Jornada Semanal, domingo 20 de octubre del 2002        núm. 398

CULTURA, GLOBALIZACIÓN 
Y UNIVERSALIDAD (I)

A últimas fechas, la propaganda política y su principal cómplice, la publicidad comercial, confunden, como es su costumbre, a muchos desaprensivos al utilizar la palabra “globalización” como un fenómeno de la universalidad.

Globalización es un concepto comercial y mediático que pertenece al mundo de las grandes y monstruosas finanzas y al lenguaje arquetípico, vulgar y machacón de los medios electrónicos dedicados a promover, exaltar y hasta glorificar al consumo, dios principal del capitalismo salvaje.

El comercio, las bolsas de valores, la actividad bancaria, la publicidad, la moda y la llamada por Marcuse, cultura comercial, están sujetos a las leyes generales dictadas por los dueños del mundo y difícilmente pueden escapar de los efectos de la globalización que favorece a los grandes consorcios, al imperio y sus secuaces y que, produciendo un retroceso antropológico, perjudica gravemente los niveles de vida de los países periféricos y divide al mundo en grandes señores y siervos de la gleba. Este fenómeno general se reproduce en todas las naciones y sociedades. No olvidemos que el actual presidente de México declaró, sin tapujos de ninguna especie, que su gobierno era de empresarios y para empresarios. Los sectores medios, cada vez más empobrecidos, el proletariado y el creciente lumpen, tienen que contentarse con algunos aspectos moribundos del desmantelado welfare State y con la beneficencia de teletones, damas prestantes, goles providentes y roperitos de Santa Rita de Casia, abogada de imposibles. Hay, por lo tanto, un extraño retorno, dado en medio de zumbidos de internet y de noticias instantáneas que informan sobre los efectos y jamás analizan las causas, a una especie de Edad Media carente, para nuestra desgracia, de la alegría carnavalesca, de la fuerza lírica y del talento artístico del medioevo.

Es obvio que la globalización tiende a anular las diversidades tan importantes para el mantenimiento y el progreso de los signos culturales de las distintas etnias, así como de las mentalidades en las cuales se basa una visión del mundo con la fuerza suficiente para dialogar con la otredad, en busca de una concordia universal que asuma las diferencias (“la variedad del mundo” de la que hablaba Octavio Paz), constate las coincidencias y lleve a cabo la verdadera función de la cultura que sólo puede darse a través del diálogo humano.

La universalidad, en cambio, es un concepto humanístico basado en el espíritu de tolerancia y en la voluntaria renuncia de algunos aspectos exclusivos que, en el esquema ultranacionalista, impiden el diálogo con las otras culturas y se encierran en un solipsismo disfrazado de defensa de las llamadas identidades nacionales. Decía Alfonso Reyes que, para amar el todo, es necesario conocer y amar lo propio. Esta posición equilibrada asegura el mantenimiento de las características culturales de los países y de las etnias, y abre las puertas al diálogo capaz de establecer la verdadera universalidad de la cultura. La igualdad de todas las razas ante la ley, el respeto a las minorías, la tolerancia concebida como el único clima que posibilita una verdadera convivencia, el ejercicio responsable de la libertad, el cumplimiento de las obligaciones solidarias, el acceso a la salud, la educación y el goce de los bienes de la cultura artística, así como una justa distribución de los ingresos y una sana política económica capaz de superar las desigualdades y de ampliar las oportunidades y las opciones para ese encuentro con la vocación individual que nos permite sortear los peligros de la enajenación, son algunos de los valores fundamentales de la utopía universalista. 

(Continuará.)

 
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
[email protected]