Jornada Semanal, domingo 17 de noviembre del 2002        núm. 402

GABRIELA Y ULI, FANTASMAS Y VUELOS

En la prensa del día de la inauguración de la muestra, un crítico de arte nos habló de los aspectos psicológicos de la obra pictórica de Gabriela Podestá. Dejemos en paz sus afirmaciones inapelables sobre la participación del inconsciente en el proceso creativo y agreguémoslas al repertorio de especulaciones, deslumbramientos y sorpresas que nos despiertan las figuras reales y misteriosas que aparecen y desaparecen en las telas de Gabriela. Ellas hacen sus formas y las deshacen en un constante diálogo con la autora y sus medios expresivos. Salen del pincel, adquieren vida, se borran y regresan. Aunque pueda parecer que cada cuadro de Gabriela es el producto de un monólogo interior o de una elaboración automática de estirpe surrealista, pienso que hay algo más que eso y que se trata en realidad de un diálogo con fantasmas que van indicando a la autora cuáles son las formas de sus rostros y sus cuerpos, en qué momento quieren desaparecer en una oportuna veladura y cómo quieren regresar con un nuevo perfil y con los colores que corresponden a ese retorno. Todo este proceso exige una gran disciplina, un notable dominio del color y la humildad indispensable para que el diálogo con los fantasmas de distintas épocas y de miles de vidas sea verdadero y genuinamente artístico. La autora y los participantes en el rito de ver jugaremos la aventura de tejer y destejer este mundo de sombras y de seres fantasmagóricamente reales. Así nos mantendremos en el asombro que enlaza al arte con el mundo real y con los sueños siempre más reales y complejos. Esta muestra viene a consolidar un estilo y una visión de la pintura que se inició en la Pueyrredón bonoaerense, recorrió galerías argentinas y mexicanas, páginas de revistas y de suplementos, se unió a la fotografía y al collage y, ahora, en un nuevo espacio que quiere abrir un diálogo constante, despliega su propuesta y llega a nosotros con sus formas novedosas y sus fantasmas de todas las edades de la autora y del mundo.

A su lado, el bronce rotundo de las esculturas de Uli Solner nos golpea con su claridad de formas y sus articulaciones que logran un equilibrio milagroso. Uli, maestra en bronces y cerámicas, ha expuesto su obra en México y en Alemania y ahora nos propone estos vigorosos volúmenes que se apoyan los unos en los otros y que reúnen una sólida pertenencia a la tierra con esa vocación aérea que Constantin Brancussi dio a la escultura moderna. Así, en medio de vegetaciones broncíneas, los falos ascienden, los senos, como palomas del Cantar de los cantares, vuelan y retornan, los cuerpos femeninos flotan en su propio espacio y llevan su tiempo en el centro del sexo. La escultura de Uli ocupa el ámbito que se extiende entre la tierra y el vuelo, la pintura de Gabriela se adentra en el corazón de la tela; de él salen sus figuras y a ella retornan después de que se exponen a nuestras miradas. No tiene sentido buscar influencias en su pintura, pero conviene destacar algunas presencias: Bacon, las vegetaciones de los prerrafaelistas y las coloraciones otoñales de algún país desconocido o inventado por Gabriela y sus fantasmas.

En uno de los cuadros de Gabriela Podestá, una figura de la cual sólo se ven las hermosas piernas y los pies poderosos y relajados, la mano que sale de la sombra acaricia con suavidad un fruto de colores tenues. A su lado, otra figura se cubre o, tal vez, descubre el rostro y se lleva una mano al sexo. A su alrededor giran coloraciones y sombras; una mesa cubierta por una tela y, al fondo, tal vez, un lecho o la ola de un mar que sale del muro sombreado. Frente a este cuadro se levanta la sólida escultura de Uli Solner cuyas piezas se unen y sostienen en perfecto equilibrio por obra y gracia de algún artilugio mágico traído a la realidad por la técnica. Veo en esa escultura volúmenes que desean unirse, tal vez huesos que aspiran a articularse o un tótem de metal. Uli nos permite fabular sobre estas formas en movimiento. Esto sucede con algunas de sus obras mientras que en otras todo es seguro y razonable: un falo es un falo y un seno es un seno, lo que les da vida es el movimiento ascendente o el giro constante por ese espacio vacío que rodea a la escultura y al cual la misma escultura comunica su aura, su significado más íntimo, su ser en el tiempo del arte.

Poco antes de salir de la Galería de Niza 13, espacio que aspira a ser un centro de variadas actividades artísticas y a rescatar hasta donde se pueda los viejos espíritus de la que fuera Zona Rosa y ahora yace enrojecida e inyectada en medio de la mugre y la vulgaridad, me detuve para ver a una niña (o niño) de Gabriela que camina resueltamente por un paisaje rojo. Lo rodean figuras marinas y, al fondo, se destaca el perfil de un acantilado. Quise ver en el cuadro todo esto. Y si lo quise ver es que ahí se encuentra. Gabriela propone y nuestra mirada dispone. En eso consiste el milagro de su pintura.
 

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
[email protected]