La Jornada Semanal,   domingo 1 de diciembre del 2002        núm. 404
Guillermo Rodríguez R.

Los poemas de amor de Guillén

Si uno fuera a buscar el primer poema de amor de Guillén, acaso estaría entre esos textos becquerianos o darianos que caracterizaron los poemas de juventud de Nicolás, si no es que fuera alguno escrito para enamorar a alguna condiscípula en los días de escuela. 

Pero ya desde que en 1930 comienza su aventura con la poesía negra –o mulata, como él prefiere llamarla, comprendiendo la dualidad cubana–, el poeta nos propone un modelo de texto en el que conjuntamente con la pasión y la sensualidad, están expresándose valores que se corresponden con la identidad cubana.

En algunos textos de Sóngoro cosongo (1931), Nicolás está vulnerando los esquemas de belleza que los hispanoamericanos heredamos de Europa, y haciéndonos ver la otra cara de nuestro ser:

Tu vientre sabe más que tu cabeza
y tanto como tus muslos.
Ésa
es la fuerte gracia negra
de tu cuerpo desnudo.

Signo de selva el tuyo,
con tus collares rojos,
tus brazaletes de oro curvo,
y ese caimán oscuro
nadando en el Zambeze de tus ojos.

En este "Madrigal", Guillén nos presenta una belleza que niega aquellos "ojos claros, serenos", que Gutierre de Cetina nos imponía en su canónico texto desde el siglo xvi. Canónico por el modelo de belleza que proponía, pero también por el tono elegante, suave, delicado con que se presentaba esa belleza, y que desde entonces iba a definir al madrigal en la retórica al uso.

Los madrigales de Nicolás nos proponen un canon de belleza femenina que es de Cuba, del Caribe. E incluso un acercamiento mucho más sensual, más lúbrico, por el modo en el que el poeta se relaciona con ella.

Y no es que Nicolás estuviese negando la existencia o incluso la legitimidad de esa belleza que hemos admirado desde los cuadros de Sandro Botticelli, pero sí nos estaba llamando la atención sobre el hecho de que no era esa la única belleza y, ciertamente, no la más próxima a nosotros.

En West Indies Ltd., su libro de 1934, la lubricidad de un nuevo "Madrigal" alcanza un clímax:

Sencilla y vertical,
como una caña en el cañaveral.
Oh retadora del furor
genital:
tu andar fabrica para el espasmo gritador
espuma equina entre tus muslos de metal.
El duro tono épico de Cantos para soldados y sones para turistas y el dramatismo de España, poema en cuatro angustias y una esperanza –ambos de 1937– no dejan espacio al amor de pareja, pero en El son entero (1947), libro que muchos piensan que es el punto de madurez del poeta, aparecen varios textos antológicos dentro del lirismo erótico de Nicolás Guillén. Pienso en su "Glosa", preciosa construcción de cuatro décimas que comentan una cuarteta y que siempre me ha recordado la hermosísima "Glosa de mi tierra", de Alfonso Reyes; el bellísimo romance "Rosa tú, melancólica" y el extraordinario "Agua del recuerdo", donde la imagen de la transeúnte que no ha de volverse a ver, entronca directamente con aquella que Baudelaire viera en el París de su tiempo y que ha ido, como "la mulata de oro" de Nicolás, a la tierra de las grandes mujeres de la poesía.

En La paloma de vuelo popular (1958), hay un texto de un sugerente misterio, en el que Nicolás recupera cierto espíritu de aquel tratamiento del tema en su juventud, entre romántico y modernista. Me refiero a la "Pequeña balada de Plovdiv":

Una larga mirada verde
lejos, allá,
húmedos labios prohibidos
y nada más.

Junto a la puerta misteriosa,
lejos, allá,
la mano blanca, un solo beso
y nada más.

En 1964, el poeta y editor Fayad Jamís tendrá a su cargo la publicación de los Poemas de amor, que el poeta da a conocer en la editorial La Tertulia.

Hay allí textos que merecerían ser reproducidos, lo que no permite el breve espacio de este artículo. Como el lector mexicano tiene al alcance la muy buena antología que es Donde nacen las aguas, editada por el Fondo de Cultura Económica justamente este año del centenario del poeta, me permito recomendarle que busque allí textos como "A Julieta", para ver a Guillén derrochar la gracia y el ingenio que caracterizó a la poesía conversacional tan en boga por los años sesenta; el juego de rondel de "Teresa" y la maestría de "Un poema de amor", que es para mí un texto imprescindible en una antología de la poesía de amor de la lengua.

Hace ya algunos años, apareció En algún sitio de la primavera, largo y personalísimo poema de amor, prácticamente una más entre sus elegías, que Guillén mantuvo inédito en vida y que ha venido a engrosar ese caudal del erotismo poético de Nicolás.

Pero hasta su último momento estuvo Nicolás Guillén cortejando al amor, que acaso por esa fidelidad del poeta nunca lo abandonaba. Había quien se alarmaba o se burlaba de ese hombre de setenta años que andaba aconsejándonos así:
 

búscate una muchacha que toque viola,
siempre que de ella sea la partitura,
y quémala tú mismo con amapola;

una muchacha fresca, sonriente y pura,
y dala una camelia, pero una sola
si acaso fuese grave la quemadura.
 

"Ejercicio de piano con amapola 
de siete a nueve de la mañana"


A mí, sinceramente, no puede producirme más que envidia.