La Jornada Semanal,   domingo 29 de septiembre  del 2002        núm. 395
Vera Kutéichikova

García Márquez y la enigmática desconocida

Entre los traductores y los escritores rusos es bien conocida la historia de las desventuras sufridas por Cien años de soledad, víctima de la censura, pero sobre todo de la autocensura de sus traductores que, para servir al puritanismo, suprimieron los pasajes eróticos de la gran novela de Gabriel García Márquez. Jorge Bustamante y Vera Kutéichikova nos cuentan las alegrías y las penalidades que giraron en torno a las distintas aventuras traductoras. Publicamos, además, un fragmento de la divertida entrevista que el maestro colombiano concedió a un redactor de la revista Latinoamérica de Moscú en 1979. En ella se unen, por razones misteriosas y prodigiosas, los nombres de García Márquez y de Mijail Bulgakov. Veamos cuáles son las razones que tienen Jorge, Vera y Natalia para considerar a Cien años de soledad (Stó liet odinóchestva) como el más ruso de los libros del genio de Aracataca.

Portada de una edición rusa de Cien años de soledadEn octubre de 1973 mi amiga Natalia Shostakova me contó que estaba embelesada leyendo Stó liet odinóchestva, la versión rusa de Cien años de soledad, en traducción de los esposos Nina Buterina y Valery Stolbov (ambos hoy fallecidos) y publicada inicialmente por entregas en la prestigiosa revista Inostrannaya Literatura y editada luego en libro en 1970. La publicación en la revista, como en el libro, sufrió escandalosos recortes de los pasajes considerados "eróticos", ya no por los censores oficiales, sino por los propios traductores, lo cual constituyó un acto brutal de autocensura en pos de un puritanismo indolente que rayaba en la vergüenza. En Colombia se publicó alguna vez una especie de collage de estos pasajes cortados en la edición soviética, que por sí solos se convirtieron en un sabroso texto erótico para viejos verdes y jóvenes imberbes que todavía no habían leído la novela y que con sorna se sonreían de lo que censuraban en la urss. Esta historia de "castración" literaria efectuada por los propios traductores, sin que nadie lo pidiera, es bien conocida hasta la fecha en el medio de traductores y escritores de Rusia. Cuenta Pável Grushko, uno de los más reconocidos traductores de poesía hispanoamericana al ruso desde hace más de treinta años, que "la primera traducción al ruso de Cien años de soledad, a mi entender regular, salió con varios cortes de los pasajes eróticos, una especie de ‘corte de genitales’. Fue un acto escandaloso de autocastración, teniendo en cuenta que Stolbov era un editor todopoderoso del departamento de español de la editorial Judózhestvennaya Literatura, quien se autocensuró, aunque nadie le prohibiera publicar el total. Este hecho, según se decía, provocó gran disgusto en García Márquez y en ciertos sectores literarios de América Latina. Los responsables, por entonces, de ideología y política en el Comité Central de pcus, ante esta reacción escandalosa, ordenaron a Stolbov reeditar el libro en ruso sin cortes. Así apareció la segunda edición en la que Stolbov pegó al texto ‘las indecencias malditas’. Pero la cosa no acaba ahí. Hace apenas tres años, la conocida traductora Margarita Bylínkina publicó su traducción de Cien años de soledad y al explicar en un artículo en la Gazeta Literaria de Moscú en qué consisten, a su entender, los defectos de la traducción anterior y exponiendo su modo de tratar esta obra peculiar, inmediatamente un grupo de traductores, allegados a Stolbov, atacaron a Bylínkina más por falsos motivos éticos (‘manos fuera de los muertos’), que estéticos, porque la nueva traducción tiene todo el derecho de existir para bien de los lectores. Esto no es más que un testimonio de que en la Rusia actual siguen existiendo los métodos soviéticos (como ella los llama) de las ‘cartas colectivas que enterraban a autores como Anna Ajmátova, Boris Pasternak, Solzhenitzin etcétera."

Ajena a todos estos vericuetos de la traducción y a los recortes que había padecido Cien años de soledad a manos de sus propios traductores, mi amiga Natalia, que estudiaba violonchelo en el Conservatorio de Moscú y que era una tenaz lectora de novelas, me dijo en ese ya lejano 1973 que la traducción le parecía buena, ya que a través de ella podía acceder al seductor y extraño mundo que le proponía la novela. Incluso llegó a comentarme, tal vez en un exceso de arrebato, que García Márquez se estaba convirtiendo para ella en un escritor ruso que le abría las puertas de un nuevo mundo, mágico y misterioso. Ante semejante desmesura, intenté contradecirla, argumentándole neciamente que no había nada más lejano que un exuberante novelista costeño colombiano (además de censurado en la versión rusa) y un circunspecto y sesudo escritor de las estepas. Mi amiga anduvo con el libro para arriba y para abajo durante varias semanas, delirando a veces con los personajes de la novela y sólo mucho tiempo después me confesó que Stó liet odinóchestva le sonaba tan natural y cercana como algunas de las novelas de Tolstoi o Saltikóv-Schedrín. Después he encontrado a otros lectores rusos de la novela que han expresado opiniones parecidas y la impresión que me ha quedado es que Cien años de soledad es un libro que tiene su propia vida en ruso, que no es un libro exótico o sobre asuntos exóticos, así como en nuestra lengua tienen vida propia y no son exóticos Los hermanos Karamazov o Guerra y paz. Ese argumento me llevó a pensar luego que existen libros que en realidad cuentan con buena estrella para las traducciones y Cien años de soledad, a pesar de lo que ya hemos comentado de lo accidentado de su versión al ruso, y de sus –por momentos– intrincados laberintos lingüísticos, es uno de esos libros. Stó liet odinóchestva, en la actualidad con múltiples ediciones en Rusia de distintos traductores, es tal vez el libro más ruso de García Márquez, aunque esto suene a delirio o a falta de sentido común, o si no cómo entender a la "misteriosa desconocida", la mejor lectora de su novela según el propio García Márquez y personaje insólito de este relato de Vera Kutéichikova, publicado en 2000. Vera Kutéichikova es doctora en ciencias filológicas y una de las principales hispanistas en la Rusia actual.

JORGE BUSTAMANTEGARCÍA



Una conocida mía me dijo en una ocasión:

–Hace tiempo quería preguntarte: ese vuestro García Márquez es en realidad un genio o será que una amiga mía sencillamente se volvió loca?

–???

–Mira, ella leyó Cien años de soledad y llegó a la conclusión, así lo reconoció, que no puede vivir sin ese libro. En un principio intentó comprar el libro, pero no lo consiguió. Entonces lo pidió prestado a unos amigos y decidió copiarlo a mano de principio a fin, línea por línea. Llegaba del trabajo, comía rápidamente, ponía en el tocadiscos algún clásico y se sentaba a escribir. Y escribía sin cesar hasta muy tarde. De esa manera copió a mano toda la novela en casi medio año. Y cuando, sorprendida, le recriminé en qué gastaba tanto tiempo, me contestó que esas habían sido las horas más felices de su vida.

Sentí que se me cortaba la respiración. ¡Ah, si esto lo supiera el propio García Márquez!

Los prodigios no sólo suceden en sus novelas: en 1978, en México, en casa de unos viejos amigos, vi por primera vez al célebre escritor. Aprovechando un momento en medio de la entusiasta reunión, le cuento a Gabo sobre su sorprendente admiradora. Él me escucha atentamente, sonríe, se queda pensativo por un instante y de inmediato interviene de nuevo, apasionadamente, en la discusión, que arde en la mesa sobre otros asuntos muy diferentes. Daba la impresión de que ya había olvidado mi historia...

Convencerme de que García Márquez no olvida nada, me correspondió comprobarlo al año siguiente, en 1979. Vino a Moscú al festival de cine y aunque estaba prácticamente dividido en mil actividades, encontró de todas maneras tiempo para visitarme en mi casa. Llegó con su encantadora esposa Mercedes y sus dos hijos. Nuestro departamento por poco no reventó por los numerosos amigos que llegaron. Gabo estaba de muy buen humor y en lugar de un plato de champiñones especialmente preparado para él, prefirió comer papa cocida. De buena gana respondió a todas las preguntas, escuchó pacientemente nuestras apreciaciones sobre sus libros, nuestras explicaciones sobre el amor y por momentos intercambiaba miradas con su esposa, como diciéndole: "¿Escuchas lo que dicen, Meshe?"

El tiempo pasó rápido y Gabo debía salir para cumplir con otro compromiso. Quedaba solamente autografiar sus libros publicados en Moscú, traídos por los invitados a la reunión o preparados de antemano por los dueños de casa. Resultó que para el autor este asunto era sumamente serio. Tanto los traductores, como los críticos y latinoamericanistas reunidos en mi casa, éramos en ese momento ante todo lectores. Y a los ojos de Gabo este es el valor más alto. Rápidamente disminuyó la pila de ejemplares de El otoño del patriarca que acababa de salir en ruso. Sólo quedó un ejemplar, destinado para aquella extraña lectora, de la que le había hablado en México y a la que yo todavía no había conocido.

Gabo levantó la mirada hacia mí:

–¿Cómo se llama aquella señora, de la que me hablaste en México?

–No sé...

–¡No sabes...! –constató sin ningún enojo, más bien con cierta satisfacción. Y casi al instante escribió: "A la Penélope desconocida, que con su propia mano volvió a escribir mi libro traducido al ruso. Gabriel, 1979."

En 1988. Foto: Helmet NewtonAño de 1982. De nuevo me encuentro en México, precisamente en el momento en que llega de Estocolmo el telegrama de felicitación del Rey de Suecia: a García Márquez le ha sido concedido el Premio Nobel de literatura. Celebración general, que se transforma en auténtica fiesta. La casa del escritor en la calle Fuego desde la noche ha sido tomada por periodistas y admiradores. A la mañana siguiente, con un ramo de rosas amarillas (el amarillo es el color preferido de García Márquez), me abro paso por unos contados minutos en esa fortaleza asediada, para a toda prisa abrazar al reciente laureado en nombre de todos los amigos moscovitas y ahí mismo retirarme, ante el amontonamiento de todos los que llegaban para felicitarlo. 

Al regreso, en el coche, no pude más que recordar lo que acababa de suceder: la casa, abarrotada por brazas de flores y los ojos infinitamente cansados y felices del dueño. En mi cartera llevaba un libro que me regaló: El olor de la guayaba, una reciente y amplia entrevista a García Márquez, realizada por el periodista Apuleyo Mendoza. En ella Gabo le cuenta sobre su vida y su obra.

Rápidamente hojeo el libro –mucho de lo expuesto ahí para mí ya es conocido– y de pronto me quedo helada. La conversación se centra en Cien años de soledad.

–¿Quién ha sido el mejor lector del libro para ti?

Respuesta:

–Una amiga soviética encontró una señora, muy mayor, copiando todo el libro a mano, cosa que por cierto hizo hasta el final. Mi amiga le comentó por qué lo hacía, y la señora le contestó: "Porque quiero saber quién es en realidad el que está loco: si el autor o yo, y creo que la única manera de saberlo es volviendo a escribir el libro." Me cuesta trabajo imaginar un lector mejor que esa señora.

¡Ah, qué cosas! Resulta que García Márquez no sólo no olvidó mi historia, sino que la reinventó en esencia, la recreó a su manera, de tal suerte que la "señora" de la remota Moscú, adquirió los rasgos de un personaje irrepetible del mundo garciamarqueano.

¿Pero por qué, al autografiarle su libro, él la llamó "Penélope desconocida"?. "Desconocida" se entiende, pero ¿por qué Penélope? ¿Habrá que descifrar la imagen poética?

Recordemos el amor, la fidelidad, la larga paciencia de la legendaria esposa de Ulises. Recordemos cómo Penélope reconoció a su esposo en ese viajero irreconocible, cambiado por el paso de los años, al convencerse que poseía el secreto únicamente conocido por ellos dos. ¿No quiso, tal vez, García Márquez hacer alusión a aquello, imposible de explicar lógicamente, que une al escritor con su mejor lector?

Regresé a Moscú el 10 de noviembre de 1982. En el aeropuerto me entero de que había muerto Leonid Brezhnev. La gente no da señales ni de turbación, ni de tristeza. El Secretario General ya estaba muerto en vida y murió él en un otoño tardío, como el protagonista de El otoño del patriarca. Y aunque no había sido cruel ni fiero, a diferencia del personaje de la novela, había, sin embargo, algo parecido en sus últimos días con los del patriarca garciamarqueano, cuando "ya sin fuerzas, se consoló con el sometimiento de sus allegados, sin tener ya ninguna autoridad".

El otoño del patriarca fue leída en Rusia con especial atención.

Traducción de Jorge Bustamante García


GABO Y BULGAKOV*

–¿De los escritores rusos, ¿quién es su preferido? ¿Cómo se relaciona usted con la literatura rusa?

–Mejor digámoslo así: a qué escritor ruso leí primero. Por supuesto fue Dostoievski. Pero si me propusieran elegir de toda la literatura mundial, yo mencionaría al escritor ruso León Tolstoi. Pienso que Guerra y paz es una de las más grandes novelas, de todas las escritas en la historia de la humanidad. Y los cuentistas rusos que he leído, me gustan prácticamente todos. A Dostoievski lo leí incluso en muy malas traducciones. Después lo leí en francés, en traducciones superiores hechas en español.

Pienso que para cualquier escritor en el mundo, los prosistas rusos son una base fundamental...

–¿Usted ha leído a Gogol?

–Por supuesto...

–¿Y El maestro y Margarita de Bulgakov?

–Le juro por mi madre que leí ese libro después de escribir Cien años de soledad. Quisiera que ustedes me creyeran.

–¿Pero lo leyó después o antes de El otoño del patriarca?

–Antes. Cuando Cien años de soledad salió en Italia, los críticos comenzaron a hacer paralelos con El maestro y Margarita, que se acababa de publicar allá. Yo leí entonces esa novela en la traducción al italiano. Es un libro extraordinario, magnífico. Ahora ha salido en español. Yo lo leí en italiano antes de El otoño del patriarca, pero después de Cien años de soledad; así que deseo salvar al menos a Cien años de soledad.

* Fragmento de una entrevista concedida por García Márquez en Moscú en agosto de 1979 en la redacción de la revista Latinskaya Amerika y publicada totalmente en el núm. 1 de 1980. Traducción de la versión en ruso de Jorge Bustamante García.