Jornada Semanal, domingo 5 de enero de 2003        núm. 409

ALEJANDRO ESTIVILL Y “LA OTRA MIRADA” (II)

Para nuestra fortuna, una música, tal vez de rap o de jazz, sirvió de fondo a la entrega de las notas de El Perro Max. El autor, pirandelliano o unamunesco a su modo, respetó el estilo, los balbuceos y las palabras en otras lenguas del personaje, así como su tipografía y su manera de concebir la topografía de las páginas y de caer deliberadamente en un desaliño que desalínea, pero que da su sinsentido al laberinto cerebral del cual brotan las palabras, los neologismos, los silencios, el humor, el desasosiego y las angustias que forman la materia de este relato. Los lectores pasarán por momentos de algo que podríamos llamar escritura automática y por las aventuras de un discurso visitado con frecuencia por la alucinación y la fractura de la realidad. En otras partes se encontrarán con una prosa tersa y una argumentación llena de equilibrio y de sensatez:

un animal que consagre mi pluma, que reciba sus dones; que al igual la retribuya; consistorio divino, halago y reverencia. Este párrafo ejemplifica la primera corriente. De la segunda, leamos este fragmento: Pensamiento, ¿adónde vas, blasfemo deicida? Tu soberbia te atolondra, pero eres un voto incontrolado por ganar la gloria; y ni siquiera por un instante dejas atrás los pasos de tu voraz y batiente andada... En el personaje de la niña están Maitreya, Sita, Ravana, Withman y la acompañan las cucarachas de la Sra. Robinson y viejos motivos musicales de Dizzy Gillespie, Williams o Babs González.

Todo lleva al callejón sin salida de los atrapados. El letrero dantesco tiene aquí el tono de las instrucciones hoteleras: you can check out any time you like, but you can never leave. En el mundo del confinamiento y del Ognuno sta solo sul cuor della terra de Quasimodo, se suceden las realidades y los delirios, la inocencia infantil y los amores turbios. Todo lo preside Alegría, ese “Ángel inocente y helado” que perturba los sueños del personaje de ficción que vive, con intensidad creciente, esa ficción que él ha creado y ha impuesto al autor por razones literarias y por esa urgencia de contar las cosas que avasalla a los narradores atrapados en un juego en el cual, tarde o temprano, acaban atrapando a sus lectores. Por eso podemos escoger la perspectiva desde la cual observaremos los hechos reales y fingidos. Yo me quedo con la de Héctor, el vecino y su all that jazz. Para lograrlo pongo un disco de Less MacCann y lo escucho mientras veo a los personajes en movimiento. No olvidemos que Héctor práctica un “chismorreo cautivador” y, por lo tanto, es el que, a pesar de la aparente frivolidad de su camisa hawaiana, sabe más cosas y es capaz de profundizar en sus contenidos.

Gracias a Alejandro por este libro inteligente, espontaneo, lleno de tensión –de sonido y de furia– y de una extraña serenidad adormecida por las palabras. Cada vez que leemos un libro con esos matices, volvemos a creer en la literatura y en su magia, ganamos un día y vemos de nuevo ese “esplendor tan encendido antaño”.
 

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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