ANA
GARCÍA
BERGUA
LOS CUADERNOS
DE
GARCÍA
RIERA
Llegaría yo
a preguntarme qué me gustaba más: el cine o su publicidad.
Desde muy pequeño, desde Vidreras mismo, había demostrado
las sospechosas inclinaciones del coleccionista. Dibujaba de continuo,
al grado de ilusionar a mis padres con la posible presencia de un Picasso
futuro en la familia, y además, recortaba y coleccionaba las caricaturas
de los diarios que pedía en un puesto para que Paquita los pagara
después.
Emilio García Riera,
El cine es mejor que
la vida
Mi padre siempre fue un buen dibujante;
sus dibujos rápidos, eficaces, cercanos a la caricatura, fueron
para él una manera de diversión a practicar en las servilletas
de los cafés, durante alguna espera. A veces, cuando éramos
pequeños, nos retrataba para jugar, y sólo en una ocasión,
en un libro llamado El cine y su público, publicó
sus dibujos unos dibujos muy chistosos en la portada, para despecho del
diseñador del libro que era nada menos que el fallecido Marcos Kurtycz,
quien poseía un alma muy distinta a la de él. Por otro lado,
mi padre nunca fue ajeno a la plástica: parte de nuestra infancia
consistió en ver el mundo a través de los cuadros de Vicente
Rojo y Gabriel Ramírez, amigos suyos muy entrañables.
A
nosotros y a algunos amigos siempre nos llamaron la atención unos
cuadernos que merodeaban por la casa, construidos mediante la labor minuciosa
de unir más de mil hojas en un paquete compacto, por medio de broches
para carpeta, con unas tapas que parecían de papel de envoltura.
En ellos se encontraban glosadas, una por una, todas las películas
que papá había ido a ver de muy joven, dándose tiempo
entre su trabajo en una fábrica de estufas como contable de costos
y los estudios en la Facultad de Economía. Con sorprendente paciencia,
escribía ahí un comentario escueto sobre la película,
así como los créditos correspondientes, y lo ilustraba con
un pequeño dibujo alusivo, a lápiz bicolor azul y rojo, en
el que soldados, cosacos, vampiresas y demás personajes de las películas
figuraban por lo regular sentados en las butacas a la manera de la revista
Les Lettres Françaises. De la misma época sería
por ahí de finales de los años cuarenta y principios de
los cincuenta la anécdota que narra en su libro autobiográfico
El cine es mejor que la vida, a propósito de su amistad con
Vicente Rojo. Resulta que a él y a Vicente les tocó editar
la revista de la Juventud Socialista Unida en la que ambos militaban, llamada
Juventud de España: "Quien hojeara esa revista dice García
Riera se llevaría la sorpresa de ver en ella críticas de
cine de Vicente y dibujos míos; unas y otros, me temo, aconsejaban
la inversión de funciones [
]." A mi modo de ver, tal inversión
de funciones dio pie a un par de trayectorias más bien deslumbrantes.
Pero vuelvo a los cuadernos. Además
de su categoría de curiosidad, documentan de manera muy conmovedora
la gestación de una vocación en un joven español refugiado
en el México de los años cuarenta y cincuenta, que entre
sus obligaciones familiares y políticas se daba tiempo para cultivar
una pasión que en aquel entonces se consideraba fútil; y
si bien los textos pagan el tributo obligado a una serie de imposiciones
ideológicas de la izquierda de aquel entonces, en ellos se encuentran
ya presentes la meticulosidad, el orden y el mismo afán lúdico
con que realizaría años después la Historia documental
del cine mexicano, México visto por el cine extranjero
y sus múltiples monografías sobre directores y actores mexicanos
y de otros países, amén de miles de críticas publicadas
en diversos periódicos. Así pues, en estas notas conviven
las visitas obligadas a ver películas soviéticas con el gusto
lleno de culpas por el cine norteamericano de un cinéfilo auténtico,
coleccionista de filmografías y poseedor me consta de una memoria
tan singular como selectiva, capaz de reproducir con pasmosa acuciosidad
créditos de películas y alineaciones de equipos de futbol.
Tras mostrarle estos cuadernos a Fausto
Zerón-Medina, él me escribió: "La variedad del contenido
es tan rica y su asiduidad sorprendente. Es el diario de un cinéfilo
de un momento clave de la cinematografía vista en México.
Un ojo excepcionalmente inteligente que cruza todas las taquillas imaginables."
Y una mano, añadiría yo, que incorporó su innegable
habilidad para dibujar y el gusto infantil por coleccionar a una vocación
mucho más amplia que para nada excluye lo visual: la de darle forma
a una historia de nuestras imágenes que se ha convertido en instrumento
de consulta imprescindible de todo aquel que estudie o ame al cine, y en
visita amenísima a una de nuestras mejores prosas sobre el tema,
cuya sabrosa lectura está muy lejos de la pedantería que
suele habitar nuestra crítica cinematográfica y más
cerca de la buena literatura. Estos cuadernos guardan, de manera viva,
el misterio y la clave de esa vocación apasionada.
(Este artículo fue publicado en
la revista Saber Ver en el año de 2001 con el título
"Emilio García Riera o la vocación de ver." La autora lo
reproduce en homenaje a su padre recientemente fallecido). |