Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 22 de diciembre de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >

Contra

MAR DE HISTORIAS

La mecedora de Margarita

CRISTINA PACHECO

Con los ojos cerrados y las manos unidas sobre el regazo, Margarita se mece en su poltrona. Ese movimiento la tranquiliza durante los largos minutos de espera. Faltan dos horas para que Benigno retire el candado de la reja verde y quién sabe cuántos minutos más para que lleguen los visitantes: hijos, nueras, yernos, nietos.

En conjunto suman veintisiete. Sólo una vez coincidieron en la capilla: la mañana en que la doctora Briones, encargada de la institución, aseguró que Su Santidad visitaría el asilo. El resto del tiempo aparecen aislados en el locutorio, en el jardín en la capilla. Rara vez entran en el comedor o en las habitaciones privadas. Justifican esa abstención con frases elegantes: "No queremos romper su intimidad ni alterar el ritmo de su vida cotidiana".

Aunque ninguna de las asiladas lo declare, saben que la discreción de sus visitantes -sea cual fuere el grado de parentesco que los une a ellas- nace de la repugnancia: no quieren ver a las ancianas desdentadas luchando con un trozo de pan ni respirar el aire de los cuartos donde hay lo mínimo indispensable: un catre, un buró, un ropero, una silla.

Todo está rigurosamente inventariado. En las etiquetas blancas pueden leerse las iniciales de las usufructuarias de los muebles, su fecha de ingreso al asilo y cuatro guiones. En cuanto alguna de las asiladas muere, Benigno o Cosme se comiden a escribir sobre esas líneas el año de su desaparición.

No pasa mucho tiempo sin que la habitación vuelva a ocuparse. Antes de que la nueva asilada meta allí sus escasas pertenencias, Cosme o Benigno -quizá ambos- velan con un plumón blanco los datos de la residente anterior y encima escriben otras iniciales, otra fecha, otros guiones sobre los que la muerte ejercitará su implacable caligrafía.

El único mueble del asilo que no está inventariado es el sillón que ocupa Margarita. Consiguió ese privilegio después de firmar un papel en el que aseguraba que de todos los habitantes de la Tierra no había uno solo que fuera su pariente. Después de leer el documento la doctora Briones se sintió avergonzada y mezquina. Para descargarse de su malestar aclaró: "Comprenda que estoy tratando de evitar situaciones molestas". Después le refirió a Margarita escenas bochornosas originadas en la codicia y la desconfianza de quienes, al morir sus parientes, habían acudido -algunos por primera vez- para cerciorarse de si la madre o la tía o la hermana dejó testamento o algunos bienes.

Estimulada por el interés de Margarita, la doctora Briones se refirió a un caso extraordinario: "Hace muchos años vivió aquí Elisa Ponce. Tenía una hermana gemela: Esperanza. Nunca vino a visitarla, sólo de vez en cuando llamaba para preguntar por su salud. Un día le dimos la noticia de que Elisa había muerto la semana anterior. Creí que iba a preguntarme cómo o de qué, pero sólo quiso saber si el cuarto estaba aún vacío. Le dije que sí y me suplicó llorando que le permitiera mudarse porque necesitaba hacer cuentas con su gemela".

La doctora Briones le pidió opinión a Margarita: "Qué hubiera hecho usted en mi caso? Acceder Ƒo no? Fue lo que hice y aquí se me criticó mucho por privilegiar a una solicitante. El escándalo llegó a oídos del patronato y estuve a punto de perder mi empleo. ƑSabe cómo lo evité? Recordándoles a los miembros de la junta el carácter tan especial de los gemelos, la forma en que coinciden en sus sentimientos, la manera en que se necesitan hasta después de muertos".

Margarita aceptaba ese criterio pero sobre todo quería granjearse la buena disposición de la directora para evitar que etiquetaran su poltrona. Aplaudió y le dijo que Dios la premiaría por ese gesto humanitario.

La doctora Briones apoyó las manos en el escritorio y adoptó un gesto severo: "Fue mentira. A la mañana siguiente de que Esperanza llegó a vivir aquí, Cosme me informó que las asiladas estaban muy nerviosas porque durante toda la noche habían escuchado ruidos raros. No le di importancia al asunto y recomendé que en la cena les sirvieran un té de anís para calmarles los nervios.

"De todos modos la historia se repitió al día siguiente. Me preocupé. En estos tiempos nadie está a salvo y no hay lugares seguros. Si los ladrones no respetan las iglesias, menos van a tocarse el corazón para asaltar un asilo. Le pedí a Benigno que velara y temprano me rindiera un informe muy preciso de todo lo que hubiera visto y oído.

"Al otro día, cuando Benigno entró en mi oficina lo vi muy pálido. Estaba asustadísimo porque él también había escuchado ruidos raros. Le exigí que fuera más concreto. Su respuesta me inquietó: Eran chillidos y golpes muy fuertes. Salían del área de dormitorios, pero como está prohibido entrar allí, no pudo investigar más.

"Entonces investigué. Pedí a las asiladas que me abrieran sus cuartos. Cuando llegué al de Esperanza encontré la puerta cerrada. Según ella tenía dolor de espalda y le era imposible levantarse. Me ofrecí a revisarla. Se negó. Estoy acostumbrada a las manías de mis viejitas y por eso no insistí.

"En la tarde vi a Esperanza paseando por el jardín y me acerqué a preguntarle cómo estaba de su espalda. Se me quedó viendo muy extrañada, como si no supiera a qué me refería, pero enseguida rectificó: 'Ah, sí. Ya estoy bien, lo que sucede es que con la vejez todo se me olvida, hasta los achaques'.

"Me di cuenta de que me engañaba pero lo oculté. Una por otra: hice como que iba a mi oficina, pero me desvié y fui al cuarto de Esperanza. Lo encontré cerrado. Benigno lo abrió Ƒy sabe lo que vi? Un pico, sí, un pico de esos que usan los albañiles para romper las banquetasİy un agujero a medio hacer junto al buró. Mandé a buscar a Esperanza. Quería que explicara todo aquel desorden."

Olvidada de su poltrana, Margarita se persignó: "šEra bruja!" La doctora Briones soltó una carcajada: "No. Era una ambiciosa de primera marca. Cuando me pidió la habitación de su hermana pensé que lo hacía por sentimentalismo, pero no: lo hizo porque estaba segura de que Elisa tenía mucho dinero enterrado y fue a buscarlo para quedarse con él".

La doctora Briones se refirió a otros casos de avaricia, pero Margarita dejó de prestarle atención. Reflexionaba acerca de los motivos para negarse a que su poltrona fuera inventariada y si debía comunicárselos a la doctora Briones. Pero salió de la oficina sin decir nada.

Entró en su cuarto y fue a sentarse en su mecedora. Era el único lugar donde no se sentía acechada. Ese mueble rústico y desvencijado era el trono donde reinaba sobre la muerte. En cambio, cuando se tendía en la cama o descolgaba alguna prenda del ropero, enseguida recordaba que en alguna parte Cosme o Benigno habían pegado la etiqueta blanca con sus iniciales -M.T.M.-, el año de su ingreso al asilo y los guiones sobre los que se escribiría la fecha de su muerte.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año