Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 17 de octubre de 2002
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Deportes

Lo aqueja un padecimiento mental, pero el deporte es aún parte de su vida

Casarín es humildad, respeto y disciplina, asegura su esposa María Elena King

El primer ídolo del futbol mexicano es ahora objeto de una serie de homenajes

ABRIL DEL RIO/ I

Casi todos los sucesos, las personas, las fechas y los escenarios se han borrado en la memoria de Horacio Casarín, uno de los grandes ídolos del deporte nacional en la primera mitad del siglo pasado, y quien hasta donde tuvo plena conciencia, y en su medida aún ahora, ha encarado la vida con humildad, respeto y disciplina.

Es así como lo define María Elena King, compañera de vida con quien Casarín cumplirá 61 años de matrimonio en diciembre próximo; su intérprete ante la realidad que es un padecimiento mental con que el ex futbolista ha llegado a la vejez.

Las pagas del futbol moderno podrán ser cada día más desorbitadas; México es ahora la ciudad más poblada del mundo, y los médicos diagnóstican la enfermedad que se le declaró hace unos años al ex jugador. Pero a sus 84 años, Casarín, quien hoy es objeto de varios homenajes en reconocimiento a su trayectoria, pelotea con entusiasmo tres días a la semana en los frontones del Deportivo Chapultepec.

Mientras, doña María Elena se ejercita en la piscina de la instalación que ha sido como el segundo hogar desde que son pareja.

"Hemos vivido con mucha tranquilidad, mucho acompañamiento, mucho entendimiento y, sobre todo, mucho respeto, porque con todo, Horacio es sumamente educado y honesto.

"Nunca fue peleador en la cancha y siempre fue muy buen compañero", expresa doña María Elena, quien pese a los achaques de la artritis, una rotura de cadera que la obliga a caminar apoyada de una andadera y la presión de estar al cuidado de su esposo, acude dispuesta y amable a la cita con La Jornada.

El encuentro

El brillo en sus ojos azules, la dulce sonrisa, la figura erguida y el buen humor que mantiene para relatar a los 80 años hablan del encanto que debe haber cautivado a Casarín, cuando una tarde de 1938 cruzaron la primera mirada.

Ella, quinceañera en las tribunas al lado de su padre, y él, de 20 años, ya firme elemento de los Electricistas del Necaxa, club de sus amores en el que se formó desde fuerzas infantiles y debutó en primera división en 1936.

Ambos, vecinos de Santa María la Rivera, coincidieron esa misma tarde en La Alameda. Casarín, acompañado de un amigo, recibió el reclamo de su futura amada: "šCómo que perdieron 4-0!". A partir de ahí se gestó el romance que se consumaría con el matrimonio trescasarin_practica_03iii años después.

María Elena, declarada aficionada al futbol por herencia de su padre, un inglés que se instaló en Yucatán, se refiere en todo momento con gran admiración hacia el Casarín jugador que escribió la primera página de los ídolos del balompié.

El efímero seleccionador nacional, el exitoso vendedor de medicamentos a su retiro de las canchas, el padre del único hijo que engendraron, el compañero que, ajeno a la realidad, se mantiene vivo, asegura ella, gracias a la actividad física.

"Nunca dejó de hacer ejercicio. Camina, un poquito torpe, pero camina mucho. En la casa tenemos un jardincito y cuando sale busca alguna hoja de árbol que haya caído y la lleva pateando mucho tiempo, a veces una hora.

"Estoy segura que recuerda algo del futbol, también cuando vienen a verlo sus amigos. Habla muy poco, pero saluda y se despide", acota María Elena, quien advierte que ha terminado la cotidiana práctica que su esposo realiza con ayuda del chofer, una de las cuatro personas que asisten a ambos.

Al abandonar el frontón rumbo a los vestidores, Casarín se percata de que María Elena está acompañada. Esta vez no intentó tomarla del brazo para no soltarla, como acostumbra.

Optó por la huida y sólo alcanzó a dirigir una sonrisa y una miradita infantil antes de retirarse con ese andar un tanto afectado, sobre todo en la rodilla derecha, en la cual sufrió una lesión que detuvo su carrera poco más de un año en 1939, durante un partido frente al Asturias que terminó en tragedia, pues la afición necaxista, indignada por la agresión que José Soto cometió a su ídolo, incendió la estructura de madera del Parque Asturias.

Llegó la era profesional

Para ese entonces, Casarín ya había sido integrante de la selección nacional que se coronó en los Juegos Centroamericanos de Panamá 38, y ya había cumplido un ciclo en Necaxa con dos títulos, pero aún le aguardaba una importante trayectoria en otros clubes.

El primer cambio fue en 1942 al Atlante, club con el que navegó hacia la era profesional y del que se despidió con el campeonato de 1947, justo antes de lanzarse a la aventura del futbol español.

El intento duró poco, pues luego de jugar un par de amistosos con el Oviedo, despertó interés en Barcelona, cuya oferta rechazó por ser similar o menor a la de México, así que regresó y a los pocos días firmó con el España, que desapareció dos años más tarde por sus desacuerdos en la profesionalización.

María Elena, que al cabo del tiempo terminó sus estudios de maestra normalista y trabajó más de 40 años en la elaboración de programas, como el de educación por televisión, afirma que siempre apoyó a Casarín, quien "llegó a recibir una oferta muy grande del Asturias.

"Pero él siempre fue muy honesto y jugó donde realmente creía que debía jugar", al margen de que esto implicara que la familia llevara una vida sólo decorosa.

"Una de las cosas que más satisfacción le dejó, o la que más, fue el Mundial. Lástima que sólo fue a uno", comenta. Y es que en aquella cita de Brasil 50 Casarín anotó un gol ante Suiza.

"Aunque se le recuerda más por la determinación con que solía encarar a los países rivales, sobre todo a Estados Unidos, al que le asestó siete de los 15 que sumó como seleccionado."

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