
en nuestros días.
|