La Jornada Semanal,   domingo 27 de octubre del 2002        núm. 399
Juan Domingo Argüelles

Luis Cernuda: cien años de un poeta edificante

La felicidad imprudente de Luis Cernuda, glosada, estudiada y valorada por Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y muchos más, provoca estas líneas con las que Juan Domingo Argüelles suma su admiración y su capacidad de análisis al necesario recuerdo por el primer centenario de un poeta cuya “marginalidad se ha vuelto hoy centralidad”. La fuerza de su obra, nos dice Argüelles, exige “un homenaje no convencional”, que debe componerse básicamente de la indispensable y gozosa relectura de quien nos legó los Poemas para un cuerpo, Como quien espera el alba, Desolación de la quimera y tantas otras obras reunidad en el título sumario de La realidad y el deseo.

El 5 de noviembre de 1963, en la ciudad de México, murió el poeta hispano-mexicano Luis Cernuda. Había nacido el 21 de septiembre de 1902, en Sevilla, España, y había fijado su residencia en nuestro país a partir de 1952, aunque ya había estado antes aquí, primero en el verano de 1949, y luego en los veranos de los dos años subsiguientes.

Vino, con imprudencia feliz, diría él, empujado por el amor ("al amor no hay que pedirle sino unos instantes, que en verdad equivalen a la eternidad"); ese amor que le dictó sus Poemas para un cuerpo. Dicho episodio, decisivo en su existencia y fundamental para su poesía, lo evocaría luego del siguiente modo: "Jamás en mi juventud me sentí tan joven como en aquellos días en México; cuántos años habían debido pasar, y venir al otro extremo del mundo, para vivir esos momentos felices." Vivía entonces, autoexiliado, en Estados Unidos, y daba clases en el Mount Holyoke College, de Massachussetts, adonde había llegado luego de residir varios años en Inglaterra, huyendo, siempre huyendo de España, su madre cruel o, mejor dicho, de su madrastra, como él la nombra en sus poemas.

Aquí se integró a la vida cultural y académica y escribió y publicó algunos de sus libros fundamentales, entre ellos su gran último libro de poesía, Desolación de la quimera, que vio la luz en 1962, bajo el sello de Joaquín Mortiz, y la segunda edición de su obra poética reunida, La realidad y el deseo (Editorial Séneca, 1940), así como ediciones subsecuentes, corregidas y aumentadas (Fondo de Cultura Económica), de esta recopilación de todos sus libros de poesía, que constituye uno de los grandes momentos de la lírica en lengua española del siglo xx; obra sin duda magistral e irrepetible de la poesía española contemporánea.

También aquí en México escribió y publicó sus Variaciones sobre tema mexicano (Porrúa y Obregón, 1952), prosas poéticas, narrativa espiritual, ensayo donde el género se enriquece con la profundidad lírica de quien observa un país (sus ritos, imágenes, ocios, delicadezas, turbiedades, arrebatos y barbaries) desde la perspectiva de quien lo vive, lo odia y lo ama, en sus desdichas y sus gozos.

Luis Cernuda llegó a México cuando ya era un poeta estimado y vilipendiado en virtud de una bibliografía madura que incluía sus poemarios Perfil del aire (Málaga, 1927), Donde habite el olvido (Madrid, 1934), La realidad y el deseo (Madrid,1936), Las nubes (Buenos Aires, 1943), Como quien espera el alba (Buenos Aires, 1947), Poemas para un cuerpo (1957) y Díptico español (1961). En nuestro país colaboró en revistas y periódicos y fue profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Escribió, primero para los suplementos culturales y luego para el libro, sus Estudios sobre poesía española contemporánea (Madrid, 1957) y su Pensamiento poético en la lírica inglesa (México, unam, 1958).

Muy poco tiempo después de la muerte del poeta, en 1964, el Fondo de Cultura Económica publicó, en su colección Tezontle, con una tirada de tres mil ejemplares, la cuarta edición (la definitiva) de La realidad y el deseo, a la cual incorporó su magistral libro postrero, Desolación de la quimera.

La realidad y el deseo es la obra ejemplar de uno de los mayores poetas españoles del siglo xx, una obra cuya "palabra edificante" fue consagrada por Octavio Paz en un ensayo que, fechado el 24 de mayo de 1964 en Delhi, y publicado este mismo año en Papeles de Son Armadans, significó una de las más serias valoraciones de la obra íntegra de este poeta, del mismo modo que lo hiciese Xavier Villaurrutia, en 1935, con la poesía de Ramón López Velarde.

"La palabra edificante" (título del ensayo de Paz) sería, a partir de 1965, uno de los vértices de su libro Cuadrivio (México, Joaquín Mortiz). Los otros tres serían "El caracol y la sirena" (acerca de Rubén Darío), "El camino de la pasión" (sobre Ramón López Velarde) y "El desconocido de sí mismo" (referido a Fernando Pessoa). 

Ahí, en ese ensayo con el que Paz cierra Cuadrivio, resume y define, de manera admirable, los elementos esenciales que un poeta y un crítico que sobre todo es poeta pueden advertir en la obra de Cernuda: su sinceridad, su falta absoluta de hipocresía, su búsqueda de verdad hacia sí mismo, como metáfora para conocer y revelar el espíritu de todo hombre; su crítica de nuestros valores y creencias; su profunda condición moral; su indiscutible modernidad dentro de la tradición española, a la cual incorpora no pocos elementos de la inglesa; su conciencia trágica del amor; su afán de ser y reconocerse, su más profunda rebelión contra la inautenticidad y sus múltiples aversiones y repugnancias contra las deformaciones y el autoritarismo de una sociedad esencialmente falsa. Entre estas aversiones, Cernuda llamaría nuestra atención sobre "la farsa elogiosa repugnante" de las naciones y sus gobiernos para con sus poetas muertos, pues (se pregunta y nos pregunta) "¿qué país sobrelleva a gusto a sus poetas? A sus poetas vivos, quiero decir, pues a los muertos, ya sabemos que no hay país que no adore a los suyos".

Todos estos y muchos otros elementos son los que supo leer y precisar Paz en ese ensayo iluminador a propósito de una poesía lúcida que es a un tiempo lirismo y crítica sobre la hipocresía, la mentira, la inmoralidad. En su muy famoso y siempre actual poema "Birds in the Night", Cernuda dice: "Alguna vez deseó uno/ Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela./ Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla".

En "La palabra edificante" Paz señaló que Cernuda es de los pocos poetas modernos, en cualquier lengua, que "nos dan esta sensación escalofriante de sabernos ante un hombre que habla de verdad, efectivamente poseído por la fatalidad y la lucidez de la pasión". Añade: "Si se pudiese definir en una frase el sitio que ocupa Cernuda en la poesía moderna de nuestro idioma, yo diría que es el poeta que habla no para todos, sino para el cada uno que somos todos. Y nos hiere en el centro de ese cada uno que somos, ‘que no se llama gloria, fortuna o ambición’ sino la verdad de nosotros mismos. Para Cernuda la poesía tenía por objeto conocerse a sí mismo pero, con la misma intensidad, fue una tentativa por crear su propia imagen. Biografía poética, La realidad y el deseo es algo más: la historia de un espíritu que, al conocerse, se transfigura".

La ejemplaridad de Cernuda radica sobre todo en la lección de disidencia permanente que dio y en sus afán por mostrar las capacidades de la poesía para enfrentarnos siempre de cara a la verdad. Incluso en sus extremos de injuria o de resentimiento (a propósito, por ejemplo, de sus paisanos), aunque, quizá, no siempre sean justos, sobresale una virtud que es la de no aceptar, gracias a esa falta de mesura, los convencionalismos y las hipocresías que norman nuestra conducta de buen comportamiento. A diferencia de muchos, Cernuda no tuvo la vocación (al menos en su poesía) de negarse a sí mismo.

Amargo y doloroso, el poema "A sus paisanos", último de Desolación de la quimera y, por lo tanto, puerta con la que cierra La realidad y el deseo, ha quedado como uno de los momentos más intensos y desolados del sentimiento nacional o, mejor dicho, del resentimiento trágico de lo nacional. Ante la ingratitud y la incomprensión, Cernuda cobra revancha y le pasa la cuenta a los españoles. Este poema desolado es, de hecho, su testamento y su epitafio. Ahí, entre otras acusaciones a sus paisanos, les dice:

"No me queréis, lo sé, y que os molesta/ Cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende./ ¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?/ Porque no es la persona y su leyenda/ Lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve.../ Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria,/ Vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme./ Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre/ Aquí. Y entonces la ignorancia,/ La indiferencia y el olvido, vuestras armas/ De siempre, sobre mí caerán, como la piedra,/ Cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis/ A otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra/ Precipitó en la nada, como al gran Aldana.../ A vuestros escritores de hoy ya no los leo./ De ahí la paradoja: soy, sin tierra y sin gente,/ Escritor bien extraño; sujeto quedo aún más que otros/ Al viento del olvido que, cuando sopla, mata."

¿Cómo explicar ese resentimiento de Cernuda respecto de sus contemporáneos y, más precisamente, respecto de los paisanos de su tiempo? En el más autobiográfico de los extraordinarios ensayos de su libro Poesía y literatura, cuya primera edición vio la luz en 1960, y en el que se refiere precisamente a La realidad y el deseo ("Historial de un libro", 1958), Cernuda relata cómo cayeron sobre él, una tras otra, las reseñas que atacaban su primera colección lírica, Perfil del aire. "Pero lo que más me dolió –agrega– fueron las cortas líneas evasivas con las cuales [Pedro] Salinas me acusó recibo desde Madrid."

Las reseñas le reprochaban, según dice, dos cosas: que no era nuevo y que, además, imitaba a Jorge Guillén. Frente a la crítica española, que se comportó casi del mismo modo a partir de entonces, Cernuda terminó convenciéndose de que hay obras literarias que encuentran a su público hecho y otras que, por el contrario, necesitan que su público nazca, así sea con lentitud. La simpatía de algunos lectores reafirmó en él una divisa: "Aquello que te censuren, cultívalo, porque eso eres tú."

Explica, entonces, en ese ensayo autobiográfico: "No digo que esa máxima sea sabia, ni prudente, pero ya la puse en práctica poco después de publicar mi primer libro. Porque mis versos siguientes fueron, decididamente, aún menos ‘nuevos’ que los anteriores". Explicando, y explicándose, el desdén de la crítica, dice: "Desde temprano me agradó poco el verso de ritmo demasiado acusado, con su monotonía inevitable, y nunca quise usar, por ejemplo, el ritmo trocaico ni tampoco uniforme en una composición, el verso dodecasílabo. Si en el verso hay música, mi preferencia se orientó hacia la ‘música callada’ del mismo".

En 1938 se traslada a Inglaterra en donde será profesor en algunas universidades, entre ellas la de Cambridge, y, a partir de entonces, huirá de España ("movido por la nostalgia de mi tierra, sólo pensaba en volver a ella, como si presintiera que, poco a poco, me iría distanciando hasta llegar a serme indiferente volver o no"). En 1947 parte a Estados Unidos y se exilia definitivamente de España, producto de un sentimiento ambivalente de amor y odio del que nacerán algunos de sus mejores poemas. Asume entonces la firme decisión de no volver jamás con sus paisanos. "Volver a mi tierra, ni pensaba en ello; poco a poco se consumaba la separación espiritual, después de la material, entre España y yo."

Si antes, en su primera "Elegía española", había dicho: "Háblame, madre;/ Y al llamarte así, digo/ Que ninguna mujer lo fue de nadie/ Como tú lo eres mía", años más tarde, en su poema "Ser de Sansueña", que corresponde al periodo estadunidense, afirmará tajante: "Es ella, la madrastra/ Original de tantos, como tú, dolidos/ De ella y por ella dolientes".

En su "Díptico español" habla con ironía de los que creen que sus versos nacieron "de la separación y la nostalgia/ por la que fue mi tierra", y aclara: "Si yo soy español, lo soy/ A la manera de aquellos que no pueden/ Ser otra cosa: y entre todas las cargas/ Que, al nacer yo, el destino pusiera/ Sobre mí, ha sido ésa la más dura.../ Soy español sin ganas/ Que vive como puede bien lejos de su tierra/ Sin pesar ni nostalgia. He aprendido/ El oficio de hombre duramente,/ Por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero/ No volver a una tierra cuya fe, si una tiene, dejó de ser la mía".

En "Ser de Sansueña", insistirá: "Y ser de aquella tierra lo pagas con no serlo/ de ninguna". Porque, entre otras cosas, su errar por el mundo sólo conocería sus momentos más felices en México. A Inglaterra la encuentra como a la nación más civilizada y, por lo mismo fría, con su firme conciencia de superioridad, una superioridad a la que hay que someterse "y aprender de ella, o irse". Y precisamente cuando él se va, luego de someterse y aprender, le dedica estos versos últimos de "La partida": "Adiós al fin, tierra como tu gente fría,/ Donde un error me trajo y otro error me lleva./ Gracias por todo y nada. No volveré a pisarte."

En Estados Unidos vivirá para la poesía, pero sobre todo por la poesía, en aislamiento continuo y monótono; en otras palabras y para decirlo con los títulos de uno de sus libros y uno de sus poemas: vivir sin estar viviendo y con las horas contadas. En ese ámbito y por esos años, la poesía lo salva en todo momento: "La poesía, al creerme poeta, ha sido mi fuerza y, aunque me haya equivocado en esa creencia, ya no importa, pues a mi error he debido tantos momentos gozosos."

La poesía de Cernuda pasa del delicado escepticismo y la íntima ambición del éxtasis sensual ("Vivo un solo deseo,/ un afán claro, unánime;/ Afán de amor y olvido") a la amargura y la desolación que se van acentuando en cada poema, en cada libro. El amor en el que cree Cernuda, al final de su vida, es exclusivamente el amor individual, el íntimo, jamás el ecuménico. En "Antes de irse" escribirá: "Más no pedí de ti, / Tú mundo sin virtud,/ Que en el aire y en mí/ Un pedazo de azul./ A otros la ambición/ de Fortuna y poder;/ Yo sólo quise ser/ Con mi luz y mi amor."

En la tradición de la poesía intimista y de la revelación pública de la satisfacción privada, La realidad y el deseo, es decir toda la poesía de Cernuda, no aspira a convertirse en una autobiografía en verso. Cernuda no era inocente; huía de la ingenuidad y era habitante selecto de la malicia. Cada uno de sus poemas constituye un capítulo de la fábula humana y, como dijera Paz, en cada poema suyo habla por cada uno de nosotros, por el cada uno que somos todos. Esa es su ejemplaridad, y otro elemento por él mismo reafirmado, al margen de su poesía: la subversión más plena:

"Frente a la turbamulta que se precipita a recoger los dones del mundo, ventajas, fortuna, posición, me quedé siempre a un lado, no para esperar a que acabaran, porque sé que nunca acaban o, si acaban, que nada dejan, sino por respeto a la dignidad del hombre y por necesidad de mantenerla; y no es que crea no haber cometido nunca actos indignos, sino que éstos no los cometí por lucro ni por medro. Verdad que la actitud puede parecer a algunos tontería, y no ha dejado de parecérmelo también a mí bastantes veces. Pero ya lo dijo hace muchos siglos alguien infinitamente sabio: ‘Carácter es destino’."

Este carácter ejemplar del poeta, Paz lo explicaría del siguiente modo: "La poesía de Cernuda es una crítica de nuestros valores y creencias; en ella destrucción y creación son inseparables, pues aquello que afirma implica la disolución de lo que la sociedad tiene por justo, sagrado e inmutable. Como la de Pessoa, su obra es una subversión y su fecundidad espiritual consiste, precisamente, en que pone a prueba los sistemas de la moral colectiva, tanto los fundados en la autoridad de la tradición como los que nos proponen los reformadores sociales."

Pocos poetas son tan actuales, tan devastadoramente vigentes en su afán subversivo, en su crítica a la hipócrita sociedad y a la maquinaria del autoritarismo como Luis Cernuda, que aparentemente murió hace cuatro décadas pero que en realidad aún no termina de morir, y que en esa prolongada agonía unas veces nos amonesta y otras, a fuerza de verdad, de cínica verdad, nos obliga a mirar incluso la esperanza: "La poesía habla en nosotros/ La misma lengua con que hablaron antes,/ Y mucho antes de nacer nosotros,/ Las gentes en que hallara raíz nuestra existencia;/ No es el poeta sólo quien ahí habla,/ Sino las bocas mudas de los suyos/ A quienes él da voz y les libera."

Por algo será que Cernuda es hoy, en su universalidad lírica, la voz reivindicatoria de toda minoría y marginalidad. Su amor es uranista, como bien lo define Paz, pero su significación, desde esa elección sexual, abarca la condición humana de todos los que en algún momento han padecido la tiranía de lo dominante, de lo "correcto", de lo establecido, de lo oficial. Decir que su poesía es homosexual constituiría un absurdo reduccionismo, como cuando se habla de poesía "femenina" o de poesía "joven". Desde su cualidad insobornable, desde su marginalidad, perfectamente definida y asumida ("me quedé siempre a un lado"), con su palabra edificante ilumina a plenitud la condición humana.

Ha dicho Carlos Monsiváis que "desde muy joven, Cernuda, por la fuerza de su pasión adoratriz, se sitúa en el filo de la navaja entre la lucidez y la autocompasión". Su pesimismo, agrega, es filosófico y su optimismo es el del amante "de los minutos luminosos que justifican la existencia". Por ello en su poema a Mozart, puerta con la que se abre Desolación de la quimera, se consuela y nos consuela con anticristianismo o con blasfemia: "Si la vida es abyecta y ruin el hombre,/ Da esta música al mundo forma, orden, justicia,/ Nobleza y hermosura. Su salvador entonces,/ ¿Quién es? Su redentor, ¿quién es entonces?/ Ningún pecado en él, ni martirio, ni sangre./ Voz más divina que otra alguna, humana/ Al mismo tiempo, podemos siempre oírla,/ Dejarla que despierte sueños idos/ Del ser que fuimos y al vivir matamos:/ Sí, el hombre pasa, pero su voz perdura,/ Nocturno ruiseñor o alondra mañanera,/ Sonando en las ruinas del cielo de los dioses."

Esta certidumbre de que el hombre pasa pero su voz perdura, alimentó todo el tiempo su sentido de superviviencia frente a la crítica o el desdén de quienes menospreciaron su trascendencia lírica. Con ironía, o más bien con sarcasmo, les dice a sus paisanos: "Grande es mi vanidad, diréis,/ Creyendo a mi trabajo digno de la atención ajena/ Y acusándoos de no querer la vuestra darle./ Ahí tendréis razón. Mas el trabajo humano/ Con amor hecho, merece la atención de los otros,/ Y poetas de ahí tácitos lo dicen/ Enviando sus versos a través del tiempo y la distancia/ Hasta mí, atención demandando./ ¿Quise de mí dejar memoria? Perdón por ello pido./ Mas no todos igual trato me dais,/ Que amigos tengo aún entre vosotros,/ Doblemente queridos por esa desusada/ Simpatía y atención entre la indiferencia."

Hay otro poema ejemplar y edificante de Cernuda, escrito para el futuro, y por nuestro presente constatado. Se trata, precisamente, del extraordinario "A un poeta futuro", uno de los mejores poemas cernudianos, en cuya última estrofa el autor de La realidad y el deseo anticipa su sobreviva en virtud de la página: "Cuando en días venideros, libre el hombre/ Del mundo primitivo a que hemos vuelto/ De tiniebla y de horror, lleve el destino/ Tu mano hacia el volumen donde yazcan/ Olvidados mis versos, y lo abras,/ Yo sé que sentirás mi voz llegarte,/ No de la letra vieja, mas del fondo/ Vivo en tu entraña, con un afán sin nombre/ Que tú dominarás. Escúchame y comprende./ En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,/ Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos/ Tendrán razón al fin, y habré vivido."

Sin embargo, a Cernuda le parece necesario aclarar, en otro poema, que él nunca buscó la consideración mundana, "Aún menos cuando fuera su precio una mentira,/ Como bufón sombrío traicionando tu alma/ A cambio de un cumplido con oficial benevolencia." Si algo supo fue reconocer a sus lectores, a sus iguales, a sus cómplices; a esa minoría que se aparta del rebaño. Hablándose a sí mismo, lo reafirmó certero: "Por ello en vida y muerte pagarás largamente/ La ocasión de ser fiel contigo y unos pocos."

Todas las ironías de Cernuda siguen intactas porque con buena poesía supo también hacer perfecta profecía. La condena del poeta vivo y la celebración del poeta muerto sigue y seguirá cumpliéndose en cualquier rumbo del planeta. Esta pregunta y su respuesta continúan escuchándose y su eco se repetirá por los siglos: "¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?/ Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable/ Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella."

Hoy, España celebra a su poeta; a su poeta muerto, y lo encuentra extraordinario. Prueba de ello es que en Los 50 poemas del milenio (Barcelona, Plaza y Janés, 2001), elegidos por los lectores, Cernuda es uno de los cuatro poetas que aparecen ahí con más de un poema; dos, en este caso: "Si el hombre pudiera decir" y "Soliloquio del farero." Su marginalidad se ha vuelto hoy centralidad, y esto que necesariamente tenemos que celebrar los lectores de poesía, no deja de ser la confirmación de la profecía lírica de Cernuda, es decir del carácter profético de toda gran poesía.

Y es que el centenario de Cernuda dará oportunidad a todo tipo de elogio que de antemano estará condenado al juicio premonitorio del poeta que en "Birds in the Night" describe "la farsa elogiosa repugnante" de "todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud cuando vivían" y por supuesto asisten al homenaje oficial, a la develación de la placa, cuando ya "nadie se asusta ahora, ni protesta", porque la virtud de los poetas muertos es que dan siempre la facilidad del uso y el abuso a quienes utilizan sus nombres para exaltar la gloria oficial de las naciones, que tal es el destino de los herejes.

"Una constante de mi vida –escribió en su ensayo autobiográfico sobre La realidad y el deseo– ha sido actuar por reacción contra el medio donde me hallaba."

Quizá lo que menos debe soslayarse, precisamente hoy, es esa constante, porque Cernuda sigue inquietantemente vivo en cada una de sus páginas, y será muy difícil decolorar siquiera un poco las fuertes tintas con las que recargó la sinceridad en su poesía. Si, como escribió Julio Torri, en su Almanaque de las horas, "toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud", la historia de la vida de Cernuda reside en su rebelión contra ese mundo de las apariencias en donde lo "políticamente correcto" se empeña en anular la voz y la actitud del disidente.

Cada poema de Cernuda, no hay que olvidarlo jamás, nace de la necesidad de libertad y de su firme e imprudente vocación de no dar el hipócrita ejemplo que de todos se exige y, cuando no se exige, se espera.

Dicho esto, sobre advertencia no hay engaño, y el que avisa no es traidor. La virtud explosiva de la poesía de Cernuda no admitirá jamás que el elogio funeral la domeñe. Seguirá siendo incómoda, demasiado sincera y aun irritante, y no permitirá lucir jamás la voz del discurso acomodaticio y oportunista. Nada peor que intentar la domesticación de la fiera.

Y más allá de esto, la poesía de Cernuda vive no solamente por sus verdades, sino también por su música; esa música suave de las palabras, que incluso cuando su tema le pide la estridencia, elige la voz baja, el sentimiento fino, que sin embargo suena, en medio del silencio, como un fuerte estampido, y todos se remueven inquietos en su asiento, incómodos, nerviosos, sin saber que decir desde su derruida seguridad.

En las casi cuatrocientas páginas de La realidad y el deseo (la edición definitiva del Fondo de Cultura Económica) y en el millar de su Poesía completa (la edición que hicieron para Barral, en 1974, Derek Harris y Luis Maristany, que incluye también sus traducciones) a cada lectura y a cada relectura corresponde el descubrimiento o la reafirmación de versos inolvidables, fijados ya como algunos de los momentos más intensos de la poesía en nuestro idioma.

En esos versos y en esos momentos se concentra la fuerza de un poeta que, en el centenario 
de su nacimiento, exigirá desde luego un homenaje no convencional, y sobre todo el homenaje de reconocer que, a final de cuentas, "no es el amor quien muere,/ somos nosotros mismos".

Al intentar una muy mínima antología de esos instantes perdurables y luminosos de la obra poética de Cernuda, como relámpagos sólidos, los versos siguientes enfatizan la intensidad de su emoción y el palpitante grado de su verdad:

  Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,
Como nace un deseo sobre torres 
de espanto...
                     
                              "Diré cómo nacisteis"
Libertad no conozco sino la libertad 
  de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta 
  existencia mezquina,
Por quien el día y la noche son para mí 
  lo que quiera,
Y mi cuerpo y espíritu flotan en 
  su cuerpo y espíritu
Como leños perdidos que el mar anega 
  o levanta
Libremente, con la libertad del amor,
La única libertad que me exalta,
La única libertad porque muero".
                   
                   "Si el hombre pudiera decir"
Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.

                             "He venido para ver"

Cómo llenarte, soledad,
Sino contigo misma.

                           "Soliloquio del farero"

Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
Un poder más magnánimo permite 
  a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.

               "A un poeta muerto (F. G. L.)"

Amargos son los días
De la vida, viviendo
Sólo una larga espera
A fuerza de recuerdos.

Un día, tú ya libre
De la mentira de ellos,
Me buscarás. Entonces
¿Qué ha de decir un muerto?

             "Un español habla de su tierra"

¿Qué vale el horrible mundo práctico
Y útil, pesadilla del norte,
Vómito de la niebla y el fastidio?
Lo hermoso es lo que pasa
Negándose a servir. Lo hermoso, 
   lo que amamos,
Tú sabes que es un sueño y que por eso
Es más hermoso aún para nosotros.

                 "El ruiseñor sobre la piedra"

No conozco a los hombres. Años llevo
De buscarles y huirles sin remedio.

                             "A un poeta futuro"

Sabemos que un poeta es otra cosa;
La chispa que le anima pronto prende
En quienes junto a él cruzan la vida...

                           "Un contemporáneo"

La nobleza plebeya, el populacho noble,
La pueblan; dando terratenientes 
  y toreros,
Curas y caballistas, vagos y visionarios,
Guapos y guerrilleros. Tú compatriota,
Bien que ello te repugne, de su fauna.

                            "Ser de Sansueña"

El gobierno francés, ¿o fue el gobierno 
  inglés?, puso una lápida
En esa casa de 8 Great College Street,
   Camden Town, Londres,
Adonde en una habitación Rimbaud 
  y Verlaine, rara pareja,
Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron,
Durante algunas breves semanas 
  tormentosas.
Al acto inaugural asistieron sin duda
  embajador y alcalde,
Todos aquellos que fueran enemigos 
  de Verlaine y Rimbaud cuando vivían.

                            "Birds in the Night"

No he cambiado de tierra,
Porque no es posible a quien su lengua une,
Hasta la muerte, al menester de poesía.

                                "Díptico español"

De joven no sabía
Ver la hermosura, codiciarla, poseerla;
De viejo la he aprendido
Y veo a la hermosura, mas la codicio 
  inútilmente.

Mano de viejo mancha
El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo.
Con solitaria dignidad el viejo debe
Pasar de largo junto a la tentación tardía.

                                           "Despedida"


Estos pocos momentos, entre los muchos de extraordinaria intensidad que nos regaló la poesía de Cernuda, revelan a un poeta que, en la celebración de su centenario natal, comprueba la razón que le asistía. Muerto el hombre, el poeta está más vivo que nunca, porque, como él lo supo, nada hay mejor para su patria y su lengua que el poeta muerto. ¡Y cuánto no irritó el poeta vivo! ¡Cuánto no incomodó a las buenas conciencias, a la gente sensata! La misma historia que será repetida hasta el fin de los días.

Mirando su propia experiencia y viéndose reflejado en el espejo de los muertos, Cernuda llegó a decir que en los sarcasmos que escuchaba a propósito de su obra, su orgullo descifraba formas amargas del elogio. 

Para Cernuda, "desvío siempre es razón mejor ante la grey". Se aparta, se margina, para dar ejemplo de edificante dignidad. Y ofrece su diagnóstico, implacable, contra sí mismo, pero más implacable aún contra la hipocresía de la radiante sociedad: "Ahora todas aquellas criaturas grises/ Cuya sed parca de amor nocturnamente satisface/ El aguachirle conyugal, al escuchar tus versos,/ Por la verdad que exponen podrán escarnecerte./ Cuánto pedante en moda y periodista en venta/ Humana flor perfecta se estimarán entonces/ Frente a ti, así como el patán rudimentario/ Hasta la náusea hozando la escoria del deseo".

Pocas páginas tan justas sobre Cernuda como las que José Emilio Pacheco escribió a la muerte del poeta y que se publicaron al iniciar 1964 en la Revista Mexicana de Literatura. De esas páginas, a manera de colofón para las presentes, recuperamos el siguiente juicio que se potencia, hoy más que nunca, en imagen certera del poeta y su triunfo:

En guerra contra el mundo, sin otros poderes que los de la poesía, Cernuda demostró algo que jamás aprenderemos: una de las formas de grandeza alcanzables por el escritor es quedar mal con todos, hacer las cosas para que no le gusten a nadie. De este modo, Cernuda vivió en una arisca soledad, cercada de rencor por todas partes: legítima defensa de un ser vulnerable en extremo, de un caído en el infierno que acepta el mal y, al expresarlo, lo conjura.