Jornada Semanal, domingo 27  de octubre de 2002           núm. 399

NMORALES MUÑOZ.
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FESTIVAL INTERNACIONAL DE TEATRO
DE CALLE

Zacatecas, Zac.- La primera edición del Festival Internacional de Teatro de Calle, parte del legado de la era Minera en la Coordinación Nacional de Teatro del inba, no pudo encontrar escenario más propicio que el poderoso universo arquitectónico que conforman los callejones, plazas y plazoletas del centro histórico de la capital zacatecana. Durante poco más de una semana, el teatro hubo de competir con la algarabía de los participantes en un congreso charro (autores de borlotes públicos bastante espectaculares, por lo demás) por conseguir el favor del ciudadano zacatecano de a pie, de pronto avasallado por representantes del gremio del sombrero y de la máscara, a cual más estrafalario.

Tras el extrañamiento inicial el público local demostró un paulatino involucramiento con las actividades del festival. Los espectáculos se dividieron en dos vertientes: los producidos por compañías profesionales y los resultantes del Programa Nacional de Teatro de Calle, que durante su primer año de funcionamiento efectivo se abocó al adiestramiento, previa selección, de agrupaciones de provincia de cada una de las cinco regiones en las que se suele dividir al país para efectos culturales. De esta manera, el festival fungió como el primer escaparate de un proyecto de formación ideado para rendir dividendos a mediano y largo plazos.

En tanto las condiciones de gestación de los montajes participantes han sido en modo alguno equitativas, los parámetros para verter opiniones acerca de los espectáculos presenciados no pueden ser los mismos. Y es por esto que el nivel general del festival fue notoriamente irregular. Sobresale en el ámbito profesional el trabajo de la compañía francesa Delices Dada en sus Les Tragediques, una corrosiva parodia de los mecanismos conductuales de quienes detentan el poder, en ésta o en cualquiera de las épocas de la historia. Amén de lo temático, el montaje ofreció hallazgos bastante aleccionadores con respecto al manejo del lenguaje dramatúrgico específico del teatro de calle, aspecto que a la larga se significó como el más importante a mejorar para la mayoría de las agrupaciones restantes. La significación del espacio abierto como generador per se de un discurso escénico y la interrelación palabra-imagen-acción dentro de la estructura dramática fueron los puntos trascendentales a resaltar, mismos que aunados a un sólido delineamiento de personajes arquetípicos, a un muy congruente manejo de una farsa no estridente sino reflexiva, y al atractivo nivel de interpretación vocal en todos los intérpretes (pese a utilizar un lenguaje ficticio), hicieron de éste uno de los momentos brillantes del certamen hoy reseñado en líneas generales.

La casa de la sal, dirigido por Alicia Martínez Álvarez, aportó la siempre saludable dosis de teatro social en un evento que, como el que motiva la presente entrega, ostenta una línea fundamentalmente popular. El rescate de las tradiciones del barrio capitalino (específicamente de Iztacalco) que se niega a perder su identidad ha servido en esta ocasión como detonante para que la directora continúe con su consabida exploración en el uso de herramientas actorales como la máscara y la caracterización.

Otro montaje que puede situarse en el lado luminoso del festival corrió a cargo de los representantes chiapanecos, para satisfacción de un columnista que, como el que esto escribe, aprovecha la menor provocación para sacar a relucir el orgullo por su patria chica. El eterno retorno escapó a la habitual candidez de los grupos provincianos y se reveló como un muy lúcido ensayo a nivel plástico, imbuido (y por momentos excedido) de un poderoso lirismo. Con todo y regodeos, la puesta en escena de la compañía sureña, fruto de un proceso que como todos los que se auspician en ese estado fue sumamente accidentado por la burocracia cultural local, fue una de las pautas principales que motivan a pensar que el futuro del teatro de calle en nuestro país puede ser cuando menos promisorio. Sustenta esta afirmación lo realizado por la compañía zacatecana Emuratas, una sólida versión del Sueño de una noche de verano retocada con elementos prehispánicos. Más allá de ciertos momentos inconsistentes en el conjunto de la puesta en escena, es evidente que el nivel de estos teatreros zacatecanos es bastante más que respetable.

Por desgracia, fueron un par de grupos profesionales del df los que entregaron los trabajos más endebles del encuentro. Brillante divertismento, cortesía de Escuadrón Jitomate Bola, contravino la sentencia que dicta que nombre es destino y presentó un bodrio con muy poco de divertimento, nada de brillantez y bastante falta de rigor profesional. Este mismo descuido pudo percibirse en El vuelo submarino, dirigido por Marco Vieyra, en donde la carencia absoluta de estructura dramática y el agotamiento de los recursos formales utilizados terminaron conformando una escenificación más bien caótica. Quizás junto con fallas elementales de corte logístico, una selección más estricta de los proyectos participantes sea el ángulo a pulir para un proyecto para el que se desea, más allá de un progreso propio, la mejor de la suertes para que no se vuelva una víctima más de la falta de continuidad tan característica de las instituciones culturales nacionales.