Jornada Semanal, domingo 6  de octubre de 2002           núm. 396

MICHELLE SOLANO

UNA MALA Y OTRA BUENA

LA MALA
El programa de mano dice: "Trilogía amorosa es un pretexto, un vehículo para que un grupo de jóvenes experimenten de forma profesional lo que ellos han decidido ser en sus vidas: actores." Dejémoslo hasta "experimenten".

Una trilogía (porque la lógica y la etimología así lo dicen) es un conjunto de obras literarias relacionadas entre sí por el argumento o los personajes, pero a Salvador Garcini, quien escribió el texto y también lo dirige, o se le olvidó o simplemente ignora tal significado, ya que el material que ofrece en el Foro Shakespeare (que últimamente se caracteriza por albergar montajes que dejan mucho que desear) no es sino un mazacote pretencioso y rudimentario que carece de acción dramática, de hilo conductor. Ni siquiera funciona como una serie de hechos o anécdotas concatenadas, ya que obedece más a un capricho que a una estructura, parece guiarse más bien al "ahí se va".

Se ha tomado como punto de partida a un puñado de estereotipos: una suerte de duende cachondo y vulgar con tintes chivigonescos, un taxista, un vendedor de videos piratas, una tortera, una chava fresa que estudia psicología, un aprendiz de luchador, una ávida lectora del Libro vaquero y de Corín Tellado, un carterito pacheco con su miniconflicto de identidad sexual (muere por ser mujer, tipo Armando Palomo, ahora Libertad) y por si no bastara, no falta un mago-chaman-gurú de quinta que, aun cuando es interpretado por David Ostrosky, no se salva de la ramplonería.

Las palmas al ridículo del año se lo llevan dos o tres recursos que, evidentemente, tienen su carga de soberbia: el manoseo de textos como Romeo y Julieta, el Don Juan Tenorio y el colmo: la música de la cinta Requiem For a Dream, de Darren Aronofsky.

Si por lo menos todo ese zafarrancho sirviese para que estos aspirantes de actores (Aurea Zapata, Alan Bitter, Cynthia Calderón, Hugo Aceves, Johana Balderas, Marisol Serdán, Miguel Verduzco y Silvia de la Cruz) mostraran sus dotes histriónicas, o si el texto ofreciera más que un humor soso y deslavado, si la escenografía o la iluminación fueran en sí una propuesta, si alguien se hubiese preocupado por la dramaturgia, si no se hubieran cometido tantos errores de vocabulario (ojo: no tiene nada que ver con las groserías
–que sí provocaron, entre otras cosas, que algunos espectadores abandonaran la sala– sino con la falta de conocimiento de dos o tres palabras que forman parte del vocabulario más cotidiano y elemental del español); si al menos nos hubieran contado una historia, pero no, tampoco hubo nada de eso.

Sin embargo, la cronista ha mencionado en este espacio que no hay montaje que tenga desperdicio. Éste en particular constituye el motivo ideal para reflexionar –una vez más– sobre las carencias de las escuelas de actuación que no tienen otro objetivo que el de formar remedos de actores capaces únicamente de manejar las fórmulas consabidas, incapaces de comprender el alcance y el compromiso que entraña pararse en un escenario. Si se quiere ser actor hace falta ver teatro, leer teatro; hace falta tener las agallas para no ser uno más del montón. Si lo que se busca es únicamente figurar en los repartos de telenovelas y el éxito fácil, entonces es el camino correcto, pero mucho se agradecería que reconocieran sus limitaciones y que no intentaran hacer suyo un arte que, a juzgar por este trabajo, les está vedado.

Ya para estas alturas existía por lo menos una terna para "lo peor del año", pero ésta es, sin lugar a dudas, la vencedora indiscutible.

LA BUENA

Ya está en circulación el número 4 de la revista Paso de Gato. Para hacerle honor a su nombre, sigue cual felino patas arriba, defendiéndose de la extinción y estrena nuevo diseño. En este número: el "Expediente imss", certero análisis sobre el peligro que corre la red de recintos teatrales más grande de Hispanoamérica, el dossier sobre el aniversario número 30 del Festival Internacional Cervantino (entrañable el texto de Martín Acosta) y en Estreno de Papel: Nuc, un texto de Elena Guiochíns.