ALEJANDRO ESTIVILL Y LA OTRA MIRADA (II) Para nuestra fortuna, una música, tal vez de rap o de jazz, sirvió de fondo a la entrega de las notas de El Perro Max. El autor, pirandelliano o unamunesco a su modo, respetó el estilo, los balbuceos y las palabras en otras lenguas del personaje, así como su tipografía y su manera de concebir la topografía de las páginas y de caer deliberadamente en un desaliño que desalínea, pero que da su sinsentido al laberinto cerebral del cual brotan las palabras, los neologismos, los silencios, el humor, el desasosiego y las angustias que forman la materia de este relato. Los lectores pasarán por momentos de algo que podríamos llamar escritura automática y por las aventuras de un discurso visitado con frecuencia por la alucinación y la fractura de la realidad. En otras partes se encontrarán con una prosa tersa y una argumentación llena de equilibrio y de sensatez: Todo lleva al callejón sin salida de los atrapados. El letrero dantesco tiene aquí el tono de las instrucciones hoteleras: you can check out any time you like, but you can never leave. En el mundo del confinamiento y del Ognuno sta solo sul cuor della terra de Quasimodo, se suceden las realidades y los delirios, la inocencia infantil y los amores turbios. Todo lo preside Alegría, ese Ángel inocente y helado que perturba los sueños del personaje de ficción que vive, con intensidad creciente, esa ficción que él ha creado y ha impuesto al autor por razones literarias y por esa urgencia de contar las cosas que avasalla a los narradores atrapados en un juego en el cual, tarde o temprano, acaban atrapando a sus lectores. Por eso podemos escoger la perspectiva desde la cual observaremos los hechos reales y fingidos. Yo me quedo con la de Héctor, el vecino y su all that jazz. Para lograrlo pongo un disco de Less MacCann y lo escucho mientras veo a los personajes en movimiento. No olvidemos que Héctor práctica un chismorreo cautivador y, por lo tanto, es el que, a pesar de la aparente frivolidad de su camisa hawaiana, sabe más cosas y es capaz de profundizar en sus contenidos. Gracias a Alejandro por este libro inteligente,
espontaneo, lleno de tensión de sonido y de furia y de una extraña
serenidad adormecida por las palabras. Cada vez que leemos un libro con
esos matices, volvemos a creer en la literatura y en su magia, ganamos
un día y vemos de nuevo ese esplendor tan encendido antaño.
HUGO
GUTIÉRREZ
VEGA
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