Jornada Semanal,  20 de octubre de 2002           núm. 398 

JAVIER SICILIA
ALBERT BEGUIN, EL EXPLORADOR DEL SENTIDO

Albert Beguin es lo que la cultura literaria llama un crítico. No hay que dudarlo. Es incluso uno de los más grandes. Nacido en Francia en 1901 y muerto en Roma en 1957, su vida, como la de los poetas, está en su obra, de la que el Fondo de Cultura Económica ha publicado El alma romántica y el sueño (su obra maestra) y Creación y destino (reunión de los trabajos críticos más representativos de su pensamiento). Lector profundo, conversador apasionado que hizo de la crítica un ejercicio espiritual, Beguin intentó siempre sacar a la luz las convicciones y los procesos interiores de una obra. Tal vez por ello, la revista Esprit encontró en él a un digno director cuando el filósofo Emmanuel Mounier murió en 1950.

La base fundamental de su actitud crítica podría resumirse en esta frase suya: "Lo que importa saber es quien soy." Atento, como buen discípulo del personalismo de Mounier, a la inquietud fundamental del hombre en busca de su ser, Beguin descubrió que la clave de ese saber la tenían los poetas quienes, semejantes a los místicos, sondean los abismos del alma. De ahí sus inmersiones en el mundo romántico y el sueño que más tarde lo llevarían a la exploración de los poetas místicos y de aquellos que provenían de la mejor tradición católica (Péguy, Claudel, Supervielle, Pierre Emmanuel, Reverdy...); de ahí también sus largas discusiones con Marcel Raymond y los Maritain sobre los vínculos entre mística y poesía.

Para Beguin, el decir poético revela el origen en el que todas las cosas se fundan y recuperan su armonía: "La soledad de la poesía y del sueño –escribe en El alma romántica y el sueño– nos libera de nuestra desoladora soledad. Del fondo del abismo de la tristeza que nos había apartado de la vida se levanta un canto de la más pura alegría."

No sé cuanto le debe Octavio Paz a Beguin en la formulación de ese magnífico ensayo, "Poesía de soledad y poesía de comunión" que, dedicado a San Juan de la Cruz, sería el origen de la visión poética que formularía en El arco y la lira. Pero en todo caso, las coincidencias del poeta con el crítico hablan de lo hondo que había calado la aguda mirada del lector Beguin en la sustancia del misterio poético.

No sólo por la creación poética, sino a través de ella, el hombre descubre que participa en una vida más profunda y real que la que percibimos en nuestra cotidianidad. La poesía es un atisbo a la interioridad del ser donde (de ahí el título que reúne su obra crítica más representativa de su pensamiento: Creación y destino) "sólo queda [...] la criatura y su destino, su inexplicable y misterioso destino", el del ser trascendente, inaccesible a una noción racionalista, pero revelado y participado por el poema.

En este sentido, podría decirse que Beguin trasciende la crítica literaria y se inserta en el orden de una metafísica de la poesía en donde lo que más importa no es el texto como tal, sino la experiencia que devela y que está detrás de él.

No pensemos por ello que Beguin desdeña la forma en la que el texto se presenta al lector. Para un lector de la profundidad de Beguin, forma es fondo y, en consecuencia, la expresión artística, la belleza de la forma, habla de esa sustancia misteriosa que la determina y determina al ser. Podríamos pensar que la crítica de Beguin es una exploración del misterio de la Naturaleza, en el sentido aristotélico, que se expresa a través de la belleza de una forma textual: lo que la forma, el texto en sí, dice, es lo que la determina y la hace posible, "el centro de gravedad de la persona misma".

Hay así, en el proceso de búsqueda de Beguin, una línea ascendente que, como señala Pierre Grotzer, se inicia "con una búsqueda del centro profundo, [con] una interrogación lanzada hacia el texto" y concluye con "una profundización de la persona". Su obra es una especie de viaje espiritual que semeja al de los místicos: una pérdida y una recuperación del yo en la comunión de lo trascendente.

Tal vez este fragmento, sacado de las últimas páginas de El alma romántica y el sueño, pueda mostrar un poco más de los descubrimientos que este singular hombre hizo al sumergirse en los luminosas profundidades de la poesía:

Puesto que de la imaginación y de todos los productos espontáneos del inconsciente, reconocible sólo por ese choque efectivo que de ellos recibimos, se cree que aprehenden a la vez una realidad interior y objetiva, el poeta buscará un método que le permita captar, en la trampa del lenguaje, fragmentos de la vida secreta. Reunirá las palabras según sus afinidades sonoras, se abandonará a los ritmos, a los ecos de las sílabas, a todas las relaciones del material lingüístico. Admitirá que más allá de su significación, buena parte de los intercambios de la vida cotidiana, las palabras tienen otra virtud, propiamente mágica, gracias a la cual pueden captar esa realidad que escapa a la inteligencia.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva.