Jornada Semanal,  20 de octubre de 2002           núm. 398 

ANA GARCÍA BERGUA

LOS CUADERNOS DE 
GARCÍA RIERA

Llegaría yo a preguntarme qué me gustaba más: el cine o su publicidad. Desde muy pequeño, desde Vidreras mismo, había demostrado las sospechosas inclinaciones del coleccionista. Dibujaba de continuo, al grado de ilusionar a mis padres con la posible presencia de un Picasso futuro en la familia, y además, recortaba y coleccionaba las caricaturas de los diarios que pedía en un puesto para que Paquita los pagara después.

Emilio García Riera,
El cine es mejor que la vida

Mi padre siempre fue un buen dibujante; sus dibujos rápidos, eficaces, cercanos a la caricatura, fueron para él una manera de diversión a practicar en las servilletas de los cafés, durante alguna espera. A veces, cuando éramos pequeños, nos retrataba para jugar, y sólo en una ocasión, en un libro llamado El cine y su público, publicó sus dibujos –unos dibujos muy chistosos– en la portada, para despecho del diseñador del libro que era nada menos que el fallecido Marcos Kurtycz, quien poseía un alma muy distinta a la de él. Por otro lado, mi padre nunca fue ajeno a la plástica: parte de nuestra infancia consistió en ver el mundo a través de los cuadros de Vicente Rojo y Gabriel Ramírez, amigos suyos muy entrañables.

A nosotros y a algunos amigos siempre nos llamaron la atención unos cuadernos que merodeaban por la casa, construidos mediante la labor minuciosa de unir más de mil hojas en un paquete compacto, por medio de broches para carpeta, con unas tapas que parecían de papel de envoltura. En ellos se encontraban glosadas, una por una, todas las películas que papá había ido a ver de muy joven, dándose tiempo entre su trabajo en una fábrica de estufas como contable de costos y los estudios en la Facultad de Economía. Con sorprendente paciencia, escribía ahí un comentario escueto sobre la película, así como los créditos correspondientes, y lo ilustraba con un pequeño dibujo alusivo, a lápiz bicolor azul y rojo, en el que soldados, cosacos, vampiresas y demás personajes de las películas figuraban por lo regular sentados en las butacas a la manera de la revista Les Lettres Françaises. De la misma época sería –por ahí de finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta– la anécdota que narra en su libro autobiográfico El cine es mejor que la vida, a propósito de su amistad con Vicente Rojo. Resulta que a él y a Vicente les tocó editar la revista de la Juventud Socialista Unida en la que ambos militaban, llamada Juventud de España: "Quien hojeara esa revista –dice García Riera– se llevaría la sorpresa de ver en ella críticas de cine de Vicente y dibujos míos; unas y otros, me temo, aconsejaban la inversión de funciones […]." A mi modo de ver, tal inversión de funciones dio pie a un par de trayectorias más bien deslumbrantes. 

Pero vuelvo a los cuadernos. Además de su categoría de curiosidad, documentan de manera muy conmovedora la gestación de una vocación en un joven español refugiado en el México de los años cuarenta y cincuenta, que entre sus obligaciones familiares y políticas se daba tiempo para cultivar una pasión que en aquel entonces se consideraba fútil; y si bien los textos pagan el tributo obligado a una serie de imposiciones ideológicas de la izquierda de aquel entonces, en ellos se encuentran ya presentes la meticulosidad, el orden y el mismo afán lúdico con que realizaría años después la Historia documental del cine mexicano, México visto por el cine extranjero y sus múltiples monografías sobre directores y actores mexicanos y de otros países, amén de miles de críticas publicadas en diversos periódicos. Así pues, en estas notas conviven las visitas obligadas a ver películas soviéticas con el gusto lleno de culpas por el cine norteamericano de un cinéfilo auténtico, coleccionista de filmografías y poseedor –me consta– de una memoria tan singular como selectiva, capaz de reproducir con pasmosa acuciosidad créditos de películas y alineaciones de equipos de futbol.

Tras mostrarle estos cuadernos a Fausto Zerón-Medina, él me escribió: "La variedad del contenido es tan rica y su asiduidad sorprendente. Es el diario de un cinéfilo de un momento clave de la cinematografía vista en México. Un ojo excepcionalmente inteligente que cruza todas las taquillas imaginables." Y una mano, añadiría yo, que incorporó su innegable habilidad para dibujar y el gusto infantil por coleccionar a una vocación mucho más amplia que para nada excluye lo visual: la de darle forma a una historia de nuestras imágenes que se ha convertido en instrumento de consulta imprescindible de todo aquel que estudie o ame al cine, y en visita amenísima a una de nuestras mejores prosas sobre el tema, cuya sabrosa lectura está muy lejos de la pedantería que suele habitar nuestra crítica cinematográfica y más cerca de la buena literatura. Estos cuadernos guardan, de manera viva, el misterio y la clave de esa vocación apasionada. 

(Este artículo fue publicado en la revista Saber Ver en el año de 2001 con el título "Emilio García Riera o la vocación de ver." La autora lo reproduce en homenaje a su padre recientemente fallecido).