La Jornada Semanal,   domingo 13 de octubre del 2002        núm. 397
José Steinsleger

Instrucciones para entender a Cortázar

Tan inclasificable para los políticos como para los intelectuales, Cortázar despertó en unos y otros la desconfianza que suele producir todo aquello que no entendemos porque no se ajusta a nuestras personales y rígidas categorías. Al cronopio mayor se le acusó de todo: desde ser un ingenuo niño grande hasta ser tildado de “pequeñoburgués con veleidades castristas”. La génesis y el sinsentido de la confusión, “el desdén o el silencio en torno a su posición política” es el tema de este ensayo en el que José Steinsleger, otro argentino abierto al mundo, analiza el “ser y estar” cortazariano, para ayudarnos a entender con mayor claridad a un autor que prefería dirigirse “a aquellos que leen mis libros por razones vitales y no con vistas a la ficha bibliográfica o la clasificación estética”.

Ilustración de Gabriela PodestáEl cronopio cruza San Juan de Letrán rumbo al Sanborns de los azulejos. Entra a la tienda por 5 de mayo y toma asiento junto a la barra donde lo espera una pareja con un bebé a quien después le contarán que Julio Cortázar acarició sus cachetes. El encuentro dura menos de veinte minutos. Al despedirse, el abrazo facilita el pase de manos de un sobre color manila. "Saluden a los compañeros", dice. Y a grandes zancadas se regresa al Palacio de Bellas Artes donde integra el Tribunal Russell que ventila los crímenes de la dictadura chilena.

Diez años después, en el cementerio de Montparnasse, cerca de la tumba de César Vallejo, sus restos son acomodados junto a los de su amada Carol Dunlop. En el Teatro San Martín de Buenos Aires, la crema de la cultura argentina rinde homenaje al autor de Rayuela. Su voz, grabada en un disco de la unam, hace caer los mocos. En el podio, el guión se repite: "Cuando conocí a Julio en París..." Pero todos callan que en diciembre de 1983, cuando el cronopio aspiraba las últimas bocanadas de oxígeno porteño, su nombre no figuraba en la nómina de artistas y escritores invitados para saludar al presidente electo Raúl Alfonsín. 

Adelantándose al desenlace, plumas prestigiosas de entonces subrayaron con énfasis las "diferencias políticas" que los distanciaban del "Gran Escritor". Lamentaron que se les haya escapado del redil de Sur, revista mítica, en la que el cronopio apenas escribió ocho reseñas en los 349 números que se publicaron a lo largo de cuarenta años (1931-70). Un necrófago comentó acerca del "prolongado capítulo de las relaciones de Cortázar con el castrismo [...] con una voluntad polémica que terminó por desdibujar el sentido del escritor..." (La Nación, suplemento cultural, 19/01/84). 

Con Salvador Allende, Chile, 1973. Foto: France PresseSin embargo, el día del besamanos, uno de los miles de chicos que por las calles marchaba pidiendo por los desaparecidos políticos divisó a un hombre altísimo y barbudo que parado en una esquina los miraba con atención regocijada. El joven exclamó "¡Cortázar!" y la columna se desvió de ruta. Aplausos, vivas, algarabía. Cortázar fue tocado, mirado, fotografiado, los chicos gritaron "¡gracias!" lo cubrieron de besos y le preguntaron si la Maga existió. 

Palacio de Bellas Artes, nuevamente. México conmemora diez años de la muerte del cronopio mayor. Dos grandes autores leen sus textos. Pero el escritor que fue solidario con la revolución cubana y las luchas del pueblo nicaragüense, brilló por su ausencia. Desde fines de los años sesenta las aclaraciones, el desdén o el silencio en torno a su posición política se han tornado necesarias. Un modo de evitar malos entendidos. Una conducta a seguir.

El nudo polémico se desdobla entre los "ingenuos" que apoyan las luchas revolucionarias y quienes, al decir de Cortázar, "esconden el miedo a perder un status milenario". Cortázar habría sido, entonces, una suerte de "niño grande". Opinión que olvida, como diría Huizinga, que sólo "los niños, los jugadores de futbol y de ajedrez juegan con la más profunda seriedad". 

¿Cortázar "político"?... En todo caso, nada distinto del "literario": un modelo para armar, desarmar y rearmar en dirección contraria al escritor que todo lo embute en calzas simétricas. Pues revisando sus trabajos (incluidos los "políticos"), se advierte que sus actitudes cuadran con la del niño que en el poema de José Emilio Pacheco desarma el reloj para averiguar cómo funciona el tiempo. 

¿Pero en qué momento Cortázar empezó a encauzar su "ser y estar" en el mundo? ¿Fue la suerte amarga de la República española? ¿El peronismo? ¿La polémica Sartre-Camus? ¿La derrota de Francia en Vietnam, la guerra de Argelia, la victoria del Che y Fidel, las independencias en cascada de las naciones de Asia, Africa y el Caribe?

Con José Lezama Lima y el Chino López, Cuba, ca. 1963. Foto: César MaletHijo latinoamericano de Dadá y de los surrealistas que buscaban minar las bases culturales y artísticas de una sociedad a la que juzgaban radicalmente injusta, Cortázar descubrió Opio, de Jean Cocteau, a los dieciocho años. La lectura de este libro cambia su visión de la literatura. ¿Será que los recursos literarios de la irracionalidad, el escarnio y el azar también son formas de "lo político"? 

¿O fue cosa del destino que mucho antes de que Francia conociera el genio de Artaud el cronopio recitaba de memoria su poema "Historia del Popocatépetl": "Cuando pienso ‘hombre’, pienso/ patate, popo, caca, tete, papa/ y en la ‘l’ del pequeño aliento que surge de ello para reanimarlo..."? 

Si la noción de "ideología" conlleva la pretensión de articular de un modo coherente los términos de una contradicción mal haríamos en esperar de Cortázar un pensamiento ideológicamente cerrado. Criado en un hogar conservador, hubo un joven que salió con sus compañeros de escuela a la calle para celebrar el golpe fascista que derrocó al gobierno de Hipólito Yrigoyen (1930). Pero también hubo otro igual que andaba por los cafés de Buenos Aires leyendo a Hesíodo y Homero con el candor primigenio que va intuyendo el eje central de su obra futura: que la libertad conlleva la liberación de las formas del lenguaje y los modos que al lenguaje le permiten modelar los flujos de la conciencia. 

Muletilla: Cortázar se fue de la Argentina para huir del peronismo. En realidad, nadie lo echó. Inclusive, antes de partir, le regaló a la crítica la primera valoración seria de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, intelectual y funcionario del primer gobierno de Perón (1949). Borges, que tres años antes le publicó el cuento "Casa tomada", metáfora antiperonista, se hizo el desentendido. Mas aquí ya estamos ante el escritor formado para quien la crítica profesional no puede condicionarse a lo políticamente conveniente. Veinte años después, filólogos renombrados de habla hispana coincidirán con aquellos comentarios auspiciosos de la compleja novela de Marechal.

Entrevistado en sendas entrevistas por el poeta Francisco Urondo y el narrador Osvaldo Soriano (1970 y 1983), Cortázar admite que "Las puertas del cielo" fue un cuento reaccionario donde se mofaba de los "cabecitas negras". A Soriano confiesa que su "incapacidad para captar el panorama político argentino de la época" debe ser la conclusión final que hay que sacar del cuento. 

Con todo, en manos del neotomismo hispanista, el clima académico de las universidades argentinas, donde el cronopio se gana la vida, resulta asfixiante. Y no sólo para la izquierda liberal. Intelectuales que se han adherido al peronismo se sienten incómodos. "La política pequeña del movimiento triunfante en 1945 no toleraba que llegasen hasta el pueblo los hombres que pudieran tener alguna independencia", apuntó el escritor nacionalista Arturo Jauretche (1901-74).

En 1951 Cortázar se instaló en París y en 1953, otro argentino a quien tampoco echó el peronismo, emprendió su viaje sin retorno por América Latina. Nunca se vieron pero en 1963 ambos confluyeron en Cuba. El uno, escritor consagrado, había tomado notas de "Palabras a los intelectuales", de Fidel Castro (1961); el otro, luchador incansable, las ejerce en la práctica. Rayuela, un juego, se publica en 1963; Cortázar concluye que la democracia impulsada por el socialismo plantea reglas del juego distintas de la democracia liberal. 

Una miríada de jóvenes conocía entonces el soliloquio del Che que el escritor volcó en su relato "Reunión": "qué desesperada tarea la de ser un músico de hombres". En octubre de 1967, tras la muerte del guerrillero, leímos "Mensaje al hermano": "Usa entonces mi mano una vez más, hermano mío [...] Toma, escribe: lo que me quede por decir y por hacer lo diré y lo haré siempre contigo a mi lado...". 

En el medio, la célebre carta a Roberto Fernández Retamar, donde fustiga la "actitud típica del liberal que se imagina de izquierda":

…y me apresuro a decirte que si hasta hace pocos años esa clasificación (n.r. ‘intelectual’ y ‘latinoamericano’) despertaba en mí el reflejo muscular consistente en elevar los hombros hasta tocarme las orejas, creo que los hechos cotidianos de esta realidad que nos agobia (¿realidad esta pesadilla irreal, esta danza de idiotas al borde del abismo?) obligan a suspender los juegos, y sobre todo los juegos de palabras... Hechos concretos me han movido en los últimos cinco años a reanudar un contacto personal con Latinoamérica, y ese contacto se ha hecho por Cuba y desde Cuba. 
Cortázar empieza a dirigirse a "aquellos que leen mis libros por razones vitales y no con vistas a la ficha bibliográfica o la clasificación estética".

Son los años del manipulado y lamentable "caso Padilla". El primer adjetivo cabe a quienes aprovechan el asunto para decretar "el gulag total de la cultura cubana"; el segundo porque quien realmente pierde con el atropello es un poeta, autor de un libro excelente que irrita a la burocracia cultural de la revolución. 

Confundido, Cortázar suscribe el manifiesto de protesta de los intelectuales "independientes" y después se retracta: "Quién soy yo/ frente a pueblos que luchan por la sal y la vida..." ("Policrítica a la hora de los chacales", 1971). 

Así como a Prometeo, sus pares del Olimpo jamás le perdonarán la diatriba. Con insidia, uno de ellos escribe en un libro de chismes sobre el boom editorial de los años sesenta: "Era un argentino que lo era más que ninguno, precisamente porque andaba metido en tantas cosas que no lo eran." 

Cortázar les responde en "glíglico", lenguaje de su invención: "Podría flamencarles la cara de un rotundo mofo. No soy inane y no me melgan las arremulgadas de los acarios." Ya está. Cortázar se ha convertido en un intelectual "políticamente ingenuo". Pero la elección del chacal no es casual. El chacal actúa después, con la seguridad de quien puede entrar al festín y desgarrar. Bicho artero y cobarde, el chacal observa y premedita. Y su risa es el autofestejo por anticipado de su astucia. 

En 1973, con motivo del triunfo del Frente Justicialista de Liberación, Cortázar viaja a Buenos Aires. Celebra un asado y una botella de vino sanjuanino con Rodolfo Walsh, visita al poeta Francisco Urondo en la cárcel, participa en una asamblea de los obreros gráficos y cede los derechos de Libro de Manuel a la resistencia chilena y a familiares de los presos políticos argentinos. Trata de entrar a la base naval de Trelew, donde el año anterior se perpetró una matanza de guerrilleros detenidos, pero no lo dejan. La madre de María Angélica Sabelli, una de las víctimas, llora sobre su pecho.

En el suplemento cultural de La Opinión (08/12/74), la izquierda impoluta hace trizas el Libro de Manuel. Se le reprocha que no está facultado para opinar. Que vive lejos. Que es lo peor de su obra. El único texto generoso pertenece al narrador Haroldo Conti: "De hecho hay gente que, estando aquí, es como si viviese en el Himalaya y aún en la Luna. Los clásicos ‘espaldistas’. Son capaces de escribir sobre el Renacimiento o sus aburridos fantasmas apoyados en el mismo paredón detrás del cual revientan a sus hermanos." Secuestrado por la dictadura, la de Conti será la única voz silenciada de aquellas críticas tenaces. No. El enemigo jamás se equivoca. 

En una tarde invernal y borrascosa de París, abrumado por el espanto sin tregua que día a día engrosa la nómina de "desaparecidos" y en plática con su amigo Juan "Tata" Cedrón, Cortázar le dice con su problema de foniatría que le impedía pronunciar la "r" (y que muchos atribuían a su "afrancesamiento"): "Tenemos que hablag, Tata, tenemos que hablag, contagte cosas que estoy entendiendo." 

El "Tata" recuerda haberle palmeado la espalda: "Déjate de joder, flaco, ya hablamos mil veces de eso. Acordate de Urondo, de Walsh (jefes montoneros caídos en combate). Ellos vieron algo en todo eso. Agarrá por ese lado y listo." 

Cortázar fue universal en la medida que toda universalidad transmite un mensaje local "como enérgico empujón hacia lo de veras nuestro" (Cortázar, "Leopoldo Marechal: Adán Buenosayres", 1949). El Whitman, el Rulfo, el Cervantes, el Machado, la Sor Juana dormida que llevamos dentro. Conjugación unitaria de una literatura imposible sin la conjugación simultánea de un hacer que en ideas y praxis consciente que las convalida. 

La cigüeña quiso que este escritor sensible a las sincronías naciese cuando los "bárbaros atilas" tomaron el mundo por asalto y la parca tocase su puerta el día en que los comandantes de la dictadura argentina fueran citados a declarar ante la justicia.

Abierto al mundo, el ideal cortazariano brotó en Bélgica, creció en Argentina, maduró en los pueblos de la pampa, en las estribaciones mendocinas, y se realizó en París, Cuba y Nicaragua, tierra de poetas y guerreros a la que amó hasta el fin. 

Antes de brincar al otro lado Cortázar nos anticipó que las reglas del juego seguirían siendo las del año de su nacimiento (1914), cuando el infierno global se situó en el lado opuesto del "cielo-avión-rayuela" que su mano dibujó para la portada de la novela insignia. En 1994, en una escuela patagónica del ciclo secundaria de Trelew (Chubut), los candidatos para ponerle nombre al establecimiento eran tres: Julio Cortázar, Che Guevara y una expresión de los indios tehuelches. Ganó Cortázar.