Jornada Semanal, domingo 29 de septiembre  de 2002                   núm. 395

GERMAINE GÓMEZ HARO

LOS INSTANTES AMBIGUOS
DE DANIEL LEZAMA

Daniel Lezama (México, DF, 1968) destaca entre los artistas más genuinos y propositivos de su generación. Sus exhibiciones individuales en la Galería Nina Menocal (2000) y en la OMR (2001), así como el Premio de Adquisición en la X Bienal Tamayo (2000), lo colocaron en las primeras filas del heterogéneo concierto del arte mexicano contemporáneo. Recientemente también se ha dado a conocer en los círculos internacionales por su participación en la Feria de arco en Madrid, donde despertó un amplio interés en ese público variopinto; en el mes de noviembre presentará una muestra individual en el Roebling Hall, un importante espacio de carácter cutting edge en Brooklyn, Nueva York. En la Ciudad de México se presenta hasta el mes de noviembre en la Galería de la Secretaría de Hacienda la exposición Daniel Lezama. Pintura 98-02, integrada por una serie de diecisiete retratos y desnudos de pequeño y mediano formato, y cinco obras de mayores dimensiones que forman parte de sus característicos y estremecedores relatos pictóricos.

Pintura que a la vez atrae y repele, la de Lezama es expresión descarnada de una realidad demoledora, a veces difícil de asimilar. En sus conocidas composiciones de gran formato se desarrollan simultáneamente diferentes acciones que se enlazan entre sí en una complicada trama narrativa. Sus personajes se vislumbran en situaciones límite, en la ambigüedad del instante en el que apenas sucedió algo, o quizás está a punto de acontecer. Su discurso críptico, entreverado en una red de sutilezas y enigmas, dificulta cualquier intento de clasificación en los marcos referenciales de los lenguajes actuales: ¿neofigurativo, tradicionalista, neobarroco, neorrealista, posmoderno…? Más allá de las etiquetas, desde el primer encuentro con una pintura de Lezama, el espectador se enfrenta a una obra altamente propositiva que le confiere un carácter contemporáneo, tanto en su representación formal como en su esencia filosófica.

¿Qué es lo que genera tanta atracción en la obra de Daniel Lezama? En primera instancia, estamos hablando de pintura-pintura, en la más amplia extensión del término, una tendencia que sigue siendo cuestionada y desdeñada en estos tiempos de conceptualismos; una pintura compleja en cuanto a su impecable realización técnica, a sus componentes formales y a su lenguaje polisémico. Lezama es un amante de la tradición pictórica, como evidencian algunos destellos fabulosos que remiten a los grandes maestros como Caravaggio, Velázquez, Goya o Gutiérrez Solana, entre otros. Del siglo XIX mexicano, abreva de las fuentes de los románticos nacionalistas, como José Obregón. A mi parecer, uno de los aciertos de Lezama ha sido su habilidad para hacer alarde de su asombrosa destreza técnica y de su conocimiento de la historia del arte universal, en pinturas que fusionan la realidad y la imaginación en escenas delirantes de gran impacto visual.

En esta muestra resulta afortunada la inclusión de los retratos y desnudos que no se han visto en exposiciones anteriores, con excepción de la obra que formó parte de la muestra Paisaje-desnudo en el Museo de Arte Moderno (2000). Se trata de una serie de estudios realizados en vivo, óleos sobre telas de pequeñas dimensiones que, de alguna manera, introducen al espectador no avezado en el intrincado universo pictórico del artista. Atrapa a primera vista la calidad de la factura y la fuerza expresiva de estas obras que remiten directamente a los ingleses Lucien Freud y Stanley Spencer. Las mujeres de Lezama, como las de estos autores, aparecen desprovistas de artificios y maquillajes, desnudas de cuerpo y alma, en una actitud enteramente naturalista que provoca en el espectador reacciones encontradas. En su lenguaje llano y directo, estas pinturas constituyen la contraparte de las grandes obras narrativas que lo han hecho famoso. La obra titulada Muchacha embarazada es un buen ejemplo. Vemos a una mujer de tez morena y vientre abultado, recostada plácidamente sobre un sillón, su sexo expuesto sin tapujos. No aparece ningún elemento decorativo, ni los objetos de uso popular que comúnmente forman parte de sus grandiosas escenas de interiores. Sin embargo, en esta pintura se percibe con claridad una de las sensaciones que permean toda su obra: no se trata de un simple retrato, sino que el espectador es partícipe, a manera de sutil voyeur, de un evento que acaba o está a punto de suceder. En esa capacidad de capturar y plasmar la ambigüedad del instante radica toda la fuerza expresiva de las pinturas de Daniel Lezama.

A diferencia de lo que algunos críticos han escrito, el artista sostiene que su intención no es analizar la realidad ni, mucho menos, hacer una denuncia social. Su propuesta estética tiene que ver con su íntima relación con la pintura: "Nuestro tiempo está marcado por el miedo a la invención. Es un dilema ético: ¿tenemos derecho a inventar? Si el mundo es tan duro, habría que asumirlo y corregirlo. De ahí el prejuicio contra la invención. Para mí, el poder de la pintura es, precisamente, inventar cosas: lo que imaginas tiene más carga que lo que ves. Por eso, mis personajes y mis historias son enteramente producto de mi imaginación."

El choque de contrarios es un ingrediente básico en las portentosas pinturas de Daniel Lezama. Sus personajes tocan distintas fibras en el espectador sensible: provocan, sacuden, sugieren, evocan… Pero, ante todo, avivan una profunda ternura y un sentimiento de complicidad.