Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 13 de noviembre de 2002
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Política

Luis Linares Zapata

Lula y los mercados

Los inasibles pero reales y sentidos mercados financieros no quieren a Lula. Se distanciaron de él desde que era un incipiente líder metalúrgico que defendía posiciones situadas al otro lado de sus jugosas trincheras naturales. Los asustó cuando llegó a la primera segunda vuelta de su accidentada carrera con un margen considerable sobre Collor de Melo, aquel triste, efímero y enfatuado presidente brasileño, tan de poca monta y peor recuerdo. Desplegaron en su ayuda una feroz guerra sucia mediática para neutralizar a Inacio y espantaron a los que querían respaldar al fogoso luchador de aquellos tiempos. Una parte de los que votaron por Lula en la primera vuelta flaquearon, cambiaron de bando y optaron por el relumbrón que les ofrecía el jovenzuelo, bien parecido y ambicioso, a quien luego tuvieron que despedir por abusivo y ladronzuelo.

Los mercados le renovaron a Lula su malquerencia cuando compitió contra Cardoso, un intelectual de la llamada izquierda ilustrada que entró, como a su reducto natural, por la gran puerta del poder establecido que, enseguida, lo reconoció como a uno de los suyos. Y ahí se parapetó don Fernando por dos periodos consecutivos, después de infligirle a Lula da Silva dos derrotas consecutivas. Henrique cuidó con esmero las normas establecidas desde el exterior. Limó las pocas asperezas de sus originales posturas y fue, una vez más, el modelo de gobernante a quien el contorno la impele a abandonar las buenas intenciones reivindicatorias y termina en la mediocridad de un ensayo de centroizquierda desfigurado. Doce años en los que Brasil pagó un precio traducido en parálisis, retrocesos y tensiones.

Pero Lula perseveró y volvió a la carga por la presidencia a pesar de que, de nueva cuenta, los mercados y las elites brasileñas, codo a codo con sus asociados en el resto del mundo, le renovaron su animosidad. Nada se interpuso entre sus malfarios y el castigo que comenzaron a infligirle al real, los intereses aumentaron y cayeron los valores en el Bovespa. La maledicencia fue evidente, abierta, continuada y a fondo, pero perdieron en las urnas y de feo modo. Esta vez Lula se quedó con una porción fiel del electorado y está a punto de ser ungido presidente del Brasil, el primero que no habita entre la clase dirigente ni fue educado en su seno. Y tampoco hoy, a pesar de los adelantos del elegido por calmarlos un tanto, los mercados lo aceptan. Pero ahora a sus resquemores de clase agregan una pizca de precaución.

Luiz Inacio Lula da Silva será el presidente de una nación gigantesca, la novena economía del planeta, que además debe una montaña de ese pesado dinero que tanto amasan y quieren los mercados. No es cosa de juego ni de arriesgue, sino de respetar las reglas impuestas por ellos en todo el orbe lo que solicitan. Y, para obtener algo más de las inefables y siempre insatisfechas seguridades, envían a cuanto mensajero pueden para que anuncie, con insuflado pecho respetable, las sensatas recomendaciones y los consejos de prudencia. Exigen respuestas inmediatas, confiables, tranquilizadoras de que sus intereses serán salvaguardados por sobre todas las demás cosas. Así trabajan ellos, con rigor, sin tapujos, fidelidades ni principios.

Pero Lula tuvo electores, muchos millones de ellos, con una característica básica que los unifica: aspiran a un cambio en sus ajetreadas vidas. Quieren que Lula les reponga algo de su esperanza extraviada en las urgencias e injusticias cotidianas. Desean vivir con dignidad aceptable. Le dieron su respaldo a pesar del miedo al poderoso y a la violencia de las penas que les infligieron con toda la severidad que los mercados suelen aplicar en estos rebeldes y soñadores casos. Sucede que tales votantes no se adhirieron a Lula de gratis, ni por tontería, ni sin estar dispuestos a pagar costos personales. Persiguen un horizonte asequible, no ilusorio y torpe, pero exigen cumplida fidelidad, no cercenada porción a futuro lejano.

Saben que por ahí pululan las consejas, salidas de los más reaccionarios talantes, de conocidos críticos que tienen fácil acceso a medios masivos de comunicación. Lula tiene que hacer compromisos, de hecho ya los hizo a lo largo de su campaña, aseguran con suficiencia de grandes analistas. Lula -continúan afirmando- llegó al triunfo porque supo moderarse, porque pulió sus originales posturas de una izquierda tradicional y mesiánica. Ya no es el mismo líder atrabancado que ofreció repudiar la deuda externa, que amenazaba, sin decirlo, a los especuladores y a la gente decente al comprometerse a terminar con el hambre de millones de sus compatriotas. Su partido lo acompañó en ese proceso de refinamiento y acuerdos con los que se tejen alianzas y componendas, las mínimas para ser aceptado, para ser votado, para dar confianza.

Y de ello deben aprender todos aquellos latinoamericanos que, como Lula, se sienten en la antesala del cargo supremo, en la posibilidad de ser elegidos por sus empobrecidos pueblos, concluyen orondos. Desprecian, en sus escenarios desplegados, el impulso, la multiplicación de fuerza que contiene el ejemplo de ese obrero impertinente que cunde por toda la comarca americana, por cierto, bien deprimida por haber seguido el fracasado cauce de tantos y tantos modelos conservadores, tan del gusto de esos mismos mercados.

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