La Jornada Semanal,   domingo 17 de noviembre del 2002        núm. 402
Gabriel Gómez López

La otra llama de Panait Istrati

Pocos, muy pocos son los que recuerdan la vida y la obra del rumano de origen griego, nacido (como su personaje Codín) en el barrio de la Comorofca de la ciudad danubiana de Braila. Istrati se convirtió (de acuerdo con la teoría de Saint-John Perse) en “la mala conciencia de su tiempo”, y en “su búsqueda de la otra llama” no hizo concesiones y quedó mal con tirios y troyanos y bien con su propia y maltratada conciencia. El doctor Gabriel Gómez López, lector insigne y talentoso ensayista, recuerda en este trabajo el entusiasmo de Romain Rolland por la vida y la obra de Istrati, a quien llamó “el Gorki de los Balcanes”. Gómez López analiza el corpus literario de Panait y nos lleva por los terrenos de la saga de Adrián Zografi, Kyra Kyralina, Hacia la otra llama (obra que provocó la ira de Stalin), Mediterráneo y un buen número de novelas y escritos políticos de este amigo de Rolland, Kazantzakis, Serge y Suvarin, entre otros grandes escritores. Joseph Kessel revivió la memoria de Istrati a principios de los sesenta. Gómez López lo intenta de nuevo en este ensayo.

En su novela Barrabás, Pär Lagerkwist hace que su personaje vaya en busca de Lázaro, el resucitado, le urge interrogarle, es una oportunidad única de saber qué ha visto al trasponer el misterioso umbral. La respuesta es demoledora: nada.

En cambio, Panait Istrati regresó de la muerte para dar testimonio de su vida; las historias que padeció en carne propia o de las que fue testigo cercano, ese ciclo narrativo forma lo que se conocerá como la saga de Adrián Zograffi. Había intentado cercenarse el cuello en Niza. Dice Pasternak respecto al suicidio de Maiakovski: "Nosotros no tenemos ni idea de los sufrimientos del corazón antes de un suicidio. Las crueldades en el potro del tormento hacen perder el conocimiento a cada instante; los sufrimientos de la tortura son tan grandes que su misma insoportabilidad acelera su fin. [...] Quien llega a la determinación del suicidio se pone sobre sí mismo una cruz, vuelve la espalda al pasado, se declara a sí mismo fracaso, anula los recuerdos. Los recuerdos no pueden alcanzarlo, salvarlo, socorrerlo."

A Panait Istrati los recuerdos le salvaron... pero sólo por unos años.

Caso excepcional en la historia de las letras, un autodidacta de vocación tardía que aprendió el francés a los treinta y cinco años, y dio inicio a su obra literaria con un debut sorprendente, Kyra Kyralina. Luego, literalmente, vomitó una novela tras otra, como montado en la cola de un cometa pasó a un ritmo deslumbrante por el camino de la fama y desapareció, tan fugaz como había llegado.

Al retorno de su "muerte" tuvo el aliento necesario para contar sus historias; después, como un muerto en vida, con la garganta oprimida, sellados sus labios por una tremenda injusticia de la historia, vio eclipsarse su estrella.

Se había convertido en lo que Saint-John Perse llama "la mala conciencia de su tiempo". En su búsqueda de la otra llama se había dado de bruces contra la realidad, había sabido leer la verdad detras del maquillaje oficial y tuvo el valor de denunciar lo que había visto. "Y si no, para qué sirve el escritor, para qué nació", diría Antonin Artaud.

En los años veinte la esperanza era roja. Los marginados, los desposeídos, habían vuelto sus ojos hacia la revolución soviética. No podían creer que, en efecto, no hay esperanza para nadie en ninguna parte del espectro cromático.

Forma parte de la leyenda lo que ocurrió después. Sus amigos le dieron la espalda, le vomitaron su desprecio con insultos que hoy en día les harían enrojecer de vergüenza. Sus mismos admiradores ahora sellaban sus labios y le condenaban al silencio ominoso. Terminaría sus días convertido en un despojo político sobre el que los fascistas se cebaban hundiendo sus colmillos, envolviendo su cadáver con su bandera.

Nació en Braila, Rumania, en 1884, hijo de un contrabandista griego al que no conoció y que murió poco después asesinado por los guardias aduanales, y de una campesina rumana que trabajaba como lavandera para mantenerlo. En sus venas también corría sangre rusa y armenia, entre otras. Su infancia fue un constante descenso en la escala social, obligado a cambiar una y otra vez de residencia hasta caer en los bajos fondos del barrio portuario de su ciudad natal, el barrio de la Comorofca, donde pululaban los maleantes. De manera que sólo pudo asistir a la universidad de la vida. Desde muy joven sintió pasión por los libros y los viajes; el delta del Danubio, los Balcanes, las costas del Mar Negro, Egipto, Grecia, Siria, Líbano, Italia, Francia.

EN DE ZALMOXIS A Gengis Kahn, Mircea Eliade habla de la Hermandad del Lobo en la antigua Dacia, hoy Rumania. Los jóvenes, en su proceso de iniciación, eran enviados a vivir en los bosques como lobos por un lapso después del cual se reintegrarían a la sociedad. Así Istrati abandonó su tierra, impulsado por el demonio de la errancia, y anduvo con las alforjas siempre a cuestas, luchando a brazo partido contra la tuberculosis, privaciones, hambres, fiebres perniciosas. Su amigo Constantinesco, director de un semanario socialista, con quien había participado en las luchas políticas, le dio dinero y una carta de recomendación para Georges Ionesco, quien tenía un negocio de zapatería instalado en París; éste se encargará de albergarlo y alimentarlo. Allí se enamoró de una judía socialista, Zoitra, con quien se casó. Tras arreglar una casa en Braila se dedicó a la cría de cerdos. Cuando el matrimonio se deshizo, Panait abandonó todo y atravesó la frontera suiza en 1916 para internarse, a los treinta y dos años, en un hospital para tuberculosos en Leysen, donde otro enfermo, Josué Jahouda, un joven intelectual, le enseñaría el francés mediante los textos de Romain Rolland, a quien le escribió una larga y entusiasta carta que no llegó a su destino y le fue devuelta.

En 1920, en una aldea suiza de habla francesa, ejerciendo el oficio de pintor, se enamoró de una mujer casada, Ivonne, que lo siguió a París. Más tarde, con otro amigo rumano, Basile, fue a dar a Niza. En 1921, en un jardín público, trabajando como fotógrafo ambulante, movido por la desesperación, se cercenó la garganta....Y entonces le llegó la fortuna. El juez de instrucción encontró entre los papeles del infeliz la carta dirigida a Rolland y la envió a la dirección correcta. La respuesta fue inmediata. Rolland tenía una deuda semejante: él había enviado una carta a Tolstoi y éste le respondió; ahora podía pagar el favor. Llamó a Istrati "el Gorki de los Balcanes". Esto lo impulsó a escribir y publicó en francés, a los treinta y cinco años, Kyra Kyralina, con un éxito fulminante. Culminaban veinte años de errancia, trabajos extenuantes y grandes aflicciones. La lista de sus oficios es interminable: mozo de taberna, pastelero, cerrajero, mecánico, cargador, hombre sándwich, mozo de cuerda, velador, periodista, pintor de brocha gorda, guardia forestal, obrero, plantador de postes telegráficos...

Se casó con Ana, una joven costurera alsaciana, con quien tuvo una relación tormentosa, atravesada por violentas peleas y pronta separación. Aún no lo sabía, pero tenía pocos años para escribir cuanto quería decir. Su inconsciente parecía estar enterado, pues escribió con rapidez su segunda obra, Tío Anghelo, que tuvo una calurosa recepción de la crítica.

Pero tras su éxito cayó en desgracia al publicar, en 1929, Hacia la otra llama, (traducido como Rusia al desnudo) en colaboración con Victor Serge y Boris Suvarin, a pesar de las reiteradas advertencias de Kazantzakis, con el que había viajado a lo largo de la Rusia de Stalin invitado por éste para celebrar las grandezas del régimen revolucionario en su décimo aniversario. Su obra era una denuncia que le atrajo la desconfianza de la derecha y la izquierda. Vituperado, regresó a Rumania para casarse, por tercera vez, con Marguerite, una estudiante de química, pero su salud era cada vez peor. Aislado y enfermo, la tuberculosis finalmente lo alcanzó.

Escribió en Niza su última obra, Mediterráneo, luego regresó a Braila para descubrir, estupefacto, que su amigo Nicolai, creyéndole muerto, transformó la casa en el Museo Panait Istrati, obteniendo con ello ayuda financiera de la ciudad y el título de conservador del museo. Era como si la vida le revelara que hacía tiempo que había muerto; era un muerto-vivo, digno compatriota del conde Vlad.

En Budapest se debatió entre la enfermedad y las dificultades financieras y el 16 de abril de 1935 dejó de existir. Fue una cruel paradoja que su muerte haya sido utilizada por los fascistas.

LA SAGA DE ADRIÁN Zograffi inicia, cronológicamente, con Una noche en el pantano (incluido en Codín). Esta saga nos muestra a los seres torturados que formaron la familia de Istrati, para quienes la vida no era sino una esclavitud disfrazada de libertad. Desde un principio Istrati ha visto que pobreza e ignorancia son los enemigos a vencer, los amos que obligan a los seres humanos a doblar la espalda; esa miseria heredada por generaciones que lleva a la abuela a trabajar por treinta centavos y al tío Dimi a robarlos para emborracharse.

Es un mundo en el que la tragedia está siempre a la vuelta de la esquina; en el que, al intentar escapar al destino, lo precipitan. A los siete años, Adrián iba aprendiendo las leyes de la vida. Fue entonces que traba amistad con un gigante brutal, Codín, un arrabalero de unos treinta años, endomingado con lujo barroco y popular y quien sabía, como nadie, abrir un vientre o partir un corazón.

Su madre había ido regalando a Adrián una mudanza tras otra, una fiesta para él. Los fatigosos cambios de domicilio le llevaron, a los doce años, al barrio de peor fama de todo el suburbio, entre todo tipo de delincuentes y montículos de basura, pequeñas lagunas de agua verdosa donde yacían cadáveres de toda clase de animales devorados por grandes puercos hambrientos, todo por economizar dos francos por mes de alquiler y conseguir un traje para su hijo.

Allí creció entre gente feroz, donde los hombres se mataban y los chicos se arrancaban la cabeza, donde los jóvenes bebían, gritaban y bailaban al son de un organillo, y donde la policía no se atrevía a entrar de noche. Un lugar ideal para que fermentara la obra de un artista, en la frontera donde horror y belleza se fusionan.

Adrián está fascinado por la conciencia de ser enteramente libre y pasear por el puerto y por "su" Danubio. Todo ese hormiguear de seres y cosas se producía para su goce personal, la majestuosa inercia en el invierno, el silencio universal, la imponente soledad de los muelles desiertos, la blancura inmaculada de la nieve, la terrorífica inmovilidad del río bajo su mortaja de hielo. Codín le abrirá los ojos a un mundo de libertad que no estaba entre los muros de una escuela. En quince minutos aprendería más que en diez años de clase. Codín se enfrentará, a su manera, a la injusticia social, pero terminará aplastado por ella, luchando a brazo partido contra su madre, odio contra odio.

EN TSATSA MINNKA NARRA una historia de amor que floreció en el pantano y, como tal, estaba condenado a contaminarse. Ahogándose en esa miseria crece una pasión desesperada: dos amantes atados al altar de los sacrificios allí donde el río Seret quema los últimos vestigios de su esperanza, donde el agua ruge, deshace y crea sin pausa, donde se estrella con toda su furia y todo su amor. Una pasión que lleva el ritmo del río, con un ciclo engañoso y en cuyas aguas no se puede entrar sin salir con una herida emponzoñada para toda la vida. ¿Cómo luchar contra la miseria que todo lo devora? ¿Por qué elegir a la más débil de todas las criaturas para llenarla de angustia? ¿Es preciso pagar siempre por culpas heredadas?

Un río que súbitamente reaparece con toda su furia y se desborda. Y los miserables diques de tierra se rompen, junto con las pobres barreras con que los humanos pretenden detener el empuje de la vida, y el agua que penetra en las cuestas, llena los pozos, invade las cabañas y anega hasta las copas de los árboles. Al retirarse las aguas semejan las de un amor intempestivo que se ha apoderado de un corazón pacífico; y las almas quedan en el más profundo desamparo; casas destruidas, cosechas perdidas, forraje, pozos cegados, limo, escombros, silencio y soledad. Y al final el saqueo, la descomposición, la muerte, la podredumbre apoderándose de todo, los vapores pestilentes que despide la carroña, los cultivos convertidos en cloacas, los fétidos olores y el insoportable suplicio del hambre.

Luego, como en Hiroshima, de la descomposición surgen las más bellas flores, hermosas corolas rojas que desprenden un olor agrio y producen alegría en todo el mundo –el oro de los pobres, diría Eugenio Montale–, y de nuevo la alondra en su vuelo, los retoños en los hogares, los hijos que no conocerían al padre y de nuevo la miseria y los juncos del pantano. La vida circular.

Así como el agua es el elemento en el que Tsatsa Minnka forja su pasión, en Los cardos del Baragán lo marca el aire, el viento como un río impetuoso. Es el aire moscovita chocando contra la tierra ardorosa de Rumania; al sentirse acariciada por aquella fresca brisa que le hace renovar su plumaje, la cigüeña levanta el vuelo hacia otros parajes de clima más benevolente; al emigrar comienza la actividad en la inmensa llanura del Baragán que se extiende desde hace una eternidad entre dos ríos, el perezoso Yalomitza y el agitado Danubio. Y aquí se librará una continua lucha, no sólo de los elementos, sino del hombre contra la tierra, del hombre contra el hombre, del hombre contra el hambre; una sorda guerra a muerte llamada vida.

Y entonces aparecen los cardos que asoman en cuanto deshiela, en forma de hongos. Luego sopla el viento cada vez con mayor intensidad, el cielo se torna plúmbeo, la tierra se limpia, los pájaros levantan el vuelo. El viento crece, impetuoso arrolla cuanto encuentra; los cardos ruedan como pelotas esparciendo por doquier su dañina semilla, corren como bolas de nieve a fantásticas velocidades. Pasado el huracán, todo queda sin señales de vida, como si los elementos descansaran de una penosa labor. La tierra, cubierta con un espeso mantón blanco, duerme un sueño de seis meses.

La vida siempre es difícil para los pobres que pescan entre el lodazal circundante; carpas, sollos, pescados que, salados y arreglados, pueden ser malbaratados, porque los pobres se ven obligados a venderlos a bajo precio por no saber dónde guardar tanto fermento, tanto estorbo pestilente, tanta pudrición, tanta riqueza potencial. Un año entero de privaciones para obtener microscópicas ganancias. Y, después, la terrible odisea de vender el pescado atravesando el desierto, escoltados por cuervos que olisquean la muerte, y por el inmisericorde sol, imparcial testigo de las desgracias de los hombres. Lanzarse al desierto es una aventura para un niño; sin embargo, representa un viaje sin retorno para un adulto.

Pero, ¿puede haber algo peor que vivir en la quietud para quienes aman la tierra y la libertad? El Baragán como un imán de fuerza irresistible; campesinos labrando sus tierras casi estériles, maltratando a sus mujeres y caballos, los carros atascados, rotas las ruedas, partido el eje. Y luego, al final del infierno, encontrar en el purgatorio a la Duduca, una Beatriz encanecida, delgada, capaz de dar albergue a todos los miserables del mundo, purgando un amor desdichado al que había prometido guardar fidelidad eterna, sin otro patrimonio que el deseo de entregar su vida a los demás.

Los cardos del Baragán es una novela apocalíptica donde el amor no es capaz de salvar al mundo. Perdida la esperanza, sin pan, sin forraje, los amores, contaminados por la sociedad, derivan al alcohol y a la ruina porque los enemigos no eran ni Dios ni sus rayos, sino los propietarios que les explotaban y reducían a la miseria.

KYRA KYRALINA ES LA obra maestra de Istrati. Stavro cuenta su historia en esa lengua universal que llega al corazón de los hombres que no tienen patria. Es también autobiográfica, pero aquí la distancia entre autor y personaje está más lograda, más ocultos los repliegues y costuras. Revelando una técnica depurada nos da tres narradores en uno, tres personalidades distintas en cada edad del personaje. Los cortes en el tiempo nos hacen avanzar y retroceder en la narración. Stavro es un mutilado del alma a quien faltaba el fundamento mismo de la vida. Ha llevado una vida errante, libre, encenagada por el vicio. Sin darnos antecedentes sabemos que de la noche a la mañana Stavro enterró, en alguna parte de su vida, su personalidad, para hacer nacer a Domnul Isvoranu, mercader de cobres de Damasco, quien ganó el corazón de una mujer al contarle historias pero que, sin percibirlo, se iba hundiendo en las arenas movedizas de una pasión mal correspondida; la telaraña de la vida lo había atrapado y no supo cómo salir. Ni la benevolencia de los hombres ni el concurso de las circunstancias han salvado nunca a nadie del infierno.

Más tarde Stavro retrocede y nos cuenta su infancia, llenando los huecos que había dejado en su narración, las herrumbrosas esclusas que cierran el paso a las aguas del pasado. Nos encontramos poco después de la guerra de Crimea, cuando el padre apaleaba a su madre sin saber la razón y él tenía nueve años y se llamaba Dragomir, y Kyra, su bellísima hermana, tenía trece. Kyra y su madre eran mujeres nacidas para prodigar y recibir caricias, pero en cambio recibían golpes sin piedad. En su casa las carcajadas se alternaban con los lamentos. Apenas salía el padre la fiesta comenzaba, aquel era un paraíso de amor, que se respiraba y se bebía. Cuando la madre de Dragomir ve mutilada su belleza dará inicio el ciclo de la venganza, la odisea de los hermanos.

Novela teñida con los colores de las mil y una noches, con la nostalgia de quien hurga en los antiguos viajes de nuestra juventud. ¿Sería Kyra quien de pronto se le aparecía cuando purgaba sus penas, o un espejismo enviado por Dios? Aparecía justo cuando creía estar a punto de morir.

Si bien Dios le había negado a su hermana, en cambio le había entregado a un amigo que le mostró el camino de la redención, el único posible: el áspero sendero del trabajo. Pero ¿alcanzó en realidad la redención tras tocar fondo en la prisión? La novela nos regresa al principio, Stravro es un mutilado del alma, un muerto-vivo; tal vez sea la condición necesaria para conocer a fondo al ser humano.

NERRÁNTSULA ES UNA BELLÍSIMA  leyenda escrita bailando y para ser leída bailando. Érase un niño que se aburría de muerte y jugaba en las calles con sus grandes cometas, la cabeza descubierta y siempre solo y ella, Nerrántsula, una huérfana llegada de Dios sabe dónde, con un cuerpo duro como piedra y un olor a carne amada, a perfume de una fruta exótica que se saborea por vez primera. Vida desbordante de jóvenes inmersos en ese Danubio primaveral de nuestros corazones. Cruzar el río sería el logro supremo, tocar el limo de la orilla y lanzarse al regreso para obtener un beso de la amada. El Danubio tirano, como suprema prueba de amor, cuando se está dispuesto a morir y a matar por la mujer amada.

El niño, supremo despilfarrador de vida para quien sólo hay una calamidad insoportable, la escuela, y que poco a poco va descubriendo todos los desastres que encierra el alma humana, donde el mejor amigo puede ser nuestro enemigo y donde la mujer nos va mostrando el camino de la madurez, la temida madurez de la que no hay retorno.

EN MIJAIL PANAIT ISTRATI hace la apología de la amistad tras el desacuerdo con su madre y con su prometida, una mujer a su medida, una bola incandescente, y, luego de haber elaborado todo un catálogo de empleos, a los quince años conoce a Mijail, andrajoso, de botas remendadas y costrosas, camisa imposible y cabeza pringosa, uno de los más enigmáticos personajes de Istrati, un místico en estado salvaje, un Rimbaud, un granuja hijo de una rica y noble familia rusa, un ser miserable tragado por las tinieblas fangosas de los bajos fondos, aplastado por la injusticia y la miseria, pero que, en su ratos libres, devoraba cultura y se alimentaba de sueños. Un ángel caído, bajo de estatura, robusto, que se había retirado del mundo voluntariamente escogiendo el camino de la miseria para ocultarse de todas las miradas, y que sin embargo repartía con los pobres sus ganancias.

La amistad, dice Istrati, es el sentimiento que distingue al hombre de la bestia. Amistad que duraría ocho años y sería el motor de algunas narraciones. Mijail no tenía pasado, lo había enterrado. Nacido en alguna parte, en su infancia fue feliz, pero en su adolescencia fue turbado por las ideas políticas, estropeado por las agitaciones de su corazón.

Cuando Adrián sufrió una neumonía, Mijail cuidó de él con devoción, tras lo cual, cumplida su misión, partió. Adrián lo alcanzará, dejando atrás a su madre. Los amigos viven un tiempo en Bucarest, y, tras varias desavenencias, Mijail viaja hacia Manchuria. Se volverán a encontrar en Bucarest y se embarcarán desde Constanza hasta Egipto, dispuestos a recorrer el mundo. Años más tarde Mijail volvería, gravemente enfermo, a Kazán, con su familia. Le ha dicho que si sufre demasiado se arrojará al mar, si todo va bien le escribirá desde Odessa. Pero Adrián-Istrati nunca recibió esa carta.

EL PESCADOR DE ESPONJAS es un canto a la errancia. Compuesto de cinco breves narraciones, sigue hablando de la vida y mocedades de Adrián Zograffi. La continuación tenía que ser su vida y su muerte, una vida y una muerte de héroe oscuro. "Entramos en la vida como consecuencia de un breve placer que arrastra tras sí infinita amargura." Viajando para comprender el sentido de la existencia, Adrián encontró que los hombres trabajan por temor al hambre, comen y beben por temor a la muerte, duermen porque se cansan y se multiplican porque así hacen los demás. No se consigue más que lo que se es y él era un hombre sin razón de ser.

Se dio cuenta que enrolaban a los pescadores de esponjas entre los seres marginales, hombres recogidos de la basura. Cada esponja que se arrancaba al mar, le costaba una gota de sangre al pescador.

Lanzado a la gran aventura, sin dinero, sin papeles, sin haber pagado pasaje, Adrián encuentra que los auténticos enemigos son los dueños del mundo, quienes nunca han sido detenidos y detestan a aquellos que lo están, quienes han impuesto a todo el mundo el orden por ellos establecido, que viven bien vestidos, con dinero en la cartera y el pasaporte en regla. Las estúpidas trabas forjadas por la mano del hombre.

Heroísmo de la vida del hombre que afronta su existencia con sus dos manos vacías como único capital. Al vagabundo le domina un monstruoso aburrimiento tras ver las mismas caras, las mismas paredes, las mismas calles, derrochando vida, sacrificando el presente al mañana en una lucha acerba que sólo termina con la muerte. El vagabundo tiene debilitado su instinto de conservación, acepta las peores incertidumbres, mira con sangre fría la amenaza de su propia destrucción, pero goza cada minuto de la jornada, de ello resulta la vida plena. Los vagabundos son los perturbadores de la existencia, los juglares que acompañan al cortejo de la vida, dispuestos a caer muertos cantando sus glorias. El aventurero puede y trata de hacer fortuna; el vagabundo ni lo quiere ni piensa en ello, las risas y las lágrimas no son finalidades sino medios que permiten pasar a otra cosa. Igual que el sueño o la vigilia, la existencia también es un medio que nos permite llegar a esa cosa llamada Nada. La inmortalidad no debe buscarse después de la vida.

En este libro aparece Sotir, otro de sus personajes importantes, quien desprende ese perfume que esparcen los hombres inestables que no conocen fronteras, para quienes la tierra entera es una sola patria y en quienes el deseo de marchar y volver es su principal alimento.

LA FAMILIA PERLMUTTER, escrita en colaboración con Josué Jehounda, está dividida en cuatro partes y narra la historia de esta familia vista con los ojos de Sotir, quien va y viene trayendo noticias de Constanza, ese antiguo promontorio sobre el mar Negro, santificado por el exilio de Ovidio, a Alejandría. Los Perlmutter son una familia de sacrificadores, desde el bisabuelo sangraban ritualmente pollos, ocas, ganado mayor, pero la desgracia acecha para cortar la monotonía de la felicidad. La ambición perdió a Avrum, los hijos se convirtieron en la causa de sus verdaderas desgracias. Una y otra vez llegarán, por segundos, tarde a su felicidad.

LA CASA THÜRINGER  ES la última entrega de la saga de Adrián. Desde el prólogo anticipa, "las confesiones de un escritor de nuestro tiempo", escrita a su regreso del desdichado viaje a Rusia, en plena ola de la desesperación, es el testimonio de un hombre maduro y derrotado. Canto del hombre contra la máquina, en el que denuncia cómo se puede vivir sin caminos, sin electricidad, sin higiene, pero no sin almas puras.

Es la historia del ascenso y descenso de una familia, desde que Max, el mayor, se casa con su sirvienta Ana, la rueda de la fortuna en lo alto, hasta el final cuando se ha perdido todo y se ven obligados a emigrar y recomenzar desde el principio. El joven Adrián ha entrado a trabajar en la casa; enamorado de Ana Thüringer y separado de ella por el abismo de su clase social, conocerá el amor físico de una sirviente húngara a manera de sucedáneo.

Adrián observa con terror a esas multitudes que se dirigían felices hacia las oficinas, talleres, fábricas, almacenes, renunciando a todo, a lo mejor de su existencia, por un pedazo de pan. Aquí Istrati hace una crítica velada al régimen soviético adivinando la raíz de su fracaso; se había percatado de que la clase dominante era necesaria para continuar manejando los negocios. Cómo poner el timón del mundo en manos de una clase desprovista de capacidad y de espíritu de iniciativa, por qué en lugar de amotinar a los miserables y contentarse con enseñarles canciones revolucionaras no se les enseñaba más bien la técnica de los negocios. No bastaba la doctrina, había que asimilar primero la ciencia de los burgueses y luego hablar de sustitución. Los cargadores no eran aptos para reemplazar a los armadores. Por el lado moral la clase obrera tenía los mismos vicios de sus opresores, no eran honrados, eran derrochadores, llegaban pronto al crimen. Los que pactaban el salario eran los dueños de las cantinas. Los mismos patrones pedían sindicatos, el obrero afiliado es más serio, más consciente. Pero para qué luchar entonces, ¿para permitir a los unos tomar el lugar de los otros? El hombre de corazón no debe mezclarse en los asuntos del hombre de acción. Es la lucha estéril del hombre contra la máquina, contra el insensible progreso, contra las grúas de los muelles que reemplazarían a los hombres por centenares. "En la medida que la máquina arranca el pan de la boca de vuestros hijos exigid la disminución de las horas de trabajo y el aumento de salarios."

La casa Thüringer cae en quiebra, el círculo se cierra, Ana retorna a sus días de pobreza, el menor de los Thüringer muere de frío e inanición y queda dos días sin sepultura. Pero la desesperación no sirve para nada, hay que luchar. Adrián se interesa de manera activa en los problemas sociales, participa en la lucha con los obreros, comienza a escribir en un diario local, asiste a las reuniones, se gana el respeto de todos, incluyendo el de Ana. Y aquí Istrati, a manera de testamento, pinta su retrato: "El movimiento obrero desconfiaba de él por sus simpatías con la burguesía, la vida era demasiado compleja para encerrarla en casillas dogmáticas, libre, ni burgués ni proletario."

Sería un hombre solo, ningún rebaño humano lo admitiría, su alma estaría abierta a toda la vida, ninguna doctrina le impondría una acción injusta.

LOS LIBROS SOCIALES Por haber amado a la tierra, Confianza y Hacia la otra llama, son confesiones de un Istrati ahogado en un mar de amargura, reflexiones de un hombre que va aceptando su derrota. "Uno se vuelve desagradable, según parece, desde que moja su pluma en la sangre de la propia rebeldía." "Para ser sublime el arte exige cobardía y egoísmo irreprochables, o, por lo menos, pide al artista que no considere al sufrimiento humano como materia de inspiración objetiva." "Tras suprimir el cerebro del trabajador le suprimieron el alma, que por otra parte no existe." "El egoísmo es el vehículo de la muerte cotidiana." "La vida me resulta insoportable si debo callarme y adherirme a este orden que hace la felicidad de algunos." "Vencidos son todos aquellos hombres que, al declinar su vida, se encuentran en desacuerdo sentimental con los mejores de sus semejantes. Yo soy uno de los vencidos."

Tras seis meses en la urss, acompañado por Kazantzakis en un largo viaje hacia el infierno, se da cuenta de la realidad de un sueño convertido en pesadilla.

Uno a uno fueron reventando ante sus ojos los tumores y pústulas de la revolución. La detención de Victor Serge le hace dudar de la moralidad del régimen revolucionario; por doquier encuentra favoritismos, selecciones arbitrarias, poco trabajo, orgías, prebendas, desfalcos, soplonería, politiquería... "Qué sería de la urss si todos los dirigentes, presidentes, secretarios y demás burócratas se pusieran a trabajar como simples obreros. El pan es todo en la vida cuando la vida no es más que un infierno, cuando el derecho a pensar y a moverse no es más que un recuerdo, tener el pan asegurado lo es todo, morir no es nada. Hundiendo en el hambre a todo aquel que no baila al son de su gaita. En las aguas soviéticas el que se agita mucho no suele conseguir más que ahogarse antes."

Una llama, después de otras mil, acaba de apagarse, en una vastísima tierra de esperanza. ¿Entonces dónde está La otra llama?

"La necesidad de justicia es un sentimiento, no una teoría, quienes llegan a la rebeldía por la teoría, se marchan por la teoría. El sentimiento en cambio es la fuerza que abarca toda la vida y la esparce a todos los vientos. Sólo así se podrá equilibrar justicia con progreso. El sentimiento del bien, infinitamente más poderoso que el del mal, constituye la base de la vida."

Con la fuerza de un visionario advierte cómo en la urss dos clases de fuerzas combaten encarnizadamente; las fuerzas del pasado, las tendencias de restauración capitalista, y las fuerzas proletarias que tienden a crear un orden socialista. Stalin utilizaba el lenguaje del optimismo, el elogio sistemático, la aprobación fanática, una especie de difamación al revés. La suprema sabiduría consiste en agachar la cabeza, hacerse de la vista gorda ante la gangrena generalizada. Las generaciones revolucionarias templadas en el hambre, la prisión y el destierro, cedieron terreno a los jóvenes y ya nadie sabe nada, la represión es el único medio para conservar el poder, la esterilidad intelectual es tan espantosa como la abundancia de papel impreso desprovisto de valor espiritual. Aristocracia que monopoliza los cargos políticos, la pequeña oligarquía que todo lo domina. En la urss ser del pueblo implicaba deberes y sacrificios que no correspondían a la otra clase. ¿Acaso todo esto no recuerda a algún país que conocemos? Istrati se equivocó por sesenta años, pero hoy sabemos que tenía razón: tarde o temprano volvería el capitalismo a la urss.

Él quería estar con los que nada tienen. Aborrecía la criminal necesidad que obligaba a los hombres a plantar más postes de telégrafos que papas. Istrati sufría y gozaba, al ritmo de su propio abismo. "Soy soledad y solidaridad", gritaba. "El engranaje de las leyes es de sangre. El ser humano ha inventado la justicia, la caridad, el altruismo. Todo es mercancía, comercio, dinero, incluso el arte, incluso la religión y las palabras. No soy más valiente ni más cobarde, sólo tengo una vida que perder."

Y finalmente la perdió. Sus reflexiones, tan valientes como ingenuas, apresuraron su final. Barbuse, Rolland, todos le volvieron la espalda y lo hundieron en la miseria.

ISTRATI HA CAÍDO EN el olvido. Fue una estrella fulgurante en su momento y reapareció en los años sesenta gracias a la intervención de Joseph Kessel, quien procedió a lavar su nombre. Pero desde entonces parece haberse eclipsado definitivamente. ¿Las constantes de su obra? Su propia vida, el amor, la amistad, la injusticia social que cierra el círculo. Cuando logra distanciar u ocultar su experiencia de primera mano, su obra resulta más convincente.

El suyo es un amor siempre teñido de tragedia y desdicha, pasión contaminada por la lucha de clases, por el veneno de lo social. Una y otra vez los amantes se estrellan contra la injusticia de la realidad que les tocó vivir. Una amistad a toda prueba, y una postura siempre al lado de los marginados. Todo dominado por el signo de la errancia, el vagabundo que no ignora las palabras de Voltaire en su Cándido acerca del trabajo curativo, pero que también sabe que no es bueno abusar de tan desagradable medicina.

Como telón de fondo está la geografía de su Rumania, el ritmo que marcan las marismas, el desbordarse de los ríos, el empuje de los vientos contra las llanuras. Y el de los países en los que vivió su aventura: Siria, Líbano, Egipto.

Sus defectos como escritor, en su momento enmascarados por la pureza de sus aventuras, los señaló él mismo: "La violencia de mi temperamento arrastró su razón como el viento una pluma, su voz se ha agotado de gritar. Cuando se tiene algo que decir y el don de hacerlo, renunciar a ello es un crimen. Mi pecho era un horno lleno de metales fundidos que trataban de escaparse y no encontraban moldes prontos para recibirlos."

Istrati hace una confesión: "Los críticos querían que Adrián fuera un narrador antes que un rebelde, querían que la indignación fuera disciplinada."

Sufrió un revés tras otro; sus libros ya no se reeditaban, no le pagaban sus derechos de autor, Egipto lo expulsó, Italia lo arrojó al calabozo; estuvo a punto de perder la razón por una mujer de "gran carácter"; en Braila pasó largas noches luchando contra la locura y el suicidio, hasta verse obligado a recluirse en un monasterio de los Cárpatos. Ya no podía caminar doscientos pasos ni hablar cinco minutos sin ahogarse, la tuberculosis le aquejaba, pero estaba condenado a escribir.

Quien no han vivido, es decir, quien no han gozado y sufrido intensamente, carece de autoridad para hablarle a los hombres. Sus palabras no pueden tener más valor que el de un fuego de artificio. Pero aquellos que han sabido vivir buscando la verdad y buscándose a sí mismos con fe, tienen derecho a que los hombres les escuchen, aún cuando puedan equivocarse.