La Jornada Semanal,   domingo 13 de octubre del 2002        núm. 397
Eduardo Montes-Bradley 

Biografías de solapa

Eduardo Montes-Bradley, argentino viajero que sigue creyendo en las utopías, nos entrega esta “biografía de solapa” de un gran escritor argentino nacido en Bruselas de manera muy distinta a la fraguada por Conrad para nacer en Polonia. En fin... tiene razón Eduardo: todos nacemos por accidente en algún lugar, pero somos (Max Aub dixit) de donde hacemos la secundaria. Así, Gardel nació en Toulouse, Camus en Argelia y Alfonsina Storni en Suiza y los tres son del país en el que escribieron. Podemos decir, sin fijarnos demasiado en los pasaportes, los registros civiles y las actas parroquiales, que Rulfo es irremediablemente mexicano, Cortázar irremediablemente argentino y que ambos son judíos polacos, palestinos perseguidos en su propia tierra e indios chiapanecos sitiados en su trágica selva.

A los dos años en Suiza, 1916. Foto: Colección AliaEl día que se inventaron las solapas de los libros nacieron las biografías de bolsillo. La solapa suele ser una columna donde se resumen con impunidad ciertos (o inciertos) logros del autor: a cuántos idiomas fue traducida su obra, en qué universidad de Estados Unidos enseñó algo mientras preparaba su próximo libro, si nació en tal o cual parte del planeta para terminar muriéndose en tal o cual otra: una pena porque ahora vamos a tener que repatriar el cadáver y enterrarlo en la Recoleta. Está claro que algunos se nos escapan y, como Borges o Ginastera, consiguen eludir el asedio. En el caso de Cortázar, la cosa no es tan fácil. En principio pareciera estar bastante bien sepultado en París y sin muchas ganas de soportar las exhumaciones patrióticas de otros próceres del Panteón Nacional. Y es que quizás allí, o mejor dicho en la solapa de sus libros, reside el meollo de la cuestión que tanto nos preocupa: la nacionalidad del sujeto. Donde debiera decir "nacido en Bruselas en 1914" suele decir "nacido accidentalmente en Bruselas en 1914", lo cual no deja de ser todo un detalle por parte de los editores responsables del accidente. Siendo un viejo solapero, debo admitir que nunca antes de las ediciones de Cortázar había tenido la oportunidad de leer nada semejante. Su nacimiento emerge en las biografías apresuradas como un lugar de sombra que algunos buscan iluminar con la tenue y siempre divina luz de la argentinidad.

La idea de un nacimiento accidental extramuros (siendo los muros los límites naturales de la histeria nacionalista) está vinculada a las declaraciones que el mismo Cortázar hizo en repetidas oportunidades durante los últimos cuarenta años de su vida. Para no ser menos, y en virtud de este homenaje que La Jornada Semanal
le rinde al autor de "Casa tomada", he querido ocuparme del tema que viene a cuento en las siguientes y prescindibles líneas. Advertencia: el lector que no esté interesado en los accidentes y en las pequeñas mezquindades nacionalistas está cordialmente invitado a pasar al artículo siguiente.

A los dos años en Suiza, 1916. Foto: Colección AliaLa idea de un nacimiento accidental es lo suficientemente descabellada como para convertirse en pre-texto de uno de los relatos del autor al que bien podríamos titular: No quiso pero nació igual, o ¿Qué hace un bebé como yo en un lugar como éste? Después de todo Cortázar nació a los nueve meses como estaba previsto y en el mismo lugar en el que se encontraba su madre, lo cual facilita la labor de las parteras en cualquier lugar del mundo y también en Bélgica donde tuvo lugar el contratiempo. ¿Acaso durante el alumbramiento el neonato se resbaló en manos de la partera?, o fue quizás que el hecho tuvo lugar en el Orient Express en el instante en que el caballo de hierro descarrilaba sobre las llanuras de Mongolia. ¿Qué significa "nació accidentalmente en Bruselas"? Veamos:

Julio José Cortázar Arias (padre del accidentado) y su esposa (María Herminia Descotte) residen en Bélgica desde el mes de agosto de 1913, es decir un año antes del accidente, con lo cual quedan despejadas las dudas respecto del lugar de gestación que sí pudo haber sido accidental. La pareja de argentinos residentes en la comuna de Ixelles, en los suburbios de Bruselas, permanecerá allí más de un año después del advenimiento del primogénito y a tiempo para la concepción de un segundo embarazo. Insisto, no veo nada de accidental en que alguien nazca en el lugar en el que viven sus padres. ¿Entonces por qué?

En lo accidental los biógrafos buscan conformar a Cortázar a imagen y semejanza del escritor que los argentinos queremos que sea, y los argentinos queremos que sea argentino, para lo cual se vuelve indispensable que haya nacido accidentalmente en Bruselas. Bélgica y el mundo son accidentes que no pueden, con todas sus sombras, oscurecer el brillo del ser nacional. Lo accidental apunta a destacar el carácter transitivo del paso de la familia Cortázar por Europa, lo cual resulta francamente absurdo a la luz de nuevos y reveladores argumentos. En principio deberíamos aclarar que don Julio padre no era ni por asomo un diplomático de paso por la Legación Argentina en el reino de Carlos i. La idea de un padre diplomático forma parte de la mise en scène familiar y tiene tan poco asidero en el campo de lo real como puede tenerlo el supuesto acento francés del eterno cronopio. Julio José y María Herminia Descotte habían emigrado en busca de nuevos horizontes y con la esperanza de no regresar jamás a Buenos Aires. Nada de padre diplomático ni nada que se le parezca. Pero ¿cómo explicar entonces el paso por Bruselas sin dar a conocer otros aspectos que podían avergonzar la memoria familiar? Fácil: inventando, como en todas las biografías que merecen la pena ser inventadas. Y de invenciones la de Cortázar tiene algunas maravillosas como aquella del padre diplomático o la del acento francés que tanto nos complace a los rioplatenses a la hora de elegir la fotografía en la que se lo ve junto al Sena para poner en el portarretratos que tenemos sur bibliotèque.

Aceptar que Julio José Cortázar y su esposa se instalaron en Bruselas para quedarse, es el primer paso en la dirección correcta para entender el nacimiento del escritor como resultado de una vida poco accidental. ¿Acaso fue accidental el nacimiento de Conrad en Polonia? Dudoso. De ser así, los alemanes y los ingleses se hubieran preocupado por Conrad del modo que los argentinos nos ocupamos de Cortázar (prueba de que no es así son las solapas de los libros de Conrad, en las que no consta que haya nacido accidentalmente en Polonia y que yo siga escribiendo del tema mientras usted aún no se ha decidido a pasar al artículo siguiente). Gardel debió haber nacido accidentalmente en Toulouse (o en Tacuarembó, para el caso da igual) para morir mucho más accidentalmente en Medellín, donde a los colombianos no parece preocuparles que fuera argentino, aunque todos sepamos que no es así; Camus nació en Argelia, pero era tan francés como el foiegras y en la solapa de sus libros puede leerse "nació en Argelia", sin dar mayores explicaciones del tipo "nació accidentalmente en Bruselas." ¡Hay cuestiones que son francamente imperdonables! Habiendo un país tan lindo como el nuestro, ¿a quién se le ocurre (a menos que se trate de un accidente) ir a nacer a lugares tan poco argentinos como Bruselas, justo cuando a los alemanes se les ocurre cuestionarse la falta de espacio físico? Quizá valga la pena recordar la escasa trascendencia que tuvo el nada accidental nacimiento de Alfonsina Storni en Suiza. Otro caso interesante es el de Ariel Dorfman, nacido en Buenos Aires, de padres argentinos, a quien se considera chileno quizá porque el mismo Dorfman no pareció haberse interesado como Cortázar en aclarar el tema de su argentinidad

El tema de lo accidental en Cortázar no termina ni se resuelve en la solapa de sus libros. En un intento por argentinizarlo a pesar de su indiscutible voluntad, las mismas solapas de los libros que hablan de lo accidental de su nacimiento señalan que Cortázar adopta la nacionalidad argentina de sus padres, lo cual es lisa y llanamente otra de las mentiras con las que se busca fundir en bronce al autor. Resulta cuando menos absurdo que haya dependido de una determinación personal teniendo en cuenta que fue anotado, si es que fue anotado (no existen los registros consulares) como argentino en la legación de Bruselas sin su consentimiento, algo entendible teniendo en cuenta los escasos 51 días de vida del infante belga. Pero lo cierto es que la única vez en la vida que Cortázar tiene la posibilidad de optar por una ciudadanía lo hace por la que gentilmente podríamos llamar su segunda patria. La ciudadanía que Francia le otorga no es el resultado del capricho de sus padres, sino la conclusión de un arduo y penoso proceso que requiere, ante todo, de su voluntad y esfuerzo. Allí no intervinieron factores externos que condicionaban a terceros vencidos ante la probabilidad de un vástago sin patria. Para obtener el pasaporte francés Cortázar, ya adulto, debió solicitar la ciudadanía, cumplir con los requisitos formales, esperar años para que finalmente el Estado francés le concediera lo que deseaba. 

Tres años más tarde, Cortázar muere tan europeo como el día en que vio la luz por primera vez bajo el tronar de los obuses del Káiser Wilhelm ii. Su muerte estuvo marcada por el justo reconocimiento del país que supo apreciar sus esfuerzos, reconocimiento que la Argentina le negó sistemáticamente hasta el día de hoy a pesar de reclamar para sí el derecho de hacer de su biografía lo que se le dé la realísima gana en nombre de la cultura nacional y popular. La paradoja (quizás no tanto) reside en que todo esto hace de Cortázar uno de los escritores más argentinos. ¿Acaso eso que llaman argentinidad no está vinculado al haber nacido en Bruselas para finalmente acabar sepultado en Montparnasse o en cualquier otro suburbio de lápidas grises de Southampton, México, Ginebra o Moscú? ¿Qué significa haber escrito algunas de las páginas más destacadas de la literatura argentina del siglo xx? ¿Haber residido la mitad de la vida en París y haber manifestado hasta el cansancio que se sentía y se consideraba a sí mismo como argentino mientras hacía la cola en inmigraciones para obtener la ciudadanía francesa? Miles de argentinos hoy recorren las embajadas de los países de sus antepasados en busca de una identidad que les permita dejar de ser aquello que los asfixia, hambrea y ningunea, convirtiéndose así en la quintaesencia de la argentinidad que los nacionalistas, cruz en ristre, buscan clavar a la tierra. El problema de la extranjería en Cortázar no se agota en lo accidental de su belgicanidad o en la solapa de sus libros que, como en toda solapa, se presta al estallido de símbolos y escarapelas; el problema viene de lejos y huele a fronteras.