La Jornada Semanal,   domingo 17 de noviembre del 2002        núm. 402
Leonardo Iglesias

Vida y obra de
Jacobo Fijman

Jacobo Fijman, el poeta rumano que, como muchos argentinos, llegó en barco a Buenos Aires, es el autor de Molino rojo, uno de los libros fundamentales del círculo martinfierrista al que perteneció por invitación de Leopoldo Marechal. Su vida dolorosa es tratada, en este ensayo de Leonardo Iglesias, con mesurado dramatismo y poniendo todo el énfasis en la calidad y el aliento original de su obra poética. Con este ensayo recuperamos a un poeta olvidado que al morir “tenía setenta y dos años, tres libros publicados, un cuaderno con dibujos y lo puesto. Nada más”.

El 25 de enero de 1898, bajo los soles fríos de Besarabia (hoy Rumania) nació Jacobo Fijman. En 1902 sus padres deciden emigrar a la Argentina. En 1917 concluye sus estudios secundarios y se radica en Capital Federal. Ingresa en el Profesorado de Lenguas Vivas y comienza una profunda formación cultural. Se especializa en filosofía antigua, griego y latín. Adquiere conocimientos en leyes y matemáticas. Su pasión por el violín y la música clásica lo acerca al compositor y violinista italiano Arcangelo Corelli, y a la espiritualidad de los cantos gregorianos. La vida de Fijman fluctúa pero los diversos nervios convergen en un solo músculo: su compromiso con la palabra.

El final de la década no es del todo próspero. Trabaja como profesor de francés y hundido en una oscura crisis emprende un viaje por todo el país, donde se gana la vida como músico ambulante. Decide irse a donde lo lleve el hambre. Tiene veintiún años. Sus primeros poemas ya tienen forma y estilo. En el Chaco paraguayo se emplea como peón en un aserradero. A su retorno a Buenos Aires en 1920, es ferozmente golpeado tras un confuso episodio en la puerta de la 4ª comisaría. Desde el suelo suplica: "¡Soy el Cristo Rojo...no me peguen, no me peguen!", pero es detenido y llevado a la cárcel de Villa Devoto. Luego de improperios y averiguaciones acerca de su vida privada es trasladado al Hospicio de las Mercedes. Ingresa en enero de 1921 y permanece hasta julio del mismo año. Es sometido a castigos corporales y electroshocks. Al salir enfrenta una cruda realidad. Sin embargo, su fuerza poética puede con el desánimo y logra publicar una serie de notas en el semanario Mundo Argentino y en la revista israelita Vida Nuestra.

En 1926 es invitado por Marechal a unirse a los martinfierristas. En septiembre de ese año publica Molino rojo. Su primer libro de poemas aparece en un momento de gran inestabilidad social y política. El título es asociado a los movimientos anarquistas y socialistas. Por el contrario, Fijman buscaba dos palabras que unidas representaran "esos estados del alma", como le gustaba decir, donde habitaban los fantasmas, el espanto de su internación dentro del hospicio y la abominable postración de un hombre que hallaba en la demencia una instancia poética muy superior a la de cualquier mortal. Impresionado por los maestros clásicos de la pintura religiosa y por la vuelta a la filosofía escolástica, agudiza su crisis con el mundo real.

Del otro lado del Atlántico, el surrealismo está en su apogeo. Fijman desembarca en París y conoce a varios de los precursores del nuevo movimiento. "Nos citamos para leer poemas, estaban Breton, Desnos, Eluard..." Pero su incipiente delirio místico lo distancia de los franceses: "Con Artaud nos conocimos en un café, en la Coupole. Estuvimos a punto de pelearnos. Yo me identificaba con Dios y Artaud con el diablo. Y el Conde de Lautréamont era un loco perverso. Se había entregado a los vicios y hacía con ellos poesía."

Envuelto en una gran confusión teológica cruza nuevamente el océano. Vive en la indigencia. "Sus bolsillos abultados, llevaban un rosario, un catálogo que reproducía las vírgenes del Louvre, y algunas estampas de santos", narra Juan Jacobo Bajarlía. En 1929 es bautizado y convertido al catolicismo. Ese mismo año publica su segundo libro, Hecho de estampas, que es bien recibido. En 1930 realiza un nuevo viaje a Europa, en un frustrado intento para ordenarse como sacerdote y hacer una completa vida penitencial. A su regreso escribe en la revista católica Número. En 1931 edita su tercer y definitivo libro, Estrella de la mañana. Argentina es gobernada por la dictadura de José Felix Uriburu y la presencia militar en las calles es una constante. "El libro corresponde a la época más oscura que he conocido en este país. La gente era perseguida de la manera prevista por el Apocalipsis."

Luego del cierre de Número, su situación económica se agrava. Vive en conventillos y por las noches toca el violín en tugurios. Nadie sabe de él. Se mueve sin saber muy bien a dónde va ni por qué. Sólo atesora entre sus manos lo más importante que mantiene en pie su vida: los poemas y los dibujos que ha bosquejado en el camino.

En la primavera de 1942, la Policía Federal allana el altillo en el que solía pasar sus días. El acta policial sentencia: "afectado de alienación mental". Lo conducen a Villa Devoto y luego al Instituto Neuropsiquiátrico José T. Borda (Buenos Aires), donde permanecerá hasta el día de su muerte. Según los médicos padece de una "psicosis distímica". Vive en la más absoluta miseria y la mayoría de los amigos de su generación lo han abandonado. Dentro del hospicio es ultrajado.Al respecto, Fijman ironiza: "Me aplicaron electroshock. Se ve que querían sacarme la enfermedad del cuerpo."

A pesar de todo despliega su fastuosa inventiva en poemas sacros y dibujos en pastel. Dedica la mayor parte del día al estudio de los teólogos antiguos y a la lectura de otras disciplinas. "He investigado el alma, también la psiquiatría. Y sé que los ciegos y los sordomudos son dementes, que los muy ricos y los que llevan uniformes son dementes y peligrosos. Y que los que visten sotanas y se llaman hijos de Cristo son los más dementes, hipócritas y demoníacos de todos." Escribe y pinta, para echar a todos esos animales que ríen en su cabeza y no lo dejan dormir.

En 1948, Leopoldo Marechal lo incluye junto al pintor Xul Solar y a Macedonio Fernández en su mítico libro, Adan Buenosayres. Aquel extraño habitante de la noche parisina, que volvía de sus largas caminatas con una crónica inusual sobre algún aspecto de la ciudad, era ahora Samuel Tesler, un personaje crecido en la fealdad y la sabiduría. Fijman no tiene amigos, ni refugios. Quienes lo han olvidado saben que está loco. Que vive apasionadamente su amor por la Virgen María y que por las noches conversa con ángeles y demonios.

Aunque es incluido en las enciclopedias y colecciones de literatura argentina, es cruelmente ignorado, y ningún escritor de su generación sabe a ciencia cierta dónde está. A partir de 1968, la vida del viejo poeta quedará marcada por la presencia del escritor y abogado Vicente Zito Lema, a quien Fijman concederá los más lúcidos conceptos sobre el arte y la locura y en quien depositará uno de sus máximos temores: "Sé que dentro de muy poco me voy a morir. Ya soy viejo y he sufrido lo suficiente. Pero tengo miedo de lo que me espera. No de la muerte porque ya estoy muerto en Cristo, sino de que me abran la cabeza como hacen con todos los internos. ¡No quiero presentarme ante Dios cuando resucite con el cerebro dañado y chorreando sangre!"

Luego de una extensa lucha, Zito Lema es nombrado curador de Fijman, cargo que le permite llevarlo a vivir los fines de semana a su propia casa. En 1969 se edita el primer número de la revista Talismán, íntegramente dedicada a Fijman, y a mediados de año aparece en la revista Extra una serie de notas firmadas por el propio Fijman.

La dictadura de Onganía agoniza, la idea de una Argentina más próspera es sólo una ilusión y la violencia se recrudece. Al año siguiente, Fijman es invitado al programa de televisión "La Ciudad Creadora". Sucede algo impensado. Fijman alza la vista, como si hubiera visto la luna que tanto amaba, y dice: "Tengo que contar un secreto que llevo toda la vida conmigo." Las cámaras lo buscan, quieren el mejor plano. Hay expectativa, y como un golpe en pleno rostro, afirma: "Todos los domingos, en misa, los sacerdotes comen mierda." El silencio recorre el estudio y la tensión se hace insoportable. El poeta acaba de hacer la más fulminante declaración escuchada, por aquellos años, en un medio del Estado. Y lo sabe. Como también es consciente de que la muerte está a pasos de hacerle la última zancadilla.

"Poeta", Jacobo Fijman: así lo registran las necrológicas de los diarios del 1 de diciembre de 1970. No dicen nada acerca de su vida dentro del hospicio. De sus huesos comidos por un montón de soledades. Que escribió y pintó infinidad de papeles y sueños. Que amó profundamente a la Virgen María. Y que un día decidió reencontrarse con los ángeles y los pájaros, con los que tanto había hablado. Tenía setenta y dos años, tres libros publicados, un cuaderno con dibujos y lo puesto. Nada más.