ANA GARCÍA BERGUA LOS CUADERNOS
DE
Emilio García Riera,
A nosotros y a algunos amigos siempre nos llamaron la atención unos cuadernos que merodeaban por la casa, construidos mediante la labor minuciosa de unir más de mil hojas en un paquete compacto, por medio de broches para carpeta, con unas tapas que parecían de papel de envoltura. En ellos se encontraban glosadas, una por una, todas las películas que papá había ido a ver de muy joven, dándose tiempo entre su trabajo en una fábrica de estufas como contable de costos y los estudios en la Facultad de Economía. Con sorprendente paciencia, escribía ahí un comentario escueto sobre la película, así como los créditos correspondientes, y lo ilustraba con un pequeño dibujo alusivo, a lápiz bicolor azul y rojo, en el que soldados, cosacos, vampiresas y demás personajes de las películas figuraban por lo regular sentados en las butacas a la manera de la revista Les Lettres Françaises. De la misma época sería por ahí de finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta la anécdota que narra en su libro autobiográfico El cine es mejor que la vida, a propósito de su amistad con Vicente Rojo. Resulta que a él y a Vicente les tocó editar la revista de la Juventud Socialista Unida en la que ambos militaban, llamada Juventud de España: "Quien hojeara esa revista dice García Riera se llevaría la sorpresa de ver en ella críticas de cine de Vicente y dibujos míos; unas y otros, me temo, aconsejaban la inversión de funciones [ ]." A mi modo de ver, tal inversión de funciones dio pie a un par de trayectorias más bien deslumbrantes. Pero vuelvo a los cuadernos. Además de su categoría de curiosidad, documentan de manera muy conmovedora la gestación de una vocación en un joven español refugiado en el México de los años cuarenta y cincuenta, que entre sus obligaciones familiares y políticas se daba tiempo para cultivar una pasión que en aquel entonces se consideraba fútil; y si bien los textos pagan el tributo obligado a una serie de imposiciones ideológicas de la izquierda de aquel entonces, en ellos se encuentran ya presentes la meticulosidad, el orden y el mismo afán lúdico con que realizaría años después la Historia documental del cine mexicano, México visto por el cine extranjero y sus múltiples monografías sobre directores y actores mexicanos y de otros países, amén de miles de críticas publicadas en diversos periódicos. Así pues, en estas notas conviven las visitas obligadas a ver películas soviéticas con el gusto lleno de culpas por el cine norteamericano de un cinéfilo auténtico, coleccionista de filmografías y poseedor me consta de una memoria tan singular como selectiva, capaz de reproducir con pasmosa acuciosidad créditos de películas y alineaciones de equipos de futbol. Tras mostrarle estos cuadernos a Fausto Zerón-Medina, él me escribió: "La variedad del contenido es tan rica y su asiduidad sorprendente. Es el diario de un cinéfilo de un momento clave de la cinematografía vista en México. Un ojo excepcionalmente inteligente que cruza todas las taquillas imaginables." Y una mano, añadiría yo, que incorporó su innegable habilidad para dibujar y el gusto infantil por coleccionar a una vocación mucho más amplia que para nada excluye lo visual: la de darle forma a una historia de nuestras imágenes que se ha convertido en instrumento de consulta imprescindible de todo aquel que estudie o ame al cine, y en visita amenísima a una de nuestras mejores prosas sobre el tema, cuya sabrosa lectura está muy lejos de la pedantería que suele habitar nuestra crítica cinematográfica y más cerca de la buena literatura. Estos cuadernos guardan, de manera viva, el misterio y la clave de esa vocación apasionada. (Este artículo fue publicado en la revista Saber Ver en el año de 2001 con el título "Emilio García Riera o la vocación de ver." La autora lo reproduce en homenaje a su padre recientemente fallecido). |