Salgari, tigre y corsario Conviene, a veces, no saber nada sobre las vidas de nuestros héroes literarios juveniles. Sin embargo, es necesario tener algunos datos sobre su paso por el mundo, pues así entenderemos mejor su universo literario. No estamos muy convencidos de que este ensayo de Roberto Di caro arroje nuevas luces sobre la descomunal obra de Emilio Salgari, pero, si no lo hace, nos autorizará a afirmar que el Salgari hombre nada tenía que ver con el Salgari que procreó a Sandokan, Yáñez, el Corsario Negro, la Capitana del Yucatán, Yolanda y tantos y tantos personajes que, de una misteriosa manera, se unen al Almirante y al Capitán Altieri, que fueron algunos de los alter ego del Corsario de Verona. Emilio Salgari nace en Verona el 21 de agosto de 1861. Frecuenta la Escuela Técnica y el Instituto Naútico de Venecia, sin terminar los estudios. De regreso a Verona se convierte en periodista de la Nuova Arena, donde publica por entregas las novelas El tigre de la Malasia y La favorita del Madhi. En 1892 se casa con Ida Peruzzi y le da a sus hijos el nombre de sus personajes: Fátima, Nadir, Romero, Omar. Salgari era un alcohólico hosco, perverso, probablemente sifilítico, y su esposa fue ninfómana. En 1909 intenta el suicidio arrojándose sobre una espada. Finalmente lo logra, dándose de navajazos, en 1911, seis días después de la muerte de su esposa internada en un manicomio. Mentiroso. Despilfarrador. Consumido por el abuso del alcohol. Irascible hasta el grado de desafiar en duelo al cronista veronés Giuseppe Biasioli, que se había permitido llamarlo mozo, a él, a Emilio Salgari, fallido "capitán de gran cabotaje". Antisocial, inclusive en los años turineses, en los que tuvo como únicos compañeros a los parroquianos de la Hostería de la Amistad, a quienes desafiaba a carreras de gatos. Además fue una víctima del amor por su esposa Ida Peruzzi, actriz caprichosa, escandalosa, mujer exuberante e indiferente a las convenciones sociales. Alcohólica, contagiada de sífilis, ninfómana según sus médicos, y obligada por su esposo a disfrazarse de "Perla de Labuán", cuando los estudiantes llegaban de visita a la casa del padre de Sandokan y del Corsario negro. Siempre se nos ha presentado a Salgari como un fantasioso pero diligente escritor de aventuras para muchachos y como un bohemio, lo cual permitía a sus editores alimentar la leyenda del aventurero hombre de mar, que el mismo Salgari había creado. Con sus manías, los tacones altos que usaba para ocultar su baja estatura, los seudónimos rimbombantes que se inventaba, como por ejemplo, el de Almirante y Capitán Guido Altieri, su alter ego más importante, innumerables como los heterónimos de Pessoa. Su mismo suicidio siempre se ha novelado como una aventura equivocada; como si la vida, con la enfermedad mental de su esposa, hubiese de repente atrapado al eternamente gallardo joven que en la Verona de fin de siglo practicaba esgrima, presidía el círculo velocípedo, no se perdía una fiesta, y era crítico teatral en la Nuova Arena, editorialista de noticias internacionales, cronista de nota roja y escritor de folletín. Esta imagen, en concordancia con sus héroes llenos de vida incluso en las desventuras, siempre ha sido defendida por los estudiosos salgarianos, inclusive por los poquísimos que tuvieron acceso a su historia clínica y a la de su esposa Ida. Ésta, sin que él se opusiera, fue internada el 19 de abril de 1911 en el manicomio de Collegno, cerca de Turín, donde murió. Seis días después, en la madrugada, el escritor se suicidó desgarrándose a navajazos la garganta y el abdomen. El Salgari maldito, más cerca de Baudelaire que de Verne, vicioso como DAnnunzio pero sin la sed, los oropeles y los melindres del vate, regresa a nosotros como un contemporáneo, en su locura y ambivalencia; finalmente, en su verdad. La ocasión de esta sorpresiva relectura es la primera parte de un nuevo programa televisivo conducido por la escritora Patrizia Finucci Gallo, basado en el tema de su próximo libro, 99 suicidi eccetto uno, il mio (99 suicidios salvo uno, el mío): exploración del siglo xx a través de la voluntad y el acto de "alzar la mano en contra de uno mismo" de los escritores que han llevado a cabo ese gesto definitivo. La transmisión aísla diez casos: Klaus Mann y Cesare Pavese, Antonia Pozzi y Guido Morselli, Jack London y Stig Dagerman, Attila Jòzsef y Bruno Bettelheim, Jan Améry, quien dedicó un libro entero a su inminente suicidio y Salgari, que despistaba a todos y no revelaba nada verdadero. Salgari llamaba Aida a su esposa Ida, y la amaba profundamente. Era morena, bonita, acaudalada, y de joven recitaba en la Filodramática Paolo Ferrari. La historia clínica de Collegno, en la sección "condiciones que causaron el internamiento", dice: "Fue en ese tiempo que (Salgari) se enamoró de manera tal que no pudo contenerse. El resultado fue el parto que la joven tuvo a los diecinueve años"; uno de los secretos que los herederos mantuvieron más oculto. Era conocido su alegre ninguneo de la opinión pública: un domingo por la mañana se lanzó entre los militares vestidos de gala en Madonna del Pilone, y los besó uno tras otro. Pero nadie informaba al "capitán". Lo hicieron los médicos del manicomio: Ida se había casado a los veintitrés años, cuando "en esa época Salgari regresaba de sus viajes en el mar, en los que se emborrachaba horriblemente". Su hermana dice que Ida llevaba una vida muy agitada con su marido. Se peleaba constantemente con él. Era muy amante de los placeres carnales, y como su marido ya no lograba satisfacerla, se veía obligada a aplicarse trapos de agua fría, lo cual la atormentaba mucho. También parece que su marido la contagió de sífilis. La página dedicada a la descripción de su enfermedad es todavía más feroz: se refiere a Ida como "exaltada, desordenada, erótica, inquieta, verborreica, descuidada en su atuendo, blasfema, impúdica". ¿Era ella un alma perdida y él, un hombre cínico, prepotente, violento? Patrizia Finucci Gallo vuelve la acusación una defensa: "No había atropello, sino complicidad en el acto de amor. Dos seres, por naturaleza frágiles, ligados por una relación muy turbia destinada a destruirlos; por ello, modernos, como dos personajes de Godard o Truffaut. Ambos escindidos, enamorados pero viciosos, alcohólicos, pero padres de cuatro hijos; pareja muy famosa pero sin status social; él, sumamente bien pagado, pero siempre sin un centavo." Finucci Gallo afirma exactamente lo opuesto a quienes, fieles a Salgari, continúan sosteniendo la escisión entre el hombre y el escritor: "Ida no era sólo la Perla de Labuán, Ida era todos los héroes de Salgari. La relación entre ellos era muy fuerte y estaba inmersa en la ficción; para ellos, la fantasía en la que escogieron vivir se había vuelto realidad. Con el internamiento de Ida, fue como si una esponja hubiese borrado a los héroes de Salgari y los hubiese regresado al lugar de la fantasía. Queda el hombre, que no puede más y ya no sabe narrar: y se mata." Algo parecido opinaba también el médico de Collegno, que al referirse a Ida dice: "Muy inteligente, ayudaba a su esposo a componer sus novelas." A LA CAZA DE LA NOVELA PERDIDA Si Salgari no se proyecta nunca, ni en sus personajes, es porque él no novela la vida sino, al contrario, transforma la fantasía en regla y jaula de lo cotidiano. Eso explica sus embustes, sus alardes de viajes nunca hechos, su orgullosa exhibición, a un joven periodista, de la escopeta con la que cazaba escualos; él, que a lo sumo jugaba con los gatos. La represión del Salgari maldito empezó durante su vida, por exigencias editoriales. Claudio Gallo, historiador y curador del Fondo Turcato en la biblioteca cívica de Verona, cuenta que el primer Sandokan "chupaba el cerebro de sus enemigos", frase que luego fue borrada. El estudio de sus papeles está destinado a otras sorpresas. Ya la búsqueda respecto al Salgari político, lo revela no sólo como un ferviente partidario de la aventura colonial italiana, sino también como un anglófilo, lo contrario a nuestros recuerdos del heroico Tigre luchando contra el pérfido James Brooke y el Imperio de su majestad británica. Sin embargo, lo mejor está en la
caza de la novela extraviada de Salgari, titulada Il leone del Trasvaal,
que trata de la guerra de los Boers de 1899 a 1902. Aparece como escrita
y pagada por el editor Donathal, cuando Salgari trabajaba ya para el editor
más rico, Bemporad, que le pagaba el doble que a su escritor de
cabecera, Luigi Capuana. Las pistas de la novela, probablemente publicada
con seudónimo, nos llevan al extranjero, a Alemania o Hungría.
Pero, apunta Claudio Gallo, "podríamos encontrarla en cualquier
archivo perdido de Italia". La cacería está abierta.
Traducción
de Annunziata Rossi
|