La Jornada Semanal,   domingo 15 de diciembre del 2002        núm. 406
Raquel Tibol

La neofiguración de Alberto Castro Leñero

El pintor, escultor, dibujante y grabador Alberto Castro Leñero, cuyo sitio en el ámbito artístico está fuera de toda duda, cumplirá el próximo domingo cincuenta y un años de edad. Con este motivo, la maestra Raquel Tibol escribe acerca de la relación de Castro Leñero con el neofiguracionismo, corriente que le ha permitido reflejar en sus obras la problemática contemporánea.

Yo quisiera expresar mis sentimientos, no ilustrarlos. La técnica es simplemente un vehículo, un método para hacer una afirmación. Cuando pinto tengo una imagen o una noción global de lo que estoy tratando. Puedo controlar el flujo de los colores: no hay azar, como tampoco principio ni fin.
Jackson Pollock


Reflejo, 1999El próximo 22 de diciembre Alberto Castro Leñero (pintor, escultor, dibujante, grabador) cumplirá cincuenta y un años de edad. Hace treinta y uno ingresó a la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la unam, donde estudió hasta 1978 Comunicación Gráfica y Artes Visuales. En la misma enap fue maestro de Experimentación Visual (1982-1986). Ha hecho residencias para perfeccionar o practicar su quehacer artístico en Bolonia, Italia; Los Ángeles, California; Albuquerque, Nuevo México; Quebec, Canadá. Tras medio centenar de exposiciones individuales (1974-2002), actualmente exhibe en la Galería Arcos Itattí un conjunto de pinturas, esculturas y dibujos.

Estructura orgánica, 2001La neofiguración, surgida en Europa y Estados Unidos en la segunda mitad del siglo xx, tiene en Alberto Castro Leñero un practicante con su propia singularidad y su propia vitalidad. Al igual que algunos de sus predecesores (Jean Dubuffet, Willem de Kooning, Francis Bacon, Karel Appel...) trabaja el objeto plástico (pintura, escultura) por aproximaciones tan complejas como ambiguas. En sus representaciones de paisajes, figuras, espacios cósmicos, los elementos de la realidad se hacen visibles tras un proceso de subjetivación, evocación y reconstrucción. Esto se puede confirmar en las piezas trabajadas entre 1994 y 2002 que ahora se han reunido para enseñar un proceso de continuidades y cambios, con incorporación de formas geométricas, que en las pinturas actúan con perturbadora y a veces impositiva ambigüedad, y en las esculturas como soportes de procedimientos pictóricos. En Paisaje con estructura (180 x 240 cm), por ejemplo, un conjunto de diez triángulos, de vigoroso cromatismo, entabla una disputa con el paisaje selvático al que han sido sobrepuestos sin lograr anularlo. La delicada maraña en los tonos del término posterior entabla una lucha con las coloridas geometrías rígidamente delimitadas. A pesar de que comparten la misma superficie y la misma bidimensionalidad no se funden ni conviven. Lo que sí queda planteado es un choque de intensidades diferentes: naturaleza y abstracción racional.

En el díptico Escenario (150 x 400 cm) las figuras, elementos representacionales insinuados, han surgido como resultado de una acción pictórica, de la cual obtienen su fuerza y en la que deben incluirse los "bajorrelieves furtivos", de los que hablaba Dubuffet, conseguidos con esmalte sobre el acrílico, efecto utilizado también en las dos muy acertadas versiones de Insecto, la pequeña (60 x 30 cm) y la grande (200 x 100 cm). En estas piezas los aspectos externos se despliegan en favor de lo natural articulado con una sucesión gestual cercana al informalismo.

Como representaciones icónicas demostrativas de profundos intereses psicológicos y espirituales pueden percibirse Cabeza gris y Reflejo (ambos óleos de 240 x 180 cm). Aquí las pinceladas intensas y dramáticas, así como la coloración atenuada, esencial, sin estridencias, conjuran el grito de los personajes y se concentran en su dolorida y quizás torturante melancolía, velada con discreción por tramas lineales que aumentan la interioridad y la individualidad de las emociones. En lenguaje plástico semejante está resuelto El hombre urbano (60 x 30 cm) preso en un conjunto de letras dispersas que podrían organizarse para resolver el enigma que esta composición plantea.

Alberto Castro Leñero ha estado cotejando los límites de la bi y la tridimensionalidad. Claro ejercicio en este orden es una estructura marina resuelta tanto en bronce como en acrílico sobre tela. La diferencia más evidente estriba en los colores, cuya calidad ornamental fluye en la tela, mientras que los tonos verdosos y grises de la pátina en el bronce le otorgan una presencia austera y más rotunda. A último momento el artista prefirió evitar el cotejo en público y sólo se expone la escultura.

A veces Alberto Castro Leñero centra la experimentación en los contornos de la superficie pintada con la clara intención de resaltar factores matemáticos indispensables para la medición del espacio cósmico. Si bien acude en su manera plástica a la indeterminación informalista, en sus complejas aproximaciones a lo representativo resuenan conflictos de esta época nuestra.