Le va bien el apodo de sus añejos tiempos en el Café París: "la Filigrana". Porque ahora, a sus noventa y cuatro, Adela Palacios se mantiene delicada, pequeñita en metro y medio de estatura y dispuesta a bordar recuerdos, risas y algunos poemas que entona con voz de estruendo como para ratificar la autoría de su veintena de hijos que son novelas, ensayos y poemas. Nació en la Ciudad de México cuando hacerlo en cuerpo de mujer era "un desastre". Hizo una primaria con excelentes calificaciones, a los nueve años empezó a gastar su lápiz en la escritura para consolarse "porque existe la muerte" pero, como hacía locuras, su madre la castigó con la prohibición de continuar sus estudios. Adela respondió con una huelga de hambre primero y clases de piano después, así como su gusto por pintar cisnes y continuar haciendo poesía. Como vivía a cinco cuadras de la Escuela Nacional de Maestros, sus padres no encontraron otro remedio más que aceptar su ingreso al magisterio, carrera que concluyó en 1928 y se convertiría en su vocación de siempre. Su primer cuento lo publicó El Universal: "La enamorada de Quetzalcóatl" (1924), una historia que causó disgusto a su padre: "¿Quién será esta descarada que se llama como tú?", preguntó al leer la página completa durante el desayuno. Y Adela ni se inmutó. Además de la dificultad para que las mujeres estudiaran lo que les daba la gana, en aquellas primeras décadas del siglo xx "no teníamos derecho a poner los ojos en ningún varón", recuerda. Por eso, cuando encontró a Eddy, "un gringuito" de Tucson, cumplió con dos deseos: uno, el de su familia de que "saliera de blanco aún sin estar enamorada", y el otro fue alcanzar su libertad lejos del núcleo materno que la sojuzgaba. Duró dos años casada en Los Ángeles, pues al comprobar que el marido le había salido "esclavista", retornó a México. Acá estudió Letras en la unam y conoció al que sería su pareja por casi tres décadas, el filósofo Samuel Ramos. "Era famoso y perseguido por las mujeres. Su mamá le dijo que no debía andar con una divorciada y eso lo motivó más. Duramos veintisiete años de casados; cuatro de matrimonio normal y veintitrés de cuates. Yo le pedí libertad absoluta y cero hijos. Él aceptó al principio pero después quiso uno. Tuvimos un varón y Samuel lo adoró. La maternidad no me gustó pero siempre supe que mi hijo es un milagro." Entre las décadas de los treinta y los setenta Adela Palacios dio origen a más de veinte títulos. Muchachos, Adrián Rubí, Mi amado Pablo, El hombre, Nuestro Samuel Ramos, Ilde Azar, La respuesta, Los palacios de Adela y Ancla del trino son algunos. En 1954 la sep le negó tres veces el registro de El hombre, por considerarla una novela "inmoral" que "pone al vicio muy bonito, en lugar de reprobarlo". Adela peleó su inclusión en derechos de autor y la obtuvo cuando Ricardo Garibay examinó el volumen. "Fue un escandalazo y gané. Adrián Rubí también fue considerado malo por sucio pero es mi preferido. Es una novela de amor con versos que alborotó a Luis Echeverría cuando era joven, estaba de moda el existencialismo y la falta de esperanza", rememora. "La Filigrana" recibió el mote cuando fue asidua al Café París, centro de bohemia en el centro de la Ciudad de México allá por los años cincuenta y sesenta donde se formó también el grupo de Los Pavorosos. "Era vagabunda por vocación y el Café era pura diversión. No llegábamos a leer nuestros libros sino a echar relajo. La mesa más concurrida era la del Vate José Vázquez Méndez, con Eduardo Galván, Armando Cardona Lynch, el Pirata Salinas y el Fóforo, entre otros. Muchos se decían comunistas pero ni sabíamos quién era el presidente en turno." Viajó a Rusia para conocer qué era el comunismo pero asume que no comprende la política. Si acaso, lo que "malamente" entiende son las letras y su traslado amoroso hacia los libros y su único hijo, Samuel. "No tuve suerte con el amor-pasión de los hombres, pero desde niña tuve otros amores, como las obras de Shakespeare que siempre llevaba en mi maleta. Con eso me quedo, con mi fe en la lectura y en Dios porque si bien en mi juventud fui ateísima, desde la muerte de mi esposo Samuel supe de la existencia del alma." Amiga de Cristina Kahlo, Ernesto García Cabral, Aurora Reyes y Concha Michel, Adela Palacios no siente nostalgia de los años idos cuando ejercía plenamente su papel como "la Filigrana". "No veo mi pasado con pesadumbre, al contrario, tengo una absoluta satisfacción de la vida. He sido una mujer con suerte infinita. Fui loca, como una cabra, y cumplí a cabalidad mi lema de libertad absoluta." Hoy, con glaucoma y sin poder leer ni escribir,
conserva la risa y la memoria como buena declamadora que fue. Rodeada de
gatos y algunas penurias, se mantiene con el sueño perdido porque
durante la noche y los amaneceres su mente elabora historias que algún
día quizás se convertirán en poesía o novela.
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