Jornada Semanal, domingo 27 de octubre del 2002                 núm. 399
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS
LELIA DRIBEN: SUAVE FUEGO

Tiene un fondo de melancolía y dolor, pero también vive de la alegría y se atreve a pensar en la felicidad. Es esa dosis de contento que Lelia Driben (Argentina, 1944) comparte con los demás al observar la pintura, la escultura, el grabado y toda la producción visual que desgrana como crítica de arte.

Desde joven convivió con el magnetismo que irradian las piezas artísticas. Una galería fue el espacio que le abrió el mundo inabarcable del detalle. Allí, un siciliano excéntrico y director del local le mostraba con lupa algunos cuadros del Renacimiento. Nació entonces en ella esa afición por mirar mucho cada pintura y también por respetarla. Como venía de la formación en letras modernas de la Universidad de Córdoba, su corpus teórico relacionado con el estructuralismo y la semiología le sirvió para abordar las artes visuales. Pero eso fue en México, país que adoptó como suyo a partir de 1977. Antes estuvo el horror de la dictadura. Acababa de graduarse de la facultad de Filosofía y Humanidades cuando comenzó a trabajar en una de tantas galerías. No logró vender un solo cuadro y sin embargo los siete años que permaneció entre pinturas se convirtieron en su escuela inmejorable sobre el mundo creativo que luego abordaría como analista.

En la década de los setenta Argentina era un hervidero de disidencia y lucha. Córdoba en particular era un campo minado y la dictadura se volvía inminente. Lelia enfrentó una amenaza de aborto y abandonó la galería para cuidar su embarazo. Vivió de cerca la violencia, perdió muchas cosas pero ella y su familia más cercana fueron afortunadas al no perder la vida aunque sí algunos momentos de libertad, como los de su marido Antonio Marimón (qepd) encarcelado por cuarenta horas.

"No me gusta aparecer como abanderada del sufrimiento pero sí soy una sobreviviente", se escucha su voz dulce y entrecortada, mezcla de un suave fuego. "Una vivía en suspenso. El miedo te neutralizaba. Cuando los militares llegaron a mi casa el 22 de octubre de 1976 ya habíamos vivido situaciones espantosas pero a otros les fue peor, con tortura y muerte. Mi más íntima amiga estuvo doce días en el campo de concentración La Perla, de Córdoba, y luego dos años encarcelada en Buenos Aires. Mientras, los otros teníamos que ser fuertes y sobrevivir en medio del terror", verbaliza sobre su sentir, relatado también en el cuento Aquella madrugada (revista Fractal 19).

Desde los dieciséis años tuvo ideas de izquierda. Ese es su sitio de origen como persona adulta y pensante de marca fuego. Ya como estudiante era activista política pues ese era el ambiente que la rodeaba: los años previos a la dictadura en Córdoba fueron el vértigo; una ciudad estudiantil y obrera; combativa en lo político y con un sólido pensamiento intelectual. En medio de todo, ella se mantuvo cerca del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras para luego participar en la clandestinidad de la izquierda. Mientras su esposo periodista hacía trabajos de difusión en el Sindicato de Obreros de la Industria Automotriz, el más numeroso de Córdoba, Lelia apoyó a esposas de activistas presos. Estaba en plena forma con la lucha ideológica pero al arribar la maternidad se preservó un poco. Su marido salió primero del país y ella, junto con su niñita de un año y veinte días, llegó también a México en calidad de exiliada.

Aquí fue su renacimiento; uno de los destinos posibles al lado de España y Venezuela. Pero su compañero ya estaba en tierra azteca y siguió el camino de la querencia. También le fue fiel a la añeja curiosidad enigmática que le había generado Malcom Lowry y su imagen del México plasmado en Bajo el volcán. El 22 de agosto de 1977 arribó con la pequeña Ana a la Ciudad de México. Sintió, no sabe las razones, que este era su lugar; salía del horror argentino pero también el nuevo entorno era "una iluminación" y se instaló con un sentir de contento.

Un año después empezó a ejercer el oficio que la anima hasta hoy: el periodismo cultural y la crítica de las artes visuales. Le llevó una reseña a Fernando Benítez y permaneció en Sábado de unomásuno a lo largo de varias décadas de la misma manera que ha transitado con sus ensayos en la Revista de la Universidad, El Universal, Vuelta, La Jornada Semanal, Letras Libres y Cambio.

Proclive a los artistas cuya obra le parece "constitutiva" pues "logran consolidar una propuesta", es autora de los libros José Francisco, la pintura de lo inasible (1986) y Melesio Galván, el artista secreto (1993). En novela publicó Donde ellos vivían (1996); memoria ficticia de su infancia. Ahora está a punto de abrir la exposición Posada, su tiempo y su historia, bajo su curaduría y la de María Elena Trejo para el Museo de la Ciudad de México.

Aunque en términos de retribución económica la crítica de arte deja mucho que desear, Driben le otorga importancia como "ordenadora de lo que muestran las obras de arte y los fenómenos artísticos"; eso que Roland Barthes llamaría "la escritura segunda". En ella evita "el protagonismo y el excesivo uso del yo" y "la intromisión impertinente de lo personal".

Alerta al detalle que implica su oficio, trata de no ser imperativa ni caer en el vicio de regular lo que hacen los artistas y lo que acontece en el mundo cultural. Quiere nacionalizarse mexicana porque aquí volvió a nacer. Entre tanto, se reconcilió con su Argentina; ese horizonte que asió con todo y fantasmas y donde por fin logró poner los pies sobre tierra; tierra entrañable inmersa en la catástrofe.