La Jornada Semanal, 20 de octubre del 2002            398

 N O V E L A


OTRA VUELTA DE BOSQUE

RAÚL BERDEJO BRAVO

Peter Handke,
Lucie en el bosque con estas cosas de ahí,
Alianza Literaria,
Madrid, 2001.

Cuando uno se pone ante un texto de Handke, sabe que tiene que adoptar una actitud distinta, tal vez hasta alcanzar una posición de lectura. A pesar de que en este pequeño libro Handke tiende con sencillez su inicio, sabe que quien persigue su línea no se acerca a él por vez primera y que de ninguna manera esta insinuación de lo infantil es creíble. En este texto, que es un juego y que en eso consiste su seriedad, todo tiene que parecer. Esto es porque el escritor tiene la facultad de imponernos, desde la primera línea, una excesiva carga de expectativas, como si su lectura no se disfrutara por incitar demasiadas prevenciones y cuidados. Una vez entrados en la carne de la narración podemos soltarnos y recrear a Handke en su distancia y separación de las cosas; en esa larguísima manera de ubicarse ante lo que uno tiene delante. Nadie como este señor para mostrarnos las consecuencias por acudir a ciertas lecturas filosóficas, por cuestionar las maneras literarias y por meterse al bosque como si uno se metiera a una lectura común.

Pero eso se descubre demasiado tarde: una vez que el método ha tocado suelo en nosotros y que seguimos sus señas de identidad, nos encontramos, otra vez, ante la rumia incesante del principio de Peter, una emoción que ha fundido y confundido el temor, el estupor y un acento permanente de molestia mental.

De hecho un texto de Handke es un estado visible de un proceso personal. No ha agotado sus facultades y hasta la repetición la dibuja con una línea que la dispersa. En el libro Lucie en el bosque con estas cosas de ahí entramos un trazado que deja ver desenfado e imprecisión en la indicación de los personajes ("Lucie se llamaba en realidad de otra manera"), que no es otra cosa más que un recordatorio de esa frase que soltó en la bahía de nadie: "Parece que la actividad de narrar se ha agotado o que en ella hay algo podrido."

No es sorpresa que después de tales sentencias el lector entre en un estado de desconfianza ante un texto que intenta parecerse al relato de una niña, que sucede en un bosque, con un padre que la niña cree jardinero.

Pero eso no es cierto, el texto comienza con una imagen escritual mal impresa, decolorada adrede, difusa a propósito, anunciativa; y si el lector hojea más adelante hallará varias ilustraciones a modo de los viejos libros para niños que nos aliviaban del exceso de letras y podíamos ver algún pasaje de la historia. Pero otra vez no es cierto. Hay una dolosa gana de perturbar e inquietar con las galas de la imprecisión.

La construcción de la historia parece habitual. Una familia que se presenta como separada, la hija extrañada y alejada del padre. El padre con actitudes peculiares y la madre que es una bella jefa de policía en lucha contra el crimen.

En esta historia Handke nos lleva de nuevo al bosque, el mismo al que siempre ha recurrido en sus anteriores libros. No se cansa de describir, con fervor, los detalles mínimos de las hojas, los insectos, los fulgores vespertinos, tonalidades en ocres y chasquidos de aves en el frío silencioso de los bosques. Handke nos regresa al bosque una y otra vez para que sepamos de los que deambulan por ahí: recolectores de hongos, paseantes, locos, mujeres atléticas y de amplios interiores, o una niña preguntándose el porqué un padre así.

El padre desaparece porque el rey lo mete en la cárcel por una supuesta conspiración que la niña resuelve de manera extraña. Finalmente todo parece ceñido por la previsibilidad y el recurso de la felicidad final y la abolición de la pena de muerte en todos los países. Pero estas formalidades están llenas de contenido que se convierte en forma. Handke, entonces, nos está preparando para algo: ¿eso se descubre al final? o ¿cada lector lo descubre según sus aptitudes? ¿Será que todo esto es la parte donde trata de la suspensión del juicio desde una lectura de las peripecias de una niñita? O tal vez trate de llevar más allá las cosas hasta que veamos, por fin, que también en la forma de leer algo se pudre o que simplemente esa modalidad está agotada. Y que ese agotamiento es el anuncio de una gran crisis espiritual que Handke entrevé desde él mismo y que no habrá más que regresar al bosque porque en las ciudades todo es equívoco, premios y reconocimientos.

Pocas páginas, descripciones sin prisas y un extraño sabor de boca por esta nueva entrega de la desesperación de Handke que nos provoca un saludable signo de interrogación•