Jornada Semanal, domingo 5 de enero de 2003                 núm. 409
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS
ESTHER SELIGSON: PIEDRA DE INFINITO

Jerusalén, Israel. Aunque no pueda escribir cuentos infantiles –uno de sus sueños dorados– Esther Seligson (DF, 1941) conserva la capacidad de asombro y descubrimiento ante el mundo, como los infantes. Es, ya lo dijo Rilke, el niño que llevamos dentro. Su alimento ahora es la calle, la gente que camina entre las piedras y la luz de Jerusalén, pero también la nutre su andar judío en medio de desiertos y mares, templos y colinas en la India, Lisboa y el Tibet.

Poeta y narradora, traductora y ensayista, cuando se instala frente a su máquina de escribir no sabe en qué cuerpo agarra forma y sin embargo se siente como un vaso llenándose de agua hasta que se desparrama la primera frase y fluye su escritura: "La orfandad es un extraño peso que me habita/ hoy, y tengo miedo: por primera vez/ se estremece mi suelo errante,/ la soledad."

Siempre le fascinó leer e inventar sus propias historias, avivadas por el acceso a la biblioteca materna que devoró, y por el placer de tener enfrente un escenario o la pantalla grande. El pájaro azul, de Maeterlinck, fue la primera obra que recuerda a los cinco años en el Palacio de Bellas Artes y a partir de entonces el teatro y el cine fueron sus minas preciosas a descubrir, lenta y gozosamente.

Estudió danza y su anhelo era convertirse en bailarina profesional; sin embargo, a su mamá no le parecía una profesión "decente" y cursó ciencias químicas por dos años hasta que se trasladó a la Facultad de Filosofía y Letras de la unam con maestros tan maravillosos como Eduardo Nicol y Luis Rius, que le hicieron olvidarse de la experimentación con líquidos y sales para concentrarse en la alquimia que generan el pensamiento y las palabras.

Tras su matrimonio y un viaje a Europa por un año, retornó a México para ingresar al Instituto Francés de América Latina (ifal) y especializarse en Letras Francesas, revalidar luego esos estudios con Letras Españolas en la unam y concluir con un definitivo desprendimiento de la academia. "Me volví autodidacta porque entendí que en las universidades no aprendes nada."

Lo que la nutrió sin discusión fue su actividad docente en el Centro Universitario de Teatro (cut) de la unam por treinta años. "Extraño a mis alumnos y a mis clases; siempre hice lo que me daba la gana y por eso creo que logré aprender de todo ello. Mi decepción vino con la huelga de nueves meses en la unam y la güeva infinita de algunos que ya ni eran siquiera capaces de robarse un libro para leerlo; todo lo consultaban por internet. Sentí una brecha que no quería cubrir y preferí usar mi tiempo en otras cosas."

Antes y después esas cosas fueron muchos libros: Otros son los sueños, Diálogos con el cuerpo, La morada en el tiempo, Isomorfismos, Sed de mar, Hebras y Rescoldos, de narrativa y poesía, así como La caída en el tiempo y En su blanco principio, en los que tradujo el pensamiento de Ciorán y Jabès, respectivamente.

A estas alturas Esther es de ningún país. Pero México, su tierra natal, le duele a la distancia de geografía (desde hace seis meses está en Jerusalén, donde la encontramos) y tiempo (tiene fuera casi tres años). México es su infancia más querida, son los olores y la historia de algunos amores. Pero también es el núcleo intelectual que –dice– no le perdona muchas cosas. "Nunca le vendí el alma al diablo ni por fama ni por dinero ni por favores para que me publicaran. Y en México no perdonan que alguien no deba algo y diga siempre lo que piensa. En mi país siempre fui la güerita, la judía o la extranjera por mi raro apellido. Varios años negué ser judía para evitar el rechazo pues ya con ser mujer era peligroso. Después venían agregados en mi contra: ser cuestionadora, peleonera, independiente, descasada y rebelde contumaz. Too much para México." En contraparte, ha encontrado en Jerusalén una sensación de libertad. "Me permite ser totalmente yo: judía, mexicana y anónima."

Especializada en estudios talmúdicos, Seligson combina su saber místico con una estancia plena con los pies en tierra. Por su maestra Magdalena Ortega aprendió la homeopatía y el tarot, estudió en serio la anatomía y la kabalá, hasta descubrir que la acupuntura es el esquema cósmico del ser humano. La ejerce, al igual que sus lecturas, la escritura, algunas clases en torno a la obra de Elena Garro, ciertos viajes y el recuerdo de su alma gemela, su hijo Adrián o la parte que ella nunca se atrevió a ser: libertad, riesgo, y hasta saltar de un onceavo piso, romper todas las convenciones... y volar.