Jornada Semanal, domingo 20 de octubre de 2002            núm. 398

JUAN DOMINGO ARGÜELLES

BARTOLOMÉ Y RIVAS: OJO DE JAGUAR Y TIERRA NATIVA

Ojo de jaguar, de Efraín Bartolomé, es uno de los dos libros que, publicados en 1982, marcaron un momento especial en la poesía mexicana de la segunda mitad del siglo xx. El otro es Tierra nativa, de José Luis Rivas. Ambos, libros inaugurales de dos poetas de la misma generación (nacidos en 1950), representan la audaz vertiente de una obra lírica que afirma, con orgullo, su pertenencia a un lugar: precisamente la tierra nativa.

Desde sus particulares vivencias, desde sus más hondas raíces de infancia, Efraín Bartolomé (Ocosingo, Chiapas) y José Luis Rivas (Tuxpan, Veracruz) recobran el paraíso perdido del lugar natal, y lo hacen con una seguridad absoluta; al margen de las modas prestigiadas de una poesía cuya retórica explota mayormente la pirotecnia de la imagen y el retruécano verbal.

Hoy, a veinte años exactos de la aparición de estos libros, puede verse y valorarse de qué modo beneficiaron a la poesía de la emoción estas poéticas reivindicatorias de la experiencia vital.

Desde el primer poema de Ojo de jaguar ("Casa de los monos"), Bartolomé nombró esa honda experiencia que le daba sentido a la escritura: "Para qué hablar/ del guayacán que guarda la fatiga/ o del tambor de cedro donde el hachero toca/ A qué nombrar la espuma/ en la boca del río Lacanjá/ Espejo de las hojas/ Cuna de los lagartos/ Fuente de macabiles con ojos asombrados/ Quizá si transformara en orquídea esta lengua/ La voz en canto de perdiz/ El aliento en resoplar de puma/ Mi mano habría de ser una negra tarántula escribiendo/ Mil monos en manada sería mi pecho alegre/ Un ojo de jaguar daría de pronto certero con la imagen/ Pero no pasa nada/ Sólo el verde silencio/ Para qué hablar entonces/ Que se caiga este amor de la ceiba más alta/ Que vuele y llore y se arrepienta/ Que se ahogue este asombro hasta volverse tierra/ Aroma de los jobos/ Perro de agua/ Hojarasca."

Similar es la intención de Rivas a lo largo de los seis cantos de Tierra nativa: "Todo el espacio abierto/ cuando el rocío sube por una escala de hiedras hasta el cielo/ La luz abre resquicios de oro/ en las tupidas limonarias y en la ribera/ se despliegan a la vez/ velámenes de manta/ y aparejos de plumas/ Todo el relumbre de los cielos se copia/ en el espejo olivo del río/ Sobre troncos musgosos/ iguanas de encostrada piel/ toman el sol/ mientras los zorros rascan en las breñas/ y de la mano de la floresta/ se vuelve/ al mar/ por un sendero practicado/ entre palmeras/ En la playa/ el airón real/ acomoda con su pico/ plumas que de nuevo/ le entresaca/ el viento/ La estrellamar varada/ en una poza/ y escarchada de arena/ refulge con el sol/ y entonces los cangrejos diminutos/ se asoman tímidos/ por el postigo de sus cuevas/ y una camada muy reciente de tortugas corre en busca del agua."

La poesía de Efraín Bartolomé y José Luis Rivas reivindicó, para el lenguaje lírico, en la penúltima década del siglo xx, una honda emoción de pertenencia a la tierra nativa, un sentimiento, altivo y arrogante, muy lejos del ejercicio "literario" de la imaginación o de la débil fantasía simplemente libresca.

A contracorriente de la estética decorativa y de ingenuos malabares, Bartolomé y Rivas asumieron la poesía no como un gesto sino como una vocación irremediable a través de la cual se impusieron el deber de nombrar todo aquello que a sí mismos los nombraba. Al margen incluso del convencional glosario "poético".

En Ojo de jaguar, Bartolomé planta los topónimos de su infancia (ríos, pozas, montañas, cerros, lugares en la selva) y los familiares y los antepasados de su admiración (sobre todo papá Juan, don Juan Ballinas, primer explorador de la selva lacandona), y habla también del guayacán, los macabiles, la ceiba, los jobos, el saraguato, el tigrillo, el canchish y, en fin, flora y fauna de un universo íntimo que por primera vez se hace público para revelar cómo era y cómo es el paraíso.

De igual modo, en los cantos casi siempre versiculares de Tierra nativa, Rivas hace lo propio, y aunque desde los epígrafes mismos salda sus deudas librescas (Gertrude Stein, Edwin Muir, Dylan Thomas, Maurice Blanchot y, sobre todo, T. S. Eliot), todo el libro es un homenaje al pasado personal. Vocabulario y nombres propios, sitios de infancia, familiares, verbos de uso local y la reconstrucción del ambiente íntimo conforman, sin titubeos, una poesía más emotiva que intelectual.

Habla Rivas de "desguindar los nidos", de ponerse a cubierto "tras un macizo de espadañas". Nombra las gallaretas y las describe en su galanteo. Y no ve la razón para no traer a la página a Papá Abraham, "el difunto mayor de la familia". Describe los pantanos, las costumbres, los ríos, los caminos de su tierra y su mar nativos. Y se permite la confidencia personal: "Hace veinte años/ era yo un niño/ y recuerdo que hacía sol de sol a sol/ que hacía sol a diario/ y en todas partes/ a la orilla del río/ a la sombra de los guayos/ bajo el techo de palma de las casas."

Efraín Bartolomé canta la casa paterna y celebra el valle de Ocosingo. Y en "Río nocturno", el poeta se ve también dos décadas después: "Veinte años después nos encontramos/ Sabe que estoy aquí/ No ha envejecido su terquedad/ su furia/ su desgarrado grito/ Pero todo es distinto/ Se transformó en jardín la selva de la casa/ Uso lentes y barba/ Tengo veintinueve años y dos hijos/ Asfaltaron las calles/ Pero todo es igual/ Otra vez el insomnio/ El mismo viento que agitaba el mango/ Y estoy inquieto y tiemblo/ Y me digo que cuando el agua pase/ cuando todo se calme/ sacaré mis recuerdos a la calle/ a jugar a los barcos/ Nada se puede hacer/ Soy otro/ y soy el mismo/ El río nocturno suena/ La noche sólo piensa en caer/ y caer."

Hoy hablamos también de veinte años después. Veinte años después de las primeras ediciones de estos dos espléndidos libros inaugurales. Ojo de jaguar fue publicado, por Marco Antonio Campos, en las Ediciones de la Revista Punto de Partida de la unam; Tierra nativa apareció en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica.