Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 20 de diciembre de 2002
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Política

Horacio Labastida

Política y Montes Azules

La noticia sobre el desalojo de las comunidades que hoy habitan en la zona ecológica de Montes Azules, Chiapas, fue percibida como una agresión más contra los indígenas y campesinos abrigados en esa exuberante región, que se vieron acosados poco antes por fuerzas policiacas y paramilitares al servicio de los poderosos intereses que concentran en sus manos los múltiples recursos de las antiguas tierras lacandonas, privilegiadas con abundancia por la naturaleza y fuerzas de trabajo tan explotadas como oprimidas. Cierto es que decretos acordados en el pasado permitieron integrar la Lacandonia y defenderla del capitalismo depredador que la rodea y devasta desde tiempos lejanos, a fin de ofrecer cobijo a los lacandones en coexistencia pacífica con etnias de distintas estirpes.

La situación del sureste es bien conocida. Igual que en la época de la conquista española y la colonización, cuyos efectos agobiantes para los nativos fueron enérgicamente denunciados por Bartolomé de las Casas en el siglo xvi, según consta en su Breve relación de la destrucción de las Indias Occidentales, impresa en Sevilla hacia 1552. La obra acredita que la brutalidad que han sufrido y sufren poblaciones autóctonas tiene una causa: las ambiciones de los poderosos y el consecuente robo del patrimonio de los débiles, legitimados mañosamente por los ideólogos de las clases hegemónicas. En pro de la barbarie del siglo xvi se arguyó que los indios eran bestias y no humanos, es decir, animales, utilizando las doctrinas proclamadas por Aristóteles para defender la esclavitud en la república ateniense.

Y vienen al caso estas reflexiones porque la historia de México tiene una constante que aún no encuentra soluciones de continuidad. Recordemos lo sucedido desde la insurgencia de Hidalgo y Morelos contra el absolutismo monárquico hispano. Muy pronto el imperialismo expansionista del Tío Sam, apoyado en las felonías de Antonio López de Santa Anna -encumbrado en 1834 por el golpe de Estado que defenestró a Gómez Farías y los proyectos redentores de la Generación Ilustrada (1833)-, despojó al país de más de la mitad del territorio, con motivo de una guerra arbitraria y de la imposición de los Tratados de Guadalupe-Hidalgo (1848). Es obvio que la afrenta tuvo como raíz la rapiña burguesa representada por el presidente James K. Polk, elegido en 1844, quien en 1845 envió a México una misión que pretendía comprar Nuevo México y California, rechazada por las autoridades, por lo cual Zachary Taylor llegó al río Bravo, donde asentó sus armas en lugares disputados por México y Texas, y pretextando un ataque mexicano Estados Unidos declaró la guerra el 18 de marzo de 1846. Las derrotas del ejército mexicano en Angostura y Cerro Gordo, inducidas por Santa Anna, y la captura de Santa Fe y California, a cargo de Stephen Kearny, región esta última en la que John Fremont había fundado la ridícula república de Bear Flag, concluyeron en el mencionado tratado, por virtud del cual Estados Unidos estableció su frontera en el Bravo, tomó Alta California y Nuevo México y reafirmó el despojo de Texas, a cambio de vergonzosos 15 millones de dólares. Sin contar Texas, Norteamérica ganó así 500 mil millas cuadradas del noroeste mexicano.

Y lo mismo había sucedido en anteriores invasiones. En los Tratados de Velasco (1836), que Santa Anna convino con Houston para obtener su libertad después de la indigna derrota de San Jacinto, el jalapeño intentó encubrir su traición, muy probablemente perfeccionada en las pláticas que sostuvo, a sugerencia del citado Sam Houston, con el presidente Andrew Jackson (1829-1837). El cañoneo de Veracruz por la escuadra francesa de Luis Felipe (1838); el descaro de Napoleón III y Maximiliano, que pretendieron tomarse México para sí entre 1862 y 1867, la entrega de nuestros recursos al capitalismo inglés y estadunidense en la época limantouriana de Porfirio Díaz, la docilidad de Obregón y Calles para no aplicar el artículo 27 constitucional de la Carta de 1917, en favor de las empresas petroleras y, en la atmósfera del actual neoliberalismo, el TLCAN, que ha dinamitado la industria nacional, asolado al campo, arruinado el mercado interno y asfixiado peligrosamente la soberanía nacional, prueban tales infamias hasta la evidencia de que en el fondo se halla la mano visible del capitalismo trasnacional.

ƑCómo puede interpretarse el despojo de las pobres comunidades de Montes Azules? Todos pensamos en la misma respuesta: el Plan Puebla-Panamá y la espada de Damocles llamada ALCA (Area de Libre Comercio con las Américas), proyectos que ponen en marcha el supercapitalismo que representa la alta burocracia de la Casa Blanca, en un renovado esfuerzo por recobrar las ganancias que aseguran su existencial acumulación y permitan superar las crisis que lo vienen amenazando desde que se tambaleó y derrumbó el Estado de bienestar que Franklin D. Roosevelt edificó a partir del New Deal (1933).

El rápido incremento de la demanda que salvó a los grandes monopolios que a fines del siglo xix y principios del xx sustituyeron al capital competitivo, provocó hasta el presente la inflación que azota sin piedad y por todas partes del orden capitalista. No estamos ante el fin de la historia y posiblemente sí frente a la zozobra de un capitalismo que busca retonificarse a costa de la miseria de las mayorías. ƑNo es esto lo que pasa hoy en los Montes Azules chiapanecos?

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