La Jornada Semanal,   domingo 5 de enero de 2003        núm. 409
Guillermo Samperio

La ficción breve

La greguería, el periquete, el minicuento, la prosa poética e incluso el falso anuncio caben en el concepto de ficción breve, según nos dice en este ensayo Guillermo Samperio, especialista en la materia. Samperio habla de los pormenores que dan perfil y sentido a esta vertiente literaria, por la que han desfilado autores tan conocidos como Augusto Monterroso, Juan José Arreola y Ramón Gómez de la Serna, y explica de qué modo y por qué la ficción breve se ha convertido en estos tiempos en uno de los ejercicios más frecuentados en la República de las Letras.

Estoy cansado de leer las letritas que van entre líneas
Graffiti en el metro Copilco


La ficción breve es una denominación muy cercana a lo que representa el texto en prosa brevísimo. Una ficción breve va desde una greguería (metáfora + humor), como "La nuca del mar está en la ola" o "Son más largas las calles de noche que de día" (Gomez de la Serna), un falso anuncio "Por viaje al extranjero, rento a mi novio" (Samperio), un periquete "¿Y si Adelita se fuera conmigo? o "A mí sí me importan los cominos" (Arturo Suárez), hasta un verdadero cuento mínimo, como el titulado "Necrofilia": "...Al sentir que su madre había muerto, se alegró. Y no tendría que nacer" (Dimas Lidio Pitty), o una prosa poética como "La empatía de los cuerpos lleva a una inercia de imitación: cuando salimos apresurados del hotel, a media tarde, traías uno de mis aretes puesto" (Carmen Leñero). Es decir, el término "ficción breve" tiene la flexibilidad suficiente para arropar diversidad de formas de lo muy breve escrito en prosa. Cuando se dice "ficción" estamos señalando que el texto se encuentra del lado de la literatura, en especial de la prosa, y con el adjetivo "breve" estamos indicando sólo su dimensión. O, como decía Aristóteles, la prosa señala su militancia ineludible a la ficción.

Cuando Arreola acuñó el término "varia invención" quería indicar que no toda ficción breve desembocaría en cuento, sino que la prosa en turno podría derivar hacia diversas formas. Aunque Arrreola no lo expresó, pero es seguro que lo tenía en mente, quizás el requisito único que se le puede exigir a una ficción breve es que tenga unidad de efecto, como pedía Poe para los cuentos de cualquier tamaño. La unidad de efecto implica que el lector, al terminar la ficción breve, debe recibir una unívoca impresión emotiva o reflexiva, o una combinación de ambas, ineludible, al finalizar de leer el texto. O sea que no hay una exigencia de estructura determinada para la ficción breve, sino sólo que transite con efectividad hacia la mirada del lector.

Otro elemento que resalta en las ficciones breves es su familiaridad con el gesto poético, en el que muchas veces se apoya, como en las greguerías o en las revoleras. Además, el uso del recurso poético conviene a la ficción breve porque le ayuda a sintetizar significados, dándole su toque de ambigüedad, aspecto rico en el espacio brevísimo. Por otro lado, cuando Gómez de la Serna dice que la greguería es el resultado de combinar metáfora con humor, habrá que entender que usa el término humor en un sentido múltiple (negro, fársico, ligero y otras variantes). El humor es una herramienta clave pues forma un camino literario para llegar más a fondo en el lector, a diferencia del aforismo que, aunque a veces satírico, pone a reflexionar al lector y la impresión vendrá tiempo después de la lectura. Un gran porcentaje  de ficciones breves se apoya tanto en lo poético como el humor.

Otra característica notable en la ficción breve es que, en su gran mayoría, tiende al final sorprendente, a veces circular y pocas ocasiones a los elusivos. Predominan los que llevan una carga de humor negro severa; allí, el minificcionero deviene implacable, casi amoral, con tal de conseguir su propósito de relojero: que el mecanismo explosivo de su microtexto funcione a tiempo.

Aunque podemos hablar de que Julio Torri, a principios de este siglo, funda en México la ficción breve, con textos que van del cuento breve a la prosa poética o el ensayo, o a otras formas híbridas que combinan estos géneros, en rigor quien promueve, a mitad del siglo xx, la minificción es el ya mencionado Arreola. Torri es un autor de devotos, como yo, y no ha tenido la difusión que debiera. Es decir que podemos hablar de un padre y un padrastro de la ficción breve mexicana. Varios de los discípulos de Arreola, como Avilés Fabila o Elsa Cross, han cultivado la brevedad, como empezaba a suceder en otras regiones de América Latina con Luis Britto García en Venezuela o Ana María Shua en Argentina. Sin embargo, a medio siglo xx emerge y estalla la literatura del boom y, con ella, el poder de la novela, lo que implica la instauración en los mercados del libro y en los laboratorios de escritura de los grandes discursos, los discursos totalizadores, como Cien años de soledad, La región más trasparente o La casa verde. Este tipo de libros son consecuentes al contexto histórico en tanto que contribuyen también al predominio de los grandes sistemas de pensamiento, de los grandes sistemas sociales, enmarcados en la guerra fría. 

Esta preponderancia de los discursos totalizadores, literarios, sociales o filosóficos, iría decayendo poco a poco hasta encontrar el símbolo de su descomposición en la caída del muro del Berlín, cuyos fragmentos, vendidos a los turistas, fueron llevados a diversidad de lugares del planeta. Podemos decir que cada trozo del muro señalaba lo que les estaba sucediendo a los grandes discursos: se iban fragmentando. Por esos mismos años (finales de los setenta y principios de los ochenta) aparece lo que se denominó literatura fragmentaria; entre sus representantes en México podríamos citar a Samuel Walter Medina con su libro Sastrerías. Creo que en este momento los escritores pusimos la mirada en la brevedad, pensando en la fragmentación; bajo esa bandera, un servidor publicó el libro Cuaderno imaginario, propositivamente fragmentario, donde no sólo incluí cuentos, sino una gran variedad de ficciones breves, como por ejemplo el chiste, la greguería, el palindroma y diversos juegos de palabras, pasando por los refranes o los falsos anuncios.

A partir de este instante empieza, poco a poco, a cobrar fuerza lo que llegaría a llamarse en el siglo xxi ficción breve. En estos momentos es, cada vez más, de interés no sólo para escritores sino también para los lectores. Una muestra muy moderna de este interés es el libro de Luis Felipe Hernández, titulado Circo de tres pistas y otros mundos mínimos, que incluye textos como "Cada vez que Aladino frotaba la lámpara, el genio tenía una erección".

Es decir, era necesario que los grandes discursos se vinieran abajo para que el lector se diera cuenta de que esas totalidades estaban compuestas por fragmentos, por detalles, por brevedades, y que estos pedazos podían, por sí mismos, tener un valor y señalar hacia ámbitos mayores. Un ejemplo de Vicente Quirarte: "Vivimos bajo el dominio del cuerpo. En medio de la tempestad que provocan sus demandas, el espíritu es un barco de vela tan frágil como el que bota un niño a la fuente del parque." Esta brevedad no sólo indica la tiranía de los placeres del cuerpo, sino que también podría mostrar que cada vez más la sociedad de consumo hace a un lado la vida espiritual a favor del divertimento y el goce físico. De manera implícita, Quirarte propone el fragmento como nave de salvación.

Mientras todo esto sucedía, hubo algunos escritores que insistieron tercos en el juego de la brevedad, como César Fernández Moreno, con sus ambages, o Francisco Tario en sus epigramas. La primera antología célebre del cuento breve la preparan Borges y Bioy Casares, Cuentos breves y extraordinarios, en tanto que Edmundo Valadés, además de mantener la sección de minicuentos en su revista El cuento, elabora la segunda antología de ficción breve de importancia universal: El libro de la imaginación. Curiosamente, ambos libros recogen ficciones breves destinadas a ese fin y otras que fueron fragmentos arrancados de obras mayores, siendo precursores de la debacle que vendría después. 

Con los años vendrían más antologías hasta llegar a la de la española Clara Obligado, Sea breve, por favor, pasando por la de Lauro Zavala, Relatos vertiginosos. En el prólogo de este libro, Zavala afirma que la ficción breve es deudora de lo fragmentario y tiene razón; ahí mismo dice que la ficción breve debe tener una extensión máxima de cuartilla y media a doble espacio, con lo cual también estoy de acuerdo, en tanto que sobrepasando tales dimensiones ya entramos al terreno del cuento breve, que requiere de muchos más recursos narrativos que un cuento de dos líneas. Esto implica que una ficción breve puede ir desde cero palabras (como el texto "El fantasma" que bajo el título sólo tiene una página en blanco) hasta cuartilla y media. Es sabido que la obsesión por el tamaño del cuento ha sido siempre un asunto de curiosidad del aprendiz de cuentista y de los teóricos. En este sentido podemos hablar entonces de tamaños de menor a mayor: ficción breve, cuento corto, cuento largo y novela breve.

Una vez que la ficción breve tomó carta de naturalización, como es costumbre en las fundaciones literarias, los autores, los estudiosos y los escritores empezamos a prestar atención a cualquier forma de lo breve viniera de donde viniera. Comienzan a revalorarse los fragmentos rescatados de los filósofos presocráticos, las antologías de aforismos y epigramas, la selección de pensamientos de diversos filósofos, o lo que se ha llamado las historias marginales, como las de las mujeres (el asunto de género), los homosexuales o los indígenas, incluyendo el fenómeno de la balcanización cultural. Muchos inteligentes se han puesto a revisar estos materiales vastos y han afirmado que la greguería ya existía en los aforismos de Jubert, el minicuento en los epigramas de Wilde, el cuento breve en el Conde Lucanor y en pasajes del Quijote; estos "descubrimientos" no son más que ganas, quizá inconscientes, de desprestigiar a la ficción breve. La explicación es muy sencilla: cuando Stoker publica su vampiro, los detractores comentan que hasta en Las mil y una noches hay el cuento de una vampira y que en el medioevo aparecieron muchos mitos y leyendas de vampiros; lo mismo sucedió con El Golem de Meyrink, con el argumento de que en tradición judía ya había muchos golemes, etcétera. Sin embargo, según explica la filósofa española María Zambrano, cuando una obra cobra carta de naturalización de carácter universal, no sólo hace emerger y crea sus antecedentes, sino que inevitablemente gestará sus consecuentes. Mientras Stoker y Meyrink no escribieron sus obras cumbres ni dieron la vuelta al mundo, nadie había notado que existía una tradición de vampirismo o de seres como el Golem; es decir, una obra o un movimiento literario fundadores de inmediato llaman la atención hacia el pasado y hacia el futuro.

Además, la ficción breve tiene a su favor que en los tiempos que corren, sobre todo en la ciudades, la gente se inclina cada vez más por la brevedad, los chispazos de pensamiento, el cuento. En este contexto, tal parece que en los próximos años la ficción breve será un género múltiple que el lector va a buscar y que, por lo tanto, las editoriales se van a abrir paulatinamente a los textos de los que nos inclinamos por los mundos mínimos.