Jornada Semanal, domingo 13 de octubre del 2002                 núm. 397
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS

JULIETA EGURROLA: DAR VIDA A MUCHAS VIDAS

No le gusta ser parte del país en el que no pasa nada y por eso se mantiene viva en el escenario y en la cotidianidad. Deambula entre el teatro, la televisión y el cine pero no se miente: el primero es su razón y pasión, la segunda su posibilidad de comer y el tercero un verdadero milagro.

Julieta Egurrola (df, 1953) sabe que no es el prototipo de estrella protagónica de la tv ni está a la espera de la añorada parafernalia hollywoodense. Eso sí, como no se quedó con las ganas de saber qué se siente, probó ya en un mini-papel de monja para una superproducción gringa con Kevin Costner. No se emocionó ni tantito, se asombró de esa manera de botar el dinero y, gracias a ello, prefiere mantenerse con su crecimiento teatral y a veces con el sueño de trabajar al lado de directores como David Lynch, los hermanos Cohen, Wim Wenders o de perdida tener otra mini participación en una cinta con ¡James Bond!

Desde niña, la existencia le ofreció un abanico para desarrollarse. Hija de un almirante veracruzano de la Naval, junto con su madre duranguense y sus dos hermanos viajaron entre el puerto de Veracruz y las ciudades de Guadalajara y México. Aunque el padre era ateo, su educación inicial fue con las monjas del Sagrado Corazón de Jesús. En quinto de primaria la expulsaron y, de un ámbito exclusivamente femenino y católico, la cambiaron al universo laico y mixto, a esa maravillosa posibilidad de compartir con los niños.

Julieta EgurrolaSu etapa más placentera fue la secundaria 15 en Popotla, donde no sólo conoció el teatro sino que del ámbito fifí de la primaria pasó al del populacho donde era "la güera del 2º K". El Periquillo Sarniento fue la primera obra que vio sin que le hiciera mella. Sin embargo, cuando en el tercer grado abrieron la materia de teatro con Mario del Razo no lo pensó dos veces y compartió con sus compañeros de la 15 y de dos escuelas más. En qué piensas, de Villaurrutia, se convirtió en su primera incursión teatral, así que desde ese momento la añadió como su pasión junto a la que tenía por los Beatles y el salto de altura.

Estar en un escenario y experimentar la taquicardia antes de subir el telón devinieron en su alimento de sensaciones. "Fue el pack, el embrujo" que desde entonces vive. Pero eran momentos previos a 1968, ella estaba en una secundaria cerca del Casco de Santo Tomás y apoyar a sus cuates de la Voca 5, boteando, generó preocupación en su padre. Sin solicitarle opinión la mandó a Estados Unidos a estudiar inglés y ella observó algo del 2 de octubre y sus secuelas por televisión.

En la high school de Anaheim no se identificó con sus compañeros; ni era parte del grupo latino desmadroso ni de los hippies ni de las nerds, por lo que aprovechó la estancia para ahondar en los estudios de drama y regresó a México al año. Acá ingresó en la Prepa 8 y comenzó a hacer teatro con Tere Rábago, Jaime Estrada, Alejandro Tamayo, José Caballero y su novio Luis Rábago. Él acudía a Bellas Artes, tenía como maestro a Héctor Mendoza y al conocerlo dijo: "Quiero estudiar con este señor." Cumplía los dieciocho, trabajaba de telefonista y se metió a estudiar traducción. Los idiomas le gustaban pero no se veía en una cabina y con audífonos para siempre. Un día decidió: "Quiero sólo teatro."

Se fue de casa y empezó con Rodolfo Valencia el método gestalt, ya que su elegido Mendoza había renunciado al inba. Cuando éste reorganizó el Centro Universitario de Teatro, Egurrola formó parte de la primera generación de actores mendocinos, todo un privilegio. Desde aquella estancia entre 1973 y 1977 no tuvo más que teatro en la cabeza. "La disciplina y la forma amorosa de hacer las cosas" en Mendoza la integraron, de la misma manera que la entrega de Ludwik Margules, Julio Castillo y Luis de Tavira. Una participación política central fue en el Sindicato de Actores Independientes en el ’77 y desde entonces no ha dejado de reivindicar su postura de izquierda en pro de luchas sociales, como el apoyo a comunidades de refugiados indígenas de Chiapas. Luego de varias puestas universitarias se integró al Centro de Experimentación Teatral (1984-91).

Pese a que entrar a la tv era "traición absoluta hacia el teatro", ella probó a fines de los setenta en Pasiones encendidas, una telenovela con Amparo Rivelles. No fue shock sino un mundo nuevo en el que logró adaptarse a la técnica aunque acepta que en el medio "actoralmente estás sobrado y todo se vuelve en la ley del menor esfuerzo". En Televisa y tv Azteca ha hecho una decena.

Si en cine incursionó al doblar a la estelar de La Paloma (Isaac, 1977) e hizo un pequeño papel en María de mi corazón (Hermosillo, 1979), sitúa su inicio en la pantalla grande con Principio y fin (Ripstein, 1993). De él le encantan sus plano-secuencias que permiten un desarrollo actoral pleno. Así, entre una lista de once películas en veinticinco años de carrera otras son Profundo carmesí, En el país del no pasa nada y Otilia Rauda. El teatro es su esencia y en él destaca desde aquel setentero In memoriam de Mendoza y ahora en el 2002 que toma la piel de Eva Perón en la trilogía de Copi dirigida por Catherine Marnas. Con esa piel irá a Marsella con su grupo para seguir dando vida a muchas vidas en su mezcla de alegría y pasión.