La Jornada Semanal,   domingo 29 de septiembre  del 2002        núm. 395
Claudia Posadas

La historia de la eternidad según Melquiades

Claudia Posadas fue a Barranquilla y estuvo en La Cueva, “centro emocional de la época de esplendor artístico” de esa ciudad colombiana. Los nombres de Álvaro Cepeda, Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor y Marta Traba, entre otros, figuran en estas líneas donde la memoria, el tiempo, los encuentros tempranos y las amistades largas explican la inclusión de estas figuras convocadas, en el antes y el después, por Gabito, el Capitán Araña, por cualquiera de los Aurelianos y, en todos los casos, por los milagros de cirquería de ese rey gitano llamado Melquiades.

Gabriel García Márquez a principios de los cincuenta. Foto: El EspectadorLevantado por un aire que va creciendo, el calor aletarga un tiempo que, además, ha cristalizado su transcurrir para enfrentarse a este asedio: todo se abandona a una lentitud que hierve, el comején se va derrumbando sin estrépito ni polvo en su misma voluntad de derrumbe y el humo de los cigarrillos tardará cien años en disolverse. Pero a los que fuman no los acorrala ni el instante detenido ni la incandescencia aumentada por la luz de las bombillas, luz que a pesar de su cruda desnudez en el techo, algo tiene de auroral. Todos ellos, tanto los cuatro discutidores, Álvaro, Germán, Alfonso, Gabriel, el sabio catalán, como Aureliano (Buendía, Segundo, Triste, o Babilonia), Melquiades (que bajó de su estera voladora para entregarle a Gabriel unos pergaminos) ríen, se abrazan, se mueven rápidamente, aparecen, desaparecen, amos de esa dimensión, pero no se los lleva el viento que aumenta y que, sin embargo, es cortado sin prisa por las aspas del ventilador. Gabriel ama por igual a sus amigos, pero tiene una complicidad con Aureliano: nadie recuerda a sus respectivos antepasados, el coronel Gerineldo Márquez (quien peleó en México junto a Artemio Cruz) y el coronel Aureliano Buendía, quienes perdieron juntos varios levantamientos. Alfonso le devuelve a Gabriel su máquina de escribir, pero, una vez más, no la acepta. José Félix cuenta la historia de su amigo con la Negra Eufemia. Emocionado, el sabio catalán les pregunta si ya supieron cuál era el método más efectivo para matar cucarachas en la Edad Media y luego va con Gabriel para comentarle que fue un gran acierto bautizar su ciudad de espejos (y espejismos) con el nombre de Macondo.

Varias obras de arte decoran el lugar, entre ellas, un cuadro de Alejandro que plasma una mulata que sonríe a la eternidad. Arrecia el viento y el calor y pareciera que quisiera llevarse todo, pero la casa blanca resiste: es una construcción rectangular de un piso, enmarcada por dos tejados que caen como si fueran los de una pagoda: el que cubre el rectángulo principal y el que, naciendo a la mitad de esta construcción, enmarca la cerca de celosía de un corredor al aire libre que rodea este bar ubicado en el barrio Boston. Pero a esta casa no la mueve el viento que sigue creciendo y a la lentitud, tampoco. Los contertulios, ajenos a esta batalla, festejan. Álvaro los invita al Niño de Oro, un burdel "zoológico" donde los alcaravanes andan libres. Todos quieren ir y el viento huracanado no los detiene porque Pilar Ternera, la dueña, los aguarda…

Miro a través de las hendiduras que se escapan al orden de clausura que cubre la celosía de esta construcción entre oriental y costeña: veo una especie de corredor que antecede a unos muros cuya puerta y ventanas también están sellados. Mayo de 2002. Estoy en Barranquilla, "La arenosa", lugar significativo en las atmósferas de Gabriel García Márquez, y ante la famosa Cueva, sitio donde se reunió con los amigos de la juventud que, recuerdo, aparecen en Cien años de soledad. Blanqueados por el sol del olvido, estos muros están abandonados, "pero se ha constituido una Fundación, La Cueva, que se espera, convierta al lugar en un museo vivo. Además, ha sido nombrado bien de interés cultural de la Nación", nos dice Heriberto Fiorillo, periodista barranquillero, a los becarios del Taller de narración periodística y literatura en el Caribe que dicta Sergio Ramírez por parte de la Fundación para un Nuevo Periodismo (que preside el autor de Noticia de un secuestro) que lo acompañamos en la "Ruta de Macondo".

Fiorillo acaba de publicar La Cueva. Crónica del grupo de Barranquilla (Planeta, 2002), relato de una época de esplendor en la vida literaria y artística de la ciudad que abarcó desde comienzos de los cuarenta a finales de los sesenta. Entre los personajes de ese tiempo destaca a García Márquez y su grupo de amigos.

Pero como no me sé su historia no hallo su eco en estos muros ni su resonancia en esas páginas de Cien años..., de las que sólo ha permanecido una soledad absoluta y una habitación intocada por el tiempo donde una incandescencia ilumina unos pergaminos. Pero ahora, en México, en el reencuentro a solas con esa soledad absoluta, recreo la "Ruta de Macondo" para conciliarme con ese yo.

CUEVA DE CAZADORES E INTELECTUALES

Clemente Quintero, Álvaro Cepeda, Roberto Pavajeau, Gabriel García Márquez, Hernando Molina y Rafael EscalonaLa Cueva fue el centro emocional de la época de esplendor artístico de Barranquilla desde mediados de los cincuenta hasta su cierre en los setenta. En él abrevó el grupo de amigos de García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972, autor de Todos estábamos a la espera y Los cuentos de Juana), el periodista Germán Várgas (1919-1991), y Alfonso Fuenmayor (1917-1994, autor de Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla, Premio Nacional y antecedente del libro de Fiorillo), y diversos intelectuales, entre ellos José Félix Fuenmayor, padre de Alfonso, Marta Traba, y los pintores Fernando Botero, Juan Antonio Roda y Alejandro Obregón, cómplice inseparable de Álvaro. Obregón hizo murales para La Cueva, de los cuales, a la fecha, sobrevive el de una mulata sonriente. Hay otra obra suya en la ciudad. Es un mosaico de un cóndor (su tema), situado a la intemperie, en unos edificios. Ambos murales están en el descuido.

En La Cueva habían tertulias y salones de pintura, en uno de los cuales fue jurado Juan García Ponce. Para los cuatro amigos esta fue su segunda etapa de reunión, una vez cerrado el Café Colombia, a mediados de los años cincuenta, pero en su momento no todos coincidieron ya.

MAMANDO GALLO

Porque reflejaron ese espíritu costeño irreverente al oponerse a una visión nacionalista-centralista de cultura (costeños vs. "cachacos" –algo así como provincianos vs. chilangos gandallas y ombliguistas).

"Por mamar gallo (cotorrear, mofarse y/o echar bronca)", dice Fiorillo. Por todo esto y más, en ellos se piensa cuando se habla del "Grupo de Barranquilla". Y no es para menos, porque encarnan a los cuatro "discutidores" que despotrican durante las últimas ochenta páginas de Cien años...: son los amigos de Aureliano Babilonia, el penúltimo de los Buendía, Álvaro, Germán, Alfonso y Gabriel, demiurgo que en el territorio fantástico de la novela, se reúne con su criatura Aureliano, con quien comparte un pasado del que ya nadie se acuerda: "No lo olvides, Gabriel, dice Aureliano. Fueron 32 los levantamientos que Gerineldo y Aureliano promovieron"… Las experiencias reales de los cuatro se dieron mas o menos como dice en el libro, pero hay complicidad. "Es la única parte de la novela que está llena de mensajes secretos a los amigos", afirma García Márquez en una entrevista hasta ahora inédita ("las memorias engavetadas de Gabo", dice Fiorillo, su traductor) realizada para la televisión británica. Ramón Vinyes i Cluet (1882-1952) es el sabio catalán de Cien años..., y el maestro en el exilio en torno al cual los despotricadores despotricaron.

GABITO Y EL CAPITÁN ARAÑA VS.LA JIRAFA

La tiendecita fue el último lugar donde se reunieron. En ese tiempo todos se habían ido. De repente llegaban Obregón y García Márquez, por ver a Cepeda, o Alfonso y Germán. Actualmente el lugar es una memoria viva: en las paredes interiores hay un acervo fotográfico donde aparecen los discutidores. Su fachada es una vorágine de llamas multicolor en la que se cuecen cerditos amorosos y el menú, arepas con queso sexual, sancocho de gallina correcta, deditos curucutiadores, hayacas encoñadoras y guarapo afrodisiaco. De ahí fuimos al Instituto San José donde García Márquez hizo sus primeros años de bachillerato y escribió textos en la revista del colegio firmados como Gabito o Capitán Araña. Por último, buscamos el hotel donde se gestó La hojarasca y Cien años…, en una máquina de escribir que hoy se encuentra en el Museo Romántico. Sólo se sabe que estaba enfrente del El Heraldo, periódico donde García Márquez publicó su famosa columna "La Jirafa", a partir de 1950. Nada de eso existe, pero hay quien lo recuerda. Dice Juancho Jinete, sobreviviente de esa época: "Gabito vivió primero en un hotelucho de la Calle Real. No tenía ni para pagar el hospedaje y tenía que empeñar un poco de manuscritos."

LA BARRANQUILLA DE GABITO

"Gabito" vivía en su natal Aracataca, en la casa de sus abuelos, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía y Tranquilina Iguarán. El coronel era quien traía al nieto a Barranquilla, a ver a sus padres, a través de un paisaje decisivo para Cien años..., la "ciénaga sin límites" "donde de niño vi el galeón de Francis Drake encallado en la imaginación", dice Gabriel a los discutidores. Afirma Fiorillo: "El tren de Aracataca dejaba al viejo y al niño en Ciénaga, de donde tomaban una derruida lancha de motor que atravesaba un vasto cenegal." En 1938 "Gabito" estudió en el Instituto Cartagena de Indias, en Barranquilla y en 1940 pasó al colegio San José. En 1945 conoce a la que sería su esposa, Mercedes Barcha Pardo, y en 1947, en Bogotá, publica en El Espectador sus cuentos, entre ellos "La tercera resignación". En 1948 retorna a Barranquilla y es cuando conoce al grupo.

EL ASTILLERO DEL TIEMPO

En México reencuentro el paisaje exacto de la soledad absoluta: Úrsula descubre a José Arcadio Segundo (quien, escribe García Márquez, era el único que entendía "que el tiempo sufría tropiezos y accidentes y podía por tanto astillarse y dejar en un cuarto una fracción eternizada") en la habitación de Melquiades, intocada por el tiempo e iluminada por (así lo imagino), una luz auroral. Esta imagen es una de las formas del círculo del tiempo: en un espacio cristalizado convergen hechos u objetos simbólicos que, por lo mismo, implican la reiteración y/o la revelación de una historia. Entonces, no necesariamente se puede demostrar la circularidad del tiempo con otra de sus formas: cuando vemos repetirse algo en un gesto o en una situación, al igual que sucedió a Pilar Ternera cuando vio, a la entrada de su "burdel zoológico", todo su amor por los Buendía en el rostro del penúltimo de ellos. "¡Ay, –suspiró–, Aureliano!"

EL PRINCIPIO DEL PLACER

Gabriel conoce a Álvaro y a Germán en la redacción de El Nacional, en 1948, año en que comienza a escribir su novela La casa. En Cien años…, esta situación es diferente. El sabio catalán, en su librería, presenta a Aureliano con los discutidores, quienes se preguntaban sobre la manera de matar cucarachas en la Edad Media. Aureliano, formado en libros que, a decir del sabio, "sólo Beda el Venerable habría leído", los asombra. "Reiteramos que el único método eficaz es el deslumbramiento solar", dijeron al unísono, Aureliano y Gabriel de camino al Niño de Oro, a todos los despotricadores. El encastillamiento literario de Aureliano es semejante a la formación de García Márquez, a quien le fue ampliado su mundo: Joyce, Woolf, Steinbeck, Hemingway, Dos Passos, Faulkner, su modelo. Se estableció en Barranquilla en 1950, cargando bajo el brazo la casa de sus abuelos y La casa, "mi mamotreto que no tenía dónde guardarlo", dice García Márquez en las engavetadas. Recuerda Jinete: "A nadie se le ocurrió que en aquellos manuscritos que escribía sobre hojas amarillentas y paseaba buscando el concepto de Vinyes, de Alfonso o de Álvaro, se cuajaba Cien años… y La hojarasca." Vivían entre el periódico, la Librería Mundo, el Café Colombia y el burdel Los Alcaravanes. Vinyes se convirtió en el guía de García Márquez, y Germán fue el primer editor de Álvaro y de Gabriel.

EL ZOOLÓGICO DE PILAR TERNERA

¡Ay, Aureliano!, suspiró Pilar Ternera, cuando lo vio llegar con sus amigos al "Niño de Oro". Todos la abrazaron y fueron rodeados por los alcaravanes que andaban sueltos.

¡Ay, José Félix!, dijo La Negra Eufemia al ver a Fuenmayor padre, amigo de Marco Tulio, su llorado amante, entrar a Los Alcaravanes con sus amigos. Seguramente se le vino el pasado encima. "Entramos como a una revelación, con la negra vestida de negro y sentada en un mecedor de bejuco", contaron Alfonso y García Márquez en las engavetadas. Recuerdan que el lugar tenía un patio poblado de animales, y en él se inspiró el autor para una parte de su novela y para el cuento "La noche de los alcaravanes". Estos no fueron los únicos textos inspirados en las vivencias del grupo. Se mencionan "La mujer que llegaba a las seis" (García Márquez), "La mulata Penélope" (Vinyes), "Tap Room" y "Jumper Jigger" (Cepeda).

LA CASA QUE NO SABÍA QUE TENÍA CIEN AÑOS

Pero antes de ir al Niño de Oro Gabriel había relatado a sus amigos los detalles de su mamotreto: "Debía ser la historia de una familia contada en el tiempo en que duraba una casa, alrededor de la cual se había ido formando un pueblo. Lo que ocurriera en ella sería reflejo del mismo."

Sabio: Él ha reconocido que no tenía el lenguaje para escribir ese libro.

Germán: Y de ahí sacaste La hojarasca, donde ya aparece Macondo.

Sabio: Un acierto. Ni Aracataca ni Barranquilla, necesitabas un nombre mítico, no uno anticlimático. Y ya lo ves, hasta te valió un Nobel.

Gabriel: ¿Saben cómo lo descubrí?

En 1950 la madre de Gabriel le pidió que lo acompañara a Aracataca a vender la casona de sus abuelos. Ahí, ella abrazó a su comadre y lloraron eternamente.

Gabriel: Quise contar el pasado de aquel episodio. De regreso, en el tren, mi madre me contó la historia de la familia. A través de la ventanilla vi el letrero de una finca: Macondo… Al llegar a Barranquilla, me enfrenté con mi mamotreto. Rehice capítulos y me di cuenta que había un asunto que podía desarrollarse como una novela aparte.

EL PRINCIPIO DEL FIN

En 1950 Vinyes regresa a su tierra. García Márquez iniciaría su diáspora. De vez en cuando regresaría a "La arenosa", por ejemplo, en 1958, para casarse con Mercedes (quien en Cien años... y en la vida real era hija del dueño de una botica –que todavía existe–) y en 1971, ya con el Nobel, a pasar una temporada. De esos retornos, Alfredo de la Espriella, cronista de la ciudad, recuerda: "Cuando Gabo se fue le dejó la máquina a Alfonso pero éste, una vez que cenamos, se la recordó. Él se la regala y yo dije: ‘No, va para el Museo Romántico.’ Y ahí está, al lado de la de Alfonso."

LA LENGUA DE LOS ÁNGELES

El tiempo es circular, pero sólo él elige los momentos en dónde revelarse como tal. Sin embargo, en la ciudad interior de la literatura, uno decide. Vuelvo a La Cueva, a ese mayo de 2002. Los muros significan y sé que las soledades, la del interior del muro y la del recuerdo de un libro, se reconocen. Y entonces el aire cesa y no se llevará esa ciudad de espejos (y espejismos) y el espacio es un tiempo detenido que no opondrá su lentitud al viento de la desmemoria. El comején despierta, el ventilador alborotará con prisa el calor y el humo de los cigarrillos tardará la eternidad en dispersarse. Los amigos celebran los veinte años del Premio Nobel a Gabriel. Aparecen, desaparecen, amos de ese astillero interior del tiempo. Melquíades llama a Gabriel y a Aureliano, quien es todos los Aurelianos, a una habitación iluminada por la luz auroral de la noche. Despliega sus pergaminos escritos en lengua de los ángeles y dice: "No son la cura para la soledad pero es la historia de la eternidad que los acompañará siempre. Espero les sirvan para sus memorias, para que también se vuelvan eternas."