Jornada Semanal, domingo 6  de octubre de 2002         núm. 396
Placeres permitidos
EVODIO ESCALANTE.

Una obra maestra ignorada 
de Pellicer

Encontrar un poema desconocido de Pellicer. ¿No suena desmesurado? ¿No parece el sueño delirante de un devoto de los Contemporáneos? ¿Una quimera producida por el funesto "afán de novedades" en el que todos estamos más o menos comprometidos? Pero añadir que tal hallazgo ha tenido lugar no revisando manuscritos ni carpetas polvosas en sótanos llenos de papeles o en olvidadas gavetas de una biblioteca, sino espigando en las ediciones que todo mundo conoce, esto suena todavía más extraño, por no decir que inverosímil. Pero así es. Al repasar los hermosos poemas de Hora de junio (1937), caí en cuenta que Pellicer había escrito un complejo y también atrevido poema de amor homosexual compuesto por un collar de quince sonetos que culminan con una evocación nada eufemística del abrazo carnal de unos amantes que comparten "todo su ser desnudo y fuerte" en una noche de arrebato recreada por el poeta desde el prisma de la nostalgia ("Llévame a ese momento de diamante/ que tú en un año has vuelto perla triste"), pero que había logrado sustraerlo de la atención de los lectores utilizando hábilmente un procedimiento de edición cinematográfica, esto es, rompiendo la unidad del relato al interrumpir la secuencia de los sonetos intercalando otros poemas de muy diversa índole que disimulan la presencia de la trama amorosa. ¿Un poema desconocido, dije? Tengo que matizar de inmediato. Sí y no. Los sonetos de Hora de junio son, de hecho, una de las composiciones más difundidas de Pellicer, y han sido incluidos, cuando menos algunos de ellos, en varias antologías de poesía mexicana del siglo XX. Tan famosos resultan que incluso Silvestre Revueltas musicalizó los primeros tres de la serie. Aquí está el quid del asunto: lo que se conoce, una parte, tres sonetos a lo más, impide que se conozca el todo. Es el caso típico de los árboles que no dejan ver el bosque. Constituye una paradoja que uno de los poemas más conocidos de Pellicer sea a la vez uno de los que menos se ha leído. 

¿Por qué disimuló Pellicer este extenso poema de 210 versos? Es obvio que lo hizo para evadir la censura de la época. Lo que me sorprende es el éxito de tan sencillo procedimiento. Sin quitar ni una coma, sin eludir una sola imagen escabrosa, Pellicer se salió con la suya, y consiguió dar a las prensas un texto que de otro modo pudo haber suscitado la guillotina literaria. El tema del amor homosexual, presente ya en algunos textos de Porfirio Barba Jacob, si bien de manera muy sublimada y apelando al estereotipo del amor platónico, adquirió su primera expresión directa y severa cuando menos entre nosotros con la publicación de Nuevo amor (1933) de Salvador Novo. Este libro –pese a un lastre culpígeno, del que no logra desprenderse– constituye un hito histórico. Y provoca (supongo) nuevos intentos de emulación. Los colegas Villaurrutia y Pellicer, ¿por qué se iban a quedar rezagados? Muy pronto, hacia 1936, el cauto y siempre mesurado Villaurrutia da a las prensas un Nocturno de los ángeles, poema en el que asume de modo más que franco y jubiloso su condición homosexual, resultado sin duda de un viaje iniciático por Estados Unidos, y de su intensa inmersión en la atmósfera de los bares gay de la ciudad de Los Ángeles, como él mismo cuenta en cartas que le dirige a su amigo Salvador Novo. Los sonetos de Hora de junio, de Pellicer, publicados apenas un año después, forman a mi modo de ver el eslabón más alto de la cadena. 

No sólo son más abiertos y más explícitos en su temática gay, sino que desde el punto de vista artístico son un producto más ambicioso. Se trata de una composición unitaria integrada por una ristra de quince extraordinarios sonetos. Pellicer era un gran sonetista, pero se olvida que muy pocos alcanzan su calibre. Para encontrar un artista de su talla uno se ve obligado a remontarse a Manuel José Othón, en particular a "En el desierto. Idilio salvaje" y a su "Noche rústica de Walpurgis". Ahora bien, ¿cómo saber que los quince sonetos de Pellicer, y que éste acomodó en grupos de tres en tres, son como sostengo un solo poema, y que no se trata por el contrario de poemas "sueltos", que no tienen ninguna relación entre sí? Me parece que habría dos pruebas en favor de la tesis de que forman una sola composición. Primero, en el aspecto del contenido: todos ellos se orientan, en una gradación que va de menos a más, a evocar ese episodio de arrebato amoroso que el paso del tiempo ha vuelto irrecuperable. La culminación de la historia (obsérvese que en este caso el clímax textual y el erótico son uno y el mismo) reside en los tercetos del soneto penúltimo: "Y buscándose en ambos nuestra suerte/ fluyó hacia tu esbeltez la fuerza fuerte/ que al fin su espacio halló propio y profundo.// Salgo de ti y estoy en tu tristeza,/ sales de mí y estás en tu belleza./ Las estrellas nos ven: ya hay otro mundo."

Me impresiona el descaro pelliceriano. La fluidez y la exactitud de sus imágenes. Creo que ni Novo ni Villaurrutia se atrevieron a tanto. Para que no quede duda que se trata del encuentro de dos varones, la sintaxis insiste: lo que fluye es una "fuerza fuerte". El mundo cambia cuando dos se besan, sintetizaría Paz en Piedra de sol. Pero ya lo había dicho antes Pellicer, y de manera mucho más explícita.

La segunda prueba es de naturaleza formal. Tiene que ver con las reiteraciones, las citas internas y la recurrencia de ciertas imágenes. A menudo, el poema de Pellicer retoma o modifica ligeramente versos con los que el lector ya se había encontrado antes. Estas repeticiones internas denotan la unidad del texto, y sugieren que éste se atiene cuando menos en parte al conocido esquema de tema y variaciones. Los dos últimos tercetos del quinto soneto, por ejemplo, no son sino una reiteración levemente modificada de las dos primeras cuartetas del soneto con que se abre la colección. Como quien dice, Pellicer se está glosando a sí mismo, y lo hace con plena conciencia del asunto. La noche de la indecible poesía, del primer soneto, se transmuta de este modo en la ¡noche de la implacable poesía! del soneto quinto. Me parece que es tiempo ya de levantar el velo y de recuperar esta obra maestra de la poesía amorosa que le debemos a Carlos Pellicer.