Jornada Semanal, domingo 27  de octubre  de 2002            núm. 399

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

LA INÚTIL PROLIFERACIÓN LINGÜÍSTICA (I)

La riqueza de una lengua se mide no sólo por el número y diversidad de sus palabras sino, también, por la precisión de las mismas, cualidad que se va adquiriendo a lo largo de muchos siglos durante ese peculiar proceso llamado historia de la lengua. Así, por ejemplo, es sabido que las lenguas romances derivadas del latín tuvieron una evolución asimétrica y que unas alcanzaron primero que otras un estado de madurez traducido en la ductilidad de un uso que, a falta de mejores registros, se puede rastrear en documentos escritos y literarios de la época. El italiano fue la primera lengua moderna de Europa, lo cual no sólo se constata en la influencia que tuvo en las demás, sino en la floración de escritores que crearon diversas obras maestras en el Trecento y el Quattrocento, y cuyos trabajos influyeron en escritores del primer Siglo de Oro español como Garcilaso de la Vega, Juan Boscán y fray Luis de León.

No es inexacto considerar que el portugués y el castellano fueron las siguientes lenguas europeas que alcanzaron su respectiva madurez, hecho apreciable en el volumen y la calidad de la literatura escrita en ambas entre los siglos xvi y xvii, pero también en la certidumbre de Nebrija respecto a que el castellano era una de las armas del Imperio español. No intento perseguir la suerte evolutiva del francés, el inglés y el alemán, lenguas que entre los siglos xvi y xviii alcanzaron la madurez que vengo comentando, sino detenerme en algunos aspectos reveladores del alcance de esos momentos de plenitud.

Si se atendiera al repertorio verbal, bastaría la monótona enumeración de palabras como cantata, sonata, soneto o aria, entre muchas otras, para deducir la manera como el universo descifrado por el italiano se introdujo en casi todas las lenguas bajo el formato de eso que se llaman los italianismos; más que el número de palabras elaboradas innovadoramente por esa lengua, es interesante constatar el nivel de precisión alcanzado por ella y cuyo signo más palpable se encuentra en textos como los escritos por Boccaccio, Dante, Petrarca o Guido Cavalcanti. Mencionar la Comedia y recordar la manera como Dante describe con frescos instrumentos un viaje tan complejo como el allí descrito ya sería un aval de lo dicho, pero releer el principio, donde se declara que el protagonista del poema se encuentra en la mitad de su vida, perdido en una selva oscura por haber extraviado el camino derecho, solicita la maravilla al notar que el poeta sólo necesitó tres versos de once sílabas para expresarlo, mediante los casi flamantes endecasílabos italianos: nel mezzo del cammin di nostra vita/ me ritrovai per una selva oscura/ che la diritta via era smarrita. Por contraste, si se considera el todavía torpe instrumento que le tocó en suerte manipular a Geoffrey Chaucer durante el mismo siglo en que la lengua toscana se convirtió en el italiano, puede percibirse la tendencia proliferante de una lengua inglesa que todavía no alcanzaba su plenitud lingüística: la concentrada frase hipocrática ars longa, vita brevis, fue traducida por él como the lyf so short, the craft so long to lerne. Que Chaucer fuera buen poeta y escritor con mucho instinto verbal, lo hizo construir una frase feliz que parafrasea al latín: "la vida tan breve, el arte tan largo de aprender", pero las cuatro palabras latinas se convirtieron en diez sajonas. El castellano, hijo del latín y pariente del italiano, tuvo un desarrollo que Antonio Alatorre ha querido concentrar simbólicamente en el sugerente guarismo de los mil y un años de lengua española… Como toda lengua viva, se modifica y transforma proteicamente, más allá de diccionarios y academias, y más acá de la influencia de terminologías brutales como la de la cibernética; a pesar de no tener un sistema ortográfico muy metódico (lo cual explica parcialmente el descalabro con los acentos y algunos otros), su ortografía ha cambiado y es notorio que no escribe ni se habla igual en el siglo xxi que en el siglo xviii o en el xvi, y que hay diferencias entre el español de México y el de España, pero también es cierto que por prejuicio o ignorancia se llega a incurrir en proliferaciones que recuerdan más al inglés de Chaucer (sin su talento) que al latín donde se cristalizó la frase hipocrática. Eso puede formar parte de la libertad de acceso a la lengua de todo hispanohablante, pero no significa necesariamente que, por tratarse de libertades lingüísticas, comporte fenómenos enriquecedores. 

(Continuará.)