La Jornada Semanal,   domingo 29 de septiembre  del 2002        núm. 395
Marcello Riccardi Doria

Cien palabras de soledad

En este texto, que completa nuestro homenaje a Cien años de soledad en sus primeros treinta y cinco de existencia, Marcello Riccardi rescata la Máquina de la Memoria que dejara inconclusa José Arcadio Buendía y arma tres bloques temáticos que nos permitirán tener presentes varios de los muchos significados implícitos en el corpus de una de las obras cumbre de la lengua española.

Durante la Peste del insomnio que asoló a Macondo, años después de su fundación, José Arcadio Buendía se dio a la tarea de construir un artilugio que le permitiera derrotar al olvido. Inmerso en la construcción de la Máquina de la Memoria, el padre fundador de Macondo alcanzó a elaborar unas catorce mil fichas con definiciones que al final resultaron inútiles. El gitano Melquiades, ataviado con la campanita que se colgaba a los visitantes para distinguir sanos de infestados, regresó al pueblo trayendo consigo el antídoto contra el mal.

Desde ese momento no volvió a saberse nada de la máquina inconclusa ni de las fichas que la constituían, y, en todo caso, habrían desaparecido con el resto del pueblo durante el vendaval que lo arrasó. ¿Qué contenían? Tampoco se sabe exactamente, pero el antecedente de los letreros hechos con un hisopo entintado nos permiten hacernos una idea. Algo así como una enciclopedia, la Enciclopedia de Macondo, montada sobre un mecanismo de engranajes y poleas.

Se cumplen treinta y cinco años de la publicación de Cien años de soledad y dispuestos a no olvidar, reviviremos la idea de Buendía –con alcances mucho más modestos, claro– consultando el diccionario subyacente en los manuscritos de Melquiades, si no para descifrarlos, al menos para activar la Máquina de la Memoria.

AL PRINCIPIO TODO ERA OSCURIDAD, DESPUÉS VINIERON LAS PALABRAS

Con Pablo Neruda en París, 1956. Foto: El EspectadorDicen los manuscritos de Melquiades que en los primeros tiempos de la fundación, el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. El universo era un lugar que aún estaba por inventarse y para que las cosas fueran apareciendo en su lugar, hacía falta nominarlas, es decir, darles un nombre.

En Macondo las palabras eran, entonces, una condición para la existencia de las cosas; cumplían, podría decirse, un papel generativo. A partir de ese momento, el desarrollo de la vida de los habitantes de Macondo corre paralelo a la evolución del lenguaje. Macondo es un universo que se crea a partir de las palabras, y desaparece cuando éstas se terminan.

Montémonos entonces en nuestra Máquina de la Memoria para asistir a la primera etapa del recorrido: la creación del universo macondiano y de sus habitantes.

Atarván: es un individuo que se come medio lechón en el almuerzo, emite eructos bestiales y sus ventosidades marchitan las flores.

Cachaco: individuo de hablar rebuscado proveniente del interior del país.

Caligrafía: las letras parecían ropa puesta a secar en un alambre, y se asemejaban más a la escritura musical que a la literaria.

Calor: hubo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios.

Campamento: un gigantesco gallinero electrificado que en los frescos meses del verano amanecía negro de golondrinas achicharradas.

Deporte: Sir Francis Drake se daba al deporte de cazar caimanes a cañonazos, que luego hacía remendar y rellenar para llevárselos a la reina Isabel.

Dieta: a Rebeca sólo le gustaba comer la tierra húmeda del patio y las tortas de cal que arrancaba de las paredes con las uñas.

Francisco el Hombre: anciano trotamundos que divulgaba en sus canciones las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario. Se le atribuye haber derrotado al diablo en un duelo de improvisación.

Genealogía: mientras los Aurelianos eran retraídos, pero de mentalidad lúcida, los José Arcadio eran impulsivos y emprendedores, pero estaban marcados por un signo trágico.

Gitanos: hombres y mujeres de piel aceitada y manos inteligentes cuyos bailes y música causan una alborotada alegría.

Hechizo: había cetáceos de piel delicada con cabeza y torso de mujer, que perdían a los navegantes con el hechizo de sus tetas descomunales.

Hombre: según la opinión de Úrsula, al principio se crían muy bien, son obedientes y formales y parecen incapaces de matar una mosca, pero apenas les sale la barba se tiran a la perdición.

Humedad: la atmósfera era tan húmeda que los peces hubieran podido entrar por las puertas y salir por las ventanas, navegando en el aire de los aposentos.

Iguana: animal que corren el riesgo de engendrar los familiares que se casan entre sí.

Judío Errante: híbrido de macho cabrío cruzado con hembra hereje, una bestia infernal cuyo aliento calcina el aire. Emite un llanto de becerro descomunal, pesa como un buey y emana una sangre verde y untuosa.

Al recibir el Premio Nobel, 1982. Foto: AP/Wide World PhotosLluvia: llovió cuatro años, once meses y dos días.

Macondo: una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.

Mar Egeo: un curioso prodigio de la geografía al que es posible atravesar a pie saltando de isla en isla hasta el puerto de Salónica.

Mujeres: las mujeres de esta casa son peores que las mulas: Aureliano Segundo.

Tierra: La tierra es redonda como una naranja, según las averiguaciones científicas de José Arcadio Buendía.

Vaca: dice el letrero que cuelga de su cerviz, que a la vaca hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a ésta hay
que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche.

Virtuoso: es aquel que nunca ha oído hablar de la guerra, los gallos de pelea, las mujeres de mala vida y las empresas delirantes, cuatro calamidades que según Úrsula Iguarán determinaron la decadencia de su estirpe.

DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS

A García Márquez lo aquejan varios demonios que se convierten en sus obsesiones. Cien años de soledad es una novela atravesada por esos demonios, presentes de una u otra forma en la restante obra del colombiano. Quizá el más notorio de ellos sea precisamente el amor, escurridizo y terco bicho que no se deja exorcizar.

En la esquina opuesta, vistiendo calzones negros como la venda de Amaranta, se encuentra la soledad. En la extensa línea que se puede trazar entre estas dos orillas García Márquez explota, algunas más que otras, todas las vertientes y combinaciones posibles. Amor filial, amor senil, amor incestuoso, amor homosexual, amor fraternal, amor difícil en todo caso. En esta segunda etapa del recorrido, exploremos, pues, parte del vocabulario que nos revela esta obsesión.

Amigos: Abierto de brazos en la mitad de la plaza durante la última madrugada de Macondo, Aureliano Babilonia gritó desconsolado: ¡los amigos son unos hijos de puta!

Amor: el amor es una peste: José Arcadio Buendía.

Culpabilidad: había rogado a Dios con tanto fervor que algo pavoroso ocurriera para no tener que envenenar a Rebeca, que se sintió culpable por la muerte de Remedios.

Desaire: enloquecido por los desaires de Remedios, la bella, el joven comandante de la guardia amaneció muerto de amor junto a su ventana.

Desproporción: aunque puedan parecer tan desnaturalizadas
como una cola de cerdo, lo cierto es que algunas desproporciones pueden procurar la felicidad y el éxito con el sexo opuesto.

Felicidad: había tenido que promover treinta y dos guerras [...] para descubrir con casi cuarenta años de retraso los privilegios de la simplicidad.

Felicitación: Te felicito –gritó. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer.

Frivolidad: Fíjate qué simple es [...] dice que se está muriendo por mí, como si yo fuera un cólico miserere: Remedios, la bella.

Gente de bien: es, sencillamente, la que no tiene nada que ver con la compañía bananera.

Instinto: así como se atribuía al género humano un instinto de reproducción, debía atribuírsele otro más definido y apremiante, que era el instinto de matar cucarachas.

Latín: hoc est simplicissimum –dijo José Arcadio Buendía–: homo iste statum quartum materiae invenit.

Luna de miel: los vecinos se asustaban con los gritos [...] y rogaban que una pasión tan desaforada no fuera a perturbar la paz de los muertos.

Orgullo: Yo, por mi parte, apenas ahora me doy cuenta que estoy peleando por orgullo: Coronel Aureliano Buendía.

Parranda: juerga bulliciosa y desaforada en la que se toca acordeón y se sacrifican animales por motivos tan disímiles como un matrimonio o el nacimiento de un Papa.

Pecado: es que hay cristianos corrompidos que hacen sus cosas con las burras [...] Yo voy los martes en la noche: Petronio, el sacristán, a José Arcadio Segundo.

Raza: para mejorar la raza, algunas madres enviaban a sus hijas al dormitorio de los guerreros más notables.

Resignación: quieres tanto a Aureliano que te vas a casar conmigo porque no puedes casarte con él: Amaranta al coronel Gerineldo Márquez.

Valores familiares: la temeridad atroz con que José Arcadio Buendía atravesó la sierra para fundar Macondo, el orgullo ciego con que el coronel Aureliano Buendía promovió sus guerras inútiles y la tenacidad insensata con que Úrsula aseguró la supervivencia de la estirpe.

Vicio: es cuando uno hace para deshacer, como el Coronel Aureliano Buendía con los pescaditos de oro y Amaranta con su mortaja.

Zurumbático: estado de somnolencia que puede ser causado tanto por las lombrices como por el trasnocho en camas ajenas.

LA ASOMBROSA REALIDAD

Con Arthur Miller, marzo de 2000. Foto: AP/Jose GoitiaTodos los años por el mes de marzo, con gran ruido de pitos y timbales, una tribu de gitanos aparecía por Macondo anunciando los nuevos inventos. Entre fundamentos de la física, fenómenos de circo y pícara imaginación, la tribu de Melquiades conseguía sembrar la fascinación entre los habitantes de Macondo y cuestionar sus certezas. Más tarde otros mensajeros de la modernidad toman el relevo en esta labor: Pietro Crespi con sus pianolas y juguetes prodigiosos, la locomotora de Aureliano Triste, la compañía bananera.

Por supuesto, el amor no es la única obsesión de García Márquez, faltaba más. Como buen escritor, lo perturban también otros demonios. El segundo eje temático que nos descubre el glosario de Cien años de soledad está coronado en uno de sus extremos por la tradición que confronta a su opuesto, la novedad.

Animalitos de caramelo: prometedor negocio que consiste en la venta, dos veces al día, de gallitos y peces azucarados ensartados en palos de balso.

Auscultar: los médicos de la compañía no examinaban a los enfermos, sino que los paraban en fila india para suministrarles la misma píldora color piedralipe, así tuvieran paludismo, blenorragia o estreñimiento.

Catalejo: descubrimiento de los judíos de Amsterdam. Con él se pueden ver al alcance de la mano cosas que están muy lejos, como gitanas sentadas al final del pueblo.

Cine: Se indignaron con las imágenes vivas [...] porque un personaje muerto y sepultado en una película [...] apareció vivo y convertido en árabe en la siguiente.

Cosas: Las cosas tienen vida propia –según los gitanos– todo es cuestión de despertarles el ánima.

Daguerrotipo: invento que plasma imágenes en una edad eterna sobre una lámina de metal tornasol.

Dios: Afirma un letrero en la entrada de Macondo que Dios existe, aunque, comprobó José Arcadio Buendía, no se le pueden tomar daguerrotipos.

Dirigible: elefante volador que busca un sitio para dormir entre las nubes.

Embarazo: la mejor forma de prevenirlo es mediante la vaporización de cataplasmas de mostaza. En cualquier caso, existen ciertos bebedizos que hacen expulsar hasta los malos pensamientos.

Estera voladora: juego de artificio que, según se mire, puede ser un aporte fundamental al desarrollo del transporte o un objeto de recreo.

Hielo: es el diamante más grande del mundo, según la primera impresión de José Arcadio Buendía. Parece hervir, según observación de su hijo.

Imán: octava maravilla de los alquimistas de Macedonia, compuesto por dos lingotes metálicos que hacen caer de su sitio calderos, pailas y anafes. Sirve para encontrar objetos perdidos, pero no para encontrar oro.

Juguetes: bailarinas de cuerda, cajas de música, monos acróbatas, caballos trotadores, payasos tamborileros.

Locomotora: un asunto espantoso como una cocina arrastrando un pueblo.

Lupa: descubrimiento de los judíos de Amsterdam. Concentra los rayos solares y permite encender hogueras. Pero como máquina de guerra es un perfecto fracaso.

Máquina de la memoria: diccionario giratorio que un individuo situado en el eje pudiera operar mediante una manivela, de modo que en pocas horas pasaran frente a sus ojos las nociones más necesarias para vivir.

Pantalón de castidad: pantalón fabricado con lona y reforzado con un sistema de correas entrecruzadas que se cierran por delante con una hebilla de hierro. Evita los embarazos pero no las suspicacias del pueblo.

Pescaditos de oro: prenda cuya función inicial era adornar a sus portadores, pero más tarde fue convertida en emblema de rebelión, reliquia histórica y, finalmente, modo de matar el tiempo.

Pianola: invento maravilloso que emite música de moda impresa en rollos de papel. Su tecleo autónomo hace innecesarios los servicios de un ejecutante.

Prodigios: el hallazgo de la piedra filosofal, la liberación del soplo que hace vivir los metales, la facultad de convertir en oro las bisagras, o, aun mejor, el regreso de la esposa que busca al hijo fugado con los gitanos.

Prueba: Entonces el padre Nicanor se elevó doce centímetros sobre el nivel del suelo. Fue un recurso convincente.

Solimán: nombre corriente del bicloruro de mercurio, de olor mordiente pero no demoniaco.

Tas: pequeño yunque que se utiliza para elaborar láminas metálicas con las que se hacen pescaditos de oro.

Teléfono: considerado una versión rudimentaria del gramófono, por tener manivela también.

Temor: si no temes a Dios, témele a los metales: José Arcadio Buendía.

EL PODER, PARA QUÉ

Foto: Daniel MordzinskiDicen que un colombiano que se respete, debe guardar entre sus sueños el íntimo deseo de ser presidente. Que Colombia es un país tan politizado, que no se ha elegido un presidente cuando ya se está discutiendo quién debe ser su sucesor. En Colombia, la política es una enfermedad incurable que se lleva entre las patas más parroquianos que la malaria, el dengue y el cáncer juntos. Por supuesto, el asunto del poder también obsesiona a García Márquez, en especial el poder absoluto, que por serlo aísla a su detentor y lo corrompe. En Cien años de soledad, la paradoja del poder frente a su opuesto, la debilidad, se confirma como uno de los ejes semánticos y discursivos de la obra de García Márquez.

Alternancia: las casas pintadas de azul pintadas luego de rojo y luego vueltas a pintar de azul habían terminado por adquirir una coloración indefinible.

Castigo: una mujer que ha visto lo que no debía es castigada con la decapitación diaria, un hombre que desobedece a sus padres es condenado a convertirse en víbora y a uno que levanta el brazo contra su madre puede quedarle la extremidad seca y achicharrada.

Conservador: partido político que, según sus seguidores, recibe el poder directamente de Dios y propugna por la estabilidad del orden público y la moral familiar.

Decreto: en tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al ejército para matarlos a bala.

Deuda: según los cálculos de la muchacha, todavía le faltaban unos diez años de setenta hombres por noche, porque tenía que pagar además los gastos del viaje y alimentación.

Disparate: los defensores de la fe de Cristo destruyen el templo y los masones lo mandan componer.

Episodio sangriento: quedaron tendidos, entre muertos y heridos, nueve payasos, cuatro colombinas, diecisiete reyes de baraja, un diablo, tres músicos, dos pares de Francia y tres emperatrices japonesas.

Golondrinos: nudos ardientes en las axilas que obligan a mantener los brazos levantados. Se cura con piedras calientes y le da hasta a los generales.

Guerra: no entendía que hubiera necesitado tantas palabras para explicar lo que se sentía en la guerra, si con una sola bastaba: miedo.

Liberales: según los conservadores, son masones de mala índole, partidarios de ahorcar a los curas, de implantar el divorcio y de reconocer iguales
derechos a los hijos naturales que a los legítimos.

Nombramiento: en Macondo, lo dejó muy claro José Arcadio Buendía, no mandamos con papeles.

Poder: sus órdenes se cumplían antes de ser impartidas, aun antes de que él las concibiera, y siempre llegaban mucho más lejos de donde él se hubiera atrevido.

Prosperidad: a Aureliano Segundo le bastaba con llevar a Petra Cotes a sus criaderos, para que todo animal marcado con su hierro sucumbiera a la peste irremediable de la proliferación.

Proyectil: el proyectil siguió una trayectoria tan limpia que el médico le metió por el pecho y le sacó por la espalda un cordón empapado de yodo.

Rabia: tanto joderse para que lo maten a uno seis maricas sin poder hacer nada: Coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento.

Ubicuidad: informaciones simultáneas y contradictorias lo declaraban victorioso en Villanueva, derrotado en Guacamayal, devorado por los indios motilones, muerto en una aldea de la ciénaga y otra vez sublevado en Urumita.

Violencia: lo único eficaz es la violencia: Alirio Noguera, terrorista y falso homeópata.

Votaciones: había casi tantas papeletas rojas como azules, pero el sargento sólo dejó diez rojas y completó la diferencia con azules.

LA PESTE DE LA MEMORIA

Con Fidel Castro. Foto: Gianfranco Gorgoni/SygmaAlgunas ediciones de Cien años de soledad traen en sus páginas finales un completo árbol genealógico de la familia Buendía para facilitar la lectura del libro. Esta previsión se entiende; entre tantos Aurelianos y Arcadios diseminados en las vorágines de un tiempo redundante, el lector corre el riesgo de perderse en la confusión y el olvido. La desmemoria amenaza al lector como al habitante de Macondo y su participación memoriosa es fundamental para el desarrollo de la historia. Tenemos, entonces, el último de los ejes de Cien años de soledad: la memoria frente al olvido.

Amenaza: no te hagas ilusiones. Aunque me lleven al fin del mundo encontraré la manera de impedir que te cases, así tenga que matarte: Amaranta.

Epitafio: apártense, vacas, que la vida es corta.

Infancia: periodo de insuficiencia mental, según José Arcadio Buendía.

Lavado: primero lo lavaron tres veces con jabón y estropajo, después lo frotaron con sal y vinagre, luego con ceniza y limón, y por último lo metieron en un tonel de lejía y lo dejaron reposar seis horas. No fue posible quitar el olor a pólvora del cadáver.

Mala suerte: La mala suerte no tiene resquicios, dijo él con profunda amargura. Nací hijo de puta y muero hijo de puta: Capitán Roque Carnicero, encargado de organizar el pelotón de fusilamiento.

Mérito: un minuto de reconciliación tiene más mérito que toda una vida de amistad: Úrsula Iguarán.

Muerto: uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo tierra, según José Arcadio Buendía.

Peste del insomnio: enfermedad cuyo síntoma más temible no es la imposibilidad de dormir, si no su evolución crítica hacia el olvido hasta hundir al enfermo en una especie de idiotez sin pasado.

Presagios: se presentaban de pronto, en una ráfaga de lucidez sobrenatural, como una convicción absoluta y momentánea, pero inasible.

Sabiduría: para el sabio catalán, la sabiduría no valía la pena si no era posible servirse de ella para inventar una manera nueva de preparar los garbanzos.

Sepelio: tantas flores cayeron del cielo, que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos.

Sueño: soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual [...] de ese cuarto pasaba a otro exactamente igual [...] hasta el infinito.

Tiempo: es como si el tiempo diera vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio: Úrsula Iguarán.

Vagón: el mundo habrá acabado de joderse [...] el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga.

Vejez: el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad.