La Jornada Semanal,   domingo 10 de noviembre del 2002        núm. 401

Agustín Escobar Ledesma
extranjeros en su tierra

Las tetillas

Agustín Escobar hizo un viaje en el espacio y en el tiempo para llegar a Las Tetillas, lugar perdido entre dos montañas “de turgentes líneas” y entre los archivos del municipio de Ezequiel Montes en Querétaro. El viejo nombre fue cambiado por el de Villa Progreso –ya ni la burla perdonan los politicastros– y con el cambio vino un proceso de “transculturización y desindianización” que fue asesinando a la lengua nativa, destrozando una visión del mundo y estableciendo las pautas culturales de la sociedad del consumo y del capitalismo salvaje.

En Villa Progreso la pobreza se llama jarciería. Los habitantes toman las fibras de henequén entre sus manos, las peinan, las trenzan y las convierten en lazos que los atan a los intermediarios ante la complacencia de las autoridades terrenales y divinas. Aquí, como dicen los jesuitas ad majorem Dei gloriam (para mayor gloria de Dios): capital mata trabajo.

LAS TETILLAS DEL PROGRESO

Las Tetillas, nombre original de la población que los fundadores acuñaron, es debido a que en su entorno existen dos pequeñas montañas de turgentes líneas y pertenece al rico municipio ganadero de Ezequiel Montes. Fue en la década de los sesenta en que la mojigatería ganó terreno y el sugestivo y lúdico nombre fue cambiado por el pretencioso Villa Progreso, que cuenta con los barrios de Santa María, Tablado, Guanajuatito, Cerrito Colorado, Castillo, Bóveda, La Otra Banda, San Miguel y Canta Ranas.

El pueblo, situado en las márgenes del arrollo Tetillas fue fundado entre 1645 y 1646 y perteneció a la jurisdicción de Xilotepec, sitio del que provenían los ñähño, como aliados a la Corona española en su fase expansionista.

Según consigna Alfredo Jiménez Jaime, cronista municipal, en la década de los cincuenta todavía existía población local que hablaba la lengua otomí, pero hoy, el proceso de transculturización y desindianización es evidente. En la actualidad solamente los ancianos conservan la antigua lengua que a los muchachos les parece de palabras muy raras y que de vez en cuando aparece en su vocabulario de manera aislada, principalmente cuando se refieren a aspectos de carácter netamente sexual y lúdico. Muchos de los jóvenes hablan mejor el inglés que el idioma de sus abuelos, debido a que el fenómeno de la migración a Estados Unidos es de grandes proporciones. No sólo el milenario idioma se ha perdido, también las centenarias capillas-oratorio familiares, que son una singular manifestación arquitectónica del sincretismo religioso de los ñähño con el cristianismo. La mayoría de las capillas de bóveda de cañón han sido destruidas, otras están derruidas y las pocas que se conservan en pie han sido abandonadas, y las que han sido restauradas cumplen otras funciones. Por ejemplo, la capilla de la Santísima Trinidad ubicada en el barrio de Santa María fue utilizada como lugar de reunión de los Alcohólicos Anónimos y otra del mismo lugar fue convertida en centro cultural.

JARCIERÍA

La principal actividad productiva de la población, que cuenta con ocho mil habitantes, ha sido, históricamente, la jarciería en la que se emplean alrededor de mil quinientas personas, entre adultos y niños. No existe familia que no se dedique a alguna actividad que tenga que ver con esa tradición; los niños apenas tienen fuerzas para ayudar, y en vez de jugar se dedican a hilar. Quienes en la actualidad elaboran lazos recuerdan haber empezado desde los tres o cuatro años.

Al arribar al pequeño y agradable sitio ubicado en una hondonada poblada por frescos mezquites y pirules, es común ver que hombres, mujeres y niños caminan unos veinte metros, primero para atrás y luego para adelante atados a los hilos que van torciendo hasta formar los lazos que serán utilizados para tender la ropa lavada a secar. Caminan para adelante y para atrás una y otra vez durante todo el día, unas veces bajo la sombra de los árboles, otras al ritmo de Los Tigres del Norte, o al amparo de los indolentes y candentes rayos solares semidesérticos.

La elaboración del producto con fibra de henequén (filamento natural de antigüedad milenaria, clasificado como duro o rígido y de uso industrial) se hace en talleres familiares al aire libre. Genaro González menciona que sus padres, su abuelos y sus tatarabuelos se han dedicado a esa actividad. Ahora él trabaja con su hija y su hijo en un horario de seis de la mañana a tres de la tarde, de lunes a sábado. Entre los tres manufacturan setenta y dos lazos que conforman cuatro manojos. Por cada manojo los coyotes le dan cien pesos, lo que suma cuatrocientos pesos diariamente. El total se divide entre los tres ($ 133.33 per capita) integrantes del taller que a su vez deben procurar casa, vestido y sustento a su respectiva prole. A los ingresos, que parecieran aceptables, todavía hay que restarles el costo de la materia prima, cuyo kilogramo cuesta diez pesos. En resumidas cuentas, a cada trabajador le vienen quedando un promedio de cuarenta pesos, cuando los jornaleros que tienen la fortuna de conseguir trabajo en la misma comunidad perciben cincuenta pesos.

La mano de obra empleada en la elaboración de lazos implica el peinado (se realiza sobre unas afiladas puntas de acero de unos veinte centímetros de altura que han sido montadas en un polín de madera plantado en el suelo) de la fibra, ya que viene comprimida y, en ese proceso, suelta un polvillo que afecta las vías respiratorias de los jarcieros, quienes a la edad de sesenta años ya sufren las consecuencias.

PROCESO ARTESANAL

En la comunidad existe una cooperativa que agrupa a veinte personas que, desde hace cuatro años, manufacturan artesanías con fibra de henequén. La asociación tiene un local en el edificio de la Delegación municipal en donde exhibe y vende ángeles, serafines, arcángeles, cristos, contenedores para botellas de vino y diversas figuras de animales, entre otras. Uno de los artesanos más destacados es Isaías Mendoza, quien, al igual que los otros, proviene de la tradición secular de la jarciería. Él diseña
figuras más elaboradas y de mayor tamaño que son consideradas esculturas; además construye sus formas no sólo con henequén, también emplea otros materiales propios de la región –pétalos de flor de quiote secas, troncos de huizache, tallos de cardón descarnados, etcétera. Tanto él como los otros cooperativistas, con el apoyo de gobierno del estado, acuden a ferias de distintas regiones del país en donde muestran y venden este producto de exclusiva manufactura queretana que representa una alternativa a la tradicional elaboración de lazos.

LA SOGA DEL AHORCADO

Los talleres familiares son explotados por los coyotes, que tienen nombre y apellido: Marcos Mendoza, Miguel Valencia, Miguel Palma, por citar algunos de los que cada sábado bajan a la comunidad en camionetas para llevarse la producción de toda la población a la Ciudad de México, donde la almacenan y distribuyen a distintas regiones del país. Los productores, al vivir al día, son sujetos de la pobreza. Los jarcieros tienen un contrato no escrito con los coyotes a quienes les entregan todo el producto del sudor de su frente. Si en alguna ocasión llega otro comprador y le venden, corren el riesgo de que después ya nadie adquiera su producto. Es decir, existen explotadores, pero no hay patrones, no hay responsables de la seguridad social de los cientos de talladores que desde tiempo inmemorial nacen, se reproducen y mueren en el más completo abandono. Su fuerza de trabajo sólo nutre las ganancias de los coyotes para quienes resulta ofensivo tan sólo pensar en incorporar a los artesanos al régimen del Seguro Social; compartir las grandes utilidades que se embolsan con los jarcieros sería tanto como mentarles la madre. Así, cuando a los trabajadores les falta salud y no laboran se les viene el mundo encima, ya que no tienen para medicamentos, mucho menos para alimentos, pasajes, consultas médicas...

Los pobladores de Villa Progreso recuerdan que antes elaboraban lazos, martigones (especie de bozales para los burros), costales, morrales, jáquimas, cabezales, barrigueros (fajas para caballos y mulas), reatas duras y enceradas que utilizan los jinetes, y otros productos manufacturados con ixtle de maguey y lechuguilla. Sin embargo, desde hace unos setenta años, al desaparecer los magueyes por la inmoderada explotación, empezaron a utilizar el henequén y se acostumbraron a esa fibra y ya no regresaron al ixtle, debido principalmente a que debían retomar el complejo proceso para elaborar la fibra, consistente en cortar las pencas, machacarlas de manera rudimentaria con piedras o palos hasta dejarlas lisas; después, mediante un escarmenador se ponía la fibra a secar y con el torno se torcía para formar los hilos, razón por la cual les fue más sencillo comprar el producto por el ahorro de tiempo, dinero y esfuerzo. La fibra de henequén viene de Tamaulipas en grandes camiones de carga y es expendida en locales de la comunidad. Los introductores conforman otro pequeño grupo de personas que comen con manteca: son de los que se benefician con el trabajo de los cientos de talladores. Son ventas que nunca fallan.

TECNOLOGÍA HECHIZA

La señora Octaviana Arteaga, que atiende una cooperativa de consumo, Sección San Miguel, menciona que ella empezó a los tres años de edad ayudando a sus padres, que no tuvo tiempo de jugar y trabajó por espacio de veinticinco años en un proceso que era más difícil que el actual ya que antes la gente utilizaba un pesado torno de hierro forjado con una manivela que había que girar sin cesar. En la actualidad, con una pequeña modificación tecnológica el nuevo torno es más fácil de maniobrar ya que la rueda ha sido sustituida por un ring de bicicleta que lleva una serie de poleas de hilo de cáñamo que son movidas por los mismos lazos que el tallador va trenzando sin la ayuda de otra persona. El pequeño cambio apareció hace algunos años y ha beneficiado a la población en la pesada carga de trabajo, más que las inexistentes políticas laborales del estado.

Hace unos veinte años que la fibra de henequén aumentó de precio. A partir de entonces, una considerable parte de la población abandonó la jarciería y se aventuró a las ciudades circunvecinas, al df y a Estados Unidos, en busca de la vida. Antes, cuando casi el total de la población trabajaba en la jarciería, incluso había personas de Ezequiel Montes que traían a alguno de sus hijos para que los aceptaran de ayudantes y no anduvieran de vagos. Hoy, muchachos y muchachas trabajan en las maquiladoras de la cabecera municipal, otra de las alternativas para conseguir ingresos, aunque sea con sueldos bajos, nulas prestaciones y largas jornadas laborales.

Otra de las fuentes de trabajo locales se acabó a mediados de la década de los sesenta al cerrar la destiladora de aguardiente de la familia Velásquez, que daba empleo a cerca de cuarenta personas que destilaban aguardiente de caña con el piloncillo que producían las moliendas de caña de azúcar de la Sierra Gorda.

Villa Progreso es uno de los muchos exponentes de la pobreza; aunque los lugareños se afanan en tejer los blancos hilos de henequén con mayor celeridad y entusiasmo que los arácnidos, siempre quedan atrapados en las redes comerciales de los intermediarios.