Jornada Semanal, domingo 17  de noviembre de 2002           núm. 402

MICHELLE SOLANO

QUÍMICOS PARA EL AMOR

Bien dijo Olga Harmony (La Jornada/ Cultura/ jueves 24 de enero 2002) que Carmina Narro es una dramaturga y directora que merece más atención de la que se le presta...

Completamente de acuerdo, y esa atención podría extenderse hacia los títulos de sus obras.

Con el teatro de Carmina Narro nunca se sabe. Su dramaturgia es dispareja. Lo mismo le hemos visto obras bien construidas, con una estructura dramática impecable pero flojonas o no tan lucidoras (Credencial de escritor, no de "elector"), otras medio desparpajadas en la forma pero muy consistentes en el fondo (Aplausos para Mariana o Ay, mi vida, qué tragedia) y otras que francamente no tenían pies ni cabeza (La luna en escorpión). Su dirección vacila; nunca ha mostrado mucha seguridad en el trazo, por ejemplo. Sin embargo, hay algo que debemos reconocerle y que constituye lo mejor de su trabajo: su cinismo flagrante, su acidez y la capacidad notable que tiene para ejercer el sarcasmo. Si extiste un leitmotiv en el teatro de la Narro es el amor, pero el amor jodido, ya cuando se acaba, cuando se desgastó. Siempre que la cronista asiste a una obra de Carmina le queda una sensación de haber llegado al final de la fiesta: parece que lo que estaba bien, lo que era divertido, se descompuso. Llega uno en el momento más inoportuno, los personajes ya se están gritando –o poco les falta-, ya sacaron dos o tres trapitos al sol, y uno los ve ahí, enamorados de su abismo, echándose limón y sal en las heridas. El espectador es el intruso, el testigo incómodo de las historias de Carmina, porque le hace presenciar situaciones y personajes patéticos que sólo tienen una cosa en común: "ya valieron", se les extravió el amor. O no, porque eso significa que alguna vez lo tuvieron y por lo que se dicen y cómo se lo dicen uno intuye que no lo conocen siquiera. O quién sabe, porque si uno hace un recuento de su historia personal, tal vez encuentre que lo que está presenciando tiene mucho que ver con lo vivido. El caso es que las obras de Carmina Narro (lejos de los resultados del montaje) suelen ser un gancho al hígado.

Químicos para el amor es una trilogía compuesta por Aspirinas para los desahuciados (dirigida por Rodrigo Johnson), Round de sombras (dirigida por Sabina Berman) y Manicure (dirigida por José Antonio Cordero) y discurre no en un teatro sino en la cafetería del Centro Cultural Helénico. Tres parejas disímiles, unidas únicamente por el lazo de la desgracia amorosa, encarnadas por Hernán Mendoza y Gabriela de la Garza.

De la capacidad histriónica de Hernán Mendoza no quedan dudas, es un actor sólido, de mucha precisión; tanta, que ha sido capaz de sobrevivir a uno de los principales conflictos del teatro nacional: la carencia de dirección de actores. Esta vez entrega tres personajes bien confeccionados, no hay forma de confundirse, no nada más porque el programa de mano lo indique. Al verlo trabajar a uno le queda claro: son tres personajes distintos, no tienen nada que ver uno con otro. A Gabriela de la Garza no le sucede igual: a pesar de que tiene en sus manos tres personajes, ha preferido hacer uno solo y la única diferencia es que en cada historia lo sobreactúa más, a pesar de los diálogos, de la necesidad imperiosa que el texto marca de transiciones y pausas. 

Hernán Mendoza logra momentos entrañables, sobre todo en la segunda historia (que quizá sea la más afortunada tanto en la dramaturgia como en la dirección), pero uno echa de menos una actriz que dé soporte, que trabaje más y se deje seducir menos por la cercanía con el público, por los gestos evidentes y exagerados.

En fin, que no es posible ver este tipo de trabajos y dejar de lado la cuestión de que es urgente un análisis de lo que significa la dirección de actores. Y lo digo porque después es muy sencillo cargarles el muerto, pero ¿quién los llamó?, ¿quién trabajo con ellos?, ¿quién les permitió que hicieran lo que hacen como lo hacen? Eso de que cuando la obra está muy bien es porque el director es un prodigio y cuando la obra está terrible es porque "con los actores no hay quien pueda", son pataditas de ahogado y ya va siendo hora de que cada quien asuma la responsabilidad y las consecuencias de la misma, en el entendido de que el resultado teatral es de todos lo que están involucrados.
 

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